Felipe Monroy

Lenguajes y fenómenos televisivos

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Cuando los argüendes de un programa de televisión llegan al debate nacional y se busca involucrar a las autoridades públicas a posicionarse formal o legalmente al respecto, sabemos que nos encontramos frente a un fenómeno comunicativo que ha trascendido su propio guión.

Nuevamente, igual que hace casi un cuarto de siglo, un producto televisivo ha dejado de ser un mero entretenimiento para inmiscuirse en la vida cotidiana, sobre todo en los lenguajes sociales.

‘La casa de los famosos’ es un reality show cuya premisa es idéntica a la comenzada por John de Mol en los Países Bajos en 1999. El concepto televisivo originalmente llamado ‘Big Brother’ (como se denomina al líder totalitario que constantemente vigila y controla a la gente del Estado ficticio en la novela ‘1984’ de George Orwell) consiste en crear un microlaboratorio comunal expuesto a vigilancia permanente y cuyos habitantes deben sentenciar en secreto al resto de concursantes. Los espectadores se involucran de dos maneras: asumiendo el papel de la vigilancia y policía moral (juzgando las acciones de los personajes encerrados), y definiendo con sus votos a quien se expulsa de la casa de encierro.

La principal evolución de este programa ha sido introducir a personajes de la farándula como participantes del reality (‘Big Brother VIP’ y ‘La casa de los famosos’) así como extender las fronteras del experimento mediático-mercadológico a estructuras extra-televisivas; por ejemplo, a las plataformas digitales y dispositivos inteligentes personales y a espacios de conversación política, económica y educativa.

La producción de ‘Big Brother’ llegó a México en un momento muy singular: el mundo occidental se transformaba con grandes neoregulaciones de control público y vigilancia social tras los atentados del 11 de septiembre del 2001. En ese contexto comenzó la ‘normalización’ de que las políticas intrusivas de vigilancia aplicadas tanto por el Estado como por los gigantes tecnológicos garantizaban la paz, la libertad y la democracia.

En aquel entonces las principales preocupaciones sociales sobre dicho reality eran la banalización de la vida cotidiana y la exaltación del voyeurismo mediático; pero poco a poco comenzaron a ser más relevantes las funciones de validación de lenguajes de los personajes en reclusión que desean agradar a los espectadores mientras juegan un duelo psicológico con el resto de concursantes por no ser ‘nominados’ o ‘sentenciados’.

A inicios de siglo, la audiencia promedio mexicana se escandalizaba –a veces de formas muy extrañas– del lenguaje considerado soez o lépero cuando era utilizado en productos comunicativos. Todavía hace dos décadas, durante ciertas funciones de cine mexicano, las groserías utilizadas como interjecciones provocaban risas y exclamaciones de sorpresa en el respetable; no obstante, la popularización de dichas palabras en el reality show, en el resto de contenidos televisados e incluso de otros productos que retomaban como noticia el espectáculo, retiró los tabúes sociales y normalizó su uso público.

Pero dichos lenguajes no son los únicos que rompieron la barrera normativa en todos los estratos sociales; otras formas de comunicación y estrategias discursivas (es decir, la combinación de recursos de diferente naturaleza con el objetivo de obtener un fin interaccional) también fueron redefinidas en su uso: el hedonismo, la hipersexualización, la manipulación y la transmutación de los deseos en necesidades.

Indudablemente, la utilización del cuerpo como objeto de deseo (en especial el femenino) ha sido una de esas estrategias que ha generado no pocas controversias en la conversación social; sin embargo, el reconocimiento de esta dinámica como estrategia de competencia y participación ha provocado una reacción adversa que también podría popularizarse o desregularse del miramiento social y que ha encendido alarmas de las instituciones contemporáneas de vigilancia y control de la actitud social: la violencia de género.

El problema de esto último ha sido siempre la definición de los márgenes de lo que involucra o significa la “violencia” en sí, así como de las fronteras de lo que implica el “género” (y aquello que no lo es). Por ejemplo, de la agresión verbal a la acción física pasando por las formas actitudinales de omisión que se han popularizado en las últimas décadas como abusos emocionales (ghosting, gaslighting, benching, etc.) hay distancias evidentes que, sin embargo, desean homologarse como un fenómeno único. La solicitud de que se vigile y castigue todas esas acciones como un mismo crimen se ha normalizado en gran parte de la conversación social. Sucede algo semejante respecto al uso ideologizado del ‘género’ como un argumento de superioridad jurídico y moral bajo el cual todo lo que quede fuera de éste sea reprendido, censurado o prejuzgado.

Lo cual nos orilla a preguntarnos: ¿Debería un espectáculo televisivo definir con su lenguaje y estrategias discursivas dichos criterios que posteriormente se utilizan institucionalmente para validar o censurar la vida cotidiana y el espacio público? La respuesta inmediata es negativa pero ¿y si estuviéramos equivocados?

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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