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Felipe Monroy Felipe Monroy

Análisis y Opinión

Un cura en desgracia

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Se encuentra en las peores horas bajas un querido amigo sacerdote, Juan Rubio. Prolífico periodista, escritor e historiador pero, sobre todo, descomunal andaluz jienense y ávido lector de atril y lápiz que, en estos días, se le sacrifica en el patíbulo digital tras un terrible episodio que quedó grabado para la proterva posteridad.

Juan no cometió ningún crimen -no al menos uno civil o penal- pero sí fue evidenciado en su yerro como eclesiástico, como pastor de almas y servidor de Dios para los hombres. No es la primera vez que se le pone en el patio de las lapidaciones pero, sin duda, ha sido el escándalo que más le ha afectado; tanto, que de inmediato solicitó su renuncia ministerial y admitió que requería ayuda profesional para atender un problema de depresión.

Mi estimado amigo no es -y me parece nunca ha sido- un sacerdote de estilo ortodoxo; aunque debo aclarar que, en el estricto sentido, ninguno lo es realmente. Es por ello que vale la pena reflexionar sobre los muy variados estilos sacerdotales y sobre los retos que les implica ser ellos mismos en una hipercompleja y secularizada sociedad como la nuestra; también respecto a los desafíos que deben afrontar nuestras comunidades al tener que lidiar y convivir con estos hombres que, poco a poco, tienden a ser personajes incidentales y casi ajenos a las dinámicas personales y familiares contemporáneas.

En el mundillo eclesiástico se suele decir -equivocadamente- que un cura se encuentra en ‘desgracia’ mientras más lejano se encuentre del centroide del poder del obispo o de las instituciones doctas y disciplinares de la Iglesia. Conozco y he visto partir en humillante soledad a muchos de estos ministros; hombres en quienes la pobreza resalta ominosa en sus sotanas deslavadas pero cuya generosidad y amabilidad refulge en la sonrisa de los monaguillos o en las lágrimas de gratitud de quienes acuden a ellos turbados o desesperados ante una aflicción grave. Estos hombres fincan directamente en el paraíso.

Un sacerdote encumbrado, por el contrario, básicamente converge regularmente con los tomadores de decisiones y, mejor, si es parte de sus íntimos consejeros. Al convivir, aprende y reconoce los lenguajes del gobierno y de las relaciones con los poderes civiles o económicos, alcanzando cierta ‘comodidad’ en el empíreo social y eclesiástico.

No siempre esto es negativo, muchas veces son personajes verdaderamente brillantes, intelectuales de primera línea, artistas, científicos o distinguidos articuladores sociales.

Sin embargo, hay una versión perniciosa de un cura artificialmente encumbrado, es el llamado ‘carrierismo clerical’: sacerdotes cuya ambición por subir escalafones de la dignidad y la distinción los hace sentir más cómodos en los corredores palaciegos que entre los menesterosos y enfermos, más acostumbrados a doblar el espinazo que a la devota genuflexión. El mismo papa Francisco ha criticado mordazmente a estos personajes, no los baja de ‘trepadores’ y, aunque suelen dominar el escenario público o mediático, el pontífice ha querido poner un remedio privilegiando a los curas periféricos, barriales y marginales; a los últimos.

Finalmente, están los curas que han hecho de sí mismos el eje del poder; sacerdotes más cercanos a la figura del cacique que a la del humilde Nazareno: controlan, disponen, imponen y mandan sin obedecer. Así como son, se bastan y sobran con ellos mismos.

Con todo, sacerdotes en verdadera desgracia hay en cada tipo y estilo de trabajo; no hablamos de criminales o estafadores, sino de hombres auténticos cercados por un mundo que los reduce al exotismo. Personajes como el que describe Bécquer: “Mi vida es un erial / flor que toco se deshoja: / que en mi camino fatal / alguien va sembrando el mal / para que yo lo recoja”.

Mi amigo Juan no es el único en horas bajas. De sobra sé que muchos sacerdotes se encuentran en igual desdicha, más de los que deberían y, por supuesto, más de lo que merecen. La soledad, la depresión, la tristeza, el desánimo, el ostracismo social y las tentaciones que narcotizan las voces del fracaso se agolpan a la puerta de la salud mental de cientos de ministros de culto. A ellos hay que recordarles lo que apuntó el creyente: “La gloria de Satán es el intento, no el triunfo; su grandeza, está en su fracaso”.

Solidaridad estimado Juan. Esto también pasará.

Director de VCNoticias.com
@monroyfelipe



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Análisis y Opinión

La afición y el deportista

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Por Ignacio Anaya

La relación del fútbol mexicano con su afición es lo que muchos podrían describir como un amor apache. En su sentido más simple, representa una mezcla de amor y odio entre ambas partes. Un día, la gente puede estar entonando con orgullo el himno nacional en un estadio lleno cuando la selección juega y, al siguiente, exigiendo la renuncia del director técnico y la salida de los jugadores. Es una ironía, pero es la realidad, que un país con tanta pasión por este deporte dé, en el mejor de los casos, una presentación mediocre.

El fútbol es una de las principales instituciones de entretenimiento e identidad de la sociedad mexicana; el estadio Azteca se considera un templo sagrado para muchos aficionados.

La dinámica del fútbol en México puede entenderse a través de la idea propuesta por el sociólogo Eric Dunning de la “figuración social”, un concepto que describe cómo diferentes grupos e individuos interactúan en una red de relaciones interdependientes. En este esquema, encontramos a los jugadores, entrenadores, administradores del club, árbitros y, por supuesto, aficionados. Todos estos actores tienen roles distintos, pero están inextricablemente vinculados en la trama de este deporte.

Por un lado, están los jugadores y entrenadores, cuyo objetivo es ganar partidos y campeonatos. Pero esta meta no es solo una cuestión de habilidad técnica o estrategia táctica; también está profundamente influenciada por las presiones y expectativas de los demás actores en la figuración. Los administradores del club, por ejemplo, pueden priorizar la rentabilidad económica sobre la calidad deportiva, una de las principales quejas de la afición mexicana, imponiendo restricciones en los recursos disponibles para mejorar el rendimiento futbolístico. Igualmente, no hay que negar la existencia de nepotismo e influencia dentro de este entorno.

Por otro lado, los aficionados, con un amor innegable por el fútbol y con expectativas altas y a veces inalcanzables, se ven influenciados por los medios y su tendencia a ensalzar a la Selección Nacional. Hay que ser honestos, el equipo no estaba en ninguna condición de vencer a Argentina en Catar 2022; la afición mexicana creamos ilusoriamente una rivalidad futbolística inexistente que reflejaba cierta competitividad de identidades entre los dos países. En el núcleo de esta dinámica se encuentra la creencia de que el fútbol puede ser un vehículo de la identidad nacional, para la afirmación de los valores y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Asimismo, los altibajos del fútbol no son simplemente una cuestión de victorias y derrotas en el campo, sino un reflejo de las carencias del país.

Resulta interesante observar a quienes se dirigen las frustraciones durante los últimos malos desempeños. Además de los jugadores, las críticas van hacia los dueños, empresarios y directivos nacionales, lo cual refleja juicios más profundos sobre lo que se deja ver en la cancha.

En este sentido, la correlación del aficionado con el fútbol es paradójicamente tanto de amor como de frustración. La gente espera ver a su equipo ganar siempre y se siente profundamente desilusionada cuando esto no sucede.

Estas tensiones y contradicciones se hacen aún más agudas en el contexto de la creciente profesionalización y comercialización del fútbol. La presión por el rendimiento y el éxito, la demanda constante de resultados y la explotación comercial del deporte como un producto de entretenimiento han exacerbado la intensidad y la seriedad de la competición.

La relación entre el fútbol y su afición en México es, sin duda, compleja y llena de contradicciones. Pero también refleja una dinámica social más amplia, en un mundo donde convergen, negocian y luchan distintas corrientes, desde la pasión por el deporte hasta los intereses económicos.

Resulta preciso señalar que la pasión indiscutible por el deporte a menudo se ve ensombrecida por una gran variedad de factores, alimentados por la creencia de que el fútbol da más de lo que realmente es. Sin embargo, esta interacción está influenciada por tensiones inherentes al sistema, la profesionalización y la comercialización del balompié, así como las presiones por el rendimiento y el éxito. Además, la afición también refleja críticas profundas dirigidas a los aspectos socioeconómicos del país, con sus descontentos apuntando hacia las altas jerarquías. ¿Se podrá romper algún día esta relación? Hay mucho camino por recorrer para lograrlo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Análisis y Opinión

Nuevos métodos y lenguajes en la Iglesia

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FELIPE MONROY

En las últimas semanas algunos sucesos en la Iglesia católica pasaron ligeramente desapercibidos debido a la preocupación por la salud del pontífice Francisco, de 86 años y ya con dos años continuos de recurrente atención hospitalaria. Sin embargo, los sucesos comienzan a reflejar los efectos de la reforma de las actitudes emprendida por el Papa argentino y comenzada incluso años atrás en un proceso de adecuación de las instituciones eclesiásticas al siglo veintiuno. Al empezar el tercer milenio, una de las ‘actualizaciones’ de la Iglesia exige que ésta sea “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones”. Y por lo menos dos hechos advierten que el camino marcha; lento, pero marcha”.

El primero de ellos se originó en Francia donde los obispos locales aprobaron en su Asamblea Plenaria de marzo pasado un nuevo documento de identificación y un sistema de información actualizable digitalizado para todos los ministros ordenados de la Iglesia francesa.

El documento en cuestión se llama ‘celebret’ y es una especie de tarjeta, credencial o documento de identidad para obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos residentes, incardinados o afiliados a alguna institución religiosa de origen francés. Es cierto que en muchas diócesis del mundo ha habido una credencialización de sus ministros para evitar casos de falsos sacerdotes, nulidades sacramentales y otro tipo de estafas a los fieles.

Pero la novedad es que este documento es nacional (no sólo diocesano o regional), abarca a curas diocesanos y religiosos, es obligatorio y en permanente actualización de los casi de 17 mil ministros de culto con un código QR que puede –y debe– ser escaneado por párrocos, rectores, obispos, sacristanes y sí, fieles en general, para conocer el estatus canónico del ministro de culto. Es decir, a través de un semáforo (verde, amarillo, rojo) se puede alertar a la comunidad si el ministro cuenta con plenas licencias para administrar los sacramentos o para ejercer algún tipo de acompañamiento pastoral o espiritual.

El color verde indica que el ministro cuenta con plenas facultades; el amarillo, advierte de alguna irregularidad y pide prudencia para hacerlo partícipe de alguna actividad litúrgica, y el rojo, claramente evidencia que el ministro no debe ser admitido ni para actividades celebrativas ni para atención pastoral. Por su parte, los diáconos (facultados para bendecir, bautizar, casar, dar la comunión, llevar el viático a los moribundos, predicar el Evangelio, presidir funerales y ceremonias de sepultura) tienen el color azul para poder realizar estas actividades pero, como regula su oficio, no están facultados para celebrar sacramentos como la Reconciliación (confesar), la Eucaristía (misa) ni la Unción de Enfermos.

Este nuevo mecanismo es producto de los compromisos que la Iglesia católica en Francia hizo tras los escándalos de abuso sexual y los recurrentes errores de encubrimiento que se permitieron en las instituciones religiosas. Ahora, este ‘celebret’ quiere ser un método que haga más partícipe a la grey y a las instituciones para prevenir excesos, abusos o ilícitos dentro de la Iglesia.

El segundo evento es el nombramiento del nuevo arzobispo de Madrid, José Cobo Cano, y el lenguaje que ha venido utilizando en sus primeros días de pastor electo. Ante una cadena radiofónica, Cobo compartió varias reflexiones teológicas con un lenguaje cotidiano, incluso popular-matritense: “Dios no es Harry Potter… Cuando estamos chungos, él se queda ahí cuando se va todo el mundo se va”; pero también hizo una comparación de su responsabilidad ante el arzobispado de Madrid con el famoso programa de televisión: “Más que Juego de Tronos esto es una familia… cada uno tenemos nuestra pedrá”.

Llama la atención ver que, en el Reino de España, quizá una de las últimas naciones del mundo emparentada con el Vaticano a través de rigurosas formas y lenguajes centenarias, uno de los máximos referentes de la Iglesia católica deja los rigorismos y formalismos para acercarse a otras realidades, a nuevos destinatarios, mediante nuevas expresiones.

Cobo será el primer arzobispo de Madrid en 60 años que no ha sido trasladado desde otro arzobispado mayor. Es decir, los últimos cinco arzobispos madrileños ya habían sido arzobispos en otras sedes metropolitanas mayúsculas: como Santiago de Compostela, Zaragoza, Valencia o del primado de Toledo. Todavía más, Cobo hasta ahora no ha sido obispo titular residencial, sino un obispo auxiliar colaborador.

Ya antes, Francisco hizo cardenal a un obispo auxiliar (al salvadoreño Gregorio Rosa Chávez) y con estos gestos reivindica la función del lenguaje, la actitud y el ejemplo más que de los formalismos (o formulismos) con los que algunos planean seguir conduciendo la Iglesia. El pontificado de Francisco, hay que reconocer, se encuentra ya ante el escenario de transición; y, sin embargo, estas dos audacias, la del carnet digital y el lenguaje sencillo, reflejan que quizá algo de la actitud bergogliana habrá de permanecer un poco más.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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