

Análisis y Opinión
Del ataque a la utilización de la Virgen de Guadalupe
En el ideario simbólico del presidente de la República, la concepción de Cuarta Transformación es la revolución pacífica de la sociedad mexicana que busca modificar sus reglas e instituciones tanto como algunos conceptos culturales. Sobre esto último, hay que reconocerle el inmenso esfuerzo de reeducación social que realiza a través especialmente de las conferencias matutinas, sus discursos y sus recurrentes informes de gobierno.
Desde el inicio, López Obrador ha dejado en claro que su objetivo de Cuarta Transformación busca estar a la altura histórica de grandes cambios socio-culturales, políticos y económicos de nuestra nación: la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Cada proceso histórico sabemos fue desatado por condiciones específicas que, de una u otra manera, cambiaron para siempre; por ello, son los efectos y las consecuencias de dichas transformaciones las que hablan de lo que socialmente se asume para incorporarlo transversalmente en la cultura y en las relaciones de interés: la singular identidad, compleja y llena de ricas herencias, de una nación libre; la síntesis republicana con el ciudadano como partícipe de la soberanía nacional; y, finalmente, la convicción de derechos sociales (educación, salud, libertad de prensa), laborales y políticos. A lo largo de todos esos procesos, la Virgen de Guadalupe se ha mantenido unida a las fibras más profundas de la esencia mexicana.
Para muchos, la Revolución -como causa- ha sido un proceso inacabado toda vez que básicamente los derechos políticos fueron cooptados e institucionalizados bajo un poder partidista hegemónico y casi dictatorial. Fue hasta los años ochenta que, para reivindicar tales derechos, algunos liderazgos políticos rescataron la palabra ‘democracia’ y la colocaron como un imperativo social.
Sin embargo, el presidente López Obrador afirmó, desde Tabasco, que en el periodo posrevolucionario (en su concepto, después de la Tercera Transformación) existió una regla de oro: No atacar a la Virgen de Guadalupe, al presidente ni al ejército.
El problema es que, justo el periodo posrevolucionario, mientras se construían las instituciones que no sólo debían dar identidad al pueblo mexicano sino que, a través de las cuales, toda la vida del individuo debía sujetarse (erigiendo casi a nivel omnipotente al presidente y al ejército), la Virgen de Guadalupe representó uno de los esenciales símbolos de una mexicanidad profunda que algunos idealistas de la Revolución buscaron destruir, literalmente destruir, y después utilizar para sus propios fines.
El 14 de noviembre de 1921, hace casi cien años, un hombre que aparentemente pertenecía a esas organizaciones obrero-ideológicas posrevolucionarias colocó un explosivo bajo la imagen de la Guadalupana y pareció contar con la protección del propio presidente de la República, Álvaro Obregón; en 1925, el gobierno de Calles buscó controlar la dimensión religiosa de los mexicanos y sectores cercanos hasta pretendieron usurpar el símbolo mariano para entregarlo a un cura cismático alineado al callismo y al líder de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM).
Desde aquellos años en que fueron instituidos los ‘Caballeros de la Orden de Guadalupe’ -que entraron pistola en mano a ocupar el templo de la Soledad para el acto fundacional de una Iglesia inspirada en el callismo- o su versión femenina la ‘Asociación de Damas Guadalupanas’ y hasta nuestros días, quizá no haya habido intentos graves para destruir la imagen sagrada, pero sin duda se ha buscado utilizar el símbolo guadalupano para fines muy distintos de la catequesis.
López Obrador afirmó que la Virgen de Guadalupe “es lo que se conserva para bien” y que es “un símbolo nacional”; la experiencia nos indica que las más profundas transformaciones del país no hay cambiado los sentimientos de los mexicanos para con la Guadalupana y es seguro que, la Cuarta Transformación tampoco lo hará. La pregunta en el fondo es ¿se respetará a la Virgen como un símbolo que no debe politizarse? O, como también nos enseña nuestra historia, ¿de qué manera querrá la 4T integrarla en su ideario simbólico?
*Director VCNoticias.com
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Análisis y Opinión
La afición y el deportista

Por Ignacio Anaya
La relación del fútbol mexicano con su afición es lo que muchos podrían describir como un amor apache. En su sentido más simple, representa una mezcla de amor y odio entre ambas partes. Un día, la gente puede estar entonando con orgullo el himno nacional en un estadio lleno cuando la selección juega y, al siguiente, exigiendo la renuncia del director técnico y la salida de los jugadores. Es una ironía, pero es la realidad, que un país con tanta pasión por este deporte dé, en el mejor de los casos, una presentación mediocre.
El fútbol es una de las principales instituciones de entretenimiento e identidad de la sociedad mexicana; el estadio Azteca se considera un templo sagrado para muchos aficionados.
La dinámica del fútbol en México puede entenderse a través de la idea propuesta por el sociólogo Eric Dunning de la “figuración social”, un concepto que describe cómo diferentes grupos e individuos interactúan en una red de relaciones interdependientes. En este esquema, encontramos a los jugadores, entrenadores, administradores del club, árbitros y, por supuesto, aficionados. Todos estos actores tienen roles distintos, pero están inextricablemente vinculados en la trama de este deporte.
Por un lado, están los jugadores y entrenadores, cuyo objetivo es ganar partidos y campeonatos. Pero esta meta no es solo una cuestión de habilidad técnica o estrategia táctica; también está profundamente influenciada por las presiones y expectativas de los demás actores en la figuración. Los administradores del club, por ejemplo, pueden priorizar la rentabilidad económica sobre la calidad deportiva, una de las principales quejas de la afición mexicana, imponiendo restricciones en los recursos disponibles para mejorar el rendimiento futbolístico. Igualmente, no hay que negar la existencia de nepotismo e influencia dentro de este entorno.
Por otro lado, los aficionados, con un amor innegable por el fútbol y con expectativas altas y a veces inalcanzables, se ven influenciados por los medios y su tendencia a ensalzar a la Selección Nacional. Hay que ser honestos, el equipo no estaba en ninguna condición de vencer a Argentina en Catar 2022; la afición mexicana creamos ilusoriamente una rivalidad futbolística inexistente que reflejaba cierta competitividad de identidades entre los dos países. En el núcleo de esta dinámica se encuentra la creencia de que el fútbol puede ser un vehículo de la identidad nacional, para la afirmación de los valores y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Asimismo, los altibajos del fútbol no son simplemente una cuestión de victorias y derrotas en el campo, sino un reflejo de las carencias del país.
Resulta interesante observar a quienes se dirigen las frustraciones durante los últimos malos desempeños. Además de los jugadores, las críticas van hacia los dueños, empresarios y directivos nacionales, lo cual refleja juicios más profundos sobre lo que se deja ver en la cancha.
En este sentido, la correlación del aficionado con el fútbol es paradójicamente tanto de amor como de frustración. La gente espera ver a su equipo ganar siempre y se siente profundamente desilusionada cuando esto no sucede.
Estas tensiones y contradicciones se hacen aún más agudas en el contexto de la creciente profesionalización y comercialización del fútbol. La presión por el rendimiento y el éxito, la demanda constante de resultados y la explotación comercial del deporte como un producto de entretenimiento han exacerbado la intensidad y la seriedad de la competición.
La relación entre el fútbol y su afición en México es, sin duda, compleja y llena de contradicciones. Pero también refleja una dinámica social más amplia, en un mundo donde convergen, negocian y luchan distintas corrientes, desde la pasión por el deporte hasta los intereses económicos.
Resulta preciso señalar que la pasión indiscutible por el deporte a menudo se ve ensombrecida por una gran variedad de factores, alimentados por la creencia de que el fútbol da más de lo que realmente es. Sin embargo, esta interacción está influenciada por tensiones inherentes al sistema, la profesionalización y la comercialización del balompié, así como las presiones por el rendimiento y el éxito. Además, la afición también refleja críticas profundas dirigidas a los aspectos socioeconómicos del país, con sus descontentos apuntando hacia las altas jerarquías. ¿Se podrá romper algún día esta relación? Hay mucho camino por recorrer para lograrlo.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Análisis y Opinión
Nuevos métodos y lenguajes en la Iglesia

En las últimas semanas algunos sucesos en la Iglesia católica pasaron ligeramente desapercibidos debido a la preocupación por la salud del pontífice Francisco, de 86 años y ya con dos años continuos de recurrente atención hospitalaria. Sin embargo, los sucesos comienzan a reflejar los efectos de la reforma de las actitudes emprendida por el Papa argentino y comenzada incluso años atrás en un proceso de adecuación de las instituciones eclesiásticas al siglo veintiuno. Al empezar el tercer milenio, una de las ‘actualizaciones’ de la Iglesia exige que ésta sea “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones”. Y por lo menos dos hechos advierten que el camino marcha; lento, pero marcha”.
El primero de ellos se originó en Francia donde los obispos locales aprobaron en su Asamblea Plenaria de marzo pasado un nuevo documento de identificación y un sistema de información actualizable digitalizado para todos los ministros ordenados de la Iglesia francesa.
El documento en cuestión se llama ‘celebret’ y es una especie de tarjeta, credencial o documento de identidad para obispos, sacerdotes, religiosos y diáconos residentes, incardinados o afiliados a alguna institución religiosa de origen francés. Es cierto que en muchas diócesis del mundo ha habido una credencialización de sus ministros para evitar casos de falsos sacerdotes, nulidades sacramentales y otro tipo de estafas a los fieles.
Pero la novedad es que este documento es nacional (no sólo diocesano o regional), abarca a curas diocesanos y religiosos, es obligatorio y en permanente actualización de los casi de 17 mil ministros de culto con un código QR que puede –y debe– ser escaneado por párrocos, rectores, obispos, sacristanes y sí, fieles en general, para conocer el estatus canónico del ministro de culto. Es decir, a través de un semáforo (verde, amarillo, rojo) se puede alertar a la comunidad si el ministro cuenta con plenas licencias para administrar los sacramentos o para ejercer algún tipo de acompañamiento pastoral o espiritual.
El color verde indica que el ministro cuenta con plenas facultades; el amarillo, advierte de alguna irregularidad y pide prudencia para hacerlo partícipe de alguna actividad litúrgica, y el rojo, claramente evidencia que el ministro no debe ser admitido ni para actividades celebrativas ni para atención pastoral. Por su parte, los diáconos (facultados para bendecir, bautizar, casar, dar la comunión, llevar el viático a los moribundos, predicar el Evangelio, presidir funerales y ceremonias de sepultura) tienen el color azul para poder realizar estas actividades pero, como regula su oficio, no están facultados para celebrar sacramentos como la Reconciliación (confesar), la Eucaristía (misa) ni la Unción de Enfermos.
Este nuevo mecanismo es producto de los compromisos que la Iglesia católica en Francia hizo tras los escándalos de abuso sexual y los recurrentes errores de encubrimiento que se permitieron en las instituciones religiosas. Ahora, este ‘celebret’ quiere ser un método que haga más partícipe a la grey y a las instituciones para prevenir excesos, abusos o ilícitos dentro de la Iglesia.
El segundo evento es el nombramiento del nuevo arzobispo de Madrid, José Cobo Cano, y el lenguaje que ha venido utilizando en sus primeros días de pastor electo. Ante una cadena radiofónica, Cobo compartió varias reflexiones teológicas con un lenguaje cotidiano, incluso popular-matritense: “Dios no es Harry Potter… Cuando estamos chungos, él se queda ahí cuando se va todo el mundo se va”; pero también hizo una comparación de su responsabilidad ante el arzobispado de Madrid con el famoso programa de televisión: “Más que Juego de Tronos esto es una familia… cada uno tenemos nuestra pedrá”.
Llama la atención ver que, en el Reino de España, quizá una de las últimas naciones del mundo emparentada con el Vaticano a través de rigurosas formas y lenguajes centenarias, uno de los máximos referentes de la Iglesia católica deja los rigorismos y formalismos para acercarse a otras realidades, a nuevos destinatarios, mediante nuevas expresiones.
Cobo será el primer arzobispo de Madrid en 60 años que no ha sido trasladado desde otro arzobispado mayor. Es decir, los últimos cinco arzobispos madrileños ya habían sido arzobispos en otras sedes metropolitanas mayúsculas: como Santiago de Compostela, Zaragoza, Valencia o del primado de Toledo. Todavía más, Cobo hasta ahora no ha sido obispo titular residencial, sino un obispo auxiliar colaborador.
Ya antes, Francisco hizo cardenal a un obispo auxiliar (al salvadoreño Gregorio Rosa Chávez) y con estos gestos reivindica la función del lenguaje, la actitud y el ejemplo más que de los formalismos (o formulismos) con los que algunos planean seguir conduciendo la Iglesia. El pontificado de Francisco, hay que reconocer, se encuentra ya ante el escenario de transición; y, sin embargo, estas dos audacias, la del carnet digital y el lenguaje sencillo, reflejan que quizá algo de la actitud bergogliana habrá de permanecer un poco más.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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