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Columna Invitada

Ancianos Invisibles

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Por Antonio Maza Pereda

Es un hecho que la humanidad está envejeciendo cada vez más. En la mayoría de los países desarrollados ha aumentado el número de adultos mayores en proporción al total de la población. Para lo cual contribuye la disminución, en algunos casos radical, de la natalidad combinada con una mayor esperanza de vida gracias a los avances de la ciencia médica.

Lo cual ha creado la así llamada “cultura del descarte”. Cultura que abarca una gran variedad de formas, pero que se está aplicando a partes importantes de la Sociedad, incluyendo los pobres, a los que tienen una educación deficiente, los minusválidos y, de manera muy destacada,  a los ancianos. Todas estas categorías de personas qué se les considera menos aptos para contribuir a la sociedad. Parte de esta cultura tiene que ver también con un resentimiento importante hacia los ancianos, que consumen pero ya no producen de una manera importante y que son percibidos como miembros poco beneficiosos para la Sociedad. Un resentimiento que, en el extremo, es una parte de la justificación de la eutanasia.

¿Cómo es la situación en un país de nivel de desarrollo mediano como México? De alguna manera hemos llegado tarde al concepto europeo del Estado que protege “desde la cuna hasta la tumba”. Un ideal que nunca se ha cumplido del todo, pero que forma parte de las expectativas de la población. A nuestro país todavía le falta bastante para llegar a los niveles del Estado benefactor que se tienen en Europa y en algunos otros países desarrollados. Acá partimos de organizaciones como el INSEN (Instituto de la Senectud), el INAPAM, y actualmente la Secretaría de Bienestar. Programas que han sido acusado de clientelares, con la idea de qué es una manera disfrazada de comprar votos de los ancianos.

Independientemente de los conceptos de manipuleo político, es un hecho que para una parte importante de la población de edad avanzada, o no tienen pensión o la que tienen no alcanza para cubrir los mínimos para subsistir con dignidad. El hecho de que el anciano no pueda contribuir ni siquiera a su propio mantenimiento, le  resta prestigio y muchas veces se le hace sentir que es un “arrimado”,  una carga  que impide que el resto de su familia pudiera vivir mejor.

Lo cual lleva a muchos adultos mayores a sentir una discriminación que pocas veces se reconoce como tal. Los apoyos qué están otorgando a estos adultos mayores tienen un concepto asistencial. Es un apoyo económico en aspectos de salud tanto física como psicológica pero solo de un modo mínimo.

¿Sería posible dar otro tipo de apoyos a muchos adultos mayores que todavía podrían tener una aportación sustantiva para la Sociedad? ¿Ayudas que les permitieran tener otro tipo de desarrollo y un reconocimiento social? Por poner un ejemplo:  para desarrollar recursos humanos, la Sociedad destina una parte de sus recursos a becas. Mismas que solo se les asignan a los jóvenes, porque se considera que el dinero para desarrollar a los adultos mayores es un desperdicio. Poco se hace por hacer investigación sobre la situación de este segmento de la sociedad, hay pocos programas de extensión universitaria enfocados a mejorar la capacitación de estos ciudadanos y muchísimo menos existen procedimientos específicos para consultarlos en la toma de decisiones a todos los niveles.

Esta exclusión del adulto mayor no es necesariamente visible. Los mismos ancianos hacen lo posible por permanecer invisibles. Algunos buscando que su arreglo personal oculte su condición de ancianos:  como el detalle de ocultar su edad mediante teñir sus canas, un negocio que cada vez es más rentable. Otros medios tienen más profundidad: cada vez más encontramos ancianos (mi caso) qué posponen su jubilación hasta los 75, 80 o más años. Y no necesariamente sólo por razones económicas: también se da por razones de prestigio social.

Por supuesto, la mayoría de la población niega la existencia de esta discriminación. Lo cual ocurre con mucha frecuencia cuando una sociedad discrimina a una parte de sus integrantes. Sí preguntamos, por ejemplo, si se marginan a los afroamericanos, los discriminadores normalmente niegan la existencia de dicha exclusión y pueden citar ejemplos de actividades que son reales, pero que muchas veces no llegan a resolver el fondo del asunto. Por no comentar el tema de la marginación de la mujer: si consultamos al típico machista, lo usual será que niegue dicha discriminación y, en el extremo, no faltará quien diga que ya se ha hecho demasiado.

¿Por cuánto tiempo seguiremos con esta situación? No es un tema fácil. Hace ya algún tiempo, el muy reconocido y escuchado empresario mexicano, Carlos Slim,  dijo que los ancianos pueden trabajar con tanta eficiencia como otros empleados de menor edad; solamente es necesario asignarles horarios con menos horas de ocupación. Un concepto interesante, qué podría rescatar saberes y experiencias muy útiles,  pero que aparentemente nadie está dispuesto a llevar a cabo. El tema da para mucho. Si no profundizamos y nos quedamos sin reconocer estas situaciones, lo más probable es que nos encontraremos con sociedades cada vez más fincadas en el egoísmo y un crecimiento exponencial de la cultura del descarte.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx



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Columna Invitada

La leva en México: reclutamiento forzoso

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Por Ignacio Anaya

En la historia de México decimonónico y de la Revolución mexicana, es ineludible recordar la leva, el sistema de reclutamiento forzoso de la población civil para engrosar las filas del ejército. De hecho, el siglo XIX y los comienzos del XX vieron cómo esta práctica fue recurrente, hasta que el fin del conflicto revolucionario marcó un cambio. “Y por la leva fue obligado a empuñar el fusil”; estas palabras fueron publicadas en el periódico El Siglo Diez y Nueve el 12 de octubre de 1877.

El ejército se convirtió en una institución que adquirió relevante poder político a partir de la independencia, a pesar de contar con baja profesionalización. Coexistía con milicias y la guardia nacional de los estados, mientras que buscaba convertirse en una entidad profesional. Pero, ¿cómo lograr un cuerpo armado estable dentro de un país en constante conflicto y con necesidad de efectivos? La respuesta fue la leva.

En sus comienzos, los militares seleccionaban a hombres de perfiles bajos en la sociedad: vagabundos y ebrios, personas cuyo reclutamiento resultaba poco costoso para el Estado y aumentaban las filas. Eran capturados en las calles, y con el tiempo se fue incorporando a jornaleros e indígenas de zonas rurales.

Este sistema, que combinaba el abuso de poder con la sorpresa de la redada, era efectivo, pero a la vez generaba problemas: Las deserciones eran habituales, y el castigo podía ser severo, desde trabajo forzoso hasta la pena de muerte. Se establecía una relación tensa entre superior y subordinado, creando un clima poco propicio para la consolidación de un ejército profesional. No obstante, a pesar de las prohibiciones y los intentos de instaurar sistemas alternativos, como el sorteo impulsado por Benito Juárez, la leva persistió durante décadas. Tuvo periodos de pausa en aquellos breves momentos de estabilidad.

Durante el Porfiriato, la escasez de voluntarios hizo que el ejército recurriera nuevamente a dicha práctica. Aquí se abrió un debate interesante: ¿este sistema servía para limpiar las calles de criminales o, por el contrario, terminaba por darles armas? Esta pregunta, que retumbaba en la prensa y en boca de varios militares, no encontró una respuesta concluyente. “En el batallón, le ponen a uno presente, voluntario, no siendo esto verdad”, testimonio recuperado por el diario La Voz de México el 2 de octubre de 1877.

Lo cierto es que la leva terminó perjudicando a la sociedad mexicana. El método generó una enorme cantidad de deserciones. En ocasiones, las personas se dañaban ellas mismas o incluso se mutilaban para evitarla. No se podía forzar a la población a la vida castrense, y los resultados terminaban siendo contraproducentes en varios casos.

La leva provocaba problemas en las zonas rurales, donde se buscaban indígenas y jornaleros. No sólo se desgarraba el tejido social al arrancar a los hombres de sus familias y comunidades, sino que se ponía en riesgo la economía local. Además, el sistema generaba desconfianza y rechazo hacia el ejército. Las acciones de los oficiales, quienes a menudo actuaban con abuso de poder, reforzaban este sentimiento. Un cuerpo militar compuesto por individuos forzados a servir, que eran tratados de manera déspota y como consecuencia intentaban huir o evadir el servicio, distaba mucho de ser una institución consolidada y respetada.

Su continuidad durante el Porfiriato y el huertismo demostró la dificultad de encontrar alternativas efectivas. Aunque el gobierno intentó implementar sistemas de sorteo, estos fracasaron. Al final, el recurso fácil y económico parecía ser siempre el reclutamiento forzoso. Por ello, hay casos de revolucionarios que sirvieron forzosamente en el ejército antes de unirse a la revolución.

Los hombres que eran llevados a la fuerza a servir no sólo sufrían físicamente por las difíciles condiciones de la vida militar, sino que también la desmoralización era alta, pues se veían obligados a estar en un ejército que no respetaban y al que no querían pertenecer.

El impacto psicológico y social es difícil de medir, pero es innegable. La alienación, el miedo, la rabia y la resistencia que generó este sistema de reclutamiento forzoso contribuyeron a un clima de descontento y agitación.

En este sentido, la leva evidencia los desafíos de la construcción de un ejército en México, al igual que refleja las tensiones y conflictos sociales de la época. La historia castrense en el país estuvo lejos de presentar a un cuerpo militar establecido profesionalmente durante un considerable tiempo. En cambio, la situación de crisis de aquel entonces se prestaba al reclutamiento forzoso compuesto por indeseados, según los criterios de la sociedad, fueran castigos contra criminales o para llenar las filas. La gloria para muchos solo quedó en el discurso.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Columna Invitada

¿Innovación política? Muy poca

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Por Antonio Maza Pereda

La próxima semana estaremos pendientes de los resultados de una de las elecciones más importantes del 2023. Son, como todos sabemos, unas elecciones estatales, pero tienen una importancia mayor de lo normal por su cercanía a las elecciones presidenciales y por qué, en conjunto, abarcan casi la quinta parte de los votantes del país.

El campo de juego son los Estados de Coahuila y de México. Ambos gobernados por largo tiempo por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y ahora compartiendo la candidatura con los partidos Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sólo el Estado de México es el 16% del padrón electoral del país, pero, más importantemente, son Estados con una configuración social muy diversa, con zonas industriales importantes en ambos de ellos, áreas agrícolas, zonas muy marginadas y también algunas localidades con un ingreso per cápita comparable al de algunos países europeos. Lo cual permitirá predecir con alguna aproximación cuál va a ser la reacción del electorado a diferentes ofertas políticas. También, hasta cierto punto, predecir el posible éxito de las propuestas políticas de las distintas alianzas en juego.

No dejan de tener un cierto riesgo. Cualquiera de las alianzas qué falle en ganar las elecciones, sobre todo si lo hacen por un margen elevado, sufrirá un golpeteo interno entre los posibles candidatos para el 2024. No faltaran las acusaciones mutuas, críticas de todo tipo porque, como he dicho en varias ocasiones, el fracaso generalmente es huérfano. Nadie se va a querer hacer responsable si no tiene el éxito que espera. Tan es así que ambos bandos ya empezaron a hablar de posibles fraudes, buscando como dice un dicho mexicano “curarse en salud”.

Lo que es notable es que la oferta política es básicamente la misma en ambos Estados. Una oferta que no se distingue por su innovación. Unos ofrecen más de lo mismo. Otros ofrecen más de lo antiguo. La alianza en el poder está ofreciendo… bueno, aquello que ofrezca el actual presidente. Mismo proyecto de país, que básicamente consiste en lo que proponga un gobernante al que no le gusta que le cambien ni una coma de sus propuestas. Es muy difícil imaginarse qué propuesta enviará próximamente. La oposición no tiene una oferta importante.

Básicamente consiste en ignorar las realizaciones y amplificar las fallas de la actual administración, para volver a lo que se hacía antes. Para el ciudadano común, que no esté en el círculo rojo, que solo entiende por encima lo que le dicen los medios, sean los profesionales o las redes sociales, ese mensaje se reduce a decir: “no dejemos que entre en nuestros estados la 4T, para que podamos seguir gobernando cómo los últimos años”. Una oferta que difícilmente entusiasma a quién no pertenece a los núcleos duros de estas alianzas.

Unos, los paladines de la cuarta transformación, piden paciencia para que las promesas, que no han podido cumplir hasta ahora, se realicen dándoles más tiempo. Otros juegan con el miedo: “Si no hacemos algo ahora, el país se destruirá, entraremos en una dictadura que sólo tendrá como resultado empobrecer a nuestro país, como ha ocurrido en Cuba, en Corea del Norte y en otros países”.

Mala cosa. Lo único claro de las ofertas políticas de ambas alianzas es que no tienen propuestas innovadoras. Ambos están jugando a qué contarán con la fe de los votantes. Nos dice la 4T: “sí en el mundo todo sigue igual, todo lo que hemos estado ofreciendo verdaderamente se cumplirá, siempre y cuando se haga al gusto del primer mandatario. Solo dennos más tiempo”. La oposición nos dice que, por el mero hecho de tomar el poder, revertirá todas las fallas que hubo, y todo se resolverá, solo con cambiar la administración actual, con solo revertir las medidas de AMLO. Sin que se nos ofrezcan nuevas medidas de fondo para atender temas que son reales y que, dadas las condiciones en nuestro país, no han tenido soluciones particularmente exitosas con sus administraciones anteriores.

La solución, por supuesto, está en manos del electorado coahuilense y mexiquense. A nosotros, el resto de los ciudadanos de a pie, los sin poder, nos queda observar lo mejor posible lo que ocurra, para aplicar las acciones que nos sugiere el análisis de estos resultados. Y será muy interesante también observar en las próximas semanas cómo se modificará la oferta política al 2024, cómo aumentarán las patadas bajo la mesa entre los posibles candidatos, y cómo se deterioran las relaciones en ambas alianzas. Y, como siempre, lo importante será la actuación de nosotros, los votantes, que finalmente seremos quienes definan la situación del País. Posiblemente en toda la historia moderna de nuestra nación, nunca tuvimos las fuerzas políticas más estancadas y menos innovadoras, más necesidad de que nuestro electorado participe copiosamente en las elecciones y actúe con sabiduría y moderación. Hay que responderle a nuestra Sociedad.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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