Columna Invitada
Pendientes (3): Construyendo la Paz
Tras varias décadas de sufrir la siembra del odio entre los mexicanos, ahora estamos en un gran problema: ¿Cómo sembrar la paz para este país? Hasta ahora, una gran parte de nuestra acción ciudadana se ha limitado a hacerle peticiones al gobierno.
La Iglesia Católica y la Compañía de Jesús, a raíz de los asesinatos de dos Jesuitas y un guía de turistas, crearon una serie de propuestas para alcanzar la paz, generadas por consultas en las zonas del país más aquejadas por la violencia. Básicamente, fueron un conjunto de peticiones al gobierno.
Estas propuestas se les presentaron a los diferentes candidatos a puestos de elección popular, a diversos niveles, con respuestas muy desiguales. Algunos expresaron una aceptación muy gustosa, porque realmente nadie se atreve a decir que no esté a favor de la paz. Pero también hubo otras respuestas: algunos aceptan que es un asunto por tratar, pero no aceptan el diagnóstico. Y poco se puede esperar de un gobierno o de un gobernante, si piensa que todo debe seguirse atendiendo del mismo modo, porque piensa que otros análisis no son los correctos. Y, por lo tanto, cree que se deben seguir usando los mismos medios, que han demostrado ser ineficaces y, obviamente, esperaríamos los mismos resultados.
Problemas como la Procuración de Justicia, la modernización de las policías investigadoras, tuvieron muy pocas propuestas concretas. Pero queda algo pendiente aquí. ¿Qué es lo que le toca hacer a la Sociedad Civil? Un tema que se puede decir que estuvo bastante ausente. Más allá de la queja, más allá de la denuncia.
Al país le urge la paz. La paz buscada como algo diferente de lo que da el mundo. Una paz completa. Una paz que sea la tranquilidad en el orden. Una paz que incluya todos los aspectos que importan la sociedad. Y no es claro que podamos, o debamos, dejar toda la tarea al gobierno.
Sí, necesitamos en nuestra Sociedad Civil un cambio de actitud. Dejar de tener la actitud de vencer. Y a cambio de ella, buscar convencer. Estas son cosas muy difíciles. Como, por ejemplo, querer a quien nos ataca. Sin más razón de que somos humanos, que somos mexicanos, y con eso basta para que queramos buscar la armonía. Tener la convicción de que la división, la polarización, la siembra del odio, no nos llevarán a la Paz.
Víctimas y victimarios han sido muy lastimados. Muy heridos. Y eso no lo estamos tomando en cuenta. Como si solo algunos fueran los verdaderamente dañados. Y tendríamos que empezar por ahí. Entender que, en ocasiones, tanto el atacante como el atacado han sufrido de diferentes maneras y en diferentes aspectos.
A veces nosotros, como Sociedad Civil, no hemos hecho el mal. Pero tampoco lo impedimos. Lo único que hemos hecho es criticar. Habiendo podido impedirlo o, al menos, protestar. Muchos fallamos de alguna manera. Porque no nos preocupamos del asunto, hasta que fue excesivamente grave.
Por ejemplo: se sabe desde hace mucho que solo la décima parte de los delitos, se denuncian. Y que, de los denunciados, solo la décima parte llega a una sentencia. Y, como Sociedad Civil, hemos aceptado que esa impunidad, sea la normalidad. No vemos protestas porque los policías no estén justamente remunerados, bien capacitados y adecuadamente equipados o que sus familias tengan seguros proporcionales al riesgo que los policías asumen para proteger a la población. No nos hemos preocupado por tener una relación de colaboración y apoyo con las fuerzas civiles del orden, y solo, parcialmente, con las militares.
Hay que reconocer que muchos fallamos. No estamos en el bando de los buenos o el bando de los malos. A veces tenemos algo que componer, que arreglar. Muchos, de alguna manera, tenemos que pedir perdón por lo que hicimos o por lo que dejamos de hacer. Por diversas razones. A veces porque ni siquiera nos importó lo que estaba pasando. En ocasiones, también, porque no vimos, porque no queríamos ver cómo estaban ocurriendo injusticias y dónde se estaba creando este grave problema: que una parte importante de la población no estaba recibiendo la justicia a la que tiene derecho.
Deberíamos cuestionarnos: ¿qué hicimos por impedir lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué no vimos o no quisimos ver el daño que se hacía a otros? ¿Por qué no nos importó lo que otros recibían? No trabajamos por construir la paz, una paz verdadera para todos, independientemente de sus edades, su estado social, su situación económica o su afiliación política. Creíamos que todos tenemos derechos, pero no necesariamente en la misma medida.
Esto, que es tan triste, por otro lado, tiene la gran ventaja de que aún no es tarde. Si nos queda un poco de cariño por los demás, sin excepciones, sin mezquindades, buscando que todos reciban lo que deberían recibir de parte de la Sociedad, la situación será diferente. ¿Se podrá realmente tener Paz? Tal vez no para nosotros, pero sí para nuestros hijos y para nuestros nietos.
Tendremos una medida de paz que nos vendrá de que lo intentamos. Y aún si no se logró plenamente, si no pudimos tener lo que verdaderamente queríamos, por lo menos tener la tranquilidad de que lo intentamos. Aunque el resultado completo: una paz plena, una paz verdaderamente justa, no lo veamos. Porque los resultados vendrán a largo plazo, como a largo plazo fue la siembra de odio y división. Pero que nos quede esa satisfacción de haberlo intentado. Hoy, no tenemos esa certeza, esa alegría.
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