Felipe Monroy
Comunicación para un fin de sexenio
Fuera de fanatismos, si por algo va a ser recordado el sexenio de López Obrador será por su estilo de comunicar. Lejos de un manual de comunicación presidencial institucional, el líder político implementó una mezcla de recursos discursivos difíciles de catalogar pero que, al final, han significado en gran medida el éxito narrativo de la llamada Cuarta Transformación.
Ahora, al final del sexenio, los tradicionales spots que Presidencia produce frente al sexto y último informe evidencian cómo la simpleza en la economía del lenguaje y los símbolos utilizados por el mandatario siempre formaron parte de una estrategia y no de una ocurrencia como se acusa frecuentemente. Pero vamos por partes:
La ‘Mañanera’, por ejemplo, ha sido una experiencia incontrastable como estrategia político-mediática en el mundo, la cual devolvió el control temático y de agenda al poder político. Claro, es criticable que dicho control no necesariamente refleja las búsquedas y necesidades de la sociedad civil; sin embargo, no olvidemos que el control informativo globalizado ya no pertenece a los Estados ni a los gobernantes sino a los dueños de los grandes consorcios mediáticos, de las plataformas sociodigitales y de los algoritmos de las redes de interacción digital.
Recordemos que en enero de 2021, los dueños de Facebook y Twitter cancelaron las cuentas a Donald Trump, evidenciando el poder del que gozan para crear o suprimir temas de la conversación social con un solo clic; como respuesta, el presidente lanzó su propia red social digital con pésimos resultados. Fue sólo hasta que Elon Musk compró la plataforma –para utilizarla como válvula de presión de sus intereses industriales y políticos– que devolvió a Trump su ‘personaje digital’ y a sus 90 millones de seguidores. En el fondo, el magnate le permitió al presidente norteamericano volver a ser un personaje relevante en la conversación social. Que esto le haya sucedido al poderoso ‘líder del mundo libre’ muestra con claridad la capacidad de control que tienen los grandes potentados de las percepciones, informaciones y animosidades de la “sociedad civil informada”.
Sin embargo, el modelo comunicativo de López Obrador no resistió a la censura o tergiversación de los grandes aparatos comunicativos sólo con las Mañaneras. En contra de la imposición y distracción temática (jamás hubo tanta visibilidad a las exóticas conspiraciones y noticias falsas), el tabasqueño dominó la agenda social mediante la construcción de los espacios de conflicto y la legitimación de valores y conceptos políticos. Fue el contenido más que la herramienta lo que logró mantener su popularidad y la confianza en el proyecto transexenal.
A él se le debe, por ejemplo, que muchos sectores sociales conozcan y asuman los criterios de valoración respecto a conceptos como ‘fifí’, ‘chairo’, ‘conservador’, ‘aspiracionista’, ‘pueblo bueno’, etc. No sólo sus adherentes sino incluso sus adversarios políticos han asumido en su lenguaje la identidad política que él definió para ellos. Como se sabe, más que la veracidad de los datos en los informes sobre “el estado de la nación”, fue la reiteración de las definiciones políticas y de los espacios simbólicos (el zócalo capitalino y el Palacio Nacional) lo que ha marcado el estilo comunicativo del presidente.
A diferencia de sus predecesores (un Felipe Calderón que actuó en pretendida soledad fingiendo que no lo estaba grabando una cámara mientras miraba solemne los ventanales de los Pinos o un Peña Nieto rodeado de gente sonriente y beneficiada por los actos de gobierno cuyas cifras se imponían sobre sus rostros), López Obrador habla directo a la cámara, en mangas de camisa en el despacho presidencial del Palacio, después de simplificar los avances y logros al estilo propagandístico tradicional repite dos ideas simples: “Lo hicimos entre todos” y un triple “gracias”.
López Obrador ha sabido construir valores, objetivos e identidades colectivas mediante persuasión, razón y emoción. Ese “todos” y ese “gracias” superlativo revela el destinatario central de su proyecto, revela al tipo social al que le estuvo hablando todo el sexenio, las representaciones de triunfo no personal sino colectivo y la gratitud al hombre y mujer anónimos que finalmente se sienten reivindicados.
Estos últimos spots de gobierno serán –junto con el histórico cierre que dará a su vida política en el zócalo– la rúbrica de un estilo comunicativo exitoso. Un estilo que logró ocultar bajo la alfombra de los ‘otros datos’ el agravamiento de varias condiciones sociales (la violencia, la falta de acceso a servicios de salud) o los problemas voluntariamente no atendidos, como la transparencia y el fortalecimiento de las estructuras y las dinámicas de participación democrática; pero también uno que forjó una nueva conciencia política sobre la naturaleza del conflicto democrático, que se debe aceptar y comprender mirando al futuro.
*Director Siete24.mx @monroyfelipe
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Felipe Monroy
Tolentino de Mendonça: Salvar el instante
Resulta difícil elegir algún acento lírico en el pensamiento del prolífico cardenal, poeta, ensayista y teólogo portugués, José Tolentino de Mendonça –quien estará diez días en México, realizando un recorrido de encuentros y diálogos para repensar la educación y la cultura en las turbulencias de la lenta irrupción de un cambio de época– pero, si fuese imprescindible, preferiría ese interés por salvar el instante de la existencia y que se evidencia en algunas de sus obras.
Siendo cardenal –una función eclesiástica para ser gozne del Sumo Pontífice con todo lo gobernable–, De Mendonça parece limitar su interés por lo efímero. Mientras algunos purpurados, del pasado y del presente, van edificando su imagen en obras faraónicas y ambiciosos proyectos con ansias de posteridad, el cardenal-poeta se muestra desconfiado de esas certezas (“…la vida parecía / difícil de establecer por encima del alto muro”). Escribe incluso en frases cortas, en escenas fugaces y recuerdos precisos, pero –vaya sorpresa– en un mundo que transmuta en paradigmas, quizá sólo lo breve sobreviva a la agitada transición. Por ello, Tolentino de Mendonça afirma que los verbos clave de la experiencia dialogante son “observar, describir y escuchar”, nada más. Ni teorizar, ni imaginar, ni elegir; la simpleza transmite verdad, incluso aceptando el riesgo de su ambigüedad.
Pero aún más, ese diálogo es estrictamente corpóreo, está fincado en la experiencia terrenal como apunta en su Teoría de la frontera: “El cuerpo sabe leer lo que no ha sido escrito”. Es decir, si en la palabra cada instante se acrisola en el tiempo; esa palabra no es inasible sino plenamente física, humana; una palabra ‘habitada’.
Esto último queda manifiesto en su poema dedicado a la Encarnación, a la plenitud gloriosa arrojada a la verdad humana o, como reza el Ángelus, “el Verbo de Dios se hizo carne / y habitó entre nosotros”. Tolentino de Mendonça observa y describe esos instantes que se salvan en el cristal de la memoria divina: “Dentro de nosotros nace Jesús / dentro de estos gestos que en igual medida / revisten de esperanza y de sombra. / Dentro de nuestras palabras y su tráfico sonámbulo, / dentro de la risa y la vacilación, / dentro del regalo y del retraso, / dentro del torbellino y la oración, / dentro de lo que no sabemos o no hemos probado todavía […] dentro de cada edad y estación, / dentro de cada encuentro y cada pérdida, / dentro de lo crece y lo que cae […] dentro del ahora y dentro de lo eterno”.
Esos instantes –parece decirnos el poeta– quizá se pierdan para la Historia pero no para la Salvación; pero además, su existencia ‘habla’ en una clave poco valorada por nuestra época: se expresan en silencio: “Más allá del juego de nuestras defensas / algo recóndito, / la intensa soledad de las tormentas, / los campos anegados, / los lugares sin respuestas // Tu silencio, oh Dios, perturba por completo los espacios” o como también apunta en Escuela de silencio: “Que tu silencio sea tal / que ni el pensamiento lo piense”.
Tolentino de Mendonça como poeta construye un espacio simbólico que pone en el centro lo efímero y fugaz como milagros “observables”, reconoce una existencia auténtica y contemporánea capaz de entregar enigmas y abismos cósmicos (su intertextualidad, por ejemplo, es tan arriesgada que hace referencias a canciones de rock o titulares de noticias y las hace convivir con lo clásico y lo sagrado); pero sobre todo, se regocija en el uso natural de las palabras sin apelar al juego lingüístico: “Podría morir por sólo una de esas cosas / que traemos sin poder decirlas”, dice en Camino blanco.
Sobre todo, resulta interesante explorar la dimensión religiosa del cardenal-poeta. Tolentino Mendonça ofrece una catequesis distinta, lejos de la plástica ortodoxa de la visión milagrosa pero mantiene una permanente mirada mística al acontecimiento. En su poema Anunciación (que alude al relato bíblico en que el arcángel anuncia a María la voluntad de Dios) el milagro no desciende sino que asciende de la tierra al cielo, y no transita de lo eterno a lo cotidiano sino de lo transitorio a lo perenne: “Es el rostro de la mujer el que anuncia la solemne procesión del sol que crece en su regazo. El misterio”, apunta.
De Mendonça reconoce que para él –paradójico siendo ministro de culto, arzobispo y cardenal– es difícil encontrar a Dios en los discursos espirituales normados, tipificados: “Todo lo que intenta domesticar a Dios se aleja de él”, dice sin inmutarse este purpurado, miembro de una institución religiosa que durante centurias canonizó la exquisitez mientras con desdén categorizó la vida cotidiana en angostas fronteras de reglas, deberes y preceptos.
Quizá por eso, este cardenal no revela el tradicional rostro dogmático de la Iglesia católica sino una nueva actitud frente al horizonte epocal donde colisionan todos los mundos viejos con todos los mundos nuevos. Y en ese choque, donde se imbrican múltiples capas culturales, reina un caos pero también refulge la naturaleza humana y la dimensión divina con sus arduas y necesarias labores: “La casa a la que a veces vuelvo está muy lejos / de la que dejé por la mañana / en el mundo; / el agua lo ha reemplazado todo / recojo baldes, estos jarrones permanecen / pero hace muchos años que llueve sin parar”. En ese ‘recojo baldes’ está la expresión mínima del instante divino más humanizado: salvar la vasija de entre lo anegado exige abajarse, es un acto penoso pero gentilísimo, compasivo. O como apunta en Revelación: “Mío es el oficio incierto de las palabras, / la evocación del tiempo […] Mío es la mirada provisoria, / de este río […] pero escondido en la brisa / eres tú quien recorre el poema / despertando a los pájaros / y nombrando a los peces”. Un instante, que abarca y salva a toda la humanidad.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
¿Así se ve la democracia?
Los eventos acaecidos en la semana merecen una explicación amplia y sopesada; porque las meras imágenes de los recintos legislativos tomados por actos violentos y las actuaciones de prestidigitación barata de ciertos grupos parlamentarios dicen poco aunque alarman mucho; y, por el contrario, sirven a distraer la narración contextualizada de lo que como país estamos viviendo. No importa dónde se ponga el inicio de nuestro relato político vigente, siempre tendremos discrepancias respecto a qué factores han incendiado la politización social que ahora nos intriga.
Por una parte, es sencillo consignar que el triunfo lopezobradorista en 2018 estuvo respaldado de un apoyo social y democrático realmente mayoritario de los ciudadanos politizados; y que, desde entonces, se ha intentado “transformar la vida pública del país” en un modelo distinto al que se había venido construyendo por lo menos desde finales de los noventa cuando los avances democráticos se representaban en una mayor participación de las fuerzas políticas disidentes en el espacio público y en la toma de decisiones (las reformas políticas jamás fueron una concesión desde el poder sino un triunfo de la disidencia), en el desarrollo de organismos autónomos descentralizados (no necesariamente transparentes ni auténticamente despartidizados) y en un juego mediático de intensa crítica a la administración pública aunque no necesariamente al poder (medios y periodistas continuaron siendo obsequiosos ante la ostentación de poderíos materiales).
La llamada ‘Cuarta Transformación’ –un eslógan que las oposiciones elevaron a rango histórico– administró las facultades del poder ejecutivo y del poder legislativo en clave política más que en actitud gerencial como había sucedido en las últimas décadas. Y aunque las decisiones se siguieron tomando en las mismas fronteras de una cúpula encumbrada, su consigna fue reorientar la política como esa “gobernación” del fenómeno cultural desde ciertas fuerzas unipersonales respaldadas por la adhesión y el sentimiento popular. Situación que colisionó con grupos privilegiados y acostumbrados a pensar la política como mero “instrumento técnico” desde el cual se gestionan recursos, más que poder.
Este choque provocó cierta actitud de alarmismo histérico en la que grupos de poder antagónicos se ampararon detrás de formalismos técnicos y de regulaciones laberínticas de su estatus adquirido en los márgenes de legajos burocráticos, para cuestionar al nuevo régimen político. Los poderes económicos, religiosos o políticos renunciaron a sus dimensiones superiores (la dinamización de lo material, de lo espiritual y de la acción social) para abogar por disposiciones técnicas de cierta estabilidad burocratizante de la democracia liberal (o democracia burguesa) a través de consignas mercadológicas grandilocuentes: “salvar”, “rescatar”, “defender”, “liberar” y un largo etcétera.
Los diferendos pasaron a auténticas sensaciones de despojo y finalmente se recurrió a la movilización popular para intentar competir por la razón del espacio público. La reacción al gobierno lopezobradorista también se manifestó en las calles con mayor o menor éxito, con auténticas preocupaciones sociales o desde manipulaciones emocionales del propagandismo más rudimentario. Fue esta oposición, sin embargo, la que dotó de rostro y apellidos a grupúsculos partidocráticos que evidenciaron a lo largo del sexenio su inocencia e ingenuidad política. Su más grande y al mismo tiempo peor estrategia fue el insulto al electorado y a la ciudadanía para que ésta no sólo validase las componendas y acuerdos cupulares de dirigencias partidistas sino que, además, votara por ellos.
La consecuencia fue casi obligada: todos los espacios abandonados por las fuerzas políticas fueron cooptados por el poder del régimen y la reafirmación de su triunfo electoral, popular y ciudadano en 2024 fue apabullante. Para las fuerzas opositoras, que tomaron el papel antagónico como consigna total, simbolizó la pérdida tanto de su capital político como de su representación en el esquema burocrático del poder.
Sin resistencia y sin oposición –dice la física mecánica– un cuerpo con una fuerza que la pone en movimiento se acelera. Y el mandatario aprovechó sin miramiento el nuevo empuje para lograr el cambio que se le había resistido: la reforma al poder judicial de la Federación. Una reforma que todos, propios y extraños, consideran necesaria; aunque no todos coincidan en sus razones o no compartan la forma en que deben ser reestructurados sus mecanismos o su identidad. Como fuere, el proceso siguió los cauces que el poder faculta: la atención a una iniciativa de reforma ya presentada y analizada en la legislatura anterior; una suficiente representación en el congreso federal y los congresos locales; y, finalmente, una sucesión de acciones e impugnaciones que justo el poder judicial deberá dirimir.
Justo así luce la democracia, un juego de poder visto como fuerzas en colisión que producen efectos variados. Por supuesto resultan odiosas las imágenes de las apasionadas manifestaciones y la toma de los recintos legislativos tanto como repugnables nos parecen las muestras de pleitesía incondicional de legisladores que no es que hayan trabajado ‘al vapor’ sino formalmente enajenados y frenéticos.
Con todo, justo estos escenarios son el fermento necesario para que se forjen liderazgos de auténtico apasionamiento politizado. Liderazgos que comprendan que no estamos ante el final de la historia sino justo en la oportunidad de transformarla.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Mirar en el tiempo
Consideremos por un momento que buena parte de nuestros conflictos se reducen a la tiranía del inmediatismo. No sólo hay algo por alcanzar, dominar o reivindicar sino que todo debe hacerse contrarreloj, en el pináculo de la fugaz oportunidad; aunque las consecuencias nos aguarden desconcertadas por nuestra ceguera autoimpuesta y furibunda.
Lo frenético parece el nuevo determinismo social. Nos asfixiamos en actuar rápida e irreflexivamente, colocando las fuerzas y la imaginación exclusivamente en los hechos más próximos. Quizá no sea puro desenfreno, pero nuestras diatribas se reducen al espacio que alcanzan los escenarios de las premuras. Miremos las marejadas que surcamos y descubriremos que las disputas se deben a las urgencias, no a la necesidad. ¿A qué se debe esto?
Para algunos, esta situación es producto de la velocidad vertiginosa que imponen las tecnologías o de la brevedad del poder en el vaivén pendular de la política. En cualquier caso, el mundo se contrae en la estrechez de un horizonte sometido con nuestras propias herramientas o por la coyuntura que la efímera ventaja valida nuestro señorío.
Hay, sin embargo, dos perspectivas que desatendemos al precipitarnos: la memoria y la esperanza. Con la memoria no sólo se fortalecen las raíces de nuestra cultura sino que también se atemperan las pasiones por el recuerdo de las sombras que han forjado nuestra historia. La esperanza, como apuntó Faulkner, nos ayuda a abandonar la seguridad de la costa para internarnos en mares nuevos buscando costas frescas; la esperanza supera todo conocimiento y toda experiencia. Ambas, en el fondo, son los cimientos de caminos originales, más creativos y humildes.
Pero en el espacio público hace falta quien nos enseñe a mirar en el tiempo, a observar no sólo lo que es o lo que puede ser, sino aquello que ha sido y aquello que resguarda el sentido de seguir siendo. Honrar la memoria no implica recordar únicamente, exige purificar y recobrar aquellos valores que no están perdidos en el tiempo; y vivir con esperanza no se reduce a la vana ilusión, obliga a que los actos estén habitados por la trascendencia, incluso los fracasos.
Mirar en el tiempo ayuda a no permanecer en la dimensión espacial de los conflictos que, al final, reducen el hogar y la casa común, a un sitio estrecho, de taza y plato, y de permanentes carencias. De hecho, en un relato poético, Carlos Pellicer advierte que hay cierta tristeza en achicar la patria después de venir de una historia y contemplar el dilatado horizonte: “Creeríase que la población, / después de recorrer el valle, / perdió la razón / y se trazó una sola calle”. Es decir, sólo desde cierta insania, quien ha experimentado la extensión y profundidad de la tierra y el tiempo, podría limitarse a erigir un camino indiviso.
¿Merece un pueblo que ha “recorrido un valle” (estupenda metáfora de su historia y su perspectiva) tener una sola calle, un único sentido, donde “pasan por la acera, lo mismo el cura, que la vaca y que la luz postrera”? ¿Debería nuestro pueblo, víctima de la prisa, capitular en memoria y esperanza, y reducir todas sus calles a una sola vía por mera conveniencia?
Pensemos en esta metáfora y pongámosla en nuestro contexto: El destino de nuestra patria no puede entenderse en los límites de lo que hoy conocemos sino en los horizontes de su historia y en el sentido de seguir construyéndose, a pesar incluso de todos los traspiés de su pasado y de su futuro. La realidad, adversa como ha sido, sin duda propicia la tentación de cambiarla de un plumazo o en la euforia del vertiginoso éxito; pero no se puede evitar pensar que ese impulso refleja el simplismo y el inmediatismo de nuestras certezas, y no la apertura a la energía latente de una transformación amplia, diversa y pluralmente enriquecedora.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Alfonso Cortés: El diálogo como camino para la Iglesia contemporánea
Al concluir su servicio como arzobispo de León, Alfonso Cortés Contreras ha dejado claro que su vocación trasciende el gobierno episcopal. Desde hace una década ha estado detrás de algunas audacias que ponen al día el camino de la Iglesia contemporánea: el diálogo, la educación, la cultura, el encuentro y la reflexión sobre el sentido práctico y trascendente del conocimiento en los desafíos antropológicos actuales; por ello, aún se perfila como un promotor de estos espacios que se han tornado cruciales para la Iglesia.
Cortés Contreras tiene una historia personal intensamente vinculada a la educación formal y a las instituciones de enseñanza como rector del Pontificio Colegio Mexicano y presidente de los institutos internacionales de formación de clérigos afincados en Roma; experiencia que le ha facilitado promover con creatividad nuevas maneras de colaboración y cooperación entre centros educativos concretos y organizaciones que también coadyuvan en la educación aunque no necesariamente desde el ámbito tradicional.
Esto último no es una simpleza y al menos para México donde la cooperación interinstitucional representa una urgencia absoluta para evitar que camarillas politizadas tiranicen ámbitos que exigen la contribución de todos. Es bien conocida la compleja relación que la Iglesia mexicana ha sostenido en diversos niveles con las administraciones de la República; los mismos procesos históricos que han marcado los márgenes de la libertad religiosa y la laicidad educativa han afectado la posibilidad incluso de un mayor involucramiento del Estado con otras instituciones y organismos en las tareas formativas, incluidas las iglesias, la sociedad civil y hasta los padres de familia. De ahí que se reconozca la labor del arzobispo para facilitar la participación respetuosa de personajes e instituciones plurales en diálogos y encuentros que favorecen la integración apasionada pero despolitizada de los retos educativos.
A lo largo de la última década, Cortés ha favorecido la creación de iniciativas que buscan responder a esos grandes desafíos culturales y educativos resultado del “cambio de época” y de la “crisis antropológica” en donde la persona humana se somete a fragmentaciones artificiales de su vida impuestas esencialmente por la economía y el desarrollo tecnológico; a esas tensiones educativas y culturales ha propuesto una mirada menos rigorista y abierta a la comprensión de que la cultura implica todo el ambiente vital de la persona y no sólo a los fragmentos de interdependencia social.
Por ello, el diálogo para el arzobispo, no es una opción, sino una urgencia. En un momento en que la Iglesia se enfrenta a la sombra del integrismo, el rigorismo disciplinar y al capillismo político, la capacidad de escuchar y responder a las diversas voces de la sociedad se convierte en una herramienta indispensable para la nueva evangelización. Estar al servicio de los pueblos, no sólo desde un púlpito o desde la sanción canónica, sino en contacto directo con las realidades de cada comunidad, requiere un interés genuino por las expresiones sociales emergentes; disposición que, a la postre, impactará positivamente en el cambio de actitud que los creyentes deben asumir en una época donde la cultura ya no comparte necesariamente los valores o principios del cristianismo.
Desde un criterio renovado que contrasta con la autorreferencialidad, Cortés ha participado en la redacción y promoción del documento ‘Educar para una nueva sociedad’ (2012) del episcopado mexicano; un texto que no sólo ofreció un diagnóstico de lo que se definió como “emergencia educativa”, sino que propuso una visión de educación que trasciende las aulas y que ha buscado integrar a todos los sectores sociales en un diálogo más profundo y significativo para el reconocimiento de la identidad nacional y el valor de la transmisión de la cultura. Se trata de un texto que incluso se adelantó ligeramente a lo que el papa Francisco convocó en 2019 bajo el nombre de ‘Pacto Educativo Global’, el cual pretender recuperar la centralidad de la persona humana (su dignidad, su esperanza y trascendencia) en la transformación cultural profunda, integral y a largo plazo a través de la educación.
La hoja de servicios del arzobispo a favor del diálogo, la cultura y la educación en México incluye encuentros formativos de talla internacional, seminarios presenciales y virtuales, y eventos interinstitucionales de gran trascendencia como el Acto Académico sobre Laicidad Abierta y Libertad Religiosa celebrado en el 30 aniversario del reconocimiento jurídico de las asociaciones religiosas en México y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el gobierno mexicano y la Santa Sede, donde se ponderó la importancia de la libertad de pensamiento, conciencia y religión como derechos fundamentales del ser humano; o la Primera Jornada de Formación para Agentes de Pastoral de la Cultura, Educativa, Universitaria y del Deporte, en la que decenas de liderazgos nacionales intercambiaron experiencias formativas junto a expertos de talla internacional e instituciones culturales y deportivas de vanguardia.
Como arzobispo emérito, Alfonso Cortés quizá pueda secundar lo dicho por un longevo cardenal después de que el Papa le aceptara su renuncia al gobierno diocesano: “Ahora sí voy a poder orar y trabajar en serio”. Desde la Dimensión Episcopal ha construido vínculos y relaciones estrechas con el mundo de la educación y la cultura; algunos altos dignatarios pontificios como los cardenales Pietro Parolin, Christophe Pierre y José Tolentino de Mendonça –quienes han participado en actividades promovidas por el arzobispo– comprenden el vigoroso legado emprendido en esta área en los últimos años y que, además, proyecta a la Iglesia hacia un futuro renovado y revitalizante.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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