Política

El deber ciudadano

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Parecen pocas, pero las obligaciones de los ciudadanos mexicanos condensadas en el artículo 36 de la Constitución Política implican grandes responsabilidades cívicas y morales: todas están orientadas a colaborar en sociedad, con las instituciones que amalgaman a la nación en su modelo de República democrática y federada.

 Y no es una simple casualidad que las obligaciones tengan carácter colectivo, es un reflejo de que nuestra constitución considera a los derechos -si bien individuales- orientados al bien común. Es por ello por lo que el deber ciudadano no es un acto exclusivamente individual y egoísta, es la responsabilidad que asumimos con la comunidad, con los otros, con el resto de los habitantes, con los que compartimos todas las bondades de una nación.

Tres de las cinco obligaciones ciudadanas tienen que ver con nuestra democracia y las funciones públicas de responsabilidad política: votar, ejercer cargos de elección popular y ejercer cargos de la administración pública. Esto pone en evidencia el peso que representa para un país como el nuestro, la participación y la necesidad de que los ciudadanos se involucren a cabalidad en la elección, conducción, vigilancia y control de las instituciones locales y nacionales.

Sin embargo, frecuentemente se insiste en que los mexicanos somos apáticos, que nos cuesta trabajo participar en las responsabilidades políticas y democráticas del país. Por ejemplo, para las elecciones de este 1 de julio más de 3.5 millones de ciudadanos sorteados para ser funcionarios de casilla (una enorme responsabilidad para vigilar la transparencia electoral) rechazaron participar con esta responsabilidad, representan más del 50% de las personas a las que se invitó a hacerse cargo de esta indispensable tarea democrática.

Hay que señalar que, a diferencia de muchos países, en México el voto es una obligación y nuestro país registra el mayor abstencionismo electoral de entre los países donde este ejercicio ciudadano está mandatado por su constitución. Además, cada año un buen porcentaje de las todas las posiciones de administración pública por designación ejecutiva suelen caer en manos de apenas un puñado de apellidos y familias bien conocidas por cada localidad (algunas desde hace más de 6 décadas); es decir, mucha de la crítica a la llamada ‘clase política’ se hace casi siempre desde el nulo involucramiento ciudadano.

Insistir en una mayor participación ante los deberes ciudadanos no es tema baladí, menos cuando las búsquedas más comunes en Internet sobre procesos electorales son: “¿Cuánto pagan por ser funcionario de casilla?” y “¿Cuánto gana un diputado?”. Es decir: pareciera que la gran mayoría de los mexicanos desea comprometerse en las responsabilidades sociales sólo tras la perspectiva de remuneración económica y no desde la ética-política-ideal a favor de una democracia “de valores”, en pos del mayor bien posible y del siempre deseado bien común.

El deber ciudadano no es un acto heroico en sí, no requiere ni fuerza sobre humana ni extrema inteligencia -incluso ni siquiera inteligencia humana ‘promedio’ como largas generaciones de políticos nos lo han demostrado-; es más, a pesar de que se realice bajo generosa entrega, radical honestidad y constante sacrificio, el cumplir con “el deber ciudadano” ni siguiera dota a la persona de un aura inmaculada ante las críticas de la sociedad, todo lo contrario lo invita a expresar la mayor humildad y resiliencia ante la historia democrática pasada y futura del pueblo al que ha servido. 

El “deber ciudadano”, considero, es más una oportunidad que una obligación. Es la posibilidad de inclinarse en los abismos de nuestra convivencia social, de compartir tanto las alegrías como las amarguras de nuestros sistemas democráticos y regímenes políticos; pero si aún no lo convenzo, retomo lo escrito por Eduardo Mendoza luego de reconocer que no supo qué contestar a la reportera que le inquirió: “¿Usted, por qué vota?” El escritor se llenó de vergüenza al no poder responder de inmediato a la prensa; pero luego, en la tranquilidad de su casa -suponemos-, reflexionó: “Entonces, ¿por qué había ido a votar? Porque todavía me conmueve votar con la gente de mi barrio un domingo soleado por la mañana; y porque una desconfianza última me lleva a pensar que si luego las cosas se tuercen por culpa de quien sea, me quedará el consuelo de saber que yo sí he cumplido”.

[La opinión refleja el punto de vista del autor y no necesariamente el de Siete24.mx]

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