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Opinión

Efectivamente, tiene más poder de convocatoria un atropellado -y el football-, que nuestros espiados

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Efectivamente, tiene más poder de convocatoria un atropellado -y el football-, que nuestros espiados.

No cabe duda, diría el clásico, que incluso para morirse hay que saber cuándo.

¿A qué viene la sentencia anterior? A algo tan simple como lo siguiente: ¿Quién en su sano juicio y dos dedos de frente en este sufrido México, le presta atención a lo que parece haberse convertido en un sainete, el tema de los espiados?

Desde un principio, cuando The New York Times publicó su reportaje, quedó claro que tenía más poder de convocatoria un atropellado que las luminarias espiadas; para ser más precisos diría, que las inteligentes y perspicaces luminarias quienes, truchas como solo ellos lo saben ser, se dieron cuenta de la trampa tendida mediante uno o varios mensajes a sus teléfonos celulares, por los malvados espías gubernamentales.

Desde ese día pues, por encima de la popularidad que dicen sus adláteres (Persona subordinada a otra de la que parece inseparable) tienen aquéllos, y ser casi todos líderes de opinión e intelectuales de alto nivel, no hubo las protestas que imaginaban debido al espionaje del que decían fueron objeto.

Salvo dos o tres apariciones mediáticas donde los espiados, o los que por su perspicacia lograron evadir la trampa, las cosas no pasaron de ahí. ¿A qué se debió ésta casi nula reacción en su apoyo?

Primero, a la realidad de todos ellos; la popularidad e influencia que dicen sus cercanos tienen, no es tal. Si bien en los pequeños círculos donde se desenvuelven los juzgan como la última cerveza en el estadio, fuera de esos espacios, prácticamente son unos completos desconocidos.

En consecuencia, el tema del espionaje del cual afirmaron haber sido objeto, prácticamente pasó de noche.

La segunda causa de a nadie haber movido y casi no conmovido, fue el footbal. Tanto el desempeño de La Verde como suelen decir los fanáticos de eso que llaman deporte, junto con el resultado del segundo encuentro, nada más importa a decenas de millones de mexicanos. Al espionaje lo derrotó, diría Ángel Fernández, El Deporte del Hombre.

Todo dejó ver pues, por una u otra razón, que tiene más poder de convocatoria y genera más atención un atropellado, que nuestros sedicentes intelectuales y líderes de opinión. ¿Lamentable? Es muy posible; sin embargo, pensemos lo que pensemos, hoy por hoy ésa es la realidad del México que hemos construido: el football, por encima de todas las cosas.

¿Habría sido diferente la respuesta, de haber aparecido el reportaje del periódico neoyorkino en otra fecha? Posiblemente; pero el hecho frío es que salió cuando salió, valga la redundancia.

Ante lo visto, no hay muchas opciones; o nuestros espiados buscan ser conocidos más allá de los pequeñísimos círculos donde se mueven, o se dedican al football.

ebv

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Felipe Monroy

El Papa del imperio de ayer

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El cardenal Robert Francis Prevost siempre estuvo entre los ‘papabili’ para suceder a Francisco sustancialmente por dos razones: se ubicaba entre la media de los 70 años, y había presidido quizá el segundo dicasterio más poderoso del Vaticano como encargado del nombramiento, formación y atención de los obispos del mundo. Sin embargo, la mayoría de los analistas coincidían en que tiene una cualidad personal que se convertía en tara: la nacionalidad norteamericana.

Desde hace años, se solía hacer un comentario entre jocoso y severo sobre la imposibilidad de que la ONU o la Iglesia católica tuvieran un líder de origen gringo. En el fondo, se consideraba que un organismo o una institución que muchas veces hace de balanza o contrapeso a los poderes omnímodos perdería objetividad o equilibrio con un ciudadano del imperio norteamericano como titular. Bajo esta lógica, una saludable globalidad, así como el respeto a la pluralidad y a las marginalidades presentes sobre la tierra parecían exigir un líder con la conciencia natural de que no todo el mundo juega bajo las reglas de la poderosa nación norteamericana.

De Prevost, no obstante, se decía sin reparo durante las vísperas del cónclave que, entre los purpurados norteamericanos, él era “el menos gringo de los gringos”. Y en esta frase no solo estaba encerrada la larga misión del religioso agustino en Perú y su ‘corazón latinoamericano’ como ha insistido publicar la prensa del sur global (y de la cual hablaremos en otro artículo); también expresaba la profunda desconfianza respecto a la sede del imperio yanqui: sus valores, sus discursos y su carácter de dominio. Así, “ser menos gringo” significaba ser mejor candidato al papado.

Después de Francisco y su radical reivindicación de las periferias; de los pueblos, naciones y regiones desplazadas, expoliadas o convertidas en zonas de descarte de los centros de poder, había una auténtica inquietud de que el papado cayera en manos de alguien que representara los rasgos políticos del colonialismo o del imperialismo. Más que el temor al retorno de las tradiciones exquisitas o la belleza ornamental herencia de una Iglesia bimilenaria; la inquietud de quienes fueron resignificados por Francisco se condensaba en preocupación porque su sucesor representase la visión de los privilegiados, de la posición cómoda de quien no se ve obligado a aprender otro idioma o a usar otra moneda o a comprender una cultura.

El sentimiento no es completamente injustificado: la dura imposición de la economía y la cultura norteamericana ha dominado el orbe desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un sistema coaligado entre su intervencionismo bélico, su propaganda heróica mediática, la dolarización del sistema financiero y comercial, la seductora “american way of life” y su aparentemente imbatible jactancia político-democrática ha supuesto una dominación absoluta de la moral geopolítica. Y así era, al menos, hasta hace muy poco tiempo. El hecho de que su dos veces presidente Donald Trump haya recogido la indignación de un país que ha perdido su dominación imperialista, evidencia que hoy, los Estados Unidos ya no tiene el peso de ayer.

Por ello, la frase dicha en los murmullos cardenalicios previos al cónclave “es el menos gringo de los gringos”, parecía justificar su anticipada decisión.

Es improbable que los cardenales hayan electo al primer pontífice de origen norteamericano por estas razones, pero es un hecho de que no eligieron antes a un Papa de Estados Unidos (a pesar de haber tenido a personajes de inmensa talla y aún mayor admiración en el colegio cardenalicios) precisamente por la preocupación de condensar las figuras de referencia y poder en el centroide estadounidense.

¿Por qué entonces ahora ha salido un Papa norteamericano? Quizá la respuesta está en la propia trayectoria de Prevost: Una vocación religiosa nacida en EU pero que se alejó de toda comodidad al hacerse misionero: aprendiendo otra lengua, otra cultura y permitiéndose vulnerar por sus heridas. Y quizá también porque los Estados Unidos ya no representan el idílico sueño hegemónico que fueron; basta ver la casa y la parroquia en Chicago donde el hoy pontífice León XIV encontró el llamado a servir a Dios: una marginalidad suburbana que conoció mejores glorias y que, sin darse cuenta, se ha hermanado a las periferias del mundo.

*Director VCNoticias.com | Enviado especial Siete24.mx a Roma @monroyfelipe

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Columna Invitada

Un nuevo Papa

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Hemos estado, en estas últimas semanas, en un tiempo de sorpresas. La muerte del querido Papa Francisco, precisamente cuando nos habían anunciado que iba mejor y ya no se esperaba que empeorara su situación. Luego, la elección de su sucesor, que también estuvo sembrada con sorpresas.

No del todo: el nuevo Papa estuvo encargado por un buen tiempo de la Congregación de los Obispos, en la Curia del Vaticano, de manera que tiene una visión bastante profunda de la estructura de la Iglesia, ya que se encargaba de proponer al Papa a los nuevos obispos de distintas diócesis. De manera que no es un recién llegado que desconozca los organismos del Vaticano. Pero, claramente, lo más importante de su trabajo eclesiástico ocurrió como misionero. Siendo un sacerdote de los Estados Unidos, pasó la mayor parte de su vida sacerdotal en América Latina. Además, se nacionalizó como peruano.

Interesantemente, también es miembro de una orden religiosa. Como muchos de ustedes saben, el clero se divide en dos grandes grupos: el llamado clero secular, que son sacerdotes que les reportan a los obispos de cada diócesis y, por otra parte, el llamado clero regular, que están sujetos a una regla y que reportan a una asociación de clérigos que en muchas ocasiones es mundial. Es interesante que, desde el 1769, no había habido ningún Papa que viniera del clero regular. Ahora, en estos últimos tiempos hemos tenido dos Papas que lo son: el Papa Francisco, jesuita, y ahora el Papa León XIV, que procede de la orden de los sacerdotes agustinos.

Ha sido muy interesante el interés que generaron tanto la muerte del Papa Francisco como la elección del Papa León XIV. En el sepelio de Francisco, hubo la presencia de una buena cantidad de jefes de Estado y de Gobierno, y para reportar el conclave, se presentaron alrededor de seis mil comunicadores, procedentes de todo el mundo. Algo verdaderamente fuera de lo común. En nuestro país, por primera vez que yo recuerde, se preguntó al jefe del Ejecutivo si iba a asistir al sepelio del Papa Francisco, o si va a asistir a la toma de posesión formal de León XIV. Algo que nunca se le cuestionaba al presidente, porque no se consideraba que fuera algo de interés. Se hizo el cuestionamiento y la Presidenta designó a quien la va a representar. Además, anunció una invitación formal para que venga el Papa a México, cuando en otras ocasiones la invitación la hacían los obispos mexicanos. Cambios que están ocurriendo y que muestran el interés de los gobiernos por la figura del Papa.

Es interesante el nombre que escogió este Papa. Hay quien dice que en su nombre se está anunciando su programa. El propio Papa dice que lo ha escogido como un homenaje a León XIII, el Papa que estuvo rigiendo la iglesia entre el fin del siglo XIX y el inicio del siglo XX. Quién es conocido mayormente por su aportación a la creación de la Doctrina Social de la Iglesia, que tiene un interés muy particular por la situación del Trabajo. El Papa León XIII rechazó, tanto el extremo del socialismo como el del capitalismo salvaje.

Fue un Papa que estuvo a favor de los proletarios que sufrían en esa época los resultados de la Revolución Industrial, que los habían dejado como la parte más pobre de la Sociedad. Ese Papa estuvo hablando a su favor, pidiendo cosas como un salario digno, que no era un punto que se considerara importante, promoviendo la creación de sindicatos, incluso de sindicatos católicos, propiciando la creación de las cajas de ahorro, para construir ese hábito fundamental y proveer préstamos a intereses justos. Y más.

Cuando el nuevo Papa fue presentado en la plaza de San Pedro, empieza con un mensaje que está cargado de simbolismo: “La paz sea con ustedes, paz para ustedes”. Esta petición repetida en el rezo de la Regina Coeli y de nuevo en la reunión con los comunicadores del siguiente lunes. No cabe duda de que se trata, solamente, de reconocer que hay grandes situaciones peligrosas para la paz, mismas que comenta el Papa. Pero habló también de las naciones donde se ataca y se persigue el periodismo, por el mero hecho de buscar la verdad. Es algo importante, juntar el concepto de la paz en términos geopolíticos, el de la paz entre las naciones, con la paz al interior de las naciones.

Otro aspecto poco comentado de estos mensajes que está mandando el Papa, tiene que ver con el nombre del primer Papa que se llamó León. Hablamos de San León Magno, un Papa del siglo V, poco conocido, el primer Papa que se le llama Magno. Un Papa sumamente interesante: Doctor de la Iglesia, autor de estudios teológicos muy importantes, dando base a las declaraciones dogmáticas del Concilio de Calcedonia.

Muy significativo, un hecho de cómo intervino ese Papa para lograr la paz. Alrededor del año 452, un guerrero muy poderoso, Atila, el rey de los Hunos, invade gran parte del imperio romano, derrota a varios grupos de su ejército, llega a presentarse ante Roma y está dispuesto a destruirla. Y este Papa sale a convencerlo de que respete la ciudad y que se retire sin hacerle daño. Se habla de que uno de los dichos de Atila era que donde su caballo pisaba ya no volvía a crecer la hierba. Efectivamente, el temor era no solamente el que ganara una batalla o una guerra importante, sino la destrucción que iba a causar en lo que fue el imperio romano. No nos podemos imaginar los efectos que hubiera tenido su victoria. Si este Papa no hubiera logrado que Atila se retirara sin dañar el centro del imperio, hubiera sido un daño muy importante a la cultura y de alguna manera también hacia la propia iglesia católica. Ese es otro aspecto relevante del nombre que ha escogido este Papa. Una visión como un pacificador, como alguien que puede y debe intervenir para evitar los grandes problemas de la humanidad.

Habría que hablar un poco de qué es lo fundamental del papel de un Papa. ¿Cuál es el rol que debe de seguir? Nos encontramos con el encargo que Jesús le da a Pedro: el de confirmar a sus hermanos, a todos nosotros, en la Fe. Ese es uno de los papeles cruciales del Papa. Confirmarnos, para que tengamos un solo corazón y una sola alma. Que podamos entender la Fe de la misma manera. Es un encargo significativo.

Por supuesto, qué bueno que tenga otros roles. Es necesario que una institución, como es la Iglesia, tenga esa capacidad de convocar, de reunir y lograr la pacificación entre naciones, entre países, para que puedan lograr una paz duradera. ¿Qué es lo que este Papa está pidiendo? Fundamentalmente, que cumpla su rol fundamental, el que el mismo Jesús, les encomendó a Pedro y a sus sucesores. Esperemos que logremos ser colaboradores fieles de este Papa, que es una promesa para nuestros tiempos.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Felipe Monroy

León XIV, el Papa para el otro lado del puente

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Si hay un hombre “puente”, ese es Robert Francis Prevost (1955). Hijo de muchos mundos, nacido en Chicago, en la cosmopolita ciudad norteamericana, pero de padres de ascendencia europea: madre española y padre de raíces francoitalianas. Su formación inicial ha sido en el terreno de las ciencias exactas pues tiene estudios en Matemáticas; aunque encontró camino espiritual con los frailes de la Orden de San Agustín formándose en Teología de la Divinidad y en Derecho Canónico.

Su vida también es un puente de ida y retorno entre Estados Unidos y Latinoamérica pues después de sus votos solemnes en su ciudad natal y su ordenación sacerdotal, destinó su servicio misionero en Perú donde lideró intensa labor pastoral y de gobierno en vicariatos apostólicos y periferias de los Andes conduciendo los esfuerzos de la orden religiosa, fortaleciendo la formación teológica e intelectual y consolidando estructuras eclesiales para regiones en explosión demográfica. Retornó a Estados Unidos para continuar con su labor formativa y de gobierno provincial, pero el papa Francisco le encomendó asumir servicio episcopal en Chiclayo como administrador apostólico donde tomó finalmente la nacionalidad peruana.

El propio papa Francisco le pidió construir otro puente complejo: el que se extiende entre la Curia Romana y las periferias episcopales del mundo. Nombrado como prefecto para el Dicasterio para los Obispos tuvo la responsabilidad de cargar con la otrora poderosa congregación con el nuevo marco reformista concretado en la constitución Predicate Evangelium.

León XIV parece tener como misión no sólo atención de las tensiones de las existentes en la Iglesia y el mundo, sino quizá su resolución desde una perspectiva que mire con mucha profundidad en la realidad: entre la tradición y la reforma, entre la espiritualidad y la gobernanza, entre los prístinos palacios y la periferia pastoral, entre los gestos de caridad humanista y la disciplina institucional, entre la producción intelectual y la misión evangelizadora.

En un mundo fragmentado y lleno de conflictos, León XIV ha adelantado que su corazón y carisma estará en la búsqueda de la paz (“una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”); y su programa –condensado en la elección de su nombre pontificio– mantiene firme la necesaria conversación respecto a la justicia social, el bienestar de los trabajadores más explotados, el clamor por un mundo que recobre la dignidad de la labor humana ante la sombra ominosa de su reemplazo por la inteligencia artificial.

Al igual que su predecesor en el nombre papal, León XIII –que iluminó las oscuras problemáticas de la industrialización, la propaganda, el imperialismo, la ideologización política, el abuso de los poderosos y el expolio sobre los pueblos al final del siglo XIX–, ahora León XIV se enfrenta junto con los católicos a la hiper tecnificación; al postimperialismo; a los nuevos mecanismos de la vieja propaganda de odio y miedo; y a la radicalización de la ideología anti antropológica y contra la dignidad humana.

El invaluable servicio del papa León XIII resguardó con una pequeña pero tenaz luz el hórrido estruendo de las guerras de la primera mitad del siglo pasado; y la humanidad salió de esa tragedia reivindicando algunas de las más proféticas ideas del pontífice. Veremos el talante del peruano-norteamericano, del agustino-misionero, del pastor-formador y el reformador-conciliador que hoy dirige e inspira a más de mil 400 almas de católicos en los más diversos rincones del planeta.

*Director VCNoticias.com | Enviado especial Siete24.mx a Roma @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Humo y consenso: la comunicación en su esplendor

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Quienes trabajan en la política y el espectáculo saben que el alcance y difusión de las ideas o contenidos suele exigir una proporcionalidad directa de capital que se invierta en tecnología y herramientas de comunicación.

Por eso, en una época en que los medios de registro y difusión se han hiper tecnificado e hiper especializado, resulta un fenómeno exótico, aparentemente contraintuitivo y singular que miles de millones de personas se mantengan expectantes al resultado de una columna de humo expulsada por una estufa y una chimenea.

La fumata del cónclave quizá es el pináculo comunicativo de la institución católica que, por otra parte, ha preservado otros mecanismos de comunicación que siguen siendo simples, coherentes e intuitivamente comprendidos por buena parte de la humanidad: si tañen las campanas, se anuncia algo; si algo se insensa, es sagrado; si un nutrido grupo procesiona a paso acompasado y solemne, la jornada tiene carácter histórico.

Estos mecanismos proceden de una era socializadora ancestral y, por ello no son exclusivos ni de la Iglesia católica ni de la religión; significan tanto y con tal profundidad que muchas instancias sociales en las diversas culturas tienen sus propios ritos semejantes.

Sin embargo, la chimenea y el humo con el que se anuncian los resultados de las votaciones de los cardenales para elegir al pontífice no es en realidad una costumbre tan vieja.

El anuncio público de las papeletas quemadas en la elección pontificia remonta al siglo XVIII; hace sólo cien años se introdujo la fumata blanca; y apenas hace medio siglo, se perfeccionó el quemado para distinguir con claridad la oposición entre el humo blanco y el negro.

Es decir, aunque la herramienta no sea formalmente moderna (fuego y humo), la intencionalidad del mensaje sí lo es. Pero, para que su mensaje sea comprendido tan ampliamente y en plenitud, para que cause tanta expectación e interés, el mecanismo y el medio no bastan, se requiere un extenso, nutrido, consistente y simbólico conjunto de signos que construyen el mensaje antes de manifestarlo o hacerlo público.

Ese conjunto de signos es lo que da sentido a cada una de las fumatas; sin ellos, sólo sería una chimenea y una silente columna de humo. Sin embargo, el humo representa el consenso o el disenso de un largo proceso; uno que se realiza literalmente en lengua muerta, bajo revestimientos de dramático colorido y que hunde sus raíces selectivas en lógicas palatinas, signos de poder, historia y cultura; y, lo más importante, en la presencia de lo divino.

Sin la fuerza de su contexto, la fumata es un acto de comunicación tan disperso e inasible como la propia composición de su naturaleza; por el contrario, la señal expulsada desde el techo de la Capilla Sixtina en el Vaticano tras la votación de los cardenales recluidos en Cónclave no pierde un ápice de intencionalidad en su mensaje: el humo revela el trabajo, los votos secretos que sólo un puñado de hombres sobre la tierra conoce pero que guardan la esperanza de miles de millones, la destrucción por fuego para evitar que la historia juzgue sus actos, las veces en que no se ha llegado a un acuerdo y la espectacular revelación de un sí, de alguien que ha aceptado ser elegido por la más diversa y plural comunidad de varones maduros cuyas profundas convergencias son dos: su fe y la personal predilección que les tuvo un pontífice previo.

El humo: silente, efímero e impalpable se ha convertido en el signo que comunica el acuerdo con el que se confirma una sucesión bimilenaria, que representa la firmeza de una institución y la unidad en un mensaje que se extiende por todo el mundo. Es una cátedra comunicativa que merece ser elogiada.

Director VCNoticias.com | Enviado especial Siete24.mx a Roma @monroyfelipe

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