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¿Cuándo dejaremos de caer en ese triunfalismo ramplón, carente de todo sustento que tanto nos gusta y seduce?

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Para no ir tan atrás en el tiempo, ubiquémonos en el año 1934, al mero principio del sexenio del General Lázaro Cárdenas.

A partir de ese día, la comunicación política oficial dio un vuelco el cual, aún hoy, marca el contenido y las formas de comunicarse de nuestros gobiernos -en los tres órdenes-, con los ciudadanos y la población en general.

Los gobiernos anteriores a esa fecha -1 de diciembre de 1934-, no es que no mintieran púes lo hacían bien y bonito, sino que lo hacían de una manera a veces desparpajada, sin un método claro y por supuesto, sin pretender obtener lo que nuestros políticos obtienen hoy con la mentira permanente y sistemática.

A la mentira, hay que decirlo, se le debió aderezar el triunfalismo sin sustento; esa forma de decir medias verdades o, tratar de disfrazar las mentiras para que se vieran como verdades.

Después, en la misma medida que las mentiras y el triunfalismo no eran lo suficientemente creíbles ante los ojos del ciudadano, hubo que dar el siguiente paso: Tomar los anuncios como hechos consumados.

En los días que corren, esto último es lo que marca la comunicación de este gobierno. Es más, desde el día uno, se decidió privilegiar el anuncio en detrimento de los hechos, de los logros alcanzados.

El fundamento de esta forma de comunicar, no es otro que: ¡Anuncia, que algo queda!

Ejemplos de esta forma de comunicar, sobran; sin embargo, incluso por encima de la experiencia más o menos reciente -cuando fue aprobada la Reforma Energética-, tenemos la asignación de ocho bloques en el Golfo de México hace unos cuantos días.

Leer o escuchar o las más de las veces, simplemente oír las declaraciones de altos funcionarios en relación con aquel tema, es de pena ajena. El que menos, habla de cientos de miles de empleos, decenas de miles de millones de dólares y la extracción de casi un millón de barriles diarios de petróleo.

Los otros, que son los más, le adjudican a la decisión de asignar ocho bloques, poderes mágicos que podríamos resumir así: México y con él, PEMEX, están salvados.

Los inversionistas regresan al redil y compraron, de inmediato, $5 mil millones de dólares en bonos que emitió PEMEX y, como no queriendo la cosa, nuestros funcionarios afirman que aquéllos, que todavía ayer se alejaban de PEMEX y le pintaban cruces, hoy son conversos y alaban, no únicamente a la supuesta empresa productiva del Estado, sino al gobierno que ha hecho posible tal milagro: Convertir a los incrédulos.

¿Cuál es la verdad? Usted ya la sabe, y la sabe muy bien. Sin embargo, la repito:

Pemex está quebrada y, es más, es una entidad insalvable.

Los beneficios de la asignación realizada -dólares, empleos y barriles de petróleo-, de llegar, tardarían cuando memos, de ocho a diez años.

Lo demás, demagogia y muestra de una comunicación que, como dije, a la mentira y el triunfalismo, debió agregar la adoración del anuncio.

Ya lo verá usted.

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