Connect with us

Opinión

Coronavirus y humanitarismo

Publicada

on

Convivimos mal con las enfermedades. Cuando estamos moderadamente sanos no sólo no recordamos lo mal que nos ponen, también solemos olvidar que quienes las padecen requieren comprensión además de asistencia médica. Si esto ocurre con males conocidos, cuando nos aparece un patógeno nuevo y desconocido se nos acaba la indiferencia y solemos ponernos a la defensiva. Es comprensible.

La llegada del Coronavirus COVID-19 a la humanidad nos pone a prueba en nuestra ciencia, en nuestro entendimiento y en la organización que como sociedades hemos construido para atender a los enfermos y para reducir el índice de contagios. Pero también pone a prueba nuestra capacidad humana de comprensión, de otredad, de sacrificio y de compasión.

Hemos seguido el desarrollo de la trasmisión epidémica del COVID-19 prácticamente cada día y desde cada rincón del planeta. Cada jornada, los medios de comunicación actualizan la información de contagios como si dieran un reporte meteorológico; y en las localidades donde ya se ha confirmado la presencia del virus, cada historia de los pacientes se exprime con sórdidos detalles.

Los modelos epidemiológicos actuales nos preparan frente a lo que probabilística y estadísticamente sucederá en los próximos meses: tendremos que convivir con esta enfermedad. Tenemos que apoyar con recursos -y paciencia- todos los esfuerzos que la investigación médica pueda hacer para encontrar los mecanismos de prevención, reducción del índice de contagio y recuperación de personas enfermas; pero también nos debemos preparar anímica y emocionalmente para lo que indefectiblemente es y será el sufrimiento de mucha gente.

El COVID-19, como ya lo han hecho otros agentes patógenos en el pasado, ha detonado reacciones muy negativas a lo largo del orbe: miedo, discriminación, desconfianza, autopreservación y abuso. Es cierto que las autoridades civiles, auxiliadas por sus agentes del orden -ejército y policía- están obligadas a imponer un orden marcial en los espacios y localidades donde se han confirmado los contagios con el único interés de reducir el índice de transmisión; y es cierto que, el aislamiento de los infectados es de las mejores medidas de contención epidémica.

Y, sin embargo, por más duras y restrictivas que deben ser, las medidas de contención no deben arrancar la dignidad humana de los enfermos, infectados o sospechosos de contagio. De hecho y, muy especialmente en el caso del COVID-19 por la casi imperiosa necesidad de hospitalización de infectados, el reto mayúsculo para quienes no son investigadores biomédicos o agentes del orden, tiene que ver con los actos de humanitarismo, compasión y solidaridad ante la epidemia.

Es decir, a la par de preguntarnos cómo reaccionarán los servicios médicos de urgencia o de unidades de cuidados intensivos y cómo se operarán las autoridades del orden para mantener los cercos epidemiológicos en nuestro país; también es importante preguntarnos cómo actuará la población, los medios de comunicación, las empresas y negocios, los centros educativos y todas las estructuras intermedias de la sociedad. Por desgracia es previsible -basados en la experiencia- que el mercado de antisépticos y mecanismos de profilaxis (geles antibacteriales, cubrebocas, sanitizantes, desinfectantes, etcétera) se aproveche de la situación; que los medios de comunicación quiebren la línea ética y la responsabilidad social para mantener audiencias; que la población caiga en pánico y que el pánico sea utilizado por agendas políticas o ideológicas.

Ojalá me equivoque y que, para desarmar a los cultivadores del género apocalíptico, reconozcamos a quienes hoy hacen todo lo posible para entender cómo será la convivencia de la humanidad con este y otros virus. Que vivimos en permanente zozobra, es un hecho; que aún en ello siempre hay quienes se enfrentan a los infortunios que merodean por todas las esquinas del siglo, es una ventaja de la humanidad en la que vale la pena confiar.

*Director VCN @monroyfelipe

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

ebv



Dejanos un comentario:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Columna Invitada

Muerte digna sin dolor

Publicada

on

Por

Por Ivette Laviada

Es lastimoso tener que reconocer que vivimos en una sociedad en decadencia y esto se intensifica cuando vemos legisladores más preocupados por el exterminio de la población que por velar por el ejercicio verdadero de los derechos humanos y el goce de los mismos.

Al parecer no les preocupa mucho cómo garantizar la salud de los mexicanos, cómo hacer para que vivan y puedan disfrutar de los privilegios que una vida sana conlleva, entendemos que es caro, pero las cosas que valen la pena cuestan y para ello no tenemos presupuesto suficiente; pero, ¿Qué tal para ayudar a facilitar la muerte de nuestros compatriotas? En Morena, una y otra vez han insistido en tratar de llamar derecho a terminar con la vida inocente del bebé concebido, el aborto es y sigue siendo un delito en el país. Ahora van por la eutanasia, y a las pretensiones de los morenistas se han sumado unos pocos de otros partidos.

La iniciativa de “muerte digna sin dolor” es completamente contraria a los derechos humanos; en México la eutanasia y el suicidio asistido están expresamente prohibidos en el Art. 166 de la Ley General de Salud y en el Art. 312 del Código Penal Federal (CPF).

El disfraz que le quieren poner a la eutanasia activa, considerándola como un acto de piedad a solicitud del enfermo para evitarle sufrimiento ante una enfermedad terminal, tiene muchas aristas que hay que considerar.

No es lo mismo regular la voluntad anticipada, cómo ya se hace en varios estados -Yucatán tiene una de las mejores en este ámbito- en la cual un enfermo terminal puede en el ejercicio de su libertad disponer qué medios, terapias o procedimientos quiere o no recibir durante el proceso de su enfermedad a solicitar que el personal médico o incluso un familiar le procure la muerte para “aligerar su dolor”, ya que como lo establece el CPF comete homicidio quien le procure la muerte a otro.

En esta iniciativa se invoca como máxima el libre desarrollo de la personalidad y la dignidad de la persona, pero sesgan lo que entienden por uno y otra, tratando de justificar que es algo bueno que alguien quiera morir para dejar de sufrir, y no se trata de contravenir la libertad de una persona con derecho a elegir qué quiere para su vida, aquí lo que está en juego es que se requiera de un agente externo con permiso para matar y que esto sea legal.

Invocan también el que otros países considerados avanzados ya cuentan con estas leyes, por cierto tan sólo son 7 en Europa y 1 en América, y para nadie es desconocido el invierno demográfico que vive ese continente, y con estas leyes favorecen su extinción, eso sí, tendrán un ahorro considerable ya que mantener enfermedades catastróficas, terminales, etc. le cuestan mucho al estado.

Favorecer la eutanasia nos haría una sociedad utilitarista, condenan a médicos en hospitales públicos a no ser objetores de conciencia si quieren mantener el empleo, se habla de un pequeño comité para aprobar el ejercicio de la eutanasia para un paciente y para nada del decreto de diciembre de 2011 que obliga a los hospitales a contar con Comités Hospitalarios de Bioética, que prestan un invaluable servicio como instancia de análisis, discusión y apoyo en la toma de decisiones respecto a los dilemas éticos que surgen en la práctiva clínica y la atención médica.

A los legisladores les pedimos que mejor se ocupen en cómo garantizar la salud tan cacareada “como en Dinamarca”, que dicho sea de paso allí la eutanasia no es permitida.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

Seguir leyendo

Columna Invitada

Crédulos e incrédulos

Publicada

on

Por Antonio Maza Pereda

Un serio problema político, y también social, es que muchos de nosotros ya no creemos en nadie. Bueno, esto no es del todo cierto. La mayoría de nosotros tenemos bastante bien seleccionados a quienes creemos y a quienes no creemos. Es muy raro conocer a alguien que sea absolutamente crédulo o totalmente incrédulo.

La mayoría de nosotros creemos cualquier cosa que nos diga un cierto grupo de personas, mientras que a otro grupo diferente, no le creemos absolutamente nada de lo que dice. Y tal vez haya una pequeña cantidad de prójimos a lo que les podemos creer alguna parte de lo que dicen y otra parte no. Por poner algún ejemplo muy actual: una buena parte de los votantes se creen cualquier cosa que digan los miembros de la 4T. Mientras que hay otros que no les creen absolutamente nada: si nos dicen que mañana el sol va a salir, casi seguro lo pondrán en duda. Y, por supuesto, también ocurre qué hay quienes no creen absolutamente nada a los neoliberales, a los que últimamente les han dado en decirles conservadores, mientras que hay los que les creen totalmente cualquier cosa.

Esta manera de razonar (es un decir), es la que algunos le llaman la falacia del argumento ad hominem: cuando aceptamos algún razonamiento, tomando en cuenta quién nos los dice, sin analizar a detalle la argumentación. Y, desgraciadamente, esto está ocurriendo con muchísima frecuencia.

Este fenómeno tiene muchas variantes: los que creen cualquier cosa, porque la dijo el señor presidente. O quienes creen cualquier argumento que proceda de algún comunicador famoso. Hace algunas décadas, un excelente comunicador llamado Jacobo Zabludovsky, gozaba de una gran credibilidad. Cuando había alguna discusión, el argumento de peso era: lo dijo Zabludovsky. Y ahí mismo acababa la discusión.

No faltan algunos que tienen un criterio, que ellos consideran infalible, para saber cuándo alguna argumentación es verdadera: la realidad-dicen- es aquella que coincide con sus pensamientos. Si alguien les dice algo diferente de lo que ellos piensan, ni siquiera se molestan en revisarlo: lo consideran erróneo por necesidad. Cuando lo que les dicen coincide con lo que ellos ya creen, lo consideran una verdad incontrovertible. Como decía un personaje de una caricatura que vi recientemente: “¿Cómo me pueden decir que eso es una mentira, si es lo mismo que yo estoy pensando?”.

Ahora que estamos por entrar en una de las campañas políticas más complejas en los últimos años, nos enfrentaremos con el método para lograr convencernos, a través de la repetición de frases sonoras, eslóganes y lemas bien pensados, más una gran cantidad de ataques personales. Y también de apoyos personales y soportes de influencers. Pero una gran escasez de lógica, de argumentación, de conceptos con validez demostrada.

Esta combinación de mercadotecnia política, con la mezcla de credulidad e incredulidad qué predomina, tiene por resultado que solamente se puede convencer a los que ya están convencidos. Más la actitud, de que no queremos o, peor aún, no sabemos argumentar. En nuestro sistema educativo, por desgracia, tenemos una gran deficiencia en la educación cívica, sobre todo en los aspectos de tipo político y social. Estamos lastimosamente desarmados frente a falacias de todo tipo. Y esto no se resuelve en poco más de medio año qué nos queda antes de tomar una de las decisiones más importantes que pueden tomar los votantes mexicanos.

Según lo que dice una de las escuelas más prestigiadas en aspectos empresariales, a la mayoría de los hombres y mujeres modernos, y en particular a los tomadores de decisiones, no les interesa que los formen: lo que desean es que los informen. Y puede ser que esta escuela tenga razón. Lo que nos ofrecen la mayoría de los medios, y en particular las páginas de política, es una enorme dosis de información con poco análisis, escaso criterio para validar los hechos que se nos presentan y sobre todo sus consecuencias de corto y largo plazo. Y esa combinación tiene una alta probabilidad de error.

La solución, por supuesto, sería enseñar al electorado a ubicar las diferentes falacias, aprender a distinguirlas de los razonamientos sanos y poder tomar decisiones en consecuencia. Lo cual no es fácil de llevar a cabo en las pocas semanas que nos quedan antes de las elecciones federales del 2024.

No cabe duda de que a muchos nos da temor analizar las situaciones que enfrenta el país. Temor a que nos ataquen, temor a equivocarnos y a quedar mal. Y es cierto que hay algunos que ni siquiera quieren hacer el esfuerzo: existe un grave caso de flojera para analizar. Y también es cierto que, en muchos casos, algunos quisieran hacer ese esfuerzo, pero carecen de método.

En nuestro medio existen algunos, muy pocos, cursos de análisis político. La mayoría de ellos con un enfoque totalmente descriptivo: explicando las distintas fuerzas políticas, sus plataformas públicas, sus capacidades y su historial. Pero difícilmente se incluye en esos cursos herramientas de pensamiento crítico, de análisis, de síntesis y sobre todo el entendimiento a fondo de los diferentes tipos de falacias y cómo se aplican en las distintas fuerzas políticas.

Hay una gran necesidad. ¿Estaremos los ciudadanos sin partido, el votante de a pie, el no alineado, en la capacidad de dar a conocer visiones diferentes de lo político y social, de aquellas que nos están preparando los magos de la mercadotecnia política?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

Seguir leyendo

Te Recomendamos