Análisis y Opinión
¿Un nuevo partido?
Por Antonio Maza Pereda
En una semana particularmente movida, la que inició el 12 de febrero del 2023, uno de los expresidentes anunciaba la creación de un partido nuevo. Nada menos. Valdría la pena preguntarse qué será lo verdaderamente nuevo de ese partido: ¿acaso sus miembros? Eso significaría que la actual clase política no participará. ¿Acaso nuevas ideas? Actualmente no se ve en el panorama algo por el estilo. Sin embargo, es muy posible que el electorado realmente daría la bienvenida a alguien que nos presentara opciones diferentes. ¿Será el caso de una organización y un grupo de ciudadanos qué no carguen con el desprestigio, justo o injusto, con el que cargan hoy las distintas facciones políticas?
Dado el origen de quiénes están anunciando la creación de un nuevo partido, parecería como que sería una escisión del Partido Acción Nacional (PAN). Que no sería la primera vez que ocurra, y que en general no han sido exitosas. Hace ya algunos años un grupo de panistas antiguos, miembros de las llamadas “familias custodio” qué ideó su fundador Manuel Gómez Morín, como una manera de proteger a este partido ante la posibilidad de ser penetrado por el partido dominante, anunciaron que abandonaban el PAN, y formaron un grupo político en el cual se destacaba Efraín González Morfín. No hay manera de saber cuál era su propósito: posiblemente pensaban que el nombre por sí solo atraería al electorado o, tal vez, confiaron en que tenían mucho prestigio por su larga militancia en su partido y que sus miembros abandonarían al PAN logrando que una parte importante del electorado se les adheriría. Lo cual, por supuesto, no ocurrió.
No es nada fácil crear un nuevo partido. Generalmente se busca crearlo con ideas diferentes a las de los partidos existentes, pero muchas veces lo que realmente le da consistencia a un partido no son tanto las convicciones cómo el hecho de que pueda lograr el entusiasmo de los votantes. Lo cual no se ve en el panorama. ¿Será acaso que el concepto de Manuel Gómez Morín de la “brega de eternidad”, se está cumpliendo? ¿Será que no es factible lograr un cambio sustancial en el electorado en un período de menos de año y medio? No es fácil decirlo.
Ya se ha comentado en estas páginas el hecho de que el electorado tiene un gran desencanto con los partidos políticos, los cuales ya ni siquiera quieren usar ese nombre. Hace unas pocas semanas surgió una iniciativa muy interesante, Mexicolectivo, con la idea de reunir un grupo importante de personas interesadas en los temas políticos, pertenecientes a algunos de los partidos con la tendencia socialdemócrata, con la idea de influir de manera decisiva en las próximas elecciones federales. Algunas semanas después, no se ha visto un crecimiento importante entre los que se han adherido a esta iniciativa. Actualmente el número de adherentes a este grupo es de 1343, un crecimiento de 160 personas inscritas en 19 días. Es cierto que este grupo está aún en su etapa de implementación, pero es claro que no se percibe un gran entusiasmo en la población por el concepto de generar una cantidad copiosa de propuestas para crear un nuevo modelo de gobierno en este país.
Si no se logra mayor participación y más aportación de nuevas ideas, volveremos a buscar un caudillo, un personaje providente qué aglutine la voluntad nacional. Desgraciadamente para la oposición y en alguna manera también para MORENA, en el horizonte el único qué tiene esas características es el actual Presidente. Sus posibles sucesores, a los que él mismo llamó “corcholatas”, no han creado un gran entusiasmo entre la población: solamente tienen eco en su propio partido. Finalmente, volvemos al qué fue el modelo del Partido Revolucionario Institucional, dónde los posibles sucesores del Presidente era muy cuidadosos de no hacer ruido, siguiendo el concepto de uno de los políticos más longevos de este país, de qué “quién se mueve no sale en la foto”.
Ante esta situación. ¿acaso nos encontraremos ante un escenario en qué, por mera inercia tendremos otro sexenio con el mismo grupo directivo y con el modelo de un jefe máximo, cómo fue el de Plutarco Elías Calles, al terminar la etapa más virulenta de la Revolución? ¿Acaso tendremos a un jefe máximo de la 4T, que tome las decisiones de fondo, aunque nominalmente haya un Presidente en funciones?
Es una situación poco agradable, pero en todo caso no sería tan malo si la ciudadanía reconoce las lecciones que nos está dejando la situación actual. Pero, por supuesto, para ello tendríamos que tener bastante claridad sobre cuáles son las lecciones qué deberíamos aprender y de qué manera podemos transmitirlas a los votantes para lograr que tengamos, finalmente, el nivel de madurez política que nos ha hecho falta desde que somos una nación independiente.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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Análisis y Opinión
La afición y el deportista
Por Ignacio Anaya
La relación del fútbol mexicano con su afición es lo que muchos podrían describir como un amor apache. En su sentido más simple, representa una mezcla de amor y odio entre ambas partes. Un día, la gente puede estar entonando con orgullo el himno nacional en un estadio lleno cuando la selección juega y, al siguiente, exigiendo la renuncia del director técnico y la salida de los jugadores. Es una ironía, pero es la realidad, que un país con tanta pasión por este deporte dé, en el mejor de los casos, una presentación mediocre.
El fútbol es una de las principales instituciones de entretenimiento e identidad de la sociedad mexicana; el estadio Azteca se considera un templo sagrado para muchos aficionados.
La dinámica del fútbol en México puede entenderse a través de la idea propuesta por el sociólogo Eric Dunning de la “figuración social”, un concepto que describe cómo diferentes grupos e individuos interactúan en una red de relaciones interdependientes. En este esquema, encontramos a los jugadores, entrenadores, administradores del club, árbitros y, por supuesto, aficionados. Todos estos actores tienen roles distintos, pero están inextricablemente vinculados en la trama de este deporte.
Por un lado, están los jugadores y entrenadores, cuyo objetivo es ganar partidos y campeonatos. Pero esta meta no es solo una cuestión de habilidad técnica o estrategia táctica; también está profundamente influenciada por las presiones y expectativas de los demás actores en la figuración. Los administradores del club, por ejemplo, pueden priorizar la rentabilidad económica sobre la calidad deportiva, una de las principales quejas de la afición mexicana, imponiendo restricciones en los recursos disponibles para mejorar el rendimiento futbolístico. Igualmente, no hay que negar la existencia de nepotismo e influencia dentro de este entorno.
Por otro lado, los aficionados, con un amor innegable por el fútbol y con expectativas altas y a veces inalcanzables, se ven influenciados por los medios y su tendencia a ensalzar a la Selección Nacional. Hay que ser honestos, el equipo no estaba en ninguna condición de vencer a Argentina en Catar 2022; la afición mexicana creamos ilusoriamente una rivalidad futbolística inexistente que reflejaba cierta competitividad de identidades entre los dos países. En el núcleo de esta dinámica se encuentra la creencia de que el fútbol puede ser un vehículo de la identidad nacional, para la afirmación de los valores y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Asimismo, los altibajos del fútbol no son simplemente una cuestión de victorias y derrotas en el campo, sino un reflejo de las carencias del país.
Resulta interesante observar a quienes se dirigen las frustraciones durante los últimos malos desempeños. Además de los jugadores, las críticas van hacia los dueños, empresarios y directivos nacionales, lo cual refleja juicios más profundos sobre lo que se deja ver en la cancha.
En este sentido, la correlación del aficionado con el fútbol es paradójicamente tanto de amor como de frustración. La gente espera ver a su equipo ganar siempre y se siente profundamente desilusionada cuando esto no sucede.
Estas tensiones y contradicciones se hacen aún más agudas en el contexto de la creciente profesionalización y comercialización del fútbol. La presión por el rendimiento y el éxito, la demanda constante de resultados y la explotación comercial del deporte como un producto de entretenimiento han exacerbado la intensidad y la seriedad de la competición.
La relación entre el fútbol y su afición en México es, sin duda, compleja y llena de contradicciones. Pero también refleja una dinámica social más amplia, en un mundo donde convergen, negocian y luchan distintas corrientes, desde la pasión por el deporte hasta los intereses económicos.
Resulta preciso señalar que la pasión indiscutible por el deporte a menudo se ve ensombrecida por una gran variedad de factores, alimentados por la creencia de que el fútbol da más de lo que realmente es. Sin embargo, esta interacción está influenciada por tensiones inherentes al sistema, la profesionalización y la comercialización del balompié, así como las presiones por el rendimiento y el éxito. Además, la afición también refleja críticas profundas dirigidas a los aspectos socioeconómicos del país, con sus descontentos apuntando hacia las altas jerarquías. ¿Se podrá romper algún día esta relación? Hay mucho camino por recorrer para lograrlo.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Análisis y Opinión
Nuevos métodos y lenguajes en la Iglesia
En las últimas semanas algunos sucesos en la Iglesia católica pasaron ligeramente desapercibidos debido a la preocupación por la salud del pontífice Francisco, de 86 años y ya con dos años continuos de recurrente atención hospitalaria. Sin embargo, los sucesos comienzan a reflejar los efectos de la reforma de las actitudes emprendida por el Papa argentino y comenzada incluso años atrás en un proceso de adecuación de las instituciones eclesiásticas al siglo veintiuno. Al empezar el tercer milenio, una de las ‘actualizaciones’ de la Iglesia exige que ésta sea “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones”. Y por lo menos dos hechos advierten que el camino marcha; lento, pero marcha”.
El primero de ellos se originó en Francia donde los obispos locales aprobaron en su Asamblea Plenaria de marzo pasado un nuevo documento de identificación y un sistema de información actualizable digitalizado para todos los ministros ordenados de la Iglesia francesa.
El documento en cuestión se llama ‘celebret’ y es una especie de tarjeta, credencial o documento de identidad para obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos residentes, incardinados o afiliados a alguna institución religiosa de origen francés. Es cierto que en muchas diócesis del mundo ha habido una credencialización de sus ministros para evitar casos de falsos sacerdotes, nulidades sacramentales y otro tipo de estafas a los fieles.
Pero la novedad es que este documento es nacional (no sólo diocesano o regional), abarca a curas diocesanos y religiosos, es obligatorio y en permanente actualización de los casi de 17 mil ministros de culto con un código QR que puede –y debe– ser escaneado por párrocos, rectores, obispos, sacristanes y sí, fieles en general, para conocer el estatus canónico del ministro de culto. Es decir, a través de un semáforo (verde, amarillo, rojo) se puede alertar a la comunidad si el ministro cuenta con plenas licencias para administrar los sacramentos o para ejercer algún tipo de acompañamiento pastoral o espiritual.
El color verde indica que el ministro cuenta con plenas facultades; el amarillo, advierte de alguna irregularidad y pide prudencia para hacerlo partícipe de alguna actividad litúrgica, y el rojo, claramente evidencia que el ministro no debe ser admitido ni para actividades celebrativas ni para atención pastoral. Por su parte, los diáconos (facultados para bendecir, bautizar, casar, dar la comunión, llevar el viático a los moribundos, predicar el Evangelio, presidir funerales y ceremonias de sepultura) tienen el color azul para poder realizar estas actividades pero, como regula su oficio, no están facultados para celebrar sacramentos como la Reconciliación (confesar), la Eucaristía (misa) ni la Unción de Enfermos.
Este nuevo mecanismo es producto de los compromisos que la Iglesia católica en Francia hizo tras los escándalos de abuso sexual y los recurrentes errores de encubrimiento que se permitieron en las instituciones religiosas. Ahora, este ‘celebret’ quiere ser un método que haga más partícipe a la grey y a las instituciones para prevenir excesos, abusos o ilícitos dentro de la Iglesia.
El segundo evento es el nombramiento del nuevo arzobispo de Madrid, José Cobo Cano, y el lenguaje que ha venido utilizando en sus primeros días de pastor electo. Ante una cadena radiofónica, Cobo compartió varias reflexiones teológicas con un lenguaje cotidiano, incluso popular-matritense: “Dios no es Harry Potter… Cuando estamos chungos, él se queda ahí cuando se va todo el mundo se va”; pero también hizo una comparación de su responsabilidad ante el arzobispado de Madrid con el famoso programa de televisión: “Más que Juego de Tronos esto es una familia… cada uno tenemos nuestra pedrá”.
Llama la atención ver que, en el Reino de España, quizá una de las últimas naciones del mundo emparentada con el Vaticano a través de rigurosas formas y lenguajes centenarias, uno de los máximos referentes de la Iglesia católica deja los rigorismos y formalismos para acercarse a otras realidades, a nuevos destinatarios, mediante nuevas expresiones.
Cobo será el primer arzobispo de Madrid en 60 años que no ha sido trasladado desde otro arzobispado mayor. Es decir, los últimos cinco arzobispos madrileños ya habían sido arzobispos en otras sedes metropolitanas mayúsculas: como Santiago de Compostela, Zaragoza, Valencia o del primado de Toledo. Todavía más, Cobo hasta ahora no ha sido obispo titular residencial, sino un obispo auxiliar colaborador.
Ya antes, Francisco hizo cardenal a un obispo auxiliar (al salvadoreño Gregorio Rosa Chávez) y con estos gestos reivindica la función del lenguaje, la actitud y el ejemplo más que de los formalismos (o formulismos) con los que algunos planean seguir conduciendo la Iglesia. El pontificado de Francisco, hay que reconocer, se encuentra ya ante el escenario de transición; y, sin embargo, estas dos audacias, la del carnet digital y el lenguaje sencillo, reflejan que quizá algo de la actitud bergogliana habrá de permanecer un poco más.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe