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Análisis y Opinión

Religión, laicidad y cultura nuevamente a debate

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Al parecer esta semana se discutirá en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) un conflicto nacido en Yucatán, donde se polemiza la existencia de los tradicionales Nacimientos Navideños en los espacios públicos.

Los quejosos afirman que las autoridades civiles violentan la neutralidad del Estado laico al participar de esta tradición centenaria, al promoverla como atractivo turístico y al fomentar las actividades de cohesión social cuyos símbolos son comunes a la historia, fundación y cultura del pueblo yucateco.

Miguel Fernando Anguas Rosado, director jurídico y cofundador de Kanan Derechos Humanos (la organización que interpuso los tres litigios contra los Nacimientos de los ayuntamientos de Mérida, Chocholá y Mocochá), argumenta que las personas con una específica creencia tienen derecho a vivir en un sitio donde el espacio público no contenga símbolos propios de ninguna otra creencia. Considera que las autoridades deben evitar que con la cultura del pueblo “impongan” cultura en el pueblo.

Quienes están a favor de que la ley prohíba la expresión de tradiciones populares de origen religioso en los espacios públicos argumentan que la libertad religiosa significa que, desde el poder, se preserve al ciudadano de todo contacto con la cultura religiosa de sus congéneres en el espacio público. Aseguran que la ley debe restringir -por el bien de la persona- todo símbolo religioso que le incomode.

Que estos litigios hayan sido atraídos por la SCJN y entren en revisión por sus ministros revela por desgracia dos realidades: El nulo conocimiento sobre el verdadero sentido de la libertad religiosa (que protege a las personas en su conciencia y actividad social) y los pesados lastres históricos antirreligiosos heredados del Maximato, la persecución religiosa y la Guerra Cristera de hace un siglo.

El propio colectivo expresa que las demandas “podrían generar precedentes a nivel nacional y plantean los alcances del Estado laico en la actualidad” y tienen razón: la decisión de tribunales, jueces y ministros tendría potencial para reconfigurar muchas dinámicas socio-culturales en México. Y no sólo contra las expresiones religiosas populares sino que podría darle potestad al Estado para redefinir el espacio público por encima de la voluntad ciudadana; podría facultar, por ejemplo, al poder político a castigar discrecionalmente aquellas expresiones sociales emanadas de principios y valores culturales o históricos religiosos.

En el fondo, la resolución que puedan dar los ministros afectaría mucho más allá de las asociaciones o instituciones religiosas, impactaría directamente en toda la ciudadanía mexicana porque ¿qué tipo de nación democrática puede arrogarse la facultad de autorizar o censurar las expresiones sociales culturales, tradicionales o religiosas de su pueblo? ¿Qué colectivo ciudadano -el que sea- estaría complacido con cederle al poder en turno su derecho al espacio público?

En una democracia, es la ciudadanía la que define al poder; no el poder a la ciudadanía. Sin duda, una de las características de la democracia es la pluralidad pero también lo es la soberanía popular; y aún más: un imprescindible democrático es la cohesión social, por lo que un resolutivo en contra de las manifestaciones de la cultura religiosa del pueblo en espacios públicos afecta, por lo menos, las oportunidades de sociabilidad. Esto, en un momento en el que el tejido social está tan vulnerado, es incomprensible.

Ahora bien, el punto fino de todo el debate sin duda es la participación del gasto público en las expresiones populares religiosas. A priori es evidente que, en un país laico, el erario no debe ser usado en proselitismo religioso; pero ¿son proselitismo todas las expresiones sociales y culturales del pueblo inspiradas en tradiciones religiosas? ¿Es propaganda una peregrinación de millones de fieles? ¿Es propaganda religiosa que la Semana Santa o la Navidad sean días de asueto nacional? ¿Son proselitismo las campañas de turismo donde se invita a visitar templos, fiestas religiosas, sitios sagrados o ceremoniales?

La participación del gasto público en estas manifestaciones culturales y populares de la fe no sólo se debería justificar con la derrama económica que supone el turismo religioso en México (más de 20 mil millones de pesos anuales) sino porque la responsabilidad de las autoridades civiles ante la libre expresión de la fe del pueblo en el espacio público es la de garantizarles ese derecho y ello implica la cooperación formal con recursos humanos, logísticos y hasta económicos. Por ejemplo, la edificación y el mantenimiento de varios centros ceremoniales sagrados indígenas en México han sido costeados por gobiernos estatales y municipales.

Es claro que no toda creencia puede alcanzar esos derechos, requiere ser un credo legítimo, de bases antropológicas sólidas, que no agreda objetivamente a nadie y cuya organización esté formalizada legalmente ante las autoridades civiles. Justo para eso sirve el Estado laico: para garantizar a todos los ciudadanos el derecho a vivir, expresar y congregarse en torno a sus sentimientos religiosos (o a la ausencia de ellos) en los espacios públicos que no son propiedad de los gobiernos sino de la sociedad.

Siempre habrá intentos de las élites burguesas imperialistas que buscan imponer sus códigos -mediante la ley o la violencia- a la cultura simbólica de los sectores populares. La defensa del pueblo es esencialmente defensa de su cultura. Ya vivimos los desastres de los colonialismos del pasado; y con este tipo de juicios se evidencia que hay ahora un nuevo y terrible elitismo neocolonizante que rechaza la cultura de los últimos -el pueblo- como verdadero capital cultural, su dimensión espiritual, tradicional y religiosa.

El Estado laico no es antirreligioso y su neutralidad no es indiferencia a la cultura religiosa de sus habitantes; por el contrario, la laicidad del Estado debe cooperar para que ningún credo ni postura ideológica ejerza dominación o se imponga sobre otra. Los ministros de justicia tienen la gran oportunidad de hacer prevalecer al Estado laico evitando que el credo antirreligioso de un grupo se imponga sobre el resto de dimensiones espirituales y religiosas del resto del pueblo; un pueblo plural, diverso y rico en expresiones culturales religiosas que le dan esaidentidad incomparable en el mundo.

*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe



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Análisis y Opinión

La afición y el deportista

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Por Ignacio Anaya

La relación del fútbol mexicano con su afición es lo que muchos podrían describir como un amor apache. En su sentido más simple, representa una mezcla de amor y odio entre ambas partes. Un día, la gente puede estar entonando con orgullo el himno nacional en un estadio lleno cuando la selección juega y, al siguiente, exigiendo la renuncia del director técnico y la salida de los jugadores. Es una ironía, pero es la realidad, que un país con tanta pasión por este deporte dé, en el mejor de los casos, una presentación mediocre.

El fútbol es una de las principales instituciones de entretenimiento e identidad de la sociedad mexicana; el estadio Azteca se considera un templo sagrado para muchos aficionados.

La dinámica del fútbol en México puede entenderse a través de la idea propuesta por el sociólogo Eric Dunning de la “figuración social”, un concepto que describe cómo diferentes grupos e individuos interactúan en una red de relaciones interdependientes. En este esquema, encontramos a los jugadores, entrenadores, administradores del club, árbitros y, por supuesto, aficionados. Todos estos actores tienen roles distintos, pero están inextricablemente vinculados en la trama de este deporte.

Por un lado, están los jugadores y entrenadores, cuyo objetivo es ganar partidos y campeonatos. Pero esta meta no es solo una cuestión de habilidad técnica o estrategia táctica; también está profundamente influenciada por las presiones y expectativas de los demás actores en la figuración. Los administradores del club, por ejemplo, pueden priorizar la rentabilidad económica sobre la calidad deportiva, una de las principales quejas de la afición mexicana, imponiendo restricciones en los recursos disponibles para mejorar el rendimiento futbolístico. Igualmente, no hay que negar la existencia de nepotismo e influencia dentro de este entorno.

Por otro lado, los aficionados, con un amor innegable por el fútbol y con expectativas altas y a veces inalcanzables, se ven influenciados por los medios y su tendencia a ensalzar a la Selección Nacional. Hay que ser honestos, el equipo no estaba en ninguna condición de vencer a Argentina en Catar 2022; la afición mexicana creamos ilusoriamente una rivalidad futbolística inexistente que reflejaba cierta competitividad de identidades entre los dos países. En el núcleo de esta dinámica se encuentra la creencia de que el fútbol puede ser un vehículo de la identidad nacional, para la afirmación de los valores y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Asimismo, los altibajos del fútbol no son simplemente una cuestión de victorias y derrotas en el campo, sino un reflejo de las carencias del país.

Resulta interesante observar a quienes se dirigen las frustraciones durante los últimos malos desempeños. Además de los jugadores, las críticas van hacia los dueños, empresarios y directivos nacionales, lo cual refleja juicios más profundos sobre lo que se deja ver en la cancha.

En este sentido, la correlación del aficionado con el fútbol es paradójicamente tanto de amor como de frustración. La gente espera ver a su equipo ganar siempre y se siente profundamente desilusionada cuando esto no sucede.

Estas tensiones y contradicciones se hacen aún más agudas en el contexto de la creciente profesionalización y comercialización del fútbol. La presión por el rendimiento y el éxito, la demanda constante de resultados y la explotación comercial del deporte como un producto de entretenimiento han exacerbado la intensidad y la seriedad de la competición.

La relación entre el fútbol y su afición en México es, sin duda, compleja y llena de contradicciones. Pero también refleja una dinámica social más amplia, en un mundo donde convergen, negocian y luchan distintas corrientes, desde la pasión por el deporte hasta los intereses económicos.

Resulta preciso señalar que la pasión indiscutible por el deporte a menudo se ve ensombrecida por una gran variedad de factores, alimentados por la creencia de que el fútbol da más de lo que realmente es. Sin embargo, esta interacción está influenciada por tensiones inherentes al sistema, la profesionalización y la comercialización del balompié, así como las presiones por el rendimiento y el éxito. Además, la afición también refleja críticas profundas dirigidas a los aspectos socioeconómicos del país, con sus descontentos apuntando hacia las altas jerarquías. ¿Se podrá romper algún día esta relación? Hay mucho camino por recorrer para lograrlo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Análisis y Opinión

Nuevos métodos y lenguajes en la Iglesia

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FELIPE MONROY

En las últimas semanas algunos sucesos en la Iglesia católica pasaron ligeramente desapercibidos debido a la preocupación por la salud del pontífice Francisco, de 86 años y ya con dos años continuos de recurrente atención hospitalaria. Sin embargo, los sucesos comienzan a reflejar los efectos de la reforma de las actitudes emprendida por el Papa argentino y comenzada incluso años atrás en un proceso de adecuación de las instituciones eclesiásticas al siglo veintiuno. Al empezar el tercer milenio, una de las ‘actualizaciones’ de la Iglesia exige que ésta sea “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones”. Y por lo menos dos hechos advierten que el camino marcha; lento, pero marcha”.

El primero de ellos se originó en Francia donde los obispos locales aprobaron en su Asamblea Plenaria de marzo pasado un nuevo documento de identificación y un sistema de información actualizable digitalizado para todos los ministros ordenados de la Iglesia francesa.

El documento en cuestión se llama ‘celebret’ y es una especie de tarjeta, credencial o documento de identidad para obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos residentes, incardinados o afiliados a alguna institución religiosa de origen francés. Es cierto que en muchas diócesis del mundo ha habido una credencialización de sus ministros para evitar casos de falsos sacerdotes, nulidades sacramentales y otro tipo de estafas a los fieles.

Pero la novedad es que este documento es nacional (no sólo diocesano o regional), abarca a curas diocesanos y religiosos, es obligatorio y en permanente actualización de los casi de 17 mil ministros de culto con un código QR que puede –y debe– ser escaneado por párrocos, rectores, obispos, sacristanes y sí, fieles en general, para conocer el estatus canónico del ministro de culto. Es decir, a través de un semáforo (verde, amarillo, rojo) se puede alertar a la comunidad si el ministro cuenta con plenas licencias para administrar los sacramentos o para ejercer algún tipo de acompañamiento pastoral o espiritual.

El color verde indica que el ministro cuenta con plenas facultades; el amarillo, advierte de alguna irregularidad y pide prudencia para hacerlo partícipe de alguna actividad litúrgica, y el rojo, claramente evidencia que el ministro no debe ser admitido ni para actividades celebrativas ni para atención pastoral. Por su parte, los diáconos (facultados para bendecir, bautizar, casar, dar la comunión, llevar el viático a los moribundos, predicar el Evangelio, presidir funerales y ceremonias de sepultura) tienen el color azul para poder realizar estas actividades pero, como regula su oficio, no están facultados para celebrar sacramentos como la Reconciliación (confesar), la Eucaristía (misa) ni la Unción de Enfermos.

Este nuevo mecanismo es producto de los compromisos que la Iglesia católica en Francia hizo tras los escándalos de abuso sexual y los recurrentes errores de encubrimiento que se permitieron en las instituciones religiosas. Ahora, este ‘celebret’ quiere ser un método que haga más partícipe a la grey y a las instituciones para prevenir excesos, abusos o ilícitos dentro de la Iglesia.

El segundo evento es el nombramiento del nuevo arzobispo de Madrid, José Cobo Cano, y el lenguaje que ha venido utilizando en sus primeros días de pastor electo. Ante una cadena radiofónica, Cobo compartió varias reflexiones teológicas con un lenguaje cotidiano, incluso popular-matritense: “Dios no es Harry Potter… Cuando estamos chungos, él se queda ahí cuando se va todo el mundo se va”; pero también hizo una comparación de su responsabilidad ante el arzobispado de Madrid con el famoso programa de televisión: “Más que Juego de Tronos esto es una familia… cada uno tenemos nuestra pedrá”.

Llama la atención ver que, en el Reino de España, quizá una de las últimas naciones del mundo emparentada con el Vaticano a través de rigurosas formas y lenguajes centenarias, uno de los máximos referentes de la Iglesia católica deja los rigorismos y formalismos para acercarse a otras realidades, a nuevos destinatarios, mediante nuevas expresiones.

Cobo será el primer arzobispo de Madrid en 60 años que no ha sido trasladado desde otro arzobispado mayor. Es decir, los últimos cinco arzobispos madrileños ya habían sido arzobispos en otras sedes metropolitanas mayúsculas: como Santiago de Compostela, Zaragoza, Valencia o del primado de Toledo. Todavía más, Cobo hasta ahora no ha sido obispo titular residencial, sino un obispo auxiliar colaborador.

Ya antes, Francisco hizo cardenal a un obispo auxiliar (al salvadoreño Gregorio Rosa Chávez) y con estos gestos reivindica la función del lenguaje, la actitud y el ejemplo más que de los formalismos (o formulismos) con los que algunos planean seguir conduciendo la Iglesia. El pontificado de Francisco, hay que reconocer, se encuentra ya ante el escenario de transición; y, sin embargo, estas dos audacias, la del carnet digital y el lenguaje sencillo, reflejan que quizá algo de la actitud bergogliana habrá de permanecer un poco más.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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