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Pobre democracia, pobre México

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A 17 años de distancia, ¿en qué ha beneficiado la democracia al mexicano?.

Al ciudadano “de a pie”,  a ese que se levanta de madrugada para ir a trabajar y tratar de darle a su familia lo necesario para su sobrevivencia, ¿qué oportunidades le ha dado?

En 1986 Enrique Krauze publicó su libro “Una democracia sin adjetivos”. Hoy a 21 años de distancia de ese acontecimiento editorial, lo que podemos decir de nuestra democracia es que sigue teniendo adjetivos. Quizá el más cercano a la realidad es que sustituimos el concepto de “México dictadura perfecta”, como la calificó Mario Vargas Llosa en un coloquio de intelectuales en 1990, por lo que es hoy: una “pobre democracia” o quizá “paupérrima democracia”, o “simulación de democracia”.

De nada nos sirve a los ciudadanos poder votar si lo único para lo que ésto ha servido es para legitimar gandallas que llegan a gobernar en su propio beneficio y el de sus familias y aún así “no pasa nada”.

Nuestra pobre democracia ha servido sólo para legitimar las ambiciones personales de los políticos. De este modo se escudan en que nosotros los escogimos en una elección y entonces debemos avalar lo que ellos hagan. O sea, la culpa no es del político corrupto, sino de quien votó por él, que somos nosotros. Por eso se justifica el cinismo de muchos de ellos.

En esta pobre democracia la percepción de corrupción se ha incrementado, pues ahora son más los que se sienten con el derecho de tener su oportunidad de enriquecerse. La democracia ha sido percibida como una rotación; la oportunidad de quitar a los que hoy están para que nos dejen su lugar a nosotros. Esto es lo que pomposamente se denomina alternancia, o sea que se comparta con otros equipos políticos el banquete.

También ha servido nuestra “pobre democracia” para crear una infraestructura electoral sumamente onerosa y cara, incapaz de justificar su alto costo.

Los paladines de lo que es hoy la “democracia a la mexicana” se han convertido en una clase social  de elite, como lo muestran los salarios de los magistrados del Tribunal Electoral de la Federación, o sea el TRIFE,  que ganan el doble del salario asignado al  presidente de la república.  Estos magistrados se han erigido en los garantes de una “democracia cuentavotos”, que sería otro de los adjetivos.

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Tenemos una democracia “de apariencia”, (otro adjetivo), que sólo se dedica a contar y generar votos pero que ha sido incapaz de permear hacia la construcción de un modelo de país más justo, donde el estado de derecho y la legalidad se conviertan en una realidad cotidiana en beneficio “de la gente”, independientemente de su condición social, educativa o cualquier otra consideración.

Hoy vemos que la auténtica democracia en México empieza a percibirse que vive en las redes sociales, donde la gente interactúa al “tú por tú”. Sin embargo, mientras el dinero que se destina para salvaguardar “la democracia” se reparta sólo entre la clase política y de este modo esta elite tenga la capacidad de manipular las necesidades esenciales de la gente, regalando despensas, promesas de trabajo o comprando votos con dinero, el grupo en el poder tendrá el control e impondrá su voluntad a los ciudadanos.

La paupérrima democracia de México, en la cual el “voto” lo es todo, ha impactado nuestra vida política de forma tal que los funcionarios públicos evitan tomar decisiones que puedan tener consecuencias negativas en su carrera política, perdiendo votos para el nuevo cargo al que aspiran. Por ello no toman la mejor decisión para el beneficio colectivo, sino aquella que menos impacta negativamente en sus aspiraciones políticas, o la que es más rentable electoralmente.

¿Esa es la democracia de verdad, o la democracia electorera que nos merecemos?.
Consideremos que la democracia de verdad es mucho más que elecciones. Es un modo de vida cotidiano donde el ciudadano piensa que lo que es bueno para el país, es bueno para él y su familia y por tanto, decide no tomar ventajas personales que puedan impactar negativamente a su país a corto, mediano o largo plazo.

La democracia de verdad se vive cotidianamente y no sólo en las elecciones.
Estamos frente a dos elecciones importantes. Una de tipo local, en algunos estados de la república y el año próximo la contienda presidencial.

Debemos vigilar que las viejas prácticas electorales, donde la alquimia fabrica votos y compra conciencias, no pueda operar.

Si no se neutralizan estos vicios electorales, no habrá forma de cambiar el rumbo del país.

No olvidemos que Hugo Chávez llegó al poder a través de ganar una elección y después se eternizó en la presidencia de su país hasta que la muerte lo destituyó. El mismo Adolfo Hitler llegó a gobernar Alemania también después de ganar una elección.

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Sin embargo, la legitimidad de la llegada de ambos no garantizó que sus países tuviesen una vida democrática bajo su mandato.

La democracia no se agota con el voto, sino que inicia a partir de una elección e impacta la vida cotidiana. Ese paso aún no hemos logrado darlo en México.

¿Será que hay un sentimiento generalizado de decepción por la pobre democracia que tenemos en México?.

¿Usted qué opina?

Ricardo Homs
experto en liderazgo social y marketing político
@homsricardo

*Las ideas expresadas por el autor no reflejan necesariamente las opiniones de Siete24.mx

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