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Felipe Monroy

El lugar común como estrategia comunicativa

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“Ojalá volvamos a un Papa de texto y libro”, me confesó un funcionario vaticano durante el último cónclave. Una periodista radicada en Roma por más de dos décadas coincidía: “Ya no queremos tantas sorpresas”. Ambos disfrazaban así su crítica a un pontificado cuyos signos no sólo fueron la reforma y la revolución sino también, hay que decirlo, cierto voluntarismo en un estilo de gobierno cuya humorada constituía el ‘ad libitum’ de no pocas decisiones.

Para el funcionario institucional y el periodista que cubre la fuente, nada mejor que ceñirse al guión, que nada ni nadie se salga de lo preestablecido. La disciplina comunicativa simplifica el trabajo, anticipa crisis, reduce la necesidad de discernimiento y proyecta control. Aunque también, por otro lado, termina constriñendo la capacidad creativa y las cualidades reactivas ante un ambiente radicalmente cambiante.

Son muchas las instituciones que priorizan evitar sorpresas, operando siempre dentro del manual. Ningún consultor les aconsejaría lo contrario. Pero la hiperregulación conlleva riesgos: el exceso de retórica vacía y los lugares comunes pueden trivializar sus mensajes ante audiencias no cautivas. Peor aún, abren grietas para que operadores hábiles distorsionen la realidad, aprovechando el apego institucional a los protocolos.

De hecho, no es raro encontrar casos donde agentes internos revierten decisiones superiores, sabiendo que a la institución le costaría desmentirlos. Las organizaciones más orgullosas de sus rituales y tradiciones suelen ser las más vulnerables a la simulación, el ocultamiento o el usufructo privado de bienes colectivos.

Estas entidades, satisfechas con sus mecanismos de control, rechazan por sistema la audacia comunicativa. Prefieren el lugar común —aunque repitan fórmulas gastadas— antes que arriesgarse a innovar. Así, sus mensajes pierden frescura y relevancia, volviéndose banales en medio de los debates sociales.

Un periodista me dijo alguna vez: “Quien comparó ojos con estrellas y dientes con perlas fue un genio; quien lo repitió, un necio”. Lamentablemente, muchas instituciones eligen la seguridad de lo trillado. Al repetir las fórmulas exitosas o correctas, no hay espacio para el error, pero tampoco para ninguna audacia. Pero aquí cabe un matiz: no bastan sólo las palabras originales sino las que, con autenticidad, conservan el sentido de lo que se quiere expresar.

La Iglesia católica vive hoy este dilema. Tras el pontificado de Francisco —con su lenguaje y gestos disruptivos que interpelaron al mundo—, el desafío de León XIV es seguir la audacia comunicativa (“nueva en su ardor, nueva en su lenguaje”) al tiempo de conservar la autenticidad de un contenido cuyo depósito doctrinal es bimilenario. La tentación de refugiarse en “el texto y el libro” no es más que el canto de sirenas de quienes buscan control… y quizás beneficiarse de él.

Director de VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

León XIV, primer mes

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León XIV ha cumplido un mes en el solio pontificio, el primer Papa católico estadounidense y agustino, misionero y obispo en la Costa Norte peruana durante varias décadas. En estos días ha revelado en discursos y gestos, algunos acentos importantes que sin duda se acrisolarán con el tiempo, pero que ya marcan pauta de su gobierno petrino.

Lo primero y más notable ha sido el cuidado de la investidura pontificia y de la docilidad ante las formas curiales. La imagen del Sumo Pontífice en el Vaticano parece ser un tema realmente importante: en varias ocasiones se ha evidenciado el gentil rechazo de León XIV a las selfies y a los excesos de efusividad de los fieles; los saludos y el besamanos siempre guardan distancia prudente, Prévost casi nunca se inclina o acerca al interlocutor; y, con excepción de tres o cuatro momentos relativamente impulsivos (ponerse una cachucha, firmar una pelota de béisbol y cachar al vuelo un muñequito de trapo), el Papa se muestra contenido y circunspecto en todo momento.

El tema ha sido tan relevante que la KNA (Agencia Católica de Noticias alemana) publicó un análisis de la gestualidad corporal de León XIV diciendo que “establece jerarquía antes que cercanía” y que la “asimetría” mostrada por Prévost tiene intencionalidad de “guiar” más que “acompañar”. Quizá por eso se han vuelto más solemnes los sepulcrales silencios en las salas cuando entra la guardia suiza anunciando la inminencia del arribo del Papa o se notan sincronizados los movimientos de los elementos de seguridad en cada presencia papal entre el público. El cuidado de la imagen del Papa incluso se logra evidenciar en un reciente video viralizado donde un ayudante parece negarle a Prévost cargar su propio maletín como diciéndole “no es esa imagen la que debe dar”.

El retorno de León XIV al Palacio Apostólico sin duda ha simplificado inmensamente la labor del personal vaticano y los oficiales de la Santa Sede para organizar la agenda del pontífice; pero el propio Papa ha reconocido que aún vive un periodo de adaptación al entourage curial. En una audiencia pidió disculpas porque dijo: “Aún no llevo ni un mes en mi nuevo trabajo, así que tengo muchas experiencias de aprendizaje”. Y en otra reunión acusó veladamente “al Vaticano” porque “se empeña en colocar hasta cuatro audiencias en el mismo horario”.

Todo lo anterior parecería frívolo, sin embargo, es parte esencial de lo que también el papa León XIV expresa en sus discursos: hay una responsabilidad de orden, control, referencia y liderazgo por tomar ante un mundo de inmensas confusiones. El Papa dijo el 12 de mayo que tanto “las palabras usadas” como “el estilo adoptado” son importantes para crear cultura y salir de la Torre de Babel en la que nos encontramos. En efecto, su permanente llamado a la paz y a la comunicación ‘desarmada y desarmante’ viene acompañado de una estrategia de modo y de carácter que habla de un liderazgo histórico y trascendente.

Quizá por eso, otro de los aspectos más notables de este pontificado es el interés de recobrar el latín como lengua oficial y común de la Iglesia católica. El Papa suele usarlo en celebraciones, encuentros, bendiciones y diversos momentos litúrgicos; pero esta decisión se introduce también en el mundo digital: Se ha abierto una cuenta oficial en latín en red social X y la página oficial del Vaticano presenta dos secciones bajo las palabras ‘Iubilaeum’ y ‘Magisterium’.

El uso del latín habla de una identidad y personalidad que busca recobrarse pero incluso el papa León comprende que este no puede convertirse en óbice: “Si, por ejemplo, en el siglo XVII el uso de la lengua latina era para muchos una barrera comunicativa insuperable, hoy hay otros obstáculos que afrontar”, dijo a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Por ejemplo, para León XIV, cuando hay interés de mandar un mensaje universal, parte de esa barrera se disuelve hablando en inglés.

Si bien es cierto que la lengua materna de León XIV es el inglés; hay que apuntar que este idioma ha sido utilizado por lo menos en los últimos doscientos años como símbolo de prestigio, dominio, control y poder; no es culpa del idioma ni de sus hablantes, pero junto al imperialismo británico y la hegemonía norteamericana, el idioma ha adquirido no sólo un cariz de legitimación cultural sino de universalidad. El inglés que ya era un idioma ampliamente utilizado en el Vaticano (especialmente en áreas como cultura, comunicación y las academias); ahora ha tomado carta de naturalización en otros ámbitos, por ejemplo, en el ecuménico y el pastoral.

“The blessing is written in Latin, but I think we can do it in English”, dijo el papa Prévost ante una asociación de italoamericanos. También hizo todo su discurso en inglés durante el encuentro con los participantes de un simposio ecuménico con miembros de comunidades cristianas orientales que comparten el Concilio de Nicea del 325 d.C., el pontífice Prévost parece haber elegido el inglés como lengua ecuménica.

En otro artículo hablaremos de los acentos temáticos de sus discursos y su enfoque promotor de la sinodalidad, la misión evangelizadora y la construcción de paz. Claramente no es noticia que un pontífice en la era moderna busque la paz –lo sería si abogase por el sentido contrario–, pero sí ha sido significativo que el discurso sencillo: “la paz esté con ustedes”, se haya convertido en acción política concreta contra los conflictos bélicos vigentes. Tanto en los servicios humanitarios en la Franja de Gaza (León XIV evita categorizar el tema bajo la dimensión del “pueblo palestino” o “Palestina” como sí lo hizo su predecesor) como en los encuentros y llamadas a líderes internacionales que sostienen la lógica de guerra.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Disonancia y embrollo episcopal ante elección judicial

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Pocas situaciones han generado tanta confusión en el episcopado católico mexicano como la Elección Judicial pasada. Basta dar un seguimiento somero a las declaraciones de los obispos mexicanos antes y después del proceso electoral para corroborar que no había siquiera un atisbo de consenso en el juicio ante el panorama político.

En la perspectiva esperanzadora, el obispo de Matamoros-Reynosa, Eugenio Lira Rugarcía, expresó su confianza en que fuera “una buena jornada y que haya buenos resultados” que las elecciones “quizá no sean perfectas… pero vamos tratando de ir mejorando las cosas”.

El obispo de Chilpancingo-Chilapa, José de Jesús González Hernández, no sólo se limitó a exhortar a “votar a conciencia y respetar los resultados de la elección” sino a reconocer que “la Iglesia siempre estará en favor de la voluntad popular” y mostró confianza en la participación de la gente y el respeto entre los que votaron y los que decidieron no hacerlo.

El mensaje del obispo de Piedras Negras, Alfonso Miranda Guardiola, fue mucho más propositivo: “Es fundamental que los ciudadanos participen activamente en este proceso electoral, pues la designación de ministros, magistrados y jueces impactará directamente en el sistema judicial y en la protección de nuestros derechos”.

En una postura más crítica, el obispo de Irapuato, Enrique Díaz Díaz, reconoció la necesidad de “mejores jueces” pero, dijo “no sé si este camino que se eligió sea el más apropiado para buscar mejores jueces” porque la gente “ni saben dónde votar, ni saben por quién votar”.

Desde una neutralidad aguda, el obispo de Torreón, Luis Martín Barraza Beltrán, declaró que, con la elección de juzgadores, “no van a cambiar mucho las cosas entre dos situaciones imperfectas… Estamos aquí metidos porque la impartición de justicia en México ha dejado mucho que desear, porque no hemos hecho lo que se tenía que hacer”.

Y finalmente, hubo un cuerpo episcopal que no reparó en criticar y denigrar abiertamente al proceso electoral del Poder Judicial emanado de la Constitución Política mexicana. El obispo de Cancún-Chetumal, Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, por ejemplo, literalmente calificó de “puro cuento, es una farsa, una falacia” la nueva ley y regulación del Estado. Lo secundó el obispo de Celaya, Víctor Alejandro Aguilar Ledesma, quien consideró que la elección sería “la más mal hecha de la historia”.

Este variopinto mosaico de opiniones impactó de una manera sustancial a la cúpula del episcopado nacional, la Conferencia de obispos mexicanos emitió un comunicado al tercer día de las elecciones judiciales en el que se evidencia la diversidad de premisas: Hay una ‘necesidad de mejora en el sistema de impartición de justicia’, la aprobación de la reforma judicial ‘tuvo evidentes inconsistencias’, el proceso ‘ha producido inquietud y desaliento’, el abstencionismo electoral refleja el desánimo social, los actores políticos tienen responsabilidad de corregir el rumbo, el voto de protesta debe ser respetado por las autoridades, el sistema de justicia cualificado y autónomo es condición precedente para emprender caminos de encuentro, reconciliación y paz “que renueven nuestra esperanza” y, al final, en una especie de guiño de diplomática bienvenida, se pide a ministros, magistrados y jueces “quienes fueron elegidos, asuman con honestidad, profesionalismo, independencia y amor a México”. Como corolario, el Episcopado exhortó al Estado mexicano “a actuar con justicia e integridad”.

Es claro que no sólo los obispos mexicanos muestran criterios disonantes ante el panorama político-judicial; también la mayoría de la población no alcanza a comprender todas las implicaciones que esta reforma constitucional nos ha dejado y tiene muy encontradas opiniones respecto a toda esta situación. Por ello parece no sólo inútil sino ocioso el que una institución cuyos márgenes no están limitados por el Estado se enfrasque en comprender o querer resolver, dentro de los cambios en el centroide político, las facultades de decisión e influencia sobre el Poder Judicial.

El imperativo de la Iglesia católica se encuentra en la formación, educación y colaboración desde el pueblo y sus pastores del sentido más amplio de la justicia y la responsabilidad social; en el servicio pastoral “en medio, delante y detrás de su rebaño” en una escucha activa, un diálogo sincero y un compromiso con los más vulnerables; en compartir la experiencia de la justicia no como una convención humana sino como una exigencia de la Palabra de Dios y de su plan de salvación. Es una pena que, en medio de todo este debate, se haya dejado pasar la oportunidad de denunciar con claridad las estructuras y mecanismos de injusticia más acuciantes (en lugar de embrollarse en lecturas políticas sobre la reforma judicial); o anunciar que el compromiso con la justicia social es un deber de misión liberadora inherente a la dignidad de toda persona humana.

Ha sido el obispo Tlaxcala, Julio César Salcedo Aquino, quien por fortuna descentró la conversación obsesionada en el Estado y destacó la búsqueda que tiene el pueblo y la Iglesia para trabajar por la justicia: “Creo que lo importante es ver la actitud de cómo se buscan caminos para ofrecer justicia a nuestro pueblo… hay que caminar, encontrar, corregir lo que haya estado mal e impulsar nuevos caminos que ayuden a las mismas comunidades”. Más claro, ni el agua.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Jubileo también es restituir bienes a la tierra y a los pueblos

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El próximo 6 de junio, la Red de Cultura Popular, Símbolos y Periferias del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) presentará un documento pastoral histórico con el que busca responder a un contexto global eminentemente marcado por problemáticas entrelazadas como guerras, migraciones forzadas, colapso ambiental y desigualdades estructurales derivadas de sistemas y regímenes políticos en crisis.

El texto lleva por nombre ‘Vivir en la esperanza que no defrauda: Los gritos socio ambientales para una Iglesia Jubilar’ y articula una reflexión teológico-pastoral profundamente política: la fe no puede desvincularse de la justicia socioambiental ni de la defensa de los excluidos.

La Iglesia latinoamericana reivindica y pone en el centro de la reflexión las encíclicas del papa Francisco (Laudato Si’, Fratelli Tutti), especialmente en la crítica frontal al sistema económico extractivista y modelos políticos de abuso y explotación; de hecho, pide que en el actual Jubileo Ordinario que se celebra cada 25 años, la sociedad escuche los clamores de la Tierra, el grito de los pobres y restituya los derechos fundamentales de la dignidad humana ante tantas estructuras de injusticia que se han legalizado.

El documento es una aguda interpelación tanto a los gobiernos, a las organizaciones eclesiásticas y a los ciudadanos porque nos enfrentamos a una “policrisis global” que provoca víctimas en muy distintos estratos y ambientes.

El llamado de la Iglesia latinoamericana es además relevante en la coyuntura histórica donde los distintos sistemas de poder político se encuentran en una crisis profunda de legitimidad y recurren a estrategias de propaganda, intimidación, autoritarismo y agresividad proteccionista; también porque el cambio climático, la crisis energética, las epidemias, la migración y la acelerada innovación tecnológica profundizan las desigualdades, discriminaciones e injusticias: “El grito acuciante de las periferias, los olvidados, los caídos a la vera del camino […] son rostros que debemos reconocer para hacernos cargo con nuestra palabra y acción”, dice el documento.

La respuesta, propone la red latinoamericana, está en ajustes estructurales y en incorporar la idea de la misericordia como un sustrato de la justicia socioeconómica porque, entre los percutores de las problemáticas está la acumulación del capital y la búsqueda de privilegios. Por ello, piden que los más aventajados “renuncien a sus derechos” para reparar injusticias: “Los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás. El Reino de Dios, en la misericordia con los pobres y pecadores, es un proyecto encarnado en la historia”.

El documento además aborda con detalle el fenómeno migratorio en el continente y exhorta a las naciones latinoamericanas y caribeñas a mejorar las políticas de acogida y a solicitar a los Estados a mostrar más compromiso con los desplazados; condena la explotación de la naturaleza como una violación de lo sagrado sólo porque la técnica facilita la maquinaria extractivista “en la tradición bíblica, el jubileo implica el compromiso firme de cuidar la tierra”; y reivindica la fe sencilla de los pueblos como fuerza política en la resistencia y promoción de una cultura de paz.

Finalmente, la exhortación a las Iglesias del continente define a la esperanza como una acción emprendedora contra sistemas injustos: “La esperanza cristiana es combativa, con la tenacidad de quien va hacia una meta segura. […] Provoca una fuerza que […] restaura el equilibrio con la naturaleza y construye una sociedad basada en la equidad”.

Este documento del CELAM tiene un carácter singular y se puede inscribir en la larga e histórica búsqueda de bien común en las diversas voces y necesidades de los pueblos latinoamericanos; en sintonía con la herencia de sus pastores y sus intuiciones sociales, la Iglesia trasciende en apariencia sus márgenes litúrgicos y religiosos para plantear un gran programa ético-político que quiere responder a una “policrisis” global. De manera muy audaz y sin eufemismos, el documento lanza desde este Jubileo 2025 un magisterio regional que confía en que la esperanza se construya mediante la redistribución de bienes, la acogida a migrantes, la revocación de modelos extractivistas y la profecía social encarnada por los excluidos. Se trata de un llamado duramente incómodo para una Iglesia y una sociedad que no pueden evadir sus responsabilidades históricas.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Entre la degradación y la plenitud democrática

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Cuando se habla de cambio estructural, suele olvidarse que la institucionalización de los movimientos o la burocratización de las revoluciones son procesos que pueden implicar tanto un mejoramiento gradual en la consolidación de las convicciones iniciales como una degradación acelerada de los valores que los motivaron originalmente. México, por ejemplo, tiene en su historia moderna lo “revolucionario e institucional” como epítome de esta contradictoria dualidad, cuya naturaleza no es absoluta.

En estos días crecen las voces de alarma que aseguran no debe participarse en procesos electorales para elegir al Poder Judicial porque la patria mexicana habría llegado al final del camino democrático, encontrando solo autoritarismo. Y puede que sea cierto, pero hay que matizar: la democracia es un proceso, no un fin en sí mismo.

La idea abstencionista suele seguir ese planteamiento puritano que concibe la democracia como fin último y no como proceso delicado donde la impureza no sólo es condición necesaria para cambios sociales transformadores, sino para sostener el “anhelo democratizador” frente a una “plenitud democrática” que inmoviliza la historia y las necesidades sociales.

La hiperregulación de los aparatos democráticos —con la idea fantasiosa y banal de crear burocracias doradas, hiper especializadas, con funcionarios de cualidades casi sobrehumanas e incapaces de sesgo político (“auténticamente independientes”, como repiten algunos analistas)— es un camino hacia el autoritarismo mediante la elitización de la política.

Bajo estos supuestos, donde solo ciertos personajes encumbrados y prístinos encarnarían la “pureza” de la alfabetización democrática y las instituciones habrían alcanzado la plenitud legalista, el Estado de derecho deja de verse como espacio para dirimir tensiones sociales mediante mecanismos imperfectos, para convertirse en un mecanismo perfecto que no debe “contaminarse” con dichas tensiones. Esto no es solo dominación hegemónica unipartidista, sino abiertamente dictadura.

Paradójicamente, la degradación del aparato político democrático es la vía para mantener vivo el anhelo democrático social. La polémica idea de la “dictadura perfecta” de Vargas Llosa quizá adquiere sentido cuando la participación ciudadana se repliega voluntariamente al silencio. Si bien el silencio es un noble mecanismo de desobediencia civil que refleja libertad de conciencia, este solo irrumpe con radicalidad histórica cuando el concierto social es obligado a entonar un único himno. En mi opinión, aún no llegamos ahí.

Por el contrario, la conciencia sobre la degradación natural de los aparatos democráticos es el percutor indispensable para la movilización social. La acción ciudadana en medio de mecanismos de poder amañados siempre será resistencia que preocupe a los autoritarios. Cuestionar a la ciudadanía por su “ignorancia política”, su “incapacidad” de participar “correctamente” o su “vulnerabilidad a la manipulación” no denuncia abusos de poder; aleja a la gente del cambio y la inmoviliza con apatía desesperanzada.

El repliegue estratégico (como el abstencionismo) solo funciona para conservar fuerzas, ganar tiempo o desgastar adversarios: es lógica de oponente, no ciudadana. En la lógica ciudadana no cabe temer que la organización alternativa perpetúe el sistema que pretende transformar, pues evitar radicalmente la cooptación del poder —suponiendo que implicaría participar en procesos electorales desastrosos— significa renunciar al compromiso que el cambio social requiere.

En este inmenso espacio entre degradación y plenitud democrática, la única forma de desmitificar el uso ideológico del “pueblo” es reconociendo, valorando y animando su deseo de participación: su anhelo permanente de subir la sísifica ladera democrática.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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