Felipe Monroy
Francisco, una década de resistir transformando
Francisco ha sido un personaje que lo mismo ha entusiasmado y cuestionado al mundo mediante su actitud y su pensamiento
Este 13 de marzo del 2023 se cumplen diez años del pontificado de Jorge Mario Bergoglio, papa Francisco, el primer pontífice de la historia emanado de la Compañía de Jesús y el primer sucesor del apóstol Pedro nacido en América Latina.
Francisco ha sido un personaje que lo mismo ha entusiasmado y cuestionado al mundo mediante su actitud y su pensamiento: con sus gestos ha buscado desmontar el venenoso clericalismo político y con su magisterio ha construido un andamiaje filosófico, teológico y pastoral que orienta el principal desafío de la Iglesia católica hacia el resto del siglo XXI: un auténtico cristianismo que muestre el rostro de su fe mediante el cuidado de la creación y del ser humano.
El mundo, sin embargo, cada vez parece más desafiante y, aunque las crisis radicalizan los pietismos y fanatismos místicos, Francisco no ha volteado la mirada de la realidad: la sociedad global tiene referencias apenas anecdóticas de un cristianismo envejecido; la depredación del ambiente ha llegado a niveles críticos e irreversibles y la indiferencia ante ello es tan grave como la misma enemistad geopolítica entre los pueblos; la anomia social, el individualismo, el mercantilismo y el consumismo son enfermedades normalizadas y hasta anheladas a pesar de que sus horrores se evidenciaron sin filtro durante la pandemia.
Francisco eligió el nombre del santo de Asís para recordar que la Iglesia tiene una responsabilidad primordial con los últimos, los descartados y los excluidos de esta vorágine; pero también porque una vida en sencillez expresa ‘amor por la creación’ y porque una auténtica reforma eclesial sólo puede provenir de la humildad.
Estos diez años de pontificado han sido pura resistencia transformadora: Bergoglio ha intentado eludir obstinados símbolos del clericalismo, las tradiciones mundanas palatinas y la politización del papado mediante sobrias celebraciones Eucarísticas, una pastoral a ras de suelo con los pobres y un magisterio de acceso popular que no requiere intérpretes.
Sus homilías –ya sea en masivas y simbólicas celebraciones como en las íntimas y sencillas de Casa Santa Marta– han dejado los principales mensajes de esencia latinoamericana que apelan por una ‘reforma de actitudes’ y por una ‘revolución de la ternura’. Es decir, que todo cambio comienza por la actitud y toda revolución debe tocar con gentileza las heridas del prójimo.
Su magisterio, en el que destacan tres encíclicas, un par de exhortaciones apostólicas y un puñado de mensajes históricos como el Statio Orbis frente a la pandemia global de COVID-19, puede sintetizarse en el reconocimiento de un hogar y un camino común de la humanidad que debe compartirse con los demás con alegría y mediante un discernimiento permanente en el que la humildad, la solidaridad y la ternura son los motores de una auténtica revolución social.
En estos diez años, Francisco ha realizado además 40 viajes internacionales en los que, a pesar de habitar una geopolítica polarizada, de cerrazón, egoísmo, violencia y desprecio entre pueblos, economías y grupos sociales, el Papa ha acudido a centroides y periferias políticas para expresar sus más audaces mensajes a favor de la democracia, de la justicia social, la pacificación entre naciones, la economía social, el valor de las comunidades originarias, la atención al fenómeno migratorio y la fraternidad universal.
Y, hacia adentro de la Iglesia –consciente de las críticas contra la institución– Francisco ha logrado llevar adelante una difícil reestructuración bajo un principio que es sencillo de expresar pero arduamente complejo de asumir: Ser una Iglesia pobre y para los pobres; una institución audaz ‘en salida’ incluso al punto del riesgo de accidente; y una comunidad de entregado compromiso con los últimos.
Estos diez años con Francisco han sido una apuesta por una renovación de la cristiandad contemporánea: capaz de transformarlo todo mediante una opción misionera radical que no sienta la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas de la humanidad; una cristiandad que está llamada a liberarse de simbología y normativas desgastadas en el tiempo, urgida a atender prioritariamente a los pobres bajo una convicción teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica; pero, sobre todo, a ser una cristiandad que se atreva a llegar a todas las periferias humanas.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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Análisis y Opinión
Un asunto de dignidad
En estos días se discutirá y sancionará un diferendo apreciativo sobre los márgenes de la acción sanitaria y humanitaria en El Salvador que quizá pueda tener efectos en otras latitudes, incluido México. El tema es complejo pero en el fondo, hay un diferendo ante la permanente atención, vigilancia y decisión médica pertinente que buscó salvaguardar la vida de una mujer embarazada y la del ser en su vientre.
Se juzga al sistema local de proveer asistencia médica profesional durante varios meses para procurar el bienestar integral a las dos personas. Los quejosos plantean que hubiera sido mejor invisibilizar la existencia de una bebé discapacitada desde el inicio (aunque nació y murió después, no sin antes recibir nombre e identidad) y permitir que, desde la opinión –personalísima pero ciertamente inexperta y alienada por abogados– de la paciente, se impidiera al personal médico a pensar, ofrecer opciones u obrar conforme a su conocimiento, su profesión y su conciencia. La mujer murió años más tarde y su historia hoy es utilizada como una estrategia, como un relato de intereses contrapuestos.
Estos asuntos son, por desgracia, sumamente comunes en nuestra vida contemporánea. En el estilo de vida, poder y privilegio que hoy campea en el mundo, las personas están más cerca de ser mercancías (adquiribles, consumibles y descartables) que de ser comprendidas en su complejidad irrepetible y en su absoluta dignidad sin importar sus particulares orígenes, sus condiciones, su hado o ventura.
Existe una antigua fábula china sobre un supuesto ‘hombre compasivo’ de quien se dice pescó una tortuga para hacer sopa con ella: “como no quería que alguien llegara a decir que él había dado muerte a un ser viviente, encendió fuego, hizo hervir agua en una olla, colocó una pértiga de bambú encima de la olla a manera de puente y le hizo a la tortuga una promesa: ‘Si consigues atravesar el puente, te dejaré en libertad’”. La fábula relata que la tortuga puso toda su voluntad e hizo lo imposible al atravesar el puente sobre el agua hirviendo… pero el hombre, aplaudiendo su hazaña, le pidió a la tortuga que regresara “para ver mejor cómo había logrado la proeza”.
La fábula enseña que, los discursos disfrazados de compasión son aún más pérfidos. Esto nos lleva a pensar que, aunque los discursos actuales aboguen por las libertades, los derechos o el reconocimiento de las diversidades de la humanidad contemporánea –incluso son socialmente aceptadas las ideas de trascendencia y armonización plural social mediante gestos de solidaridad, responsabilidad y amor– siguen existiendo narraciones que sólo defienden el propio privilegio, el egoísmo, el utilitarismo o el pragmatismo económico, la comodidad del fuerte frente a la anulación del débil o la indolencia ante los fácilmente descartables, los que nadie extrañará en “este mundo atestado de humanidad, agresivo, competitivo y eficientista”.
Hoy, mientras algunos se distraen con luces en el cielo, por fortuna hay gremios enteros defendiendo a trabajadores sexagenarios, a minorías arrinconadas, a mujeres violentadas, a personas e historias desaparecidas, a niños agredidos o utilizados, a jóvenes sometidos o corrompidos, a localidades envenenadas y a usuarios engañados. La única razón que alimenta el espíritu de esas luchas sociales es ese asunto de dignidad que perfora las conciencias, conmueve corazones y motiva a la acción en esa larga marcha hacia el bien común.
Pero ¿qué sucede cuando la dignidad humana es relativizada? ¿Qué sucede cuando se anteponen supuestos políticos, económicos o ideológicos que condicionan este principio humano? Hay quienes insisten que la lucha obrera, ecológica, comunitaria o social debe estar sujeta a las condiciones políticas; otros que la dignidad de la vida humana debe estar limitada por las condicionantes de la economía y el mercado; otros más llegan a afirmar que la indignación social sólo es válida desde una sola orientación ideológica. Y aún así se llaman compasivos.
Lo que atestiguamos en estos días –desde el utilitarismo bélico internacional o las agendas de interés económico supranacionales– es la evidencia que descarta aquella fantasía laicista de los Estados neutrales. Las opciones formales políticas o económicas tanto de las tiranías como las democracias son decisiones éticas y hasta morales, pero jamás neutrales: ¿Cuáles son las fronteras de la sanidad pública? ¿Cuáles son los límites de la acción contra el negocio de la droga? ¿Dónde se separa el bien común del privilegio? ¿Qué o quién define el grado de dignidad de una persona humana? Porque si quienes deciden se parecen al hombre de la fábula, se llamarán compasivos mientras contemplan a los miserables luchar por su vida bajo las reglas injustas y las condiciones imposibles que ellos mismos han definido.
Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
La crisis del fentanilo, el nuevo personaje político
En estos días, diversos liderazgos políticos en ambos lados de la frontera enuncian diatribas de responsabilidad entre México y Estados Unidos sobre la crisis de adicción y muerte por drogas que ha comenzado a alarmar a la población norteamericana.
En el último año ha ido incrementándose la presencia mediática del tema del fentanilo en las comunidades norteamericanas y sus mortíferos efectos. El último día del 2022, The Wall Street Journal publicó un alarmante compendio de sus principales reportes sobre la realidad del fentanilo (y las metanfetaminas) entre los consumidores norteamericanos; y desde entonces, a este tema se le ha denominado “La crisis del fentanilo”.
Por supuesto: la longeva crisis de adicciones, el real incremento de las muertes de estadounidenses por su irrefrenable consumo de drogas, la participación económica de ese negocio de cárteles mexicanos y el juego económico del mismo por parte de proveedores asiáticos son temas preocupantes y han escalado a máximas tribunas políticas en las cuales, recíprocamente, se sugiere la intervención (una militar y otra propagandística) para detener el conflicto.
Hasta ahora, lo expresado por políticos en ambos lados de la frontera es meramente retórico. Es claro que, desde la tribuna republicana de EU se busca construir una narrativa de miedo y enojo entre los votantes norteamericanos contra la política sanitaria y de seguridad de Biden. Ya les ha funcionado en el pasado, cuando Trump orientó su campaña política al construir un enemigo simbólico para su propaganda política. Y esto no parece tener ninguna finalidad excepto la de crear un discurso para dos candidatos presidenciales: uno allá y otro aquí.
Pero el asunto de la drogadicción norteamericana es un tema realmente alarmante. Las muertes por sobredosis de drogas en el vecino del norte aumentaron más del 400% en 20 años. En el 2022 se registraron muertes de más de 110 mil personas adictas como resultado de un fenómeno transversal en EU sobre el “uso excesivo de opioides recetados” y acceso a estimulantes ilícitos (cocaína y metanfetamina).
La retórica de algunos políticos republicanos ha pisado fondo. Incluso han comparado esta crisis de drogas con tragedias históricas como los ataques terroristas del 9/11, la guerra en Vietnam y hasta el ataque japonés sobre Pearl Harbor. Es claro que no hay parangón pero necesitan este relato para vender a su próximo candidato a la presidencia de los EU en el 2024; y para eso necesitan un enemigo visible que sus potenciales electores asimilen.
Sin embargo, si hacemos caso al mapa histórico de las muertes de fentanilo y metanfetaminas que publicó hace dos semanas el WSJ, uno de los estados con mayor índice de muertes es Virginia Occidental y particularmente el condado de McDowell. Este último ocupa el tercer lugar más empobrecido de la unión americana donde tienen problemas de acceso al agua potable desde hace décadas; el desempleo supera el 12%; más del 30% de las casas están abandonadas; superan en más del doble el índice de crímenes violentos contra la media nacional y apenas el 40% de los ciudadanos acude a votar. La conjunción de factores no sorprende; de hecho es típico que en estos panoramas de depresión, pobreza y apatía se profundicen los problemas de adicción; ya lo dijo William Burroughs, autor de Yonqui: “Te vuelven adicto a los narcóticos porque no tienes fuertes motivaciones en otra dirección; así, la droga gana por default”.
México, por su parte, ha respondido con dureza atípica a la tónica de alarmismo gringo: El presidente, siguiendo el juego retórico, dijo que el gobierno mexicano promovería una intervención propagandística en el electorado latino contra el Partido Republicano si éste continúa responsabilizando a la nación mexicana de la crisis de drogas. Igualmente un despropósito y, de concretarse, sería una de los mayores errores diplomáticos.
Es claro que México tiene también mucho qué reflexionar y mucho de qué avergonzarse no sólo por sus débiles mecanismos de seguridad, sus nulos resultados en el combate al crimen; o por su velada tolerancia a la operación de grupos criminales, o la proliferación de laboratorios de narcóticos o la falta de capacidad operativa policiaco-militar; es decir, no sólo no ha logrado disminuir la violencia en el territorio sino que se ve lejana la posibilidad de recuperar regiones enteras que hoy están en manos de poderes fácticos asociados al crimen, al narcotráfico y a sus perniciosas culturas derivadas.
Este episodio de tensión entre países vecinos sólo evidencia dos verdades: que EU no sabe cómo lidiar con su problema de adicción y consumo de drogas; y que México tampoco sabe cómo reestructurarse institucionalmente sin la industria del narcotráfico. Y no son problemas sencillos. Nuevamente retomo a Burroughs en su icónica novela sobre la adicción: “La droga es el producto ideal, es la mercancía definitiva. No hace falta discurso de venta. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan. El vendedor de droga no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora ni simplifica su mercancía; degrada y simplifica al cliente”.
Lo que nos lleva justo al inicio: ¿Cuál será el papel de este nuevo personaje político –la crisis del fentanilo– en las narraciones electorales binacionales rumbo al 2024?
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe