Análisis y Opinión

Don Sergio Salvador Aguirre Anguiano

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En mi columna anterior recordaba una frase célebre de Don Sergio Salvador Aguirre Anguiano, respecto del papel del Juzgador:

“Las personas que presionan en realidad no saben de lo que estamos hechos…Por cumplir nuestras encomiendas no pagamos costo político, estamos prestos a desahogarlas sin ideologización ni politización partidista, sino simplemente conforme a nuestra convicción, imparcialmente, sin estridencias, tal como está previsto en la Constitución, sin preocupaciones de otras políticas”.

…una de tantas que dejó en las sesiones del Alto Tribunal y de las que afortunadamente se mantienen registros audiovisuales. Hoy, muy temprano por la mañana, Don Sergio partió de este mundo; dejando detrás de él, un legado que lo mantendrá vivo y vigente por generaciones.

Hoy, el Ministro es capaz de generar consensos, aún en muy variados interlocutores. Sus pares, colegas, colaboradores, magistrados, jueces, actores políticos, religiosos, académicos, apasionados del Derecho hablan al unísono de su congruencia, de su rectitud, de su agudeza mental, de su rico lenguaje, de su pensamiento conservador (palabra que en el escenario actual parece un insulto, pero que en el caso, se refiere a la defensa de valores tradicionales en temas como la vida y la familia).

Curiosamente era un ferviente católico, pero quien lo conocía sabe muy bien que Don Sergio apartaba el dogma, la verdad revelada, de toda discusión jurídica. Efectivamente defendió a ultranza la vida y la familia tradicional, pero sobre la base de poderosos argumentos jurídicos, que hacían palidecer a quienes sostienen un punto de vista diferente basados solamente en sus convicciones personales.

Algunas veces también se menciona la palabra polémica para definirlo; como si Don Sergio disfrutara crear polémica con sus discursos y sus ideales. Nada más lejano a la realidad, la polémica se generaba como consecuencia de una pasión desbordada que el Ministro tenía por valores específicos: la franqueza y la coherencia.

En lo público y en lo privado Don Sergio era un ser humano íntegro, de una pieza; siempre fue una persona coherente y franca; vivió como hace milenios recomendaba Séneca: Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos. Concordar las palabras con la vida. Nadie como don Sergio refleja esta frase en sus palabras, en sus acciones, en su vida, en su legado.

Nunca le tembló la mano ni la voz para defender sus ideas, sus principios y su visión de Justicia, ante quien fuera y como fuera; aún en esas ocasiones en las que su opinión en el Alto Tribunal era minoritaria (sin olvidar que no fueron pocas las veces en las que su argumentación y visión convirtieron esa postura minoritaria en una decisión de la mayoría).

Esa franqueza y congruencia, sumadas a su impecable sentido jurídico, sin lugar a duda imponían respeto, y a veces hasta temor. Muchos Secretarios de Estudio y Cuenta, ahora juzgadoras y juzgadores federales, recuerdan el nerviosismo que les producía una opinión desfavorable de Don Sergio.

No obstante, él siempre estaba dispuesto a enseñar, a compartir su sabiduría. En cada charla que tuvimos, siempre salí favorecido con algún conocimiento nuevo.

Una palabra de nuestro lenguaje, un concepto jurídico, una anécdota del México de mediados del siglo pasado, o una recomendación para enriquecer mi pensamiento, mi carácter, mi mapa de viajero, mi paladar y hasta mi vestir. Y todo ello, siempre acompañado de un humor pulcro, pero efectivo y fulminante.

En alguna charla, Don Sergio y su agudeza que también era visual, detectaron cómo unos botones de mi camisa luchaban encarecidamente por cumplir su función.

Él, con su franqueza característica, me dijo a quemarropa y sonriendo: César, creo que es tiempo de que compres camisas en otra talla; le contesté: me queda un poco ajustada, pero estoy a dieta, y pronto me quedará bien otra vez; a lo que respondió, ya con una sonrisa previa a una carcajada: ¡pero si esos botones están a punto de herir a alguien!

Sin duda sus pares y amigos tendrán anécdotas mucho más precisas respecto de la persona de Don Sergio. Pronto las estaremos leyendo y escuchando en diversos medios; y las esperamos con ansias.

A mí solo me queda recordar además, el infinito amor que Don Sergio profesaba por su familia, en especial por sus nietos.

Todo aquel que visitó su oficina veía inmediatamente de piso a techo, las fotos de todos y cada uno de esos seres a los que les entregó todo su corazón; y de los que siempre mantenía la preocupación propia de un abuelo amoroso y dedicado.

Don Sergio se refería siempre a su ciudad natal, como el paraíso terrenal. Ahora, él se encuentra en el paraíso celestial, disfrutando de las bendiciones propias de una vida plena, virtuosa y honesta. Hasta pronto Maestro.

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