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Análisis y Opinión

Prohibido prohibir

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Todo lo que hoy se prohíbe… se promueve y se estimula. Incluso, -en esta sociedad consumista que ya perdió la capacidad de asombro y anda en busca de nuevos retos-, hasta los grandes escándalos terminan promoviendo a sus protagonistas, que terminan convirtiéndose en héroes sin importar el aspecto moral o ético del hecho.

Es una realidad cotidiana que aquello que se rechaza a partir de un ejercicio de autoridad, el mexicano se estimula para burlarlo. Aquello que tiene sabor “a prohibido” se convierte en un reto y aumenta su valor seductor.

Por lo anterior, las campañas sociales, para reeducar hábitos, como son las del sector salud, -o las educativas-, así como las que combaten adicciones, -entre otras-, ya no pueden diseñarse con el formato de una campaña creativa, pues corren el riesgo de generar la respuesta opuesta a la esperada y fortalecer aquello que se quiere combatir.

Desde hace varias décadas el importante investigador de la comunicación masiva, el norteamericano Melvin De Fleur, -después de muchos estudios realizados con las metodologías de la psicología social-, llegó a la conclusión de que los mensajes refuerzan las actitudes preexistentes en el público receptor, respecto al tema tratado.

Por tanto, las prohibiciones refuerzan el consumo de lo que prohíben, más que si ignorasen el tema.

Los neófitos en comunicación, -entre los que se cuentan muchos funcionarios públicos-, piensan que con argumentos que evidencien los daños que genera el producto en la salud, -por ejemplo-, se puede lograr que el público consumidor recapacite y reconozca su error.

Ignoran que hoy las personas nos hemos vuelto totalmente emocionales e impulsivas.
Quizá el ejemplo más representativo de la preocupación gubernamental respecto a la regulación del consumo de productos, lo tenemos en el cigarro, así como en las bebidas alcohólicas.

Fue quizá a partir de los años setenta y ochenta, -que con la identificación de las enfermedades de vías respiratorias y las pulmonares derivadas del tabaquismo y la asociación del cigarro con varios tipos de cáncer-, se inició una alerta médica que se convirtió en política pública contra el consumo del cigarro.

También recordamos en esas fechas el inicio de las campañas contra el abuso en el consumo de bebidas alcohólicas, derivado ésto de los indicadores que surgían respecto a que muchos de los accidentes automovilísticos se derivaban de los efectos del alcohol en la sangre.

Con este objetivo iniciaron grandes campañas enfocadas a frenar el abuso en el consumo de estos dos productos.

Recuerdo que en 1992, -ocupando un alto cargo en una empresa de consultoría en comunicación-, fui citado por un funcionario de la Secretaría de Salubridad y Asistencia para conocer nuestra opinión respecto a la efectividad de las “leyendas precautorias”, que son los mensajes que alertan sobre los riesgos que el hábito de fumar tiene sobre la salud y que se incluyen en la parte posterior de la cajetilla de cigarros.

Recuerdo haber dado los mismos argumentos ya citados en este artículo.

En la misma época recuerdo costosas campañas de publicidad pagadas por Casa Domecq y por Bacardí, que alertaban de los riesgos del abuso en el consumo de bebidas alcohólicas, lo cual luego derivó en la instauración de los alcoholímetros en la Ciudad de México en el año 2003 y posteriormente en varias metrópolis de nuestro país.

Ya en el Diario Oficial de la Federación que fue publicado el 24 de diciembre del 2009 se dieron a conocer las disposiciones obligatorias para que en las cajetillas de cigarros se incluyesen advertencias sanitarias sobre el consumo de tabaco.

Además, el primero de julio del 2009 se promulgó la Ley Antitabaco de México, prohibiendo fumar en espacios públicos cerrados y generando las disposiciones obligatorias para los fumadores, lo cual quedó bajo la jurisdicción de la COFEPRIS, que es un organismo dependiente de la Secretaría de Salud.

A partir de las experiencias logradas por estas disposiciones para restringir el consumo de tabaco y alcohol, se pueden derivar muchas conclusiones. Primeramente, que fijar restricciones que impactan los hábitos ciudadanos polariza y genera respuestas colectivas contrarias al objetivo inicial.

A la fecha, las campañas antitabaco han generado que quienes tienen predisposición al cigarro fumen más. El consumo no ha disminuido. Sin embargo, si antes los no fumadores eran tolerantes e indiferentes respecto al cigarro, hoy vemos que la aversión de los no fumadores se ha reforzado y en algunos casos, raya en la paranoia.

Lo único que han logrado las campañas antitabaco ha sido impactar el hábito referente al lugar donde se puede fumar y así evitar que los no fumadores sean agredidos por el humo.

A su vez, el alcoholímetro lo que ha logrado es hacer más segura la vialidad, generando nuevas conductas en los automovilistas, que ahora, -cuando van a consumir bebidas alcohólicas-, dejan su auto en casa y utilizan taxis. Sin embargo, el consumo del alcohol no ha disminuido.

México es un país “sobre – regulado”, lo cual genera riesgos de corrupción entre las autoridades responsables de vigilar la aplicación de las disposiciones y las empresas productoras.

México es un país donde por idiosincrasia, burlar la ley es un deporte nacional. Incluso hoy vemos una tendencia hacia el rechazo a las imposiciones que provienen de las autoridades legítimas.

La forma de lograr cambios en los hábitos de consumo no es a través de regulaciones sobre los productores, sino de estrategias de comunicación pública diseñadas, -no como campañas publicitarias sustentadas en creatividad e ingenio-, ni con apelaciones de buena voluntad orientadas hacia la disciplina, sino creadas por psicólogos sociales para incidir en las mecánicas conductuales del inconsciente colectivo. Campañas sutiles y silenciosas para reeducar los hábitos colectivos.

¿A usted qué le parece?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx



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Análisis y Opinión

Omnipotencia del Legislativo

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Por Antonio Maza Pereda

La rama legislativa de nuestro Gobierno tiene una rara percepción de la realidad. Para ellos su modo de resolver problemas o dificultades, consiste en legislar. Lo cual está bien, para eso los hemos elegido. Lo que no es claro es que, para ellos, con tener una ley ya basta: si el Ejecutivo la promulga y la aplica, el problema ya está resuelto. Para la Sociedad solamente nos queda obedecer. ¿Qué podría salir mal?

La realidad es que eso no es así. Muchas leyes no se cumplen. Hay quien dice que, si la mitad de las leyes que tenemos se cumplieran, seríamos un país de los más avanzados. Cuando una de las leyes que nos obsequia el legislativo no se está cumpliendo, la solución de esos padres y madres de la patria es aumentar la penalidad. Y de esto abundan los ejemplos: a los casos de feminicidios, violaciones y otros tipos de violencia hacia la mujer, les han venido aumentando la penalidad. Lo triste es que no hay una relación entre esos aumentos de penalidad y la reducción de la violencia contra la mujer. Las penas son cada vez más largas, en tal manera que muy pronto esas penalidades serán irrelevantes, porque sobrepasan la esperanza de vida de la población.

Pero tal parece que nuestros representantes se consideran omnipotentes, de algún modo. Basta con que prohíban algún comportamiento indeseable, para que el asunto quede resuelto. Está faltando entender a fondo las situaciones delictivas. Las leyes, ¿realmente concuerdan con los requerimientos, con las necesidades de la Sociedad? Porque si se prohíben comportamientos que la Sociedad no condena, es extraordinariamente difícil hacerlos exigibles. La población no estará inclinada a colaborar ni a denunciar esas conductas. Y luego, está el problema de tener la capacidad de aplicarlas, capturando y condenando a quien delinque. Un tema en el cual no se le ha invertido por décadas: mientras que aumenta el número de leyes, no ha crecido al mismo ritmo la inversión en el personal encargado de hacerlas cumplir. Una inversión, tanto en el número de agentes de la ley como en su capacitación y equipamiento. Cada vez que se establece una nueva ley, debería hacerse el estudio de cuál va a ser el costo de hacerla cumplir. Y de eso, no se preocupan nuestros representantes. En su omnipotencia, piensan que basta con que exista el ordenamiento, para que la situación se haya resuelto.

Han habido algunos asuntos menores donde se actuó de una manera diferente. Por ejemplo, en la Ciudad de México se estableció un reglamento que prohibía tener saleros en las mesas de las fondas y restaurantes. Ello con el loable propósito de contribuir a reducir el número de los hipertensos y, por consecuencia, reducir la mortalidad por enfermedades cardíacas y el costo de atender a los afectados. A los pocos días de promulgar ese ordenamiento, fue claro que no había la posibilidad de hacerlo cumplir. Sencillamente, no hay el número de inspectores que pudieran ejercer una vigilancia adecuada en todos y cada una de las fondas y restaurantes. Se canceló el reglamento y se trabajó con las organizaciones gremiales de estos negocios para que, de modo voluntario, retiraran los saleros de las mesas y se entreguen únicamente a petición de los parroquianos. El resultado es importantísimo: se está cumpliendo el propósito qué tenía el reglamento sin necesidad de tener inspectores que lo hagan cumplir.

En estos últimos días se está discutiendo en el Congreso un reglamento para que las futbolistas profesionales reciban el mismo salario que el que reciben los hombres. Es muy claro que nuestros representantes no entienden la economía del fútbol profesional. Los ingresos de los clubes deportivos no dependen de la voluntad de esas organizaciones. Ese dinero depende de la asistencia del público a los estadios, los cuales tienen un límite. Además, dependiendo de la cantidad de personas que ven los partidos a través de los medios, esos clubes reciben una parte muy sustancial de sus ingresos, en ocasiones muy superiores a lo que reciben por la asistencia a los estadios. En la medida que haya muchos espectadores en dichos medios, las compañías que transmiten los partidos pueden cobrar por su tiempo, en proporción al número de telespectadores. Y esto no es todo: los jugadores y los equipos ofrecen a las compañías la posibilidad de tener su publicidad en los uniformes de los jugadores, con lo cual hay otros ingresos. Y todavía puede haber ingresos adicionales cuando los jugadores recomiendan productos o servicios. En algunos países hay consultores qué ofrecen multiplicar por 10 los ingresos de los jugadores de los deportes de exhibición, a través de diferentes medios publicitarios. Claro, pidiendo un 30% de comisión por esos ingresos adicionales.

Esto se ha ido creando a lo largo de los años en el negocio del fútbol profesional. El fútbol femenino profesional aún no llega a desarrollar estos tipos de ingresos de manera que pudieran permitir realmente una paridad en los ingresos de las jugadoras. En cierto modo la solución está en nosotros, en el público. En la medida en que asistamos a los estadios, aumentemos el número de horas que dedicamos a ver los juegos de las jugadoras profesionales, se podrá cobrar más a las televisoras y se podrán obtener ingresos fuertes por la publicidad.

Estoy seguro de que es de justicia que las futbolistas profesionales ganen tanto o más que los hombres. Pero la solución no está en las leyes. Nada de esto se ha tomado en cuenta en ese ordenamiento. Creo que es un ejemplo de qué los congresistas no analizan a fondo los temas en los que están estableciendo nuevas leyes y reglamentos. No se trata de que nuestros senadores y diputados se vuelvan expertos en todo, pero la rama legislativa recibe ingresos muy sustanciales de los cuales se podría pagar la investigación necesaria para poder tener leyes que puedan cumplirse. Y de esto, al parecer, no se habla.

No basta con tener leyes. Algo nos está fallando. Se necesita entender los problemas de fondo, diseñar los ordenamientos que de veras resuelvan. Hay que convencer a la población de la necesidad de esa ley, hay que instrumentarla para que pueda cumplirse y poner los medios necesarios para que su aplicación sea exitosa.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Análisis y Opinión

La afición y el deportista

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Por Ignacio Anaya

La relación del fútbol mexicano con su afición es lo que muchos podrían describir como un amor apache. En su sentido más simple, representa una mezcla de amor y odio entre ambas partes. Un día, la gente puede estar entonando con orgullo el himno nacional en un estadio lleno cuando la selección juega y, al siguiente, exigiendo la renuncia del director técnico y la salida de los jugadores. Es una ironía, pero es la realidad, que un país con tanta pasión por este deporte dé, en el mejor de los casos, una presentación mediocre.

El fútbol es una de las principales instituciones de entretenimiento e identidad de la sociedad mexicana; el estadio Azteca se considera un templo sagrado para muchos aficionados.

La dinámica del fútbol en México puede entenderse a través de la idea propuesta por el sociólogo Eric Dunning de la “figuración social”, un concepto que describe cómo diferentes grupos e individuos interactúan en una red de relaciones interdependientes. En este esquema, encontramos a los jugadores, entrenadores, administradores del club, árbitros y, por supuesto, aficionados. Todos estos actores tienen roles distintos, pero están inextricablemente vinculados en la trama de este deporte.

Por un lado, están los jugadores y entrenadores, cuyo objetivo es ganar partidos y campeonatos. Pero esta meta no es solo una cuestión de habilidad técnica o estrategia táctica; también está profundamente influenciada por las presiones y expectativas de los demás actores en la figuración. Los administradores del club, por ejemplo, pueden priorizar la rentabilidad económica sobre la calidad deportiva, una de las principales quejas de la afición mexicana, imponiendo restricciones en los recursos disponibles para mejorar el rendimiento futbolístico. Igualmente, no hay que negar la existencia de nepotismo e influencia dentro de este entorno.

Por otro lado, los aficionados, con un amor innegable por el fútbol y con expectativas altas y a veces inalcanzables, se ven influenciados por los medios y su tendencia a ensalzar a la Selección Nacional. Hay que ser honestos, el equipo no estaba en ninguna condición de vencer a Argentina en Catar 2022; la afición mexicana creamos ilusoriamente una rivalidad futbolística inexistente que reflejaba cierta competitividad de identidades entre los dos países. En el núcleo de esta dinámica se encuentra la creencia de que el fútbol puede ser un vehículo de la identidad nacional, para la afirmación de los valores y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Asimismo, los altibajos del fútbol no son simplemente una cuestión de victorias y derrotas en el campo, sino un reflejo de las carencias del país.

Resulta interesante observar a quienes se dirigen las frustraciones durante los últimos malos desempeños. Además de los jugadores, las críticas van hacia los dueños, empresarios y directivos nacionales, lo cual refleja juicios más profundos sobre lo que se deja ver en la cancha.

En este sentido, la correlación del aficionado con el fútbol es paradójicamente tanto de amor como de frustración. La gente espera ver a su equipo ganar siempre y se siente profundamente desilusionada cuando esto no sucede.

Estas tensiones y contradicciones se hacen aún más agudas en el contexto de la creciente profesionalización y comercialización del fútbol. La presión por el rendimiento y el éxito, la demanda constante de resultados y la explotación comercial del deporte como un producto de entretenimiento han exacerbado la intensidad y la seriedad de la competición.

La relación entre el fútbol y su afición en México es, sin duda, compleja y llena de contradicciones. Pero también refleja una dinámica social más amplia, en un mundo donde convergen, negocian y luchan distintas corrientes, desde la pasión por el deporte hasta los intereses económicos.

Resulta preciso señalar que la pasión indiscutible por el deporte a menudo se ve ensombrecida por una gran variedad de factores, alimentados por la creencia de que el fútbol da más de lo que realmente es. Sin embargo, esta interacción está influenciada por tensiones inherentes al sistema, la profesionalización y la comercialización del balompié, así como las presiones por el rendimiento y el éxito. Además, la afición también refleja críticas profundas dirigidas a los aspectos socioeconómicos del país, con sus descontentos apuntando hacia las altas jerarquías. ¿Se podrá romper algún día esta relación? Hay mucho camino por recorrer para lograrlo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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