Análisis y Opinión

Adultos mayores, frente al abandono y rechazo

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Por Selina Haidé Avante Juárez

Del conjunto de normas y principios de carácter internacional que reconoce los derechos humanos, que implícitamente están en nuestra Constitución Federal y en los Tratados Internacionales, es imprescindible destacar por su importancia la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores aprobada el 15 de junio de 2015 por la Organización de Estados Americanos (OEA), como un importante instrumento de protección dirigido a este grupo que se materializa en la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores, incluso, a través de instituciones establecidas como el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM), el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF) apoyados por las Comisiones Nacionales y Estatales de Derechos Humanos.

Los derechos sustanciales que se pueden desprender de todos estos ordenamientos, se plasman en igualdad y no discriminación por razones de edad; una vida digna con independencia y autonomía; seguridad con una vida sin violencia, sin tratos crueles, inhumanos o degradantes; acceso a servicios de salud, al cuidado a largo plazo, libertad de expresión, privacidad e intimidad; así como al trabajo, educación y esparcimiento. Por si fuera poco, existen grupos más vulnerables como los adultos mayores indígenas, analfabetos o incluso discapacitados física o mentalmente.

En 2015 el INEGI reportó un incremento significativo en la cantidad de adultos mayores y de acuerdo con estudios del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), la edad una de las variables que genera mayor discriminación; es decir, ser adulto mayor es, en sí mismo un estigma para ser discriminado. Adicionalmente, la realidad de los Derechos Humanos de los adultos mayores es todavía mucho más cruda y dramática.

En efecto, la realidad de las personas a quien también se les denomina de “la tercera edad”, se enfrenta a una problemática multifactorial aterradora.

En primer lugar, están los problemas que tienen que ver con la dignidad humana. Para entender esto, es preciso reconocer que la vejez conlleva limitaciones inherentes que hacen más difícil la vida de una persona. Por consecuencia natural, un ser humano de este grupo etario verá disminuidos sus reflejos, sentidos, la rapidez de su marcha e incluso su capacidad de pensamiento y respuesta; desde luego impactando en su calidad de vida. Por muy independiente y autónomo que quiera ser, llegará el momento en que forzosamente necesitará de otros para desarrollarse y sobrevivir.

En este contexto, la realidad del mundo y de nuestro país en particular, es que vivimos a prisa todo el tiempo y sobrecargados de responsabilidades, incluso con muy poco tiempo para dedicarlo a la familia, principalmente a los hijos. Por lo que se vuelve más complejo cuidar de los adultos mayores, más aún, pedir a un familiar se tome tiempo, dinero y esfuerzo para cuidarlos. A pesar de que, en la mayoría de los casos, estos adultos dedicaron su vida, tiempo y dinero a cuidar a estas nuevas generaciones que hoy por diversos motivos los abandonan emocional y afectivamente. En el mejor de los casos, sólo los apoyan económicamente, por lo que los hace sentir como una carga para sus seres queridos.

De igual manera, son vistos como de segunda en el acceso a la salud, la educación y el trabajo, pues su fuerza física es casi nula y dejan de ser útiles para una sociedad materialistas y utilitaristas.

Así, la protección de sus derechos básicos es sólo una ilusión pues en la realidad no hay condiciones de salud, nutrición, vivienda y sobre todo de desarrollo integral digno que les permitan ser parte de la sociedad. Sin considerar que muchos son víctimas de maltrato, violencia y que son amenazados, por lo que ni siquiera se atreven a denunciar a sus agresores que, en el mayor de los casos, son sus hijos o familiares cercanos; padeciendo así desnutrición, abandono, soledad y depresión.

Es importante crear políticas públicas de supervisión, apoyo y erradicar la cultura de seres humanos “desechables por edad”, pues quienes son capaces de sentir agradecimiento por estos valiosos seres humanos, llenos de vivencias y experiencia, podrán aprender del pasado para prever el futuro y más aún, reconocer que la gratitud es la primera y más grande virtud de quien pretende crear una sociedad más justa.

Así, los ciudadanos de la tercera edad deben ser reconocidos como gente totalmente valiosa y digna de respeto y admiración, pero sobre todo de reconocimiento social y afectivo. Hagamos vivos sus derechos, porque si somos afortunados, un día todos seremos adultos mayores.

“Entre la niñez y la vejez existe un instante llamado vida”
Selina Haidé Avante Juárez

Magistrada del Segundo Tribunal Colegiado de Circuito del Centro Auxiliar Cuarta Región, Xalapa, Veracruz.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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