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“Ante un recién nacido, incluso el corazón más duro se conmueve y se llena de ternura”: Papa Francisco

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Vaticano.— En una emotiva homilía celebrada en la explanada de Taci Tolu, a las afueras de Dili, el Papa Francisco instó a más de 600 mil fieles a no temer hacerse pequeños ante Dios y los demás. “Haciéndonos niños permitimos la acción de Dios en nosotros”, subrayó el Pontífice, quien destacó la importancia de la humildad y la pureza en la vida cristiana.

El Papa Francisco recordó que “Dios se hace niño, no sólo para asombrarnos y conmovernos, sino para abrirnos al amor del Padre y dejarnos modelar por Él”. Esta reflexión fue especialmente resonante en un país como Timor Oriental, cuya población es mayoritariamente joven. “La presencia de tanta juventud y de tantos niños es un don inmenso, que renueva constantemente nuestra energía y nuestra vida”, afirmó el Papa, señalando la vitalidad palpable del país.

Durante la homilía, el Papa Francisco citó al profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”, destacando la simplicidad y pureza que trae consigo el nacimiento de un hijo.

“Ante un recién nacido, incluso el corazón más duro se conmueve y se llena de ternura”, reflexionó.

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En ese sentido, Francisco explicó que la cercanía de Dios se revela a través de un niño, cuya presencia tiene el poder de sanar heridas y reconciliar diferencias.

El Papa subrayó la importancia de “hacerse pequeño” para permitir la acción de Dios, recordando el ejemplo de la Virgen María. “María eligió permanecer pequeña toda su vida, sirviendo, rezando, desapareciendo para dejar espacio a Jesús”, expresó, invitando a los presentes a no temer “perder la vida” y revisar sus propios planes en aras de un bien mayor.

El Pontífice también resaltó dos joyas tradicionales de Timor Oriental, el Kaibauk y el Belak, como símbolos del poder divino y la ternura maternal. El Kaibauk, con su representación de los cuernos del búfalo y la luz del sol, evoca el poder de Dios como fuente de vida, mientras que el Belak, llevado en el pecho, representa la fertilidad y dulzura que ilumina con la luz de Dios. “Estas joyas nos recuerdan que todos podemos cooperar en el gran designio de redención”, explicó Francisco.

El Papa concluyó su homilía con una llamada a la esperanza y la paz. Hizo un cariñoso guiño a los niños de Timor Oriental, destacando que “un pueblo que enseña a sus hijos a sonreír y a amar es un pueblo que mira al futuro”. Además, advirtió en tono jocoso sobre “los cocodrilos que quieren cambiar la cultura y la historia”, instando a los timorenses a proteger su identidad y su memoria histórica.

Francisco cerró su discurso entre aplausos, invitando a los presentes a reflejar en el mundo “la luz fuerte y tierna del Dios del amor”, y a continuar mirando hacia el futuro con esperanza y alegría.

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ebv

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