Análisis y Opinión

Combatiendo plagas

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En 2003, la Revista Chilena de Infectología publicó un curioso ensayo del médico microbiólogo e infectólogo Walter Ledermann Dehnhardt (famoso por su libro de divulgación ‘Una historia personal de las bacterias’) sobre las plagas de Milán y las acciones promovidas por san Carlos Borromeo en el siglo XVI, así como el actuar de su primo, el cardenal Federico Borromeo, en el siglo XVII.

San Carlos, cardenal arzobispo de Milán, se dedicó en cuerpo y alma a la organización de caridad sanitaria y la atención espiritual cristiana durante la peste que asoló la ciudad de 1576 a 1578. Dice su biografía que “ante la ausencia de las autoridades locales, organizó los servicios sanitarios, fundó y renovó lazaretos [hospitales más o menos aislados donde se tratan enfermedades infecciosas], consiguió dinero y víveres… además decretó medidas preventivas”.

A san Carlos se le recuerda especialmente por sus gestos para socorrer espiritualmente a los enfermos, a dar cristiana sepultura a los cadáveres de la peste y a administrar los sacramentos entre el pueblo. Incluso convocó a tres procesiones de penitencia en medio del miedo y la ignorancia que abundaba en la población de aquella época.

Pero la peste volvió a una Milán en disputa cincuenta años más tarde. No importó que los médicos advirtieran a las autoridades el riesgo de transmisión y sugirieran medidas preventivas; prevalecieron los intereses políticos y la fascinación por el destino sucesorio de la guerra; y lo peor, se abrió espacio al pensamiento del vulgo, a sus miedos y supercherías. La historia revela que la peste entró en 1628 por medio de un ambicioso mercader que quiso sacar ganancia comercial de la vestimenta de soldados invasores y que las autoridades minimizaron los contagios por temor a perder sus precarios fueros.

Sin embargo, la verdadera catástrofe llegó de la mano del miedo y la xenofobia del pueblo. Nacido entre la más abyecta ignorancia, el rumor de que ciertos ‘untadores’ iban de aquí a allá por la ciudad contagiando de peste a los inocentes a través de un fétido ungüento provocó actos irracionales y peligrosos entre la población. A partir de allí se hizo de todo, incluso se expuso el cadáver de san Carlos para que la población pidiera -como décadas atrás- el fin de la peste; se encarceló a inocentes, se torturó a extranjeros, se despojó a enfermos y se olvidó a los necesitados.

La única autoridad en Milán que comprendió el panorama fue el cardenal arzobispo Federico Borromeo. Entregó los lazaretos a los frailes capuchinos cuyos heroicos religiosos y sacerdotes recogían cadáveres para purificar casas y calles, cavaban fosas con devoción, visitaban a enfermos, recorrían la ciudad llevando víveres y auxilio espiritual. Ocho de cada nueve de estos frailes murieron por estar en la primera línea de funciones terapéuticas y de enfermería. El propio cardenal Federico permaneció en la ciudad, al pie del drama que padecían sus fieles. Las fuentes históricas aseguran que visitaba enfermos, recorría las calles con los sagrados viáticos, exhortaba al clero a hacer lo mismo en los lazaretos y en las casas marcadas con la peste, finalmente seleccionó a frailes para enviarlos de dos en dos para socorrer con víveres y paz a los hogares donde lo único que había para comer era pánico. Federico, dice Ledermann, socorrió generosamente de su bolsillo a la ciudad entera “mantuvo su puerta y su bolsa abierta a todos”.

A la luz de esta historia es claro que la humanidad ha avanzado a pasos agigantados en la ciencia, en el conocimiento real de los males y las medidas de prevención sanitaria. Pero la historia no sólo nos debe dar tranquilidad por el avance científico y biomédico; también debe inquietarnos sobre los errores del pasado que, por desgracia, vemos que hoy se siguen cometiendo o que por lo menos estamos tentados a seguir: que prevalezcan los mezquinos intereses del mercado o de la política en medio de alertas de infección epidémica es un error y que la población se deje llevar por el chismerío ignorante y fatalista del vulgo es altamente alarmante.

Aunque también esta historia nos muestra una cara de humanidad que nos vendría bien asimilar: La acción humanitaria y caritativa con los más desaventajados es una responsabilidad irrenunciable de los liderazgos sociales, tanto como el mantener la calma y no propagar murmuraciones fantasiosas es imprescindible entre la gente. La ciencia nos ha regalado asombrosas ventajas frente las pandemias del siglo XXI, por desgracia no serán suficientes para evitar las tragedias que provoquen nuestros miedos y egoísmos. En conciencia, ¿está usted actuando correctamente frente a la emergencia del COVID-19?

Felipe Monroy, Director VC Noticias

@monroyfelipe

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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