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Cuidado, nuestros problemas no han desaparecido, y menos sido resueltos

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De repente, lo que venía manifestándose de manera soterrada durante meses, estalló incontenible: La campaña presidencial del año próximo, aparece ante nosotros rozagante, vivita y coleando.

Es tan fuerte y clara su presencia en la escena política nacional que, permítame por favor el exceso, incluso los ciegos la ven.

¡Fuera caretas!, parecen gritar desaforados quienes tienen puestos sus intereses en aquélla, y en un muy lejano segundo lugar los problemas e intereses generales del país.

Hoy, aceptémoslo con la debida seriedad, la campaña ya está aquí; pretender siquiera ignorarla sería, además de una gran ingenuidad, y causaría un daño para el país, y para su gobernabilidad y la buena marcha de la economía.

Incluso una persona reputada de seria, y de una dignidad personal encomiable, hace dos días -el domingo para ser más precisos-, apareció en Toluca -junto con el muy independiente durante sus ochos años de Rector de la UNAM, José Narro-, en un nuevo papel el cual, desconozco si se encuentra entre las funciones prioritarias del Secretario de Hacienda.

Feliz y contento se les vio a ambos, en su nuevo y activo papel: Matraqueros al viejo estilo. Vaya forma de exhibir -de ambos-, un servilismo y una obsecuencia ante el poderoso en turno que, reconozco mi error, jamás imaginé que tenían.

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Al respecto, alguien me comentó, si personas como ellos andaban lanzando porras al más viejo y acedo estilo del partido en el poder, ¿qué esperar de otras, cuya reputación, casi desde siempre, jamás ha levantado un centímetro del suelo?

¿A qué se debe esa propensión tan profundamente arraigada en nuestro quehacer político, a destrozar prestigios y obligar a funcionarios útiles para la gobernación, al obligarlos a servir de comparsas de políticos mediocres y desprestigiados?

Entiendo, conozco bien ese ambiente, que a nadie obligan a actuar en contra de sus principios los cuales, debemos decirlo, defenderlos -al menos en este país-, resulta caro para algunos. De ahí que afirme, que cada uno de nosotros pone el precio que estime conveniente, a su disposición a servir de tapete a políticos impresentables.

La pregunta que queda, al ver a Meade y Narro, es simple: ¿Vale la pena el descrédito? ¿Vale la pena lo que piensan obtener, al tirar por el caño un prestigio de años?

Por eso digo, cada uno se pone el precio al cual está dispuesto a venderse.

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Sí, no hay duda, ¡pobre México! Además, para complicar más lo ya complicado, nuestros problemas ahí siguen, sin solución, y sin el menor interés por enfrentarlos.

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