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Chedraoui, la finalidad de un icono jerárquico

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México.— Conocí al arzobispo Antonio Chedraoui Tannous gracias al fotógrafo David Ross; para él, uno de los mejores retratos que había realizado con su famosa técnica de “fundido al negro” había sido al titular de la iglesia ortodoxa de Antioquía en México, Venezuela, Centroamérica y el Caribe. Más que una fotografía parecía un icono lleno de símbolos de poder: el arzobispo en rason  y epanókamelaukion negros (sobretodo y tocado) luciendo el stauros pectoral y la panaguia bajo sendas cadenas de oro y remates de rubí, empuñando con severidad un tremendo kazranion (báculo) mientras sonríe con gentileza, casi condescendiente.

El arzobispo metropolita Antonio Chedraoui destilaba jerarquía por los cuatro costados; su servicio a la iglesia antioqueña lo resume claramente la nota de su fallecimiento divulgada este 14 de junio: “Ha tenido relaciones con la mayoría de los Presidentes de la República del Líbano desde 1950 hasta la fecha. Y se ha entrevistado con diversos Jefes de Estado, como los Reyes de Grecia, Pablo y Federica, y los Presidentes de Venezuela, Argentina, Brasil y Chile. Se le ha considerado como uno de los líderes más destacados de la Colonia Libanesa en México y de las demás Colonias Árabes. Ha tenido el privilegio de contar con la amistad de varios Presidentes de la República Mexicana, desde el Lic. Gustavo Díaz Ordaz hasta el actual Presidente, Lic. Vicente Fox Quesada (sic); además de contar con el aprecio y la amistad de diversos Secretarios de Estado, de líderes religiosos de diversas Iglesias, así como también de los líderes políticos mexicanos y de la iniciativa privada”.

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Para los medios de comunicación y la clase política, el arzobispo Chedraoui se reducía al día de san Antonio Abad, su cumpleaños y onomástico; a una solemne ceremonia de tremenda pompa bizantina y una frugal recepción donde convergían los políticos de moda y los poderosos líderes transexenales. Hay que mencionar que desde 1966, Chedraoui fue obispo vicario patriarcal para todas las comunidades católicas ortodoxas antioquenas de México, Venezuela, Centroamérica y el Caribe (la región fue elevada a dignidad archiepiscopal y, por tanto, desde 1996, Chedraoui fue el primer arzobispo metropolitano).

Pero el trabajo del arzobispo tenía efecto en cada comunidad que presidía, fuera en México, Martinica, Guatemala, Honduras o Venezuela. Tan solo en Guatemala, la única institución privada que continúa proveyendo hogar, educación y capacitación laboral a niños huérfanos (hijos y nietos del conflicto armado) es el albergue Rafael Ayub, de las monjas católicas ortodoxas antioqueñas quienes, bajo el amparo de la enorme figura de Antonio Chedraoui, han resistido el embate de los gobiernos que han centralizado los orfanatos con el riesgo de que terminen administrados por la desquiciada corrupción que reina en aquel país.

El legado de Chedraoui, la finalidad de ese estilo de gobierno soportado en esa retórica de poder, ha sido  la visibilización de una iglesia ortodoxa con presencia muy limitada en comunidades pequeñas y dispersas en el continente pero cuya cooperación económica y subsidiaria es muy generosa y que hace que sus servicios de asistencia humanitaria sean altamente reconocidos por la sociedad y los gobiernos latinoamericanos.

Aunque pequeña, la iglesia ortodoxa antioqueña –una breve porción de la pujante comunidad libanesa en México- se ha abierto paso en la conversación política, económica y social en el país. Hoy, la comunidad Ortodoxa se concentra en la catedral de San Jorge ubicada en la ciudad de México; y en su área metropolitana, la magnífica y esplendorosa catedral de San Pedro y San Pablo ubicada en Huixquilucan, Estado de México. Además, los monjes presbíteros, diáconos y archimandritas se congregan en el Monasterio de San Antonio el Grande, Jilotepec; en Yucatán llevan la parroquia de la Dormición de la Virgen y en Tijuana, la misión ortodoxa se denomina Proyecto México.

Chedraoui será recordado como el icono jerárquico de la iglesia antioqueña lationoamericana por antonomasia. Un hombre que provino de una familia humilde avecindada en Trípoli, Líbano, como confesó al periodista Mario Alberto Mejía: “Yo lo digo con orgullo, nací en una familia pobre. Estudié en escuelas de gobierno, que hoy muchos creen que es algo malo. Después, cambié al seminario; a los 13 años me fui al seminario y ahí me incliné hacia la vida sacerdotal. Padecer carencias fue algo muy importante en mi vida y muchos hermanos que estuvimos juntos en el sacerdocio también recuerdan esos días, no recuerdan los días de hoy, donde tenemos más lujos. Aquellos días nos hicieron hombres para poder manejar una sociedad”.

@monroyfelipe

AGP

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