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Columna Invitada

Cambiar la narrativa

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Por Antonio Maza Pereda

Cuando los politólogos y algunos que no lo somos, hablamos de la política, es bastante frecuente que digamos qué es necesario tener una nueva narrativa y en todo caso no estar siguiendo la narrativa del Presidente de la República, ni siquiera para rebatirla. Lo cual suena bien. Hace ya algún tiempo que la susodicha oposición no ha tenido ideas propias y que, en términos generales, se ha dedicado más bien a criticar la narrativa de la 4T o en todo caso afirmar que no es una mala narrativa, pero que en el Gobierno han sido ineptos para aplicarla.

Suena bien, en teoría. Pero no basta. La gran pregunta, es: ¿cómo? ¿De qué manera se podría cambiar esa narrativa? Por qué es claro que no hemos escuchado nada realmente nuevo. Pero también es cierto que quienes criticamos a la oposición, no hemos presentado ideas muy concretas.

No basta con decir cosas diferentes, nuevas soluciones, otros modos de alcanzar nuevos objetivos. Tampoco decir qué la situación actual o su narrativa no está siendo suficiente. No sólo se necesita que la oposición ofrezca una narrativa distinta; también se necesita una que entusiasme al electorado. Una narrativa que sea creíble, que tenga racionalidad y al mismo tiempo elementos emotivos, que sea una guía que lleve a la acción. Todo eso, obviamente, es necesario. Pero, otra vez, ¿de qué manera?

Para cambiar la intención del electorado no basta con decirle que el actual gobierno tiene errores. Finalmente, todo gobernante los tiene. En todo caso, esas fallas se pueden enmendar. Pero cuando no hay propuesta, ciertamente no hay errores, pero tampoco hay nada que mejorar. Necesitamos enfoques radicalmente diferentes. Dejar de ver la situación de la Nación en términos de blanco y negro, en términos bidimensionales y ver que nuestra situación cómo Nación tiene múltiples colores con muy diversas tonalidades y que operamos no sólo en dos o tres dimensiones sino probablemente en un número mucho mayor. Se necesita una propuesta que despierte el entusiasmo de quienes se oponen al sistema actual. Ya es bastante claro que la mera negación que se está haciendo no ha sido suficiente.

Tema que, además, no es solo de la oposición. Aquellos a los que el Presidente les llama “las corcholatas”, tampoco han mostrado mayor iniciativa. Su propuesta es la continuidad y hacer lo que les diga AMLO. Pero al menos ellos tienen el aval del señor Presidente quién, de ser cierto lo que dicen las encuestas de opinión, sigue teniendo una gran popularidad. Al menos eso tienen. Los aspirantes a candidatos presidenciales de la oposición, ni siquiera eso. No tienen quien les preste popularidad, no tienen un programa que continuar, o hasta el momento no lo han mostrado. Alguien me dice que lo que pasa es que están reservando las buenas ideas para qué la 4T no se las vaya a robar. Puede ser. Pero hasta ahora no han mostrado mayor cosa.

También valdría la pena profundizar en el concepto de narrativa. Es de esas cosas de las que todo mundo habla, pero qué no se define con claridad. Incluso se dan cursos, y se critican para bien o para mal las narrativas existentes, pero más allá de las definiciones no hay más detalle. Es como si alguien pretendiera hacer un nuevo automóvil sin tener los planos detallados de las piezas, de los sistemas y las interconexiones entre ellos.

Si queremos ver en sus términos más simplificados la narrativa de la 4T, esos puntos quedarían así: la situación: antes teníamos una situación mucho mejor que la actual. La complicación: se abandonaron los postulados de la primera Revolución social del siglo XX y se permitió un viraje hacia el neoliberalismo. La pregunta: ¿cómo regresar a ese pasado maravilloso que se nos ha perdido? La respuesta: una transformación fundamental, basada en un caudillo qué entiende y encarna los anhelos de la población: la cuarta transformación. Obviamente es un esquema muy simple: la respuesta es una vuelta al pasado.

¿Basta atacar esta narrativa? Posiblemente el 60% o 70% del electorado no vivió esa situación idílica de la que nos platican. No existe información clara sobre el nivel de pobreza o de violencia en los cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. Y siempre está el recurso a “los otros datos”. Muchos aceptan esta premisa como un acto de fe, que no hay que demostrar.

Para poder exorcizar, valga la comparación, una narrativa, se necesita tener una base amplia de cultura política en lo económico, en lo numérico, en los aspectos sociales y hasta en la antropología filosófica. Una base amplia pero no necesariamente profunda. Se trata de entender los aspectos básicos de estos temas. Pero cuando los políticos, por poner un caso, no tienen un sentido claro de las proporciones, y usan los números sin entender el concepto de la magnitud, tendrán éxito sí el ciudadano no tiene bases sólidas. Qué es justamente el tema más grave de la educación que hemos recibido y que se pretende seguirnos dando.

¿Es fácil? Seguramente no. ¿Rápido? Tampoco. Y tal vez por eso los politólogos no pueden proponer soluciones aplicables. Todos los políticos, no importa su tendencia, quieren tener resultados a toda velocidad, que no requieran un gran esfuerzo y que no haya que explicar demasiado. Sí, hay que reconocer las ventajas y las bondades de crear una nueva narrativa. Partiendo de un análisis de la situación: creíble, demostrable, fácil de entender. Con esa base, crear objetivos que entusiasmen a la ciudadanía, Y que dejen muy claros cuáles serían los pasos para que ese grupo de objetivos se pueda cumplir.

Sé que pido demasiado. Pero no puedo creer que solamente a base de mercadotecnia política esta opción actual, que resulta insuficiente al ciudadano que quisiera ver otras ideas, se vuelva eficaz. La ciudadanía, organismos intermedios, y hasta algunas partes de los partidos políticos actuales tienen que hacer un gran esfuerzo de reflexión para ofrecer algo diferente. La gran cuestión es: ¿alcanzará el tiempo de aquí al día de las elecciones?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx



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Columna Invitada

“Dinero maldito…”

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Por Antonio Maza Pereda

Es interesante que, en la contienda presidencial, se está utilizando el hecho de tener dinero como un indicador de la maldad de los contendientes. En las acusaciones mutuas, sobre todo en el primer debate y su post debate, apareció de manera reiterada el tema de la cantidad de dinero que tienen quienes compiten. Aparentemente, como muchos creen, el hecho de tener dinero, es igual a ser una mala persona y, por lo contrario, el tener escasos recursos es una garantía de que la persona es buena. ¿Cómo llegamos a esta idea? Francamente, lo ignoro.

Pero es algo arraigado profundamente en una parte importante de la población e impulsado fuertemente por los políticos, tanto de la izquierda populista como los integrantes de la dictadura perfecta. Una interpretación que no se sostiene en los hechos, pero qué es creída por muchos. No cabe duda de que el concepto forma parte de nuestra cultura tradicional. Una de las canciones rancheras más exitosas de principios de los cincuenta del siglo XX, hablaba del “dinero maldito, que nada vale”. Y no es el único caso.

Mientras que los adherentes de la 4T presumen de su pobreza franciscana, incluso como la solución a muchos de los problemas nacionales, la oposición evita el tema y trata de no hablar de su posición en ese aspecto. De hecho, de acuerdo con nuestras leyes, cualquier habitante del país tiene derecho a hacer dinero. Para la Ley, no es malo tener propiedades y bienes, mientras se hayan adquirido honestamente y se hayan cumplido todas las leyes de tipo fiscal, así como las que prohíben crear una fuerza monopólica. Pero no cabe duda de que este concepto no ha penetrado fuertemente en la población.

Para muchos la fortuna se ve como algo dudoso. Por definición, porque quien es pobre no tiene capacidad de ahorrar. La acumulación se considera sospechosa. Y muchas veces se crean leyes que buscan modos de penalizar el acopio de recursos económicos. Con bastante frecuencia se sataniza la ganancia, y se habla de las empresas no lucrativas como algo intrínsecamente bueno. A pesar de que puede haber algunas que sirven de tapadera para la corrupción. La idea de lucro tiene muy mala fama.

No está claro, para nuestros representantes populares, que las empresas necesitan tener utilidades. Y esto ocurre por muchas razones. La utilidad es la recompensa por el hecho de que el inversionista está tomando un riesgo. Claramente, cuando no hay riesgo en un negocio, puede haber dudas de su ética. Esto ocurre con frecuencia en el sistema mercantilista que ha dominado la economía de nuestro país por muchas décadas. Porque no es cierto que tuvimos un sistema neoliberal: lo que hemos tenido es la colusión de los gobernantes con una parte de los grandes capitales. A los cuales se les han permitido monopolios virtuales, gracias a los cuales el riesgo de su inversión es sumamente bajo, y sus ganancias muy grandes.

Por otro lado, una empresa que tiene bajas utilidades difícilmente tendrá recursos para modernizarse, invertir en su crecimiento, hacer una mercadotecnia que le permita crecer, pagar bien a sus empleados y capacitarlos. Las empresas, sobre todo las pequeñas y medianas con bajas ganancias, tienen muy poca capacidad de maniobra. Difícilmente podrán competir con la empresa de altas utilidades. Y, para poder mejorar su situación, prácticamente la única libertad que les queda es la de reducir aún más sus precios, con la esperanza de que eso hará que su clientela aumente. Lo cual no siempre ocurre. En esas condiciones, la empresa de bajas ganancias entra en un círculo vicioso del que difícilmente puede salir.

Pero esto, claramente, no es comprendido por cierto tipo de socialistas, basados en los conceptos de Marx y Engels, ideas construidas antes de que se conociera el desarrollo de la contabilidad de costos. Noción que los hace pensar, como esos autores, que la plusvalía es únicamente la diferencia entre el precio de venta y el pago de la mano de obra, ignorando que toda empresa tiene muchos más gastos. La idea de que “la propiedad es un robo”, elaborada por Pierre-Joseph Proudhon, en 1840, sigue siendo un dogma para muchos de ellos.

Estos conceptos siguen estando vigentes en la propaganda política de los próximos comicios del 2024. Algunos los promueven, otros tratan de evitar su discusión porque, de fondo, les da vergüenza sostener que es muy difícil encontrar una economía que crezca y que aumente el poder adquisitivo de las personas, si no se acepta la necesidad de las utilidades. Por otro lado, no queda duda de que, muchos de los que promueven el concepto de la pobreza franciscana, se han enriquecido de manera ilegal y están haciendo grandes esfuerzos para evitar que se investiguen sus propiedades.

Probablemente, no baste con una campaña electoral, a la que le quedan poco menos de cincuenta días, para cambiar esta visión distorsionada. Pero, independientemente de lo que haga la clase política, que casi toda rechaza el papel de la riqueza en el desarrollo de la economía del país, nosotros, los ciudadanos de a pie, no tenemos por qué caer en ese sofisma. Nos debe quedar claro que no necesariamente, quienes han hecho dinero cumpliendo las leyes, son personas malvadas y mucho menos pensar que los que no lo han hecho es porque son angelicales o, por otro lado, porque han sido ineptos.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Primer debate: ¿Quién ganó?

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Por Antonio Maza Pereda

Una pregunta que, en principio, parece un tanto ociosa. Nadie, por supuesto, va a aceptar qué ha perdido: todos se han declarado ganadores y han presentado encuestas que, generalmente, apoyan su causa.

Habría que empezar por preguntarnos: ¿a qué le llamamos ganar? El objeto de un debate es informar, convencer y apoyar a la decisión del voto. Y si no lo logra, malamente se puede decir que fue un buen debate. La pregunta no debería de ser quién ganó, sino de qué manera ha cambiado la intención del voto a favor de los debatientes. Esto es mucho más difícil de medir. Habría que tener un grupo de votantes a los que se les midiera la intención de voto antes y después del debate y medir si realmente hubo una diferencia. Sin haber hecho algo así, no se puede decir si el primer debate contribuyó a cambiar la decisión de voto. Y aun haciéndolo así, la auténtica respuesta se sabrá hasta que se den las elecciones. Habrá que esperar para poder responder a esta pregunta.

En cuanto al tono de los candidatos, podría decirse que Xóchitl Gálvez estuvo generalmente a la ofensiva, Claudia Sheinbaum estuvo mayormente a la defensiva y Álvarez Máynez estuvo tratando de desmarcarse de ambas posiciones. Con la ventaja de que no tenía nada que defender.

El énfasis de las candidatas fue sobre el pasado, con pocas ideas a futuro. Hubo pocas sorpresas, pocas ideas realmente nuevas y una gran cantidad de generalidades. Por poner un ejemplo, para acabar la corrupción se habló de evitar la impunidad. Lo cual es una generalidad: nadie va a decir que está en favor de la impunidad. Lo importante, y nadie lo dijo, es cómo lograr que no exista la impunidad. Crear nuevas organizaciones para substituir a las que actualmente son inoperantes, sigue siendo una propuesta insuficiente. Falta más detalle y, en todo caso, hay que reconocer que se requieren estudios más profundos.

En el caso de las candidatas, la impresión es que están tratando de convencer a los que ya están convencidos. Hablaron para su núcleo duro, y muy poco para los indecisos, y mucho menos tuvieron argumentos para cambiar la intención de aquellos que ya han decidido su voto. No cabe duda de que tienen mucha confianza en los partidos que las cobijan. O al menos eso es lo que refleja su discurso.

Claro que los candidatos tienen una fe, casi religiosa, en que las soluciones a los problemas nacionales están en los partidos. Y es de esperarse. Prácticamente, hubo pocas referencias para reestructurar el gobierno dándole más participación a la sociedad civil. Obviamente, esto fue mucho más claro en el caso de la doctora Sheinbaum, que por sus convicciones de izquierda considera que el gobierno debe de tener el papel más importante posible en la conducción del país. Probablemente, a algunos nos hubiera gustado escuchar que se le dará a la sociedad civil un papel más relevante en los asuntos públicos.

Se criticó mucho el esquema para el debate, que decidió el Instituto Nacional Electoral (INE). El formato fue rígido, con un exceso de temas, y estorbó que se pudiera profundizar en muchos de ellos. A pesar de que fue un debate muy largo, de 2 horas. Hay que reconocer, por otra parte, que en nuestro país tenemos poca costumbre de debatir. Esto se ve tanto en esta clase de eventos como en la prensa, la radio, la televisión y las redes sociales. Abundancia de ataques, insultos, epítetos y una gran ausencia de argumentación lógica. Probablemente, no es nuestra culpa: hay poco debate público y pocos ejemplos de debates presidenciales. En otros países, desde la secundaria se empiezan a formar equipos de debate, se hacen torneos y el público asiste a estos, con lo cual se tiene una idea mucho más precisa de cómo se llevan a cabo estos eventos. Aún nos falta bastante por aprender.

También se puede criticar a los moderadores. De ellos se puede decir que fueron neutros en exceso y les permitieron a los participantes salirse de las reglas, negarse a contestar lo que se les preguntaba, evadir los temas y se quedaron en la administración de los tiempos. Que, por cierto, fueron bastante bien manejados.

Sin llegar a los niveles de los insultos, hubo ataques que en algún momento llegaron a lo personal. A la doctora Sheinbaum se le acusó de ser una mujer fría y sin corazón, una verdadera dama del hielo. Como si eso fuera lo importante. Grandes mujeres gobernantes, como Margaret Thatcher, la dama de hierro, y Golda Meir podrían haber sido consideradas como poco cariñosas, y eso no hizo que fueran malas gobernantes. Del otro lado, la doctora Sheinbaum evitó cuidadosamente decir el nombre de Xóchitl Gálvez y en todos los casos se refirió a ella como la candidata del PRIAN. Confiando, evidentemente, en que ese apodo le funcionó bastante bien al presidente López Obrador en su debate y durante sus famosas mañaneras. Hay algo de cierto: el lastre más importante que tiene la ingeniera Gálvez es el desprestigio de los partidos que la promueven. Y, evidentemente, doña Claudia se encargó de que no se nos olvidara quién la patrocina.

El maestro Álvarez Máynez cayó en lo mismo: hablando constantemente de la vieja política, entendiendo por ello los actuales partidos políticos y sus coaliciones, contra la nueva política representada por su partido. Todo lo cual desdice del concepto de la discusión. Se dice que en un debate cuando empiezan los insultos y descalificaciones es porque se acabaron los argumentos. El invitado de piedra en el debate fue AMLO. No se le atacó de manera directa ni se le defendió explícitamente. Pero muchas de las críticas tuvieron que ver con sus decisiones de gobierno.

Un argumento de la doctora Sheinbaum es que de los presentes en el debate ella era la única con experiencia de gobierno. Lo cual en cierto modo es verdad: ninguno de sus oponentes tiene la experiencia de gobernar una entidad con 9 millones, doscientos mil habitantes, más otros 3 millones de población flotante. Pero si eso fuera un argumento válido, significaría que solo los que pertenecen a los partidos en el poder o que participaron en ellos cuando esos partidos tuvieron cargos públicos, serían los adecuados para gobernar. De hecho, es un argumento para justificar la permanencia en el poder de la clase política. Si lo creemos, estaremos aceptando que solo los partidos nos pueden gobernar.

Pero finalmente sí se puede hablar de un ganador. Uno que, hasta donde me doy cuenta, no se ha mencionado. Y ese ganador es la sociedad civil. Las cuestiones seleccionadas entre los miles que se remitieron al INE, fueron preguntas muy válidas, que van al fondo del asunto de la mejora en nuestra situación política, económica y social. Expresadas de manera clara y contundente. Una vez más, el ciudadano de a pie, el sin poder, está demostrando que tiene más claridad en cuanto a las necesidades del país y las áreas que requieren mejora, en tanto que la clase política pretende darnos las mismas recetas que ya han fracasado una y otra vez.

¿Quiere decir todo esto, qué la idea de tener debates es inútil? ¿Es insuficiente? De ningún modo. El formato requiere una cirugía mayor, pero estamos a tiempo de modificar la forma de los debates para que sean más significativos. En cambio, tener una verdadera cultura del debate es algo que requerirá enseñanza, una práctica muy extendida y bastante tiempo. Lo cual no quiere decir que se abandone. Al contrario: urge formar a nuestros jóvenes y a la población en general en el uso de los debates en otra clase de asuntos, de manera que logremos práctica en estos menesteres.

Quedan aún dos debates por delante en esta campaña electoral. Se tienen que hacer cambios importantes, tanto en la forma como en el fondo, para que estos debates contribuyan a evitar el abstencionismo y permitan, a las grandes cantidades de indecisos, tomar una resolución informada para ejercer su voto.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Eclipse 2024, en la Arquidiócesis de Durango

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Por María de Lourdes Rodríguez

Un acontecimiento extraordinario que nunca antes había presenciado. Meses antes del día de hoy, leí en redes sociales, cómo se estaban preparando en todo el Estado de Durango, personas de la Nasa, astrónomos y aficionados. Reservando lugares privilegiados para el día 8 de abril.

Todos los periodistas, comunicadores e influencers, centrados en este acontecimiento. Invirtiendo y gastando recursos para documentar el eclipse solar 2024.

Todos vimos cómo ofrecían lentes para ver el eclipse, lugares estratégicos para observarlo. E información de qué sí y qué no se puede hacer durante el eclipse. Algunos datos científicos, asertivos y otros charlatanes y/o fake-news, sensacionalistas.

Pero en este momento quiero centrarme en lo esencial. En el fenómeno sobrenatural. Una experiencia sobrecogedora, mágica. De fuerza irresistible. Así me imagino que es el amor de Dios, un amor como el de San Pablo, un amor como el de los mártires, que se vencen a sí mismos para dar la vida por Cristo.

Es una locura, observar como paulatinamente a medio día la luz solar escapa para dar paso a la oscuridad. Y después de unos breves instantes vuelve la luz a brillar.

Cómo no creer en Dios y en su espíritu creador, cómo no voltear a ver el universo y experimentarte parte de un todo. Es la locura del amor, es la locura de la vida. Observa o recuerda esos instantes de locura y emoción antes y durante el eclipse del 8 de abril.

Podrás creer o no, podrás sentir o no, pero es innegable la fuerza de la naturaleza, así como es innegable el amor de los que dan su vida por Cristo. Por ello, admiro, contemplo y estudio la vida de los mártires. ¿Qué ven ellos? ¿Qué viven ellos? ¿qué observan ellos para dar su vida por Cristo? ¿Cómo oran? ¿Cómo viven? ¿Cómo aman?
Tendrán instantes de oscuridad, su amor se eclipsará, pero finalmente en su alma brilla la luz eterna.

Por ello te invito a documentarte y estudiar la vida de los mártires: San Mateo Correa, San Luis Batis, San David Roldan, San Salvador Lara, San Manuel Morales… entre otros.

Trae al presente el instante del eclipse y déjate sorprender por la verdadera Luz de la Resurrección de Cristo y su fuerza arrolladora… que une el día y la noche en un instante.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Unidad: ¿Un imposible?

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Por Antonio Maza Pereda

A casi 60 días de una de las elecciones más reñidas desde la Revolución Mexicana, todos los bandos se declaran triunfadores. Bueno, casi todos. Excepto los que no quisieron formar alianzas. Quienes, posiblemente, esperan vender caro su apoyo a quien resulte ser la mayor minoría, para que tenga gobernabilidad.

Muy pronto conoceremos el fruto de la siembra sistemática de odio que hemos tenido en este sexenio o, posiblemente, desde mucho antes. Una siembra en la que todos los bandos participaron y siguen participando, con singular alegría. Todos, pensando que ese es el camino para el éxito electoral. Los que, al no tener argumentos convincentes a su favor, recurren al insulto. Los que dicen a sus contrincantes conservadores y fachos o chairos y morenacos. Quienes creen el dogma de que: si demuestro que mi contrincante está mal, quiere decir que yo estoy bien. Todos, o casi todos, apostando contra la unidad de los mexicanos.

Pero ¿realmente es posible la unidad en un país? ¿O, en una familia? ¿En una organización religiosa o política? ¿O cualquier otro tipo de organización? Parecería que no, y que buscar la unidad es una lucha inútil. Y, por lo mismo, innecesaria. Si estamos convencidos de que la división está dando un lucro electoral, entonces ese es el camino a seguir. Por lo tanto, entre más insultemos al contrincante, tanto mejor. Entre más fuerte sea el insulto, más poderoso su efecto y nuestra ganancia política. Además, como el electorado parece contento con esa polarización y se une al coro de insultos, ¿por qué cambiar? ¿Qué podría salir mal?

Posiblemente, estamos confundiendo dos conceptos muy parecidos: Unidad y Unanimidad. Dos visiones diferentes. La unanimidad es tener, etimológicamente, una sola alma. Un solo pensamiento. El mismo ánimo. Sin disidencia. Nadie difiere. Todos, absolutamente todos, de acuerdo. Siempre. En todos los temas. Algo, claramente, imposible. Solo por el hecho de que tenemos libre albedrío. No somos una colonia de bacterias, una manada de ovejas, una parvada de pajarillos. Somos algo más. Somos seres humanos.

Y para lograr esa unanimidad, la receta de muchos es declarar a quien difiere como un no-humano. Quien no piensa como la mayoría, no es mexicano. O, por lo menos, no es un buen mexicano. En el extremo, es un gusano, como decía Fidel Castro de sus opositores. O eran de una raza inferior, como decía Hitler: personas que parecían humanos, pero no lo eran.

Vista de esa manera, la unanimidad tiene un fuerte tufo de tiranía. Huele a dictadura. A dictadura perfecta, como se dijo de los regímenes emanados de la Revolución Mexicana. Y a esa unanimidad hay que darle apariencia de realidad. Que parezca que hay democracia. Por ejemplo, con las votaciones a mano alzada, tan típicas de los ejidos y en algunos sindicatos. Donde el voto no es libre ni secreto. Donde quien no está de acuerdo, se pone en peligro. La aparente democracia de las asambleas, tan en boga por los líderes universitarios del pasado y que ahora nos gobiernan. Las decisiones tomadas en los mítines políticos, sujetos a la manipulación del mejor demagogo, decisiones tomadas por medio de las emociones del momento. Donde muchos no se atreven a diferir, porque no hay la salvaguardia del voto libre y secreto.

No, la unanimidad no es posible. Siempre habrá quien difiera. Y es normal. Más aún, es necesario, es útil. Nos obliga a pensar, a mejorar nuestras decisiones. A cuestionar y mejorar nuestros argumentos. Porque somos humanos, autónomos, con libre albedrío. La unidad, en cambio, si es posible. No busca la unanimidad. Acepta que existen diferencias, pero las asimila y crea mecanismos para poder llegar a acuerdos cuando no bastan los debates, las discusiones o las argumentaciones. Es estar de acuerdo con el modo de administrar las diferencias de opinión. Como es el intento, siempre mejorable, de la práctica democrática. Sobre todo, el mecanismo del voto libre y secreto. Pero también el concepto de los balances y contrapesos, hoy tan atacado en la práctica.

Eso sí es posible. Tener unidad en lo fundamental y aceptar que diferiremos en lo accesorio. Y aceptar que habrá minorías que serán incluidas en el diseño de leyes y reglamentos. Y, al mismo tiempo, aceptar que habrá que cumplir esas leyes, hacerlo porque creemos que el modo como se crearon tomó en cuenta, y se debatieron, todas las opciones. Nada fácil, pero necesario.

De fondo, podemos y debemos buscar una cierta medida de unidad, sabiendo que no tendremos unanimidad absoluta. Buscar lo mejor para nuestra nación. Porque nos queremos. Porque actuamos de buena fe y creemos que los demás, al menos la mayoría, actúan de buena fe. ¿Difícil? Claro. Décadas de sembrar el odio, dan resultados: desconfianza, división, polarización. Una gran dificultad para llegar a acuerdos. Dudar permanentemente de nuestros conciudadanos. Dudar hasta de su humanidad, y actuar en consecuencia. Tener una gran dificultad para dar marcha atrás, reconocer nuestros errores y estar dispuestos a corregirlos. Repito: algo muy difícil. Pero, si no queremos que la nación se nos desmorone entre las manos, esa es la tarea que nos queda. A todos los partidos, así como a los sin partido, los sin poder y al ciudadano de a pie.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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