¿Está molesto o contento por los resultados de ayer?

¿Emitió su voto ayer domingo? ¿Ganó o perdió su, o sus candidatos?

¿Acaso la victoria lo puso contento y la derrota, molesto?

De ser así, lo digo con respeto a usted y a los que mantengan la misma posición, no entiende lo que es la democracia.

No hay argumento alguno para sostener que en una democracia, mis candidatos a los que entrego mi voto, deban ganar, siempre. Las derrotas de algunos de ellos se deberán, por ejemplo, a que los que les dieron su voto al victorioso, fueron más que ustedes; también, ¿por qué no?, a que el que obtuvo la victoria, a juicio de los electores que el día de la elección salieron a votar, consideraron que era mejor candidato que el suyo.

Y así por el estilo podrían seguir las explicaciones, de por qué unos candidatos ganan y otros pierden. Lo que importa, al final del día en toda democracia, es que de eso se trata, de que no haya certidumbres totales en la victoria permanente de nuestros favoritos o a la inversa, la derrota permanente.

En consecuencia, ¿por qué molestarse, o por qué alegrase? El cumplimiento de un deber cívico como es emitir nuestro voto, en modo alguno es razón de molestia o alegría; la única alegría permitida y justa en la democracia, es la posibilidad de poder votar en paz por aquél o aquéllos que uno considerare como los mejores candidatos.

Por lo anterior le pido, alégrese por poder ejercer ese derecho central y determinante de la democracia: Votar en paz.

¿Qué piensa que sucederá con la gobernación que ejercerán los que obtuvieron la victoria? ¿Y qué con los legisladores locales elegidos ayer? ¿En verdad espera usted de todos ellos -en el ámbito de sus responsabilidades-, una actuación que vendría a sacudir lo que hemos construido?

En la democracia como en palacio, las cosas van despacio.

Lo más probable es que lo que suceda, sería algo más razonable: Más de lo mismo y, si gobernantes y legisladores entendieren las causas de nuestros problemas estructurales, buscaren elaborar alguna iniciativa de cierta trascendencia -en relación con aquéllos-.

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De ahí en fuera, más de lo mismo.

Por último, le preguntaría: Con estos ciudadanos que hemos formado, ¿quién en su sano juicio esperaría algo que fuere más allá, de más de lo mismo?

Dejemos los suelos para otra cosa; en la política y la gobernación, los sueños están dominados y bien limitados por la realidad, tanto de lo que son los ciudadanos como ce lo que es la clase política.

Por eso le pido, con ánimo optimista, regresemos todos a seguir persiguiendo, cotidianamente, la hoy inasible chuleta.

Deje a los políticos y los que les hacen coro, seguir con su vida casi parasitaria la cual, duele decirlo, seguirá viva mientras decenas de millones de electores lo sigan permitiendo y estimulando, con la entrega acrítica y ciega de su voto.

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Bienvenidos todos, de vuelta a la pesadilla.

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