Opinión
El mercado de traspasos está de cabeza
No sé si me gustaría vivir en un mundo en el que un joven futbolista de tan sólo 18 años vale 180 millones de euros. Así como lo oyen, según el diario MARCA de España, el Real Madrid estaría dispuesto a desembolsar esta desmesurada cantidad por el francés Kylian Mbappé (delantero del Mónaco). Una cifra que sería histórica, pero a la vez preocupante.
Si el año pasado ya parecía una locura que Gonzalo Higuaín saliera en cerca de 90 millones de euros y Paul Pogba en un poco más de 100, lo que estamos viviendo ahora es intolerable. No sólo por creer que la carta de un jugador no debe valer tanto, sino porque la brecha de desigualdad entre los diferentes equipos está siendo abismal.
Los precios se están inflando y sólo los clubes poderosos podrán estar al alcance de los nombres más interesantes que surjan año con año. No por nada, el 2017 está cerca del récord de traspasos según el sistema de transferencias TMS de FIFA, con un gasto registrado de 1,405 millones de dólares a inicios de julio.
La cosa no queda ahí, los conjuntos con alto poder adquisitivo le darán menos importancia a la planeación de sus plantillas. ¿Para qué preocuparse por analizar refuerzos si puedo salir con la chequera suelta y pagar la cláusula de rescisión de Cristiano Ronaldo, Lionel Messi o la nueva estrella del momento?
Y es que no está mal que inviertan, pero que lo hagan con sentido. Por ejemplo, el AC Milan acaba de integrar a nueve elementos por aproximadamente 220 millones de euros. Todas las incorporaciones de calidad y cubriendo sus necesidades. Sin embargo, ese mismo monto quiere dar el París Saint-Germain (PSG) al Barcelona, únicamente por Neymar.
Así, el futbol internacional está en un punto en que debe regular los precios, o su sistema financiero podría colapsar. Además, no creo que sea el único que le moleste que con puros ‘billetazos’ se armen conjuntos. A los aficionados todavía les queda algo de romanticismo por los ídolos creados y no comprados.
“Yo no tengo ningún problema con la desigualdad en sí misma. Hasta cierto punto, puede ser hasta una motivación para el crecimiento. Pero cuando la desigualdad se hace extrema, el efecto es justamente el contrario: es mala para el crecimiento, porque se hace perpetua e impide la movilidad económica y social” – Thomas Piketty, economista francés (Fragmento de ElMundo.es – El efecto Piketty)
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