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Análisis y Opinión

Con el pueblo, siempre

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Ha comenzado el viaje escalonado de los obispos de México al Vaticano para visitar al papa Francisco. En estos diez años de pontificado y, desde la última visita ad limina del 2014, ha pasado mucha agua bajo el puente en la relación del episcopado mexicano con el sucesor de Pedro, y aunque sin duda quedará para la historia la interpelación de Bergoglio a los obispos en la Catedral de México donde les pidió enfrentar sus diferencias con madurez y carácter, hay algo que el pontífice no deja de reiterar cada vez que se encuentra frente a los jerarcas católicos mexicanos: conminarlos de una y mil formas para verdaderamente estar e interceder por el pueblo.

En 2014, por ejemplo, en la primera visita ad limina que hicieron los mexicanos al Papa argentino, éste les entregó un discurso bien redactado donde les decía: “La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio”. Pero de viva voz les reiteró: “Ustedes con su pueblo, siempre […] La única recomendación que yo les diría es ésta, de corazón… Trascender, en la oración al Señor ese negociar con Dios del obispo por su pueblo. No lo dejen. […] Y cercanía con su pueblo”.

En febrero del 2016, durante su viaje apostólico a México, el Papa se reunió con el episcopado en la Catedral capitalina y ofreció un profuso y profundo mensaje a los pastores con una decena de peticiones muy concretas aunque quizá la principal interpelación fue: “No pierdan tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías […] ¿Acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes? […] Sean capaces de contribuir a la unidad de su pueblo”.

Aquel texto y aquella improvisación de Francisco en México ha sido una de las intervenciones más exhortativas dirigidas a un cuerpo episcopal: “Sean obispos de mirada limpia […] no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa […] No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias […] No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo […] No se cansen de recordarle a su pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas […] Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas […] los invito a cansarse, a cansarse sin miedo en la tarea de evangelizar”.

Ahora, siete años más tarde, en la segunda visita ad limina del episcopado mexicano a Francisco, el tema sigue siendo el mismo: Cercanía con el pueblo. Es una recurrencia del pontífice frente a la jerarquía mexicana y que seguro tiene un trasfondo simbólico porque con ningún otro episcopado él ha insistido tanto en este punto.

Por ejemplo, las únicas dos recomendaciones que dio Francisco en 2015 a los obispos norteamericanos versaron en torno a la formación de sus sacerdotes “para que no caigan en la tentación de convertirse en notarios y burócratas” y la acogida a los inmigrantes. Y punto, no dijo más: “No es mi intención trazar un programa o delinear una estrategia. No he venido para juzgarles o para impartir lecciones”.

Otro enorme episcopado es el brasileño y con ellos tampoco ha sido tan conminativo. Tanto en 2013 en Río de Janeiro como en el reciente mensaje de abril pasado, Francisco les ha pedido compromiso con la formación religiosa y la reconciliación del país: “Los obispos no pueden delegar este cometido”, fue lo más imperativo de su mensaje. En la visita ad limina de los obispos españoles en 2014, Francisco sólo les hizo una gentil sugerencia: “Os invito, pues, a manifestar aprecio y a mostraros cercanos a cuantos ponen sus talentos y sus manos al servicio del programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús”.

Entonces ¿por qué esta obsesión temática del Papa con los obispos mexicanos? La respuesta fácil –facilona en realidad– es que Bergoglio recibe informaciones o percibe que los obispos mexicanos no están suficientemente próximos a sus comunidades, que se encuentran bajo pertrecho de los funcionarios de sus curias episcopales, que no salen de las celebraciones litúrgicas cómodas y de una retórica nostálgica en sus homilías, que prefieren velar por las tres C (capilla, colegio y club) en lugar de las tres T (tierra, techo y trabajo), que se enfrascan en ideas y prolijos proyectos de papel pero que no alcanzan a aplicarse a ras de suelo o que se involucran más en la pragmática política de las élites que en los dramas atemporales de su pueblo.

La otra perspectiva es, además de más compleja, creo más interesante y oportuna: Quizá Francisco ve en el pueblo mexicano una fortaleza e identidad que ha sabido sobrevivir en el tiempo a pesar de las muchas tragedias e intervenciones en su historia, una voz ancestral (semilla del Verbo) que se niega a morir, un periplo nacional marcado por una fe maternal y una multifacética adaptabilidad cultural (mestizaje simbólico que va del sincretismo a la inculturación) que pueden enseñar mucho frente a un siglo que se asoma pleno de integrismo, polarización, fanatismo y agresividad.

Por ello, los obispos mexicanos tienen una gran oportunidad de ser observadores al recorrer íntimamente sus pueblos escuchando sus testimonios, oportunidad de reflexionar sobre la piel de la realidad y no en el mundo de las ideas, oportunidad para poner manos a la obra en acciones pequeñas –diminutas incluso– pero indispensables para la dignidad y el rescate de la Creación y las creaturas.

Entre el clero hay un dicho: “Ante la duda: genuflexión”; indicaba que, cuando no se sabe qué hacer en la liturgia, lo mejor es hincarse. Algo así quizá deba resonar en el corazón de los obispos cuando se enfrenten a alguna indecisión o inquietud: “Ustedes con su pueblo, siempre”, grabado a fuego en el alma.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe



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Análisis y Opinión

La afición y el deportista

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Por Ignacio Anaya

La relación del fútbol mexicano con su afición es lo que muchos podrían describir como un amor apache. En su sentido más simple, representa una mezcla de amor y odio entre ambas partes. Un día, la gente puede estar entonando con orgullo el himno nacional en un estadio lleno cuando la selección juega y, al siguiente, exigiendo la renuncia del director técnico y la salida de los jugadores. Es una ironía, pero es la realidad, que un país con tanta pasión por este deporte dé, en el mejor de los casos, una presentación mediocre.

El fútbol es una de las principales instituciones de entretenimiento e identidad de la sociedad mexicana; el estadio Azteca se considera un templo sagrado para muchos aficionados.

La dinámica del fútbol en México puede entenderse a través de la idea propuesta por el sociólogo Eric Dunning de la “figuración social”, un concepto que describe cómo diferentes grupos e individuos interactúan en una red de relaciones interdependientes. En este esquema, encontramos a los jugadores, entrenadores, administradores del club, árbitros y, por supuesto, aficionados. Todos estos actores tienen roles distintos, pero están inextricablemente vinculados en la trama de este deporte.

Por un lado, están los jugadores y entrenadores, cuyo objetivo es ganar partidos y campeonatos. Pero esta meta no es solo una cuestión de habilidad técnica o estrategia táctica; también está profundamente influenciada por las presiones y expectativas de los demás actores en la figuración. Los administradores del club, por ejemplo, pueden priorizar la rentabilidad económica sobre la calidad deportiva, una de las principales quejas de la afición mexicana, imponiendo restricciones en los recursos disponibles para mejorar el rendimiento futbolístico. Igualmente, no hay que negar la existencia de nepotismo e influencia dentro de este entorno.

Por otro lado, los aficionados, con un amor innegable por el fútbol y con expectativas altas y a veces inalcanzables, se ven influenciados por los medios y su tendencia a ensalzar a la Selección Nacional. Hay que ser honestos, el equipo no estaba en ninguna condición de vencer a Argentina en Catar 2022; la afición mexicana creamos ilusoriamente una rivalidad futbolística inexistente que reflejaba cierta competitividad de identidades entre los dos países. En el núcleo de esta dinámica se encuentra la creencia de que el fútbol puede ser un vehículo de la identidad nacional, para la afirmación de los valores y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Asimismo, los altibajos del fútbol no son simplemente una cuestión de victorias y derrotas en el campo, sino un reflejo de las carencias del país.

Resulta interesante observar a quienes se dirigen las frustraciones durante los últimos malos desempeños. Además de los jugadores, las críticas van hacia los dueños, empresarios y directivos nacionales, lo cual refleja juicios más profundos sobre lo que se deja ver en la cancha.

En este sentido, la correlación del aficionado con el fútbol es paradójicamente tanto de amor como de frustración. La gente espera ver a su equipo ganar siempre y se siente profundamente desilusionada cuando esto no sucede.

Estas tensiones y contradicciones se hacen aún más agudas en el contexto de la creciente profesionalización y comercialización del fútbol. La presión por el rendimiento y el éxito, la demanda constante de resultados y la explotación comercial del deporte como un producto de entretenimiento han exacerbado la intensidad y la seriedad de la competición.

La relación entre el fútbol y su afición en México es, sin duda, compleja y llena de contradicciones. Pero también refleja una dinámica social más amplia, en un mundo donde convergen, negocian y luchan distintas corrientes, desde la pasión por el deporte hasta los intereses económicos.

Resulta preciso señalar que la pasión indiscutible por el deporte a menudo se ve ensombrecida por una gran variedad de factores, alimentados por la creencia de que el fútbol da más de lo que realmente es. Sin embargo, esta interacción está influenciada por tensiones inherentes al sistema, la profesionalización y la comercialización del balompié, así como las presiones por el rendimiento y el éxito. Además, la afición también refleja críticas profundas dirigidas a los aspectos socioeconómicos del país, con sus descontentos apuntando hacia las altas jerarquías. ¿Se podrá romper algún día esta relación? Hay mucho camino por recorrer para lograrlo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Análisis y Opinión

Nuevos métodos y lenguajes en la Iglesia

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FELIPE MONROY

En las últimas semanas algunos sucesos en la Iglesia católica pasaron ligeramente desapercibidos debido a la preocupación por la salud del pontífice Francisco, de 86 años y ya con dos años continuos de recurrente atención hospitalaria. Sin embargo, los sucesos comienzan a reflejar los efectos de la reforma de las actitudes emprendida por el Papa argentino y comenzada incluso años atrás en un proceso de adecuación de las instituciones eclesiásticas al siglo veintiuno. Al empezar el tercer milenio, una de las ‘actualizaciones’ de la Iglesia exige que ésta sea “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones”. Y por lo menos dos hechos advierten que el camino marcha; lento, pero marcha”.

El primero de ellos se originó en Francia donde los obispos locales aprobaron en su Asamblea Plenaria de marzo pasado un nuevo documento de identificación y un sistema de información actualizable digitalizado para todos los ministros ordenados de la Iglesia francesa.

El documento en cuestión se llama ‘celebret’ y es una especie de tarjeta, credencial o documento de identidad para obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos residentes, incardinados o afiliados a alguna institución religiosa de origen francés. Es cierto que en muchas diócesis del mundo ha habido una credencialización de sus ministros para evitar casos de falsos sacerdotes, nulidades sacramentales y otro tipo de estafas a los fieles.

Pero la novedad es que este documento es nacional (no sólo diocesano o regional), abarca a curas diocesanos y religiosos, es obligatorio y en permanente actualización de los casi de 17 mil ministros de culto con un código QR que puede –y debe– ser escaneado por párrocos, rectores, obispos, sacristanes y sí, fieles en general, para conocer el estatus canónico del ministro de culto. Es decir, a través de un semáforo (verde, amarillo, rojo) se puede alertar a la comunidad si el ministro cuenta con plenas licencias para administrar los sacramentos o para ejercer algún tipo de acompañamiento pastoral o espiritual.

El color verde indica que el ministro cuenta con plenas facultades; el amarillo, advierte de alguna irregularidad y pide prudencia para hacerlo partícipe de alguna actividad litúrgica, y el rojo, claramente evidencia que el ministro no debe ser admitido ni para actividades celebrativas ni para atención pastoral. Por su parte, los diáconos (facultados para bendecir, bautizar, casar, dar la comunión, llevar el viático a los moribundos, predicar el Evangelio, presidir funerales y ceremonias de sepultura) tienen el color azul para poder realizar estas actividades pero, como regula su oficio, no están facultados para celebrar sacramentos como la Reconciliación (confesar), la Eucaristía (misa) ni la Unción de Enfermos.

Este nuevo mecanismo es producto de los compromisos que la Iglesia católica en Francia hizo tras los escándalos de abuso sexual y los recurrentes errores de encubrimiento que se permitieron en las instituciones religiosas. Ahora, este ‘celebret’ quiere ser un método que haga más partícipe a la grey y a las instituciones para prevenir excesos, abusos o ilícitos dentro de la Iglesia.

El segundo evento es el nombramiento del nuevo arzobispo de Madrid, José Cobo Cano, y el lenguaje que ha venido utilizando en sus primeros días de pastor electo. Ante una cadena radiofónica, Cobo compartió varias reflexiones teológicas con un lenguaje cotidiano, incluso popular-matritense: “Dios no es Harry Potter… Cuando estamos chungos, él se queda ahí cuando se va todo el mundo se va”; pero también hizo una comparación de su responsabilidad ante el arzobispado de Madrid con el famoso programa de televisión: “Más que Juego de Tronos esto es una familia… cada uno tenemos nuestra pedrá”.

Llama la atención ver que, en el Reino de España, quizá una de las últimas naciones del mundo emparentada con el Vaticano a través de rigurosas formas y lenguajes centenarias, uno de los máximos referentes de la Iglesia católica deja los rigorismos y formalismos para acercarse a otras realidades, a nuevos destinatarios, mediante nuevas expresiones.

Cobo será el primer arzobispo de Madrid en 60 años que no ha sido trasladado desde otro arzobispado mayor. Es decir, los últimos cinco arzobispos madrileños ya habían sido arzobispos en otras sedes metropolitanas mayúsculas: como Santiago de Compostela, Zaragoza, Valencia o del primado de Toledo. Todavía más, Cobo hasta ahora no ha sido obispo titular residencial, sino un obispo auxiliar colaborador.

Ya antes, Francisco hizo cardenal a un obispo auxiliar (al salvadoreño Gregorio Rosa Chávez) y con estos gestos reivindica la función del lenguaje, la actitud y el ejemplo más que de los formalismos (o formulismos) con los que algunos planean seguir conduciendo la Iglesia. El pontificado de Francisco, hay que reconocer, se encuentra ya ante el escenario de transición; y, sin embargo, estas dos audacias, la del carnet digital y el lenguaje sencillo, reflejan que quizá algo de la actitud bergogliana habrá de permanecer un poco más.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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