Análisis y Opinión
Familias y cambio climático
Esta semana fue presentado ante los medios de comunicación el Congreso Mundial de las Familias que se realizará este año en la Ciudad de México a final de este mes. Es un evento magno de talla internacional en el que están convocados grandes especialistas que reflexionarán las diferentes perspectivas de la realidad familiar en el mundo.
Se adelantó que los expertos y conferenciantes abordarán desde diferentes perspectivas, disciplinas y análisis los temas que atañen a la institución familiar contemporánea y que pasan por la ecología integral y la economía, por la agenda social y las políticas públicas de las naciones democráticas, la psicología y la convivencia, la antropología humana, la trascendencia y hasta la espiritualidad. Es decir, el Congreso apuesta por ser un espacio diverso e incluyente desde donde se busque reflexionar sobre las complejas realidades de las familias actuales y los desafíos que se vislumbran para todos sus miembros en los escenarios próximos.
En la convocatoria, los miembros de las organizaciones participantes afirmaron que el Congreso tratará de mirar la realidad de las familias actuales sin perder un horizonte de esperanza para los miembros de las mismas. Sin embargo, no dejaron de señalar que la ‘institución familiar’ guarda paralelismos con la delicada condición de la ecología global; y, aunque parezca extraño el paralelismo, en efecto hay dramas semejantes y vasos comunicantes entre esas dos realidades.
Las familias y el medio ambiente, en efecto, están en crisis. Es innegable la precariedad del equilibrio ecológico actual. Las diferentes acciones humanas de consumo y depredación someten al ambiente y a toda la variedad de sus habitantes vivos a graves niveles de estrés. La contaminación de sus biomas amenaza las dinámicas de desarrollo y degradación de sus especies. Los fenómenos de extrema carencia e incontenible abundancia (por ejemplo los ciclos de sequía e inundaciones) se suceden dramáticamente sin permitir la fecundidad de la tierra dejando páramos yermos.
Sobre las familias puede decirse algo semejante. Las relaciones familiares no sólo se ven contaminadas con dinámicas de consumo, individualismo, entretenimiento, distracción o aspiracionismos estériles; también los fenómenos sociales, tecnológicos y culturales contemporáneos generan gran estrés entre sus miembros.
El modelo económico neoliberal y el reduccionismo social a leyes de mercado y de ganancia hacen inviable el equilibrio entre la supervivencia y la plenitud de la convivencia familiar. El relativismo ético y la enajenante búsqueda de gratificaciones inmediatas dificultan el compromiso relacional, la responsabilidad paternal y la cooperación fraterna.
En el mundo contemporáneo se advierten hoy estructuras y tipos familiares cada vez más complejos; familias cuyas identidades y dinámicas distan mucho del pasado pero que, no dejan de requerir serias reflexiones antropológicas y acciones concretas desde las políticas públicas para integrarlas lo mejor posible a las búsquedas del bien común y sí, incluso para la conservación del medio ambiente.
Las nuevas estructuras y tipologías familiares son realidades que no deben ser ni prejuzgadas ni asumidas acríticamente, sino que dichas complejidades requieren serios análisis pues, incluso ahora, se sabe muy poco sobre los efectos de sus configuraciones y la incidencia de estas en el bienestar y salud mental de sus integrantes.
Las familias y la madre naturaleza están claramente en crisis: ambas sufren las imposiciones de innobles industrias y sistemas político-económicos que generan ganancias a costa de la explotación, la desnaturalización y la degradación de sus esencias; ambas manifiestan síntomas evidentes de daño y afectación. Ambas -por fortuna- cuentan con sectores preocupados, con ganas de activismo y defensa de sus bienes; sin embargo, tienen también detractores, ideólogos que minimizan o relativizan tanto la realidad como los datos científicos respecto a ellas.
Si uno de los problemas agudos derivados de la degradación del medio ambiente es el cambio climático; las familias viven su propio drama sistémico con mayores manifestaciones de violencia y de crueldad intrafamiliar, de desesperanza y de falta de identidad en sus miembros, de irresponsabilidad gubernamental y de taimados mercantilistas del cuerpo humano y del tiempo de convivencia familiar.
Ojalá este Congreso y otras iniciativas semejantes contemplen a todas las realidades de familia humana -estén donde estén y tal como estén- y ofrezcan los medios para alcanzar acuerdos sociales urgentes a nivel legal, cultural o de política pública para preservar su esencia antropológica así como los valores sociales que las familias aportan a cada época de la historia humana.