
Análisis y Opinión
Carta pastoral para un continente con miedo
Europa se hunde vertiginosamente en el miedo y la incertidumbre; el sistema político que le dio brillo y relevancia global se agota, y la crisis se hace evidente porque los liderazgos ya no hablan con eufemismos. Y todos sabemos que, cuando escasea la creatividad, refulge la fuerza bruta; pero también crece la soberbia, la autorreferencialidad, la agresiva autopreservación y el desprecio por el extraño.
Sin embargo, un breve pero profético texto católico en castellano y euskera desde el Cantábrico oriental ofrece esperanza para un continente sumido en el miedo.
Hoy los líderes europeos ya no esconden su más claras ambiciones en sus discursos y emiten epítetos contra fuerzas ajenas que categorizan como amenazas: Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, quiere “ReArmar Europa” para reforzar militarmente al continente, invertir en armas y en defensa para “los tiempos peligrosos”; Emmanuel Macron, desembolsó la carta nuclear para ponerla en una aparente mesa de unidad europea; el aún canciller alemán Scholz habla sobre la “disuasión nuclear” pero también respalda lo que el canciller electo, Friedrich Merz, ya prometió: “aumentos masivos en gastos de defensa”.
Esto que declaran los líderes europeos confirma la máxima política: “El poder que se critica es el poder que no se tiene, pero que se desea”. El problema, sin embargo, es que la comunidad europea no sabe qué es lo que desea. El líder de la izquierda francesa, Jean-Luc Mélechon lo sintetiza así: “Europa, como nunca en la historia, está humillada”.
Es en este contexto en el que nace una singular carta pastoral titulada ‘El contraste paciente’ de los obispos del País Vasco y de la Provincia de Navarra en España; el documento parte de una importante autocrítica a las lecturas que desde la modernidad y la razón instrumental se hacen de la crisis antropológica y cultural contemporánea porque, aunque comparten la convicción de que “la herencia cristiana ha perdido capacidad para interpretar el presente y orientar el futuro” y constatan el fin de la alianza “entre el trono y el altar”, también advierten que la visión que reduce la complejidad de la misión cristiana a un mero enfrentamiento contra las fuerzas del mal, alimenta las guerras y la lógica de la confrontación. Recupero un fragmento iluminador:
“La mentalidad del ‘nosotros contra ellos’ se sustenta en una convicción fundamental: nuestro bando posee la razón y cuenta con la bendición divina para justificar el combate. Es una fe que se alimenta de la confrontación y que necesita caricaturizar al adversario y sostenerse en tensiones reales o imaginadas, en enfrentamientos sucesivos, algunos justificados o inevitables. Su núcleo es la certeza de que Dios –o la razón, o la verdad, o todo a la vez– está de nuestra parte y ello justifica combatir al adversario por cualquier medio… En esta perspectiva, pertenecer al bando divino debería garantizar la victoria” (26-29).
Los obispos recuerdan en este texto que la relación entre la comunidad creyente y el mundo, a lo largo de la historia y en diferentes contextos políticos y culturales, ha tenido que oscilar entre la denuncia que confronta y el testimonio que transforma; y, para el momento agudo de conflicto que vive Europa (aunque seguro aplica para otras realidades contemporáneas) es necesario un “testimonio paciente”.
El mensaje es profundamente contraintuitivo a las tensiones epocales que vivimos: es necesario trascender a los bandos, a veces con el silencio elocuente, procurando un testimonio coherente de vida, sin fomentar confrontaciones entre ‘justos’ e ‘injustos’, siempre buscando amar al enemigo y recordando que “en el llamado a la conversión, elverdadero enemigo lleva nuestro nombre”.
Los obispos comprenden que es más fácil simplificar, que no es sencillo cambiar de convicciones ni dejar el bando de quienes alimentan la confrontación; pero exhortan a dar un primer paso: a optar por los márgenes, a construir fraternidad desde la cercanía a los más vulnerables, integrando su voz y necesidades a la sociedad que los olvida, los desprecia y los instrumentaliza en sus narrativas bélicas en pos “del poder que se desea” y que los líderes políticos sienten que se les esfuma entre los dedos.
Como en otras crisis epocales, en el que los poderes buscan el dominio por vía de la guerra o la hegemonía; el testimonio humilde y paciente de los pueblos guarda un poder trascendente, transformador por vía de la paciencia y del habitus (prácticas y costumbres); son esos testimonios los que al final contrastan auténticamente con las sociedades construidas sobre el miedo, el resentimiento y la autopreservación. Ojalá a Europa le quede esa reserva de virtud y paciencia.
Análisis y Opinión
Internet de las cosas, IA y dinámicas familiares

Ciudad de México.- Cuesta creer que un robot-aspiradora pueda ser el responsable de la salud en las dinámicas familiares pero The Futurist, la prestigiosa revista sobre avances tecnológicos, planteó una inquietud real sobre la convivencia de nuestras familias con los asistentes virtuales, juguetes interactivos y herramientas conectadas a Internet.
Los editores plantean un escenario con las famosas aspiradoras automáticas que a través de cámaras, sensores y conexión a la red recorren el piso de los hogares para levantar el polvo: el robot no sólo pasea inocente, sino que hace un escaneo completo de la estancia o pieza del hogar recopilando datos sobre los metros cuadrados de superficie, el tipo de suelo y la distribución del mobiliario, eso genera indicadores que suele relacionar al poder adquisitivo.
Estos dispositivos también tienen capacidad para recoger ‘data’ sobre la ubicación geoespacial, la cantidad de habitantes de ese hogar, sus dinámicas cotidianas e incluso, a través de las imágenes, saber la condición de algún aspecto de la casa que requiera intervención, reparación o sustitución.
Pero además, si los dispositivos tienen interfases de interacción con usuarios (como los asistentes virtuales) la información compilada también ayuda a crear perfiles psicográficos de núcleos sociales enteros; y toda esa información, como se sabe, suele ser traficada con diversos comercios virtuales, compañías de infoentretenimiento o herramientas políticas que no solo quieren ‘vender’ productos o ideas sino ‘modificar’ comportamientos, actitudes y expresiones de personas, familias y comunidades.
Así –auguran con humor los editores– de pronto la aspiradora robot es la responsable de conflictos intrafamiliares por compras o deudas no dialogadas; por airadas discusiones entre sus miembros debido a polarizaciones ideológicas o políticas; o incluso por la introducción de nuevas costumbres o el cuestionamiento de viejas tradiciones.
De ahí la pregunta: ¿Cómo se afectan las dinámicas familiares en esos hogares donde los asistentes virtuales programan la cena; los juguetes interactivos escuchan y educan a los niños; y los algoritmos deciden qué noticias y qué entretenimiento se debe consumir?
A merced de la ‘big data’
Entre otros avances tecnológicos, la Internet de las Cosas y la Inteligencia Artificial han redefinido la convivencia social, pero también plantean riesgos estructurales en las familias y las personas: Desde la comercialización de datos íntimos –pues los hogares ya no constituyen la frontera de la privacidad– hasta la fragmentación cultural que no sólo pulveriza las identidades colectivas sino especialmente las individuales.
Los nuevos hábitos familiares en el contexto tecno-mediático se contraponen a las relaciones y valores familiares tradicionales a través de cambios en los modos de consumo y la exposición a mensajes ideológicos.
Por ejemplo, los dispositivos conectados (termostatos inteligentes, cámaras para bebés, altavoces con IA) recopilan datos sensibles de manera permanente. En 2022, Amazon admitió que su dispositivo Alexa guarda conversaciones incluso cuando no se activa con los comandos. El riesgo es que esos datos son comercializados con grandes empresas informativas; así es como Google o Meta usa esos patrones de consumo familiar para vender anuncios personalizados; o aún más: aprovecha el análisis psicográfico de las personas para mutar sus sentimientos hacia algunos temas o manipularlos.
Pero eso no es todo, según Kaspersky, una de las más avanzadas compañías de seguridad digital, el 67% de los ataques de secuestro de datos sucede en hogares con múltiples dispositivos. Es decir, la ciberdelincuencia no se limita a los grandes operadores de datos sino a hackers que pueden poner en riesgo la estabilidad en el hogar. Como menciona Carissa Véliz en ‘Privacidad es poder’: “Una familia promedio comparte más datos con corporaciones que con su propio psicólogo”.
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Efecto burbuja.
Los especialistas advierten que el infoentretenimiento en las familias se ha convertido en burbujas individuales y autocomplaciente; las plataformas que buscan la atención de sus usuarios como TikTok, YouTube o Netflix emplean algoritmos que priorizan contenidos adictivos. Pero no eso no es todo, estos contenidos promueven en su mayoría desinformación (según un estudio de PeW, el 58% de adolescentes creen en teorías conspirativas vistas en redes) y aislamiento cultural.
Es notable cómo cada vez menos hogares consumen contenido en familia y cada miembro aislado se reafirma en su identidad individual más por sus intereses personales que por la conciencia de pertenecer a una familia.
Este ‘efecto burbuja’ reduce el diálogo intergeneracional y pone en conflicto valores éticos o morales entre padres e hijos; de hecho, bajo estas nuevas dinámicas, la familia cada vez es menos relevante en la transmisión de principios, valores e identidad. Según el INEGI, el 40% los niños mexicanos prefieren youtubers españoles; y los más recientes estudios revelan que los algoritmos de las IA homogenizan criterios, valores y narrativas. Así como los modelos estatistas y nacionalistas buscaron enterrar las lenguas indígenas y las tradiciones ancestrales; hoy el riesgo es que los lenguajes y las tradiciones familiares no representadas en los algoritmos (en manos de los poderes económicos) también estén en riesgo de desaparecer.
¿Qué hacer?
Evidentemente nada se logra deteniendo el camino de las tecnologías, pero sí se puede controlar el impacto que estas herramientas y dispositivos pueden llegar a tener en las relaciones familiares.
Las familias requieren redescubrir los valores de compartir la mesa y no sólo la clave del Internet; recordar la importancia de los roles familiares complementarios para participar en objetivos comunes; y auxiliar a niños, adolescentes, jóvenes y adultos a mejorar sus habilidades sociales básicas y habilidades tecnológicas.
En lo que respecta a las compañías que usufructúan el pirataje de datos compilados por la Inteligencia Artificial y la Internet de las Cosas, se requieren leyes y mecanismos de control para exigir transparencia en la recopilación de datos y protección de datos personales sensibles. Finalmente, las familias deben contar con espacios abiertos de formación tecnológica desde el pensamiento crítico para detectar y evitar los abusos.
Lo importante es integrar correctamente la tecnología a las dinámicas familiares porque su uso acrítico amenaza directamente a la estabilidad familiar. Si, como apuntó Byung-Chul Han, “la hiperconexión nos aísla y la saturación de datos, nos empobrece”, el desafío de las familias es construir hogares donde estas herramientas no esclavicen ni enajenen, y donde la tradición no tema a la innovación.
Análisis y Opinión
Teuchitlán, más allá del polvo y la sangre

Ciudad de México.- Uno de los episodios más oscuros de la humanidad sucedió en la ciudad persa de Kermán; según los relatos, la ciudad era gobernada por la dinastía Zand cuando fue sitiada por Aga Mohammed Khan, un rebelde castrado que impuso su ley mediante la crueldad. El pueblo protegió sus propios hogares ante el asedio y esa acción fue suficiente para que Khan, al vencer, aplicase una reprimenda ejemplar: sacar ambos ojos de todos los varones.
El relato asegura que los soldados dejaron ciegos a más de 20 mil hombres hasta que se cansaron de cumplir con la tarea; algunos cientos más quedaron tuertos sólo por el agotamiento de sus opresores y vagaron por el desierto contando la historia.
Otro episodio igualmente oscuro tiene que ver con los campos de concentración del siglo pasado por los crímenes contra cientos de miles de personas, y donde el horror adquirió otro componente que el sobreviviente Filip Müller relata en ‘Tres años en las cámaras de gas’. Al mismo tiempo que los guardianes daban muerte con tanta facilidad a los prisioneros, así impedían por todos los medios los suicidios.
Müller cuenta que ingresó voluntariamente a una cámara de gas para encontrar la muerte pero los guardias lo retiraron brutalmente diciendo: “¡Pedazo de mierda, maldito endemoniado, aprende que somos nosotros y no tú quienes decidimos si debes vivir o morir!”
Cuesta trabajo reconocer que los mismos elementos de aquellas atrocidades están presentes en nuestra tierra y en este siglo; no sólo porque conmociona el evidente irrespeto a la vida humana, sino que la crueldad estructural y sistemática de sus actos parecen constituir los nuevos sentidos de una anti-sociedad que padece una enfermedad autofágica. Frente a cada imagen y explicación de lo que sucedió en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco, parece que estamos inermes al borde de un abismo; uno donde la humanidad ha perdido todo lo que realmente ama y valora.
Cada cadáver, cada remanente y vestigio de las vidas que se perdieron una realidad destructora, áspera, inflamable y corrosiva nos interpelan y nos dejan sin aire respirable, asfixiados en el alma, luchando por un poco de respiro.
Nuestra primera reacción –con el pasmo de nuestra vulnerabilidad– ha sido sentir una profunda consternación por uno más de los horrores que se enlistan y se suceden con cierta regularidad en nuestra patria; pero rápidamente mudamos de actitud y, desde la peana de nuestra inocencia, comenzamos con los señalamientos, las acusaciones y la politización de nuestras certezas que adornamos con ínfulas de integridad.
Sin embargo, en este contexto, resultan ociosos e inservibles los llamados, las exhortaciones o las lamentaciones; porque más que acciones, se requieren conversiones. En esta profunda ignominia hay algo más importante que la consecución de obras o actos, está de por medio el alma de un pueblo, de lo que somos y cómo hemos llegado a ello. Las respuestas no pueden ser inmediatistas u operativas, ni pueden refugiarse del lado del dedo que señala; se requiere una autocrítica que escueza en lo hondo del corazón.
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Por ejemplo, los medios repiten el concepto pero no ahondan en el absurdo que implica: llaman ‘campo de exterminio y adiestramiento’ al tenebroso rancho sin reparar en la contradicción que subyace.
Si “la enseñanza de la supervivencia es la ejecución de la muerte”, ¿bastará con desmontar estos sitios y erradicar a sus operarios? ¿O se estaría perpetuando su perverso apostolado?
En ese mundo trastocado, pedir un ‘trabajo bien hecho’ parece exigir lo mismo que se le pidió a los soldados del Aga Khan: suficiente desprecio humano para aniquilar sin cansancio, sujetos a la obediencia ciega y al efectismo pragmático. Y también parece necesitar de la misma clase de disociación y desdoblamiento que asimilaron los guardias y funcionarios de los campos de Auschwitz o Treblinka: un orgullo por su trabajo, incluso si este consistía en aniquilar a otros seres humanos.
Es por ello, que apuntar con horror hacia estos sitios eludiendo la vergüenza propia, indicando a otros ‘lo que deberían hacer’ y devolviendo al Estado los poderes del Leviatán para imponer su régimen, no remedia ni el desprecio ni el orgullo que alimentan esas máquinas de destrucción. Por el contrario, la respuesta está tanto en los tuertos del desierto persa como en Müller y los sobrevivientes de los campos: en el relato. En la asimilación del drama, en que cada historia es un espejo en el que las personas deben encontrar un camino de salvación, de dignidad humana, de empatía y misericordia.
Los relatos de Kermán y los campos de concentración nos confrontan e interpelan: ¿Qué hacemos nosotros distinto a esos otros seres humanos?¿Qué hay en nosotros de especial? Evidentemente no puede ser ni la laboriosidad ni el compromiso con las tareas, pero sí el orden con nuestra conciencia. Ya lo dijo George Orwell: “Lo primero que queremos de un muro es que sea firme; si está sólido y derecho es un buen muro… y, sin embargo, incluso el mejor muro del mundo debe ser destruido si rodea un campo de concentración”.
Ante la innombrable brutalidad de los ‘campos de exterminio y adiestramiento’, de las fosas clandestinas y el drama de los desaparecidos, la dignidad nos exige coherencia entre la conciencia y las obras. Ojalá las instancias cuyo servicio es acompañar el espíritu y el alma del pueblo y de las familias mexicanas no se distraigan en recomendaciones técnicas al Estado, porque tienen en sus manos la misión y el auxilio de la conversión de las conciencias y la salvación de las almas. En esto reside su más noble colaboración.
Análisis y Opinión
Nada es gratis
Por Antonio Maza Pereda
A veces la ciudadanía espera demasiado de los gobiernos. Partimos de un sofisma: que tenemos un gobierno rico. Y, por lo tanto, podemos seguir exigiendo cada vez más del Estado. Continuando el argumento, decimos que el ciudadano ya no puede dar más al gobierno. Claramente, no estamos dispuestos a contribuir en mayor medida. La realidad es que al gobierno no le alcanza para pagar lo que la sociedad le requiere. Aun en el supuesto caso de que se pudiera reducir la corrupción drásticamente. Lo cual requeriría mucho tiempo. Vamos a pensar en algunos temas que preocupan al ciudadano:
• Tenemos una educación deficiente. Las mediciones internacionales nos señalan que ocupamos un lugar muy bajo en las mediciones de la educación entre los diversos países. Si queremos mejorar nuestra capacidad educativa, hay que hacer un gran esfuerzo para capacitar a centenares de miles de profesores y mejorarles sus sueldos, para que no necesiten trabajos adicionales, sea en el sector educativo o en otros sectores, para poder cubrir sus gastos. Equipar las escuelas y mejorar sus instalaciones. Pagar a los profesores el tiempo fuera del aula, para que se actualicen, preparen sus clases, rediseñen y califiquen los exámenes, de modo que requieran al alumno pensar con mayor profundidad, en vez de tener evaluaciones por opción múltiple o similares, que requieren poco tiempo del maestro. Eso, en cuanto a gasto en dinero.
• Otros gastos: los padres y madres de familia deben gastar tiempo en colaborar con los profesores y supervisar la labor de sus hijos. Lo cual les reduciría su tiempo laboral, y disminuiría su ingreso, o acortaría su descanso, lo que les limitaría su productividad y, a mediano plazo, sus ingresos. Además, el gobierno debe pagar a especialistas en educación que diseñen y supervisen nuevos métodos de enseñanza. Y nada de eso es gratis.
• Otro ejemplo: el asunto de la seguridad ciudadana. Tenemos un número muy bajo de policías. Japón, uno de los países con más alto sentido cívico y respeto por el Estado de derecho, tiene 2.1 agentes por cada mil habitantes, mientras que, en México, donde no podemos presumir de respeto por la ley, tenemos solo 0.8 policías por cada mil habitantes, menos de la mitad por persona que en Japón. Eso, solamente en el número de elementos. Hay que considerar el equipamiento, entrenamiento e instalaciones de la policía, más su remuneración, que hace que cada agente pueda ser más eficaz. Y todo eso, por supuesto, cuesta. Al ciudadano le cuesta el tiempo y esfuerzo dedicado a denunciar las transgresiones a la ley y colaborar con los agentes del orden. Además del esfuerzo de vigilancia y auditoría ciudadana, que cuesta en tiempo y preparación del ciudadano. De nuevo, eso no es barato.
• El asunto de la salud: otro campo donde tenemos deficiencia. Hay un severo déficit de especialistas qué ha hecho que, en ocasiones, se inauguren hospitales y después no se puedan operar por no tener el personal necesario. Poner al día la infraestructura es un tema recurrente. El costo de medicamentos más avanzados, que todavía no se usan en México, es otra área. Otros aspectos como la logística de abastecimiento, el personal de apoyo de enfermería y mantenimiento de las instalaciones, deficiente en muchos casos, hacen que no haya una actividad eficaz. Además de la programación de cirugías que, en ocasiones, es excesivamente tardada. Por otro lado, es necesario que la población contribuya con hábitos de higiene, prevención de las enfermedades y apego a los tratamientos, para que la labor del médico pueda ser eficaz.
Se podría continuar con más ejemplos. Todos ellos tienen algo en común: nada es gratis. Todo va a costar en términos de recursos gubernamentales y también en esfuerzo de la población. Si, como ciudadanos, no estamos conscientes de esto, nos vamos a encontrar con que no hay recursos suficientes para dar atención mínima a la población. Desgraciadamente, es muy difícil que se mejore la situación en estos y otros temas sin una reforma fiscal y un cambio de fondo en la actuación de los gobiernos, apoyada por una participación mucho más activa de los ciudadanos.
Curiosamente, como lo vimos en las campañas electorales recientes, ninguno de los candidatos quiso tratar el asunto de que el gobierno requiere de mayores recursos, tanto en dinero como en apoyo ciudadano. Por un lado, los políticos no quieren dar un papel más importante a la ciudadanía, más allá de su participación con el voto. Por el otro, ninguno se arriesga a volverse impopular al dejar claro el hecho de que se necesitan, y se seguirán necesitando, mayores recursos.
Ustedes y yo, ciudadanos, ¿estamos dispuestos a tomar la iniciativa de exigir más, pero también estar dispuestos a dar más? ¿Estamos preparados para pasar de una actitud de adolescente, que siempre está dispuesto a pedir algo más, pero poco dispuesto a tomar sus responsabilidades, para pasar a una actitud de adultos? Claramente, estamos en el momento de hacernos responsables, en mucha mayor medida, de las necesidades de nuestro país. Si no estamos dispuestos a hacerlo, no tendremos derecho a quejarnos.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Análisis y Opinión
Omnipotencia del Legislativo
Por Antonio Maza Pereda
La rama legislativa de nuestro Gobierno tiene una rara percepción de la realidad. Para ellos su modo de resolver problemas o dificultades, consiste en legislar. Lo cual está bien, para eso los hemos elegido. Lo que no es claro es que, para ellos, con tener una ley ya basta: si el Ejecutivo la promulga y la aplica, el problema ya está resuelto. Para la Sociedad solamente nos queda obedecer. ¿Qué podría salir mal?
La realidad es que eso no es así. Muchas leyes no se cumplen. Hay quien dice que, si la mitad de las leyes que tenemos se cumplieran, seríamos un país de los más avanzados. Cuando una de las leyes que nos obsequia el legislativo no se está cumpliendo, la solución de esos padres y madres de la patria es aumentar la penalidad. Y de esto abundan los ejemplos: a los casos de feminicidios, violaciones y otros tipos de violencia hacia la mujer, les han venido aumentando la penalidad. Lo triste es que no hay una relación entre esos aumentos de penalidad y la reducción de la violencia contra la mujer. Las penas son cada vez más largas, en tal manera que muy pronto esas penalidades serán irrelevantes, porque sobrepasan la esperanza de vida de la población.
Pero tal parece que nuestros representantes se consideran omnipotentes, de algún modo. Basta con que prohíban algún comportamiento indeseable, para que el asunto quede resuelto. Está faltando entender a fondo las situaciones delictivas. Las leyes, ¿realmente concuerdan con los requerimientos, con las necesidades de la Sociedad? Porque si se prohíben comportamientos que la Sociedad no condena, es extraordinariamente difícil hacerlos exigibles. La población no estará inclinada a colaborar ni a denunciar esas conductas. Y luego, está el problema de tener la capacidad de aplicarlas, capturando y condenando a quien delinque. Un tema en el cual no se le ha invertido por décadas: mientras que aumenta el número de leyes, no ha crecido al mismo ritmo la inversión en el personal encargado de hacerlas cumplir. Una inversión, tanto en el número de agentes de la ley como en su capacitación y equipamiento. Cada vez que se establece una nueva ley, debería hacerse el estudio de cuál va a ser el costo de hacerla cumplir. Y de eso, no se preocupan nuestros representantes. En su omnipotencia, piensan que basta con que exista el ordenamiento, para que la situación se haya resuelto.
Han habido algunos asuntos menores donde se actuó de una manera diferente. Por ejemplo, en la Ciudad de México se estableció un reglamento que prohibía tener saleros en las mesas de las fondas y restaurantes. Ello con el loable propósito de contribuir a reducir el número de los hipertensos y, por consecuencia, reducir la mortalidad por enfermedades cardíacas y el costo de atender a los afectados. A los pocos días de promulgar ese ordenamiento, fue claro que no había la posibilidad de hacerlo cumplir. Sencillamente, no hay el número de inspectores que pudieran ejercer una vigilancia adecuada en todos y cada una de las fondas y restaurantes. Se canceló el reglamento y se trabajó con las organizaciones gremiales de estos negocios para que, de modo voluntario, retiraran los saleros de las mesas y se entreguen únicamente a petición de los parroquianos. El resultado es importantísimo: se está cumpliendo el propósito qué tenía el reglamento sin necesidad de tener inspectores que lo hagan cumplir.
En estos últimos días se está discutiendo en el Congreso un reglamento para que las futbolistas profesionales reciban el mismo salario que el que reciben los hombres. Es muy claro que nuestros representantes no entienden la economía del fútbol profesional. Los ingresos de los clubes deportivos no dependen de la voluntad de esas organizaciones. Ese dinero depende de la asistencia del público a los estadios, los cuales tienen un límite. Además, dependiendo de la cantidad de personas que ven los partidos a través de los medios, esos clubes reciben una parte muy sustancial de sus ingresos, en ocasiones muy superiores a lo que reciben por la asistencia a los estadios. En la medida que haya muchos espectadores en dichos medios, las compañías que transmiten los partidos pueden cobrar por su tiempo, en proporción al número de telespectadores. Y esto no es todo: los jugadores y los equipos ofrecen a las compañías la posibilidad de tener su publicidad en los uniformes de los jugadores, con lo cual hay otros ingresos. Y todavía puede haber ingresos adicionales cuando los jugadores recomiendan productos o servicios. En algunos países hay consultores qué ofrecen multiplicar por 10 los ingresos de los jugadores de los deportes de exhibición, a través de diferentes medios publicitarios. Claro, pidiendo un 30% de comisión por esos ingresos adicionales.
Esto se ha ido creando a lo largo de los años en el negocio del fútbol profesional. El fútbol femenino profesional aún no llega a desarrollar estos tipos de ingresos de manera que pudieran permitir realmente una paridad en los ingresos de las jugadoras. En cierto modo la solución está en nosotros, en el público. En la medida en que asistamos a los estadios, aumentemos el número de horas que dedicamos a ver los juegos de las jugadoras profesionales, se podrá cobrar más a las televisoras y se podrán obtener ingresos fuertes por la publicidad.
Estoy seguro de que es de justicia que las futbolistas profesionales ganen tanto o más que los hombres. Pero la solución no está en las leyes. Nada de esto se ha tomado en cuenta en ese ordenamiento. Creo que es un ejemplo de qué los congresistas no analizan a fondo los temas en los que están estableciendo nuevas leyes y reglamentos. No se trata de que nuestros senadores y diputados se vuelvan expertos en todo, pero la rama legislativa recibe ingresos muy sustanciales de los cuales se podría pagar la investigación necesaria para poder tener leyes que puedan cumplirse. Y de esto, al parecer, no se habla.
No basta con tener leyes. Algo nos está fallando. Se necesita entender los problemas de fondo, diseñar los ordenamientos que de veras resuelvan. Hay que convencer a la población de la necesidad de esa ley, hay que instrumentarla para que pueda cumplirse y poner los medios necesarios para que su aplicación sea exitosa.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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