ECOS de la Familia

La importancia de ser padre

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Por María Teresa Magallanes

La estructura de la familia, por razón natural, se apoya en dos columnas indispensables para su fortaleza, y ésta es necesaria para ofrecer a todos sus miembros el ámbito de intimidad y confianza indispensable para su desarrollo personal. El origen de la familia es la unión total entre un hombre y una mujer y esa totalidad se basa en un amor destinado a crecer y perfeccionarse a lo largo de toda la vida matrimonial.

Hoy quiero resaltar el papel del hombre en la familia porque, a base de resaltar tanto la importancia de la madre en la vida de cada persona, nos hemos acostumbrado a marginar la figura del hombre como pieza clave en el desarrollo de todos los miembros de la familia.

En primer lugar, en la procreación de los hijos el papel del hombre es tan importante como el de la mujer; desde ese punto de vista podemos afirmar que no hay un solo hijo sin padre. Quienes creemos en Dios, sabemos que la vida de cada ser humano es un don divino y, sin embargo, Él ha dispuesto contar con la participación del hombre y la mujer en la creación de cada nuevo ser humano. Como dice el doctor Tomás Melendo, los esposos, al unirse, pueden ser “cocreadores” con Dios de una nueva vida.

Según afirma el doctor Pedro Juan Villadrich, en la unión sexual de los esposos, “el hombre es don y la mujer acogida”. Efectivamente, no sólo es el esposo el que dona su sexualidad a la esposa, y ella quien la recibe, sino que es el esposo quien deposita en ella el germen de vida, ya que es uno de sus espermatozoides el que llegará a fecundar el óvulo que lo recibe, dando origen a una vida nueva que contiene la herencia genética de ambos padres en la unidad de una nueva persona humana, que será, desde ese momento única e irrepetible hasta su muerte, y más allá en la eternidad.

Es necesario que los varones adquieran la consciencia de lo que es engendrar un hijo. La paternidad es mucho más que aportar lo necesario para el inicio de una vida humana, implica un compromiso que abarcará el resto de su vida. Los hijos tienen la necesidad de contar con su padre y su madre, por eso es tan importante que sean llamados a la vida a partir de la unión total y permanente de sus padres, asumiendo desde el principio la posibilidad de ser padres y de aceptar totalmente la responsabilidad de su paternidad/maternidad.

Sin embargo, la realidad es que hay un enorme número de hijos que no cuentan con la presencia y cuidado amoroso de su padre. Decía el doctor J. Antonio López Ortega “No hay mayor pobreza que no tener padre” y lo mismo podríamos decir cuando falta la madre.

La educación para la paternidad es algo que sólo puede aprenderse en la vida familiar, por lo que, donde falta el padre, será muy difícil que los hijos varones adquieran criterios claros sobre su futuro papel como padres de familia, y esto tiende a repetir el fenómeno en la siguiente generación.

Sin embargo, hay que hacer una distinción entre las diversas causas y formas de la ausencia del padre de familia: hay padres ausentes porque han emigrado lejos del hogar por razones económicas, otros que están recluidos en algún centro penitenciario, hay

padres que niegan su paternidad, otros que la reconocen, pero abandonan a la mujer y a los hijos huyendo de su responsabilidad, finalmente hay padres ausentes por fallecimiento. Esta última, es la única causa que justifica la ausencia del padre de familia porque además, cuando un padre fallece se guarda de él un buen recuerdo, en cambio, es normal que haya un resentimiento hacia el padre que abandona, tanto en los hijos como en la madre.

Existen también muchos padres que no abandonan formalmente a su familia pero que no asumen totalmente su papel. Son padres proveedores, cumplen con esta responsabilidad, pero son padres ausentes, llegan muy tarde a casa, a veces con toda intención para evitar el momento más difícil del día en la vida familiar; conviven escasamente con sus hijos, no tienen una presencia real, incluso los fines de semana, en que tienen sus actividades preferidas de esparcimiento o duermen largamente.

Estos padres dejan a la esposa toda la carga de la responsabilidad educativa, porque ellos no pueden educar en ausencia. Es verdad que, en ocasiones, el padre sí quiere participar, pero se encuentra con el desacuerdo y las críticas de su esposa; “ella es la única que lo sabe hacer”. En esos casos habría que ver cómo se creó esta situación. ¿Es él quien no asume la tarea de ser padre, por lo que la esposa lo ha venido supliendo? o ha sido ella quien lo ha ido desplazado paulatinamente de la vida familiar y la educación de los hijos hasta hacerle sentir un estorbo. Hay mujeres muy absorbentes que no permiten al hombre desarrollarse como padre.

Como conclusión, deberíamos animar a los hombres a prepararse para su misión de esposos y padres de familia, para lograr familias más eficientes en la formación de las siguientes generaciones. La experiencia nos dice que son sólo las mujeres quienes buscan capacitarse para su tarea educativa y ésta termina siendo insuficiente por no contar con la complementariedad necesaria para educar juntos a quienes juntos han traído a la vida.

María Teresa Magallanes
Fundadora y Directora General del Centro de Ciencias para la Familia y el Matrimonio LOMA

Es Orientadora Familiar por el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra, España. Es socia fundadora e investigadora del Centro de Ciencias para la Familia, LOMA, dedicada a formar especialistas en Orientación.

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