Felipe Monroy
Comunicar el conflicto
La iniciativa para celebrar y reflexionar el papel de las comunicaciones sociales en la vida moderna y cotidiana surgió en el contexto de la Guerra Fría y en el gran salto de actualización institucional de la Iglesia católica en los años sesenta del siglo pasado; desde entonces, los pontífices comparten una reflexión anual sobre los mecanismos, los medios y los objetivos de la comunicación en la era contemporánea.
Así, algunos papas han puesto el acento en la operación institucional de la comunicación, en el control y la regulación; otros en la función social, en la dimensión moral y ética de los medios; y otros han reflexionado sobre los problemas de la hiper tecnificación, en el silencio, la mentira, en el relativismo o en la aproximación a la verdad. Francisco, sin embargo, ha presentado en una década de mensajes una ruta reflexiva centrada en las capacidades y limitaciones del ser humano para comunicar: en la escucha, la mirada, el lenguaje y la memoria; en el encuentro y el contacto, en la experiencia comunicativa concreta dentro de nuestras realidades y nuestras comunidades.
En este 2023, en medio del resurgimiento del pensamiento bipolar en el mundo que afecta tanto a la estabilidad y la paz (principalmente en la Europa del este) como a la dimensión económica global, a la migración, a la agresividad meta tecnológica y a los fanatismos políticos y pseudo religiosos, el mensaje del pontífice se ha enfocado en la posibilidad de que la comunicación sea cordial y esté orientada a la construcción de paz.
En su mensaje, Bergoglio denuncia una ‘psicosis bélica’ contemporánea: “Como hace sesenta años, vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes, también a nivel comunicativo”; y convoca a una comunicación de paz: “Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos”.
El pontífice asegura que hoy las palabras se convierten en acciones bélicas y que las ideologías manipulan la verdad a través del lenguaje; por ello hace un llamado a emprender esfuerzos y actitudes diferentes en la comunicación. Sin embargo, hay que advertir que una lectura superficial de este mensaje podría generar la idea de que el pontífice está llamando a un ‘buenísimo comunicativo’ y que la simple amabilidad del comunicador resuelve en gran medida los problemas que comunica; pero el mensaje de Bergoglio es algo más audaz: la comunicación debe reconocer las controversias y los conflictos humanos, las debilidades y los defectos sociales mientras rechaza todo acto de instrumentalización de la comunicación para generar enclaves cerrados, autorreferenciales y enfermos de esa soberbia de creerse superiores a otros espacios o a la humanidad en la que están contenidos.
Es decir, se debe comunicar el conflicto pero la propia comunicación no debe ser un vehículo autogénico de conflictos. Francisco lamenta por ello todos los empeños en la comunicación contemporánea que son utilizados con el objetivo de hacernos ver más “como nosotros queremos” y no “cómo realmente somos”; y esto obviamente aplica desde los filtros de las aplicaciones tecnológicas hasta la propaganda política o el maquillaje institucional.
‘Somos lo que comunicamos’, asegura el pontífice y afirma que la comunicación contemporánea está exhortada a auxiliar más a “encender el fuego” de la confianza (de la fe, la esperanza y el amor) en lugar de “preservar las cenizas” de las identidades atrapadas en lógicas de fronteras y prejuicios (ideologías, fanatismos y autorreferencialidades).
Siempre será importante poner una pausa al consumo de información y comunicación, que hoy nos supone casi la mayor parte de nuestro tiempo de vigilia; y hoy, más que nunca, es imperante reflexionar cuáles son nuestros consumos de comunicación y cómo estamos comunicando nuestra cotidianidad. Por que sin duda no podemos dejar de comunicar los conflictos, los problemas, las confrontaciones, la injusticia y la indignación ante las graves ofensas perpetradas contra la dignidad de la persona, de su ambiente y de sus comunidades; pero quizá la comunicación no deba ser un problema que se independice de los desafíos de la humanidad y defienda sus propias ruinas y cenizas mientras el mundo requiere talento para poder construir.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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Felipe Monroy
La plaza y los matones
Ante la imposibilidad de acercarnos a la realidad con mirada omnipresente, los ciudadanos confiamos y necesitamos de los informativos, de los medios de comunicación, de los periodistas y hasta de los diferentes y muy variopintos analistas de la información. Todos estos tenemos una importante tarea para auxiliar a lectores, audiencias y usuarios a acercarles algunas estampas de la vida cotidiana y de los entretelones de la sociedad para que hagan su mejor juicio y forjen su opinión sobre los momentos que nos toca vivir. Por eso es sumamente inquietante ver que, sin pudor alguno, periodistas y analistas explican hoy en día procesos democráticos aludiendo a referencias de la narcocultura y otros folclores pendencieros de dominación.
Me explico: Tras el pasado proceso electoral, fue significativo el que muchos (demasiados) analistas de información no se ruborizaran al comparar a los gobernadores con ‘jefes de plaza’ (el mismo epíteto que dan a líderes del crimen organizado o narcotráfico) o que también haya pululado la expresión ‘se los chingó’ en foros, podcasts y artículos de opinión para simplificar que tal o cual liderazgo partidista “causó grave daño a algunas personas” o que “violó simbólicamente a algunas personas”.
Es cierto que quizá estas expresiones, entre otras, son ya parte del folclore mexicano y de las formas cotidianas de comunicación; y probablemente se argumente en su defensa que apenas son metáforas y que no debemos tomarnos demasiado literales las palabras de los comunicadores; pero es altamente preocupante que las instituciones de información y de generación de opinión pública utilicen tales metáforas y no otras. Es decir, ¿hasta dónde ha permeado la narcocultura o la narcoestética en nuestra vida cotidiana?
Asomarse a México en este 2023 o al menos a los medios de comunicación y mensajes que configuran las relaciones sociales es contemplar la victoria de esta narcoestética reflejada en los conceptos que repiten inconspicuamente los comunicadores: espejismos de dominación, ostentación y exageración; de vida fácil, pendenciera y rápida; de estridencia jactanciosa. Así, el país no es más que una plaza y en la estrategia política sólo vencen los ‘matones’. Una cultura sustentada en ponderar la ganancia y la ventaja sin reflexionar en las consecuencias; un estilo que enarbola las pulsiones corporales por encima de las racionales.
Bajo estos criterios, resulta ahora pertinente analizar los estereotipos que la narcoestética está imponiendo incluso en la política y la comunicación: ¿Quién es el bueno o la buena? ¿Quién es el duro, el chingón, el canijo, el más cabrón que bonito? ¿Qué es ‘ganar la plaza’ o controlarla o, como dijeron, cederla? ¿Qué significa ganar o perder en un proceso democrático? ¿Ganar es poderío absoluto, perder es la aniquilación inmisericorde del enemigo? ¿Cuándo el juego democrático se comenzó a comparar con una lid criminal o con el tráfico de estupefacientes? Lo anterior no es menor porque, en consecuencia, también nos obliga a preguntarnos por qué no parecerse a estos modelos sí constituiría una tragedia para algunos personajes exóticos de estos días, para los grupos políticos sin solidez doctrinal o para sectores radicalizados de ideologías que ni siquiera comprenden.
El fenómeno podemos verlo casi a diario incluso en los más privilegiados salones de la representación política del país. ¿No acaso hay personajes adláteres que vociferan y se desgañitan en el Congreso de la República para agredir a otros e intentar humillarlos exigiéndoles que se arrodillen y se ‘culiempinen’? ¿No han surgido otras personalidades cuasipsicóticas que fingen acentos buchones para intentar ‘sentar y callar’ a sus interlocutores a grito pelado?
Pareciera que en el país, en medio de todo el caos, sólo funcionan dos ámbitos: la fiesta y el pleito. Y la segunda va casi siempre aparejada de la primera. Sabemos que desde hace más de un año comenzó la antesala de la fiesta democrática para la renovación de la Presidencia de la República entre corcholatas, alianzas, autopromociones y esquizofrénicas intenciones pero finalmente se están dando pasos concretos para institucionalizar el esperado conflicto. Casi todo puede pasar, esa es la condición del juego electoral; lo que sí es seguro, es que quizá como nunca, el pleito se avecina arrabalero, soez, deslenguado.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Infodemia y abstencionismo
Los resultados de los comicios en el Estado de México y Coahuila han comenzado (finalmente) a exigir a los liderazgos partidistas y a la casta política planteamientos certeros y pragmáticos sobre lo que, por lo menos a nivel de campaña electoral, se debe realizar para la contienda por la sucesión presidencial en 2024. Claramente es tiempo de interpretación de los datos, sí; pero también de imaginación sobre lo que realmente desean ser cada uno de los partidos o movimientos políticos en el concierto sociopolítico mexicano al menos en la próxima década.
Se dice que interpretar correctamente la derrota es el comienzo de la victoria; y esto aplica no sólo a los fracasos de candidaturas en específico sino al todavía aún más evidente asunto de la indiferencia partidista, ideológica o conceptual que gran parte de la ciudadanía coahuilense y mexiquense manifestó respecto a los proyectos o los grupos políticos.
Es cierto que las elecciones presidenciales suelen tener mayor respuesta ciudadana puesto que aparentemente hay mucho más en juego; pero los resultados que se han expresado en años recientes revelan una creciente distancia de la ciudadanía a los mínimos democráticos: menor participación en los procesos electorales; creciente desencanto de los mecanismos representativos, instituciones y funcionarios; mayor adhesión a personajes exóticos, emergentes, vociferadores y pendencieros; aumento de tentaciones autoritarias; y sobretodo, exceso de desinformación, falta de memoria y formal ignorancia políticas reforzadas y agudizadas por perversas dinámicas en las redes sociodigitales.
En un estudio de los años noventa, el entonces Instituto Federal Electoral reveló que existía una correlación positiva entre el fenómeno de abstencionismo y la población con poca instrucción educativa y bajos ingresos. Por supuesto, esto sucedió mucho antes del impacto de la Internet y evidentemente de las redes sociodigitales; ahora hay una interrogante importante entre el mismo fenómeno de abstencionismo y la saturación de infodemia cuya potencialidad es la de desarrollar esa “lesa instrucción”.
El ejemplo más claro de esto fue un sondeo realizado en video por Hernán Gómez entre jóvenes que parecen evidenciar una posición social aventajada y privilegiada (al menos en una situación muy superior al 60% de los jóvenes en México que padecen una o varias pobrezas estructurales); a pesar de su acceso ilimitado a medios de información y a una educación también privilegiada, su consumo de redes sociodigitales parece paradójicamente abonar a su ignorancia. Casi ninguno supo distinguir ni los nombres ni los proyectos ni las historias u orígenes identitarios, políticos o partidistas de las contendientes al gobierno estatal.
El estudio antes citado también advertía de correlaciones importantes entre abstencionismo e ingresos. Todo parecía indicar que condiciones precarias de uno o dos salarios mínimos favorecía indudablemente al abstencionismo; mientras que, cuando la sociedad tenía satisfactores económicos más favorables se permitían la distracción de salir a votar y hacerlo especialmente por una oposición que representaba tanto mejoras para sí mismos como para los más desfavorecidos.
Habrá que analizar el comportamiento actual de estas correlaciones; porque si los apoyos económicos a gente de bajos recursos podrían estar favoreciendo su participación política (además del discurso de reivindicación social que desde la Presidencia se hace de ellos) también se podría intuir que, por el otro lado, mejores condiciones educativas no necesariamente están incentivando el involucramiento con los desafíos democráticos; o peor, que cualquier idea de cambio o alternancia no necesariamente expresa una condición de mejora para el prójimo (como lo manifestaba la oposición hace dos décadas) sino una perspectiva exclusiva de privilegio egoísta y utilitario.
Como se ve, hay mucho qué analizar y reflexionar; es completamente ingenuo pensar que simplemente una ‘narrativa’ vaya a remediar las necesidades de construcción política democrática. Hay que recordar que sólo quienes tienen una inclinación por el totalitarismo pretenden transformar la realidad en una ficción que sólo a ellos les conviene.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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4 de junio de 2023