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Obispos de México: Entre la planeación y las definiciones
Entre las ideas más bellas de Mahatma Gandhi se encuentra una frase tan breve como contundente: “Las acciones expresan prioridades”. No hay mucho que agregar a tal enunciación pero sí hay que señalar que exige reflexionar los actos que cotidianamente realizamos, los que realmente podemos hacer y los hacemos; y en los aquellos que creemos que podemos hacer, que anunciamos que haremos y que terminamos dejándolos dormir el sueño de los justos escritos en una planeación estratégica para algún momento de esta vida o la siguiente.
Traigo a cuento esto porque la próxima semana, del 25 al 28 de abril, los obispos mexicanos se reunirán para su tradicional asamblea plenaria semestral en la que abordan buena parte de la reflexión que habrá de dar sentido al caminar de sus iglesias diocesanas a lo largo de la República.
En la última reunión fue aprobado un plan estratégico integral y pastoral con horizonte al 2033 –el esperado Año de la Redención, pues se cumplirían dos milenios de historia humana desde la Resurrección de Jesucristo-; sin embargo, es claro que, para la media de los obispos mexicanos en activo, tal fecha la recibirán más allá del advenimiento de su propia Pascua Eterna.
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Esta realidad, empero, no amilana a la Conferencia del Episcopado Mexicano la cual no quiere esperar al ‘cuarto para las doce’ para cumplir con lo planeado. Es por ello que en esta 103° Asamblea Plenaria tiene la encomienda de poner acción en los temas que obligatoriamente deben ser atendidos, para que la marcha hacia el 2033 no corra riesgos.
Uno de ellos: Decidir la actitud que hay que tomar ante la paulatina pérdida de fieles católicos en México.
Un tema que ya aflige a varias diócesis del país pues afecta mediante otros fenómenos adjuntos como la subutilización de grandes seminarios de formación y casas religiosas, los cuales requieren cada vez mayores esfuerzos económicos para su mantenimiento; la progresiva dificultad que tienen los obispos para la restitución de sacerdotes en parroquias, algunas de las cuales deben dejarse bajo la administración de religiosas, laicos y asociaciones comunitarias; y la proliferación de casos de “falsos sacerdotes” que aprovechan la ausencia de ministros legal y legítimamente ordenados en las realidades humanas más apremiantes para su fe como es la muerte, la enfermedad, la migración, la incertidumbre laboral, etcétera.
Otra de las prioridades es reflexionar –y en su caso, modificar- el estilo relacional que se ha mantenido con las autoridades civiles; pues los más recientes eventos políticos han dejado más que evidente el grado de descomposición sistémica y normalizada entre la clase política.
A lo largo del país se multiplican los alcaldes, gobernadores y diversos funcionarios de la federación señalados por actos de corrupción, que se encuentran prófugos de la justicia o que son procesados en tribunales; los hay amparados bajo los fueros de la República y los que utilizan precisamente sus redes de influencia para eludir las sanciones que merecen. En el mismo documento del año 2000, los obispos afirmaban que “la autoridad pública es, ante todo, una autoridad moral” y que, por ello mismo era preciso mejorar la relación y el diálogo entre la Iglesia y el gobierno para favorecer acuerdos necesarios para la población. El diálogo, sin embargo, no obliga a la connivencia; ni los acuerdos implican complicidad. No importa cuán anhelados, históricos o sugerentes parezcan los actos religiosos de autoridades públicas para que en su nombre o por sus facultades den ejemplo de fe a toda su jurisdicción; nada de ello es deseable si están soportados en ficciones, simulaciones o el cálculo de rentabilidad política.
Es algo que es oportuno dialogar a profundidad entre los obispos del Estado de México, de Coahuila y Nayarit en medio de las campañas políticas que viven; es preciso que se plantee un nuevo modelo de relación institucional para las diócesis en los estados de Veracruz, Michoacán, Guerrero y Tamaulipas cuya descomposición política las obliga a una mayor altura moral y solidaria con el pueblo; y, finalmente, urgen definiciones muy claras para apoyar a los obispos en Morelos, Ciudad de México o Campeche, donde los conflictos con el poder pueden desviar la atención de lo verdaderamente urgente.
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Es por ello que el último tema prioritario, que exige decisiones y acciones inmediatas, pasa por la unidad al interior del episcopado. Esto no por las irreflexivas suposiciones que algunos analistas religiosos describen sobre “bandos contrarios”, “clubes excluyentes” o “guerras intestinas” entre los obispos de México; sino por la actitud –nuevamente la actitud- que es preciso tomar ante el camino que la iglesia católica advierte en el horizonte de las próximas décadas, ante las nuevas formas y el fondo de la misión evangelizadora que buscan realizar en una sociedad que, como nunca antes, ya no depende de ningún modelo jerárquico para obtener las respuestas a sus inquietudes ni el consuelo para sus aflicciones.
“La misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y, con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes… sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo”, les dijo el Papa Francisco apenas hace un año.
“Las acciones expresan prioridades” y para el pontífice Bergoglio, la prioridad en la iglesia católica es la reforma de las actitudes. Algo que el cardenal arzobispo de Guadalajara y presidente de la CEM, Francisco Robles Ortega, parece comprender y adelantar con este mensaje: “Cada uno lleva un sufrimiento personal en la vida. Pero, al mismo tiempo, somos testigos de tanto sufrimiento en la vida de los demás, de tantos inocentes, enfermos, abandonados, víctimas de la violencia… Ya es hora de que muramos a nuestra soberbia, enojo, deseo de venganza, a todo aquello que mata en nosotros el amor de Dios y el amor a los demás”.
@monroyfelipe
refm