Felipe Monroy
Renuncias y sucesiones episcopales
El 2025 será un año intenso para los obispos mexicanos
Este 2025 será un año intenso para los obispos de México. En primer lugar estarán sumergidos en las actividades que implican el Año Jubilar Ordinario; también estarán adecuando acentos pastorales para dar seguimiento al Proyecto Global de Pastoral 2031+2033; y, finalmente, entrarán en un periodo reflexivo respecto a los grandes temas que supone el recambio generacional episcopal que definirá los perfiles del futuro de la Iglesia mexicana.
Sobre el Jubileo 2025. A pesar de centrarse en la peregrinación de católicos a Roma, los obispos locales también han tenido oportunidad de que las puertas del perdón sean abiertas en sus catedrales diocesanas, más cercanas a los fieles, para que estos alcancen las indulgencias que ofrece la Iglesia cada cuarto de siglo. Sólo eso requiere proyectos de formación, catequesis y celebración para compartir a los creyentes la importancia de este momento jubilar.
Respecto a los acentos pastorales; se sabe que el cambio en la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), dará seguimiento al proyecto pastoral aprobado por el pleno hace casi una década; sin embargo, también es claro que habrá ajustes en algunas prioridades. Al final del XXV Encuentro de Vicarios de Pastoral se puso enfoque en la sinodalidad y la misión profética de la Iglesia mexicana, lo cual anticipa análisis sobre el estilo de gobierno y operación al interior de las instituciones religiosas, al mismo tiempo de reforzar el ‘anuncio y la denuncia’ evangélica en medio de la realidad social.
Sin embargo, uno de los temas más acuciantes para el futuro de la Iglesia mexicana pasa por el recambio generacional de los perfiles episcopales. De hecho ha sido simbólico y muy significativo que, sólo arrancando el 2025, el cardenal arzobispo de México, Carlos Aguiar Retes, haya cumplido la edad canónica de retiro y que, por lo tanto, ha debido enviar su carta de renuncia al papa Francisco. Por supuesto, este es un procedimiento ordinario al que deben someterse todos los clérigos para poner a consideración de su superior el destino de su servicio y labor. No obstante, el acto en sí es simbólico porque obliga a imaginar los liderazgos eclesiales del segundo tercio del siglo.
Tras cumplir los 75 años de edad, el cardenal Aguiar entra por tanto en esa ‘sala de espera’ en la que la Santa Sede valora si el nombramiento de su sucesor es apremiante o no. Se suma a media docena de obispos y un cardenal que ya presentaron su renuncia al papa Francisco y que también aguardan el momento de su aceptación y el potencial nombramiento de su sucesor.
Los obispos que superan la edad canónica de retiro estos momentos son: el obispo de Xochimilco, Andrés Vargas Peña; el obispo de Tepic, Luis Artemio Flores Calzada; el obispo de Cancún-Chetumal, Pedro Pablo Elizondo Cárdenas; el obispo de Zamora, Javier Navarro Rodríguez; y el propio cardenal arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega. Por ello, el cardenal Aguiar declaró que espera que el pontífice argentino le conceda por lo menos la misma extensión de tiempo en el gobierno como lo ha aplicado con otros obispos del país.
Pero el 2025 apenas comienza, antes de la asamblea plenaria de obispos del próximo otoño, ya habrán presentado su renuncia otros siete pastores, incluidos tres arzobispos metropolitanos (Puebla, Víctor Sánchez Espinoza; Antequera-Oaxaca, Pedro Vázquez Villalobos; y Acapulco, Leopoldo González González); y en enero del 2026, el arzobispo de Morelia, Carlos Garfias Merlos; y el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López.
Por si fuera poco, hasta ahora el papa Francisco no ha designado pastores para la arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez y las diócesis de Ecatepec, Nuevo Casas Grandes, Nuevo Laredo, Nogales, Tapachula y El Nayar.
Se trata, por tanto, de ocho de diecinueve grandes circunscripciones eclesiásticas de referencia e importancia simbólica que analizan los perfiles de los obispos en funciones (que tengan alrededor de una década de experiencia episcopal) para ser elevados a arzobispos metropolitanos; y de casi una veintena de diócesis para las que la Nunciatura apostólica, la Santa Sede y México también estarán valorando perfiles de sacerdotes u obispos auxiliares para tomar las riendas no sólo de su porción de fieles sino de los grandes proyectos que están en desarrollo en la Iglesia mexicana rumbo a la celebración de los 500 años del Acontecimiento Guadalupano: vocaciones y ministerios, transmisión de la fe, cambio cultural, sinodalidad y reestructuración integral, construcción de paz, promoción de la dignidad humana y pastoral social.
Para el recambio generacional, los obispos de la ‘Era Francisco’ (casi todos auxiliares aún) ya han manifestado su papel e importancia para el futuro de la Iglesia mexicana; de entre ellos no sólo saldrán los obispos que dirigirán las diócesis después de que los obispos creados por Juan Pablo II y Benedicto XVI lleguen al retiro; también emergerán los nuevos referentes teológico-pastorales para una Iglesia que se aproxima a los 2000 años de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe
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Felipe Monroy
Antiinmigrante, el nuevo evangelio de los políticos cristianos
En el pasado, alrededor del mundo occidental –pero especialmente en Europa–, algunos movimientos políticos inspirados en la moral cristiana se consolidaron en diversos partidos y agrupaciones cuyos principios y valores intentaban responder a los desafíos de la realidad dentro de los márgenes que la doctrina religiosa enseña. Así, por ejemplo, partidos y personajes políticos de identidad o raigambre cristiana no sólo han participado del proceso y competición política en sus localidades y naciones sino que también, en teoría, una vez en el ejercicio del poder anteponen la doctrina cristiana a la tentación del utilitarismo pragmático.
Sin embargo, un fenómeno cunde en aquellos grupos y personajes en estos días y es detonado esencialmente por la complejidad del fenómeno migratorio moderno: la afirmación de una nueva doctrina ‘cristiana’ antiinmigrante; una que comienza a estrechar alianzas con grupos políticos nacionalistas e integristas, xenófobos y supremacistas, con tal de mantener orden en un precario y artificial sistema político-económico.
Siguiendo el ejemplo norteamericano para granjearse al electorado creyente, el bloque político alemán conformado por la Unión Cristianodemócrata y la Unión Socialcristiana se ha aliado a partidos políticos catalogados como ultranacionalistas, anti islamistas y euroescépticos para endurecer las políticas de migración y asilo; y no es el único caso en Europa o el continente americano. A pesar de su identidad política han decidido dar la espalda a la doctrina humanitaria y cristiana respecto a los migrantes y refugiados a través de legislaciones que no sólo son más estrictas sino que llegan a tener tintes de discriminación, racismo y aporofobia.
La decisión de estos partidos es lógica y pragmática; de hecho, los obispos católicos alemanes confirman que hay una proporción creciente de población que se siente atraída por movimientos políticos discriminatorios, extremistas y radicales: “Observamos con gran preocupación que el pensamiento radical está en aumento e incluso se está convirtiendo en odio hacia los semejantes, especialmente debido a su religión, origen o color de piel”. Estos partidos políticos, para ganarse la simpatía de ese electorado inflamado de miedo y aversión no tienen reparo, por ejemplo, de plantear medidas de “expulsión de personas con antecedentes migratorios bajo el lema de remigración”.
Para la Iglesia católica alemana (también para otras tradiciones cristianas protestantes y evangélicas), el principal problema radica en que esta ideología política extremista cree que pueden distinguirse de manera tajante los pueblos según “su esencia” y sus prácticas culturales.
Este pensamiento conduce invariablemente a la consideración de que un país, una nación o un pueblo está delimitado por esencias “naturales” como la ascendencia o la sangre; y si la noción de “pueblo” termina siendo sólo una comunidad de personas étnica y culturalmente iguales o similares, el nacionalismo racial es la ideología política que mejor puede lucrar el sentimiento de protección supremacista. Y, por desgracia, ahí parecen haber vuelto los movimientos políticos identificados como cristianos pero con una doctrina político-religiosa que les instruye privilegiar al sujeto afín de su propio pueblo-nación (con quien comparte una supuesta identidad esencial) invisibilizando a cualquier otro prójimo.
Frente a este panorama, la doctrina contemporánea de la Iglesia católica ha ponderado, ante todo y por encima de los órdenes del sistema del Estado-Nación, a la dignidad humana; aunque no ha sido un camino sencillo. Por ejemplo, en su último mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, el papa Benedicto XVI antepuso el principio de que “cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común” y depositó la carga de responsabilidad en los inmigrantes de trabajar su “auténtica integración” en la nación de acogida. El pontífice alemán apeló al respeto de la dignidad de toda persona humana, pero su perspectiva mantenía el orden estatal y diplomático como el sistema ideal en el que es posible construir y vigilar los mecanismos de aceptación y protección de las personas en condición de migración.
Por el contrario, el papa Francisco ha sido mucho más crítico con ese orden institucionalizado puesto que “las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional”, como denunció en su primer mensaje para la misma Jornada de Emigrantes y Refugiados. Para el argentino, los sistemas políticos no son capaces de abrazar “las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad” ni regular todos los medios para hacer posible “la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano”.
Entonces, si Benedicto XVI expresaba su confianza en que las instancias políticas pueden desarrollar mecanismos orientados al bien común; Francisco, insiste en que sólo la dimensión humanística y cristiana hace posible la justa distribución de los bienes y la custodia de la dignidad. Como sea, desoyendo a ambos, tanto partidos y liderazgos políticos ‘cristianos’ de naciones de acogida (Estados Unidos o Alemania, por ejemplo) apelan hoy al proteccionismo de “valores nacionalistas”, respaldados por campañas mediáticas y propaganda política, para confirmar este nuevo ‘evangelio’ que privilegia la defensa del poder institucionalizado por encima del servicio a los vulnerables.
Quizá sea un buen momento para recordar que la cristiandad primitiva, en el fondo, siempre fue un pueblo nómada bajo sospecha de los imperios y los órdenes políticos establecidos: que llevó consigo por supuesto su fe, pero también sus expresiones culturales, su identidad grupal y diversos atributos sociales muy a pesar de que las estructuras de poder pretendieron domarla. Después fue estructurante del poder y de la imposición de todas las regulaciones sociales; pero eso también sucedió hace mucho tiempo.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Caso Tultitlán: Radiografía al drama humano
Todo comenzó con un video de seguridad tomado desde el portón de una casa en Tultitlán, Estado de México. En la escena, un joven de lentes y cabello hirsuto se detiene para sacar una bolsa que abandona junto a las llantas de un automóvil. En el envoltorio hay un bebé de cinco meses de gestación. El recién nacido sobrevive milagrosamente gracias a que los vecinos pidieron rápida asistencia médica y policial. Después de esto, la evolución de los acontecimientos mostró un rostro social que requiere profundo análisis.
El abandono de bebés recién nacidos, por desgracia, es una situación recurrente en prácticamente todo el mundo Por ejemplo, en 2024 se consideró definir como ‘epidémico’ el incremento de casos registrados por año en los Estados Unidos y se urgió a los medios de comunicación a compartir y recordar a la ciudadanía los servicios que ampara la “Ley del Bebé Moisés”, la cual permite a los padres a abandonar a sus recién nacidos en sitios seguros designados como hospitales, estaciones de bomberos o servicios médicos de emergencia sin caer en actos criminales o recibir cargos punitivos. La ley, originada en Texas en 1999, ha buscado responder a favor de los bebés que suelen ser abandonados de forma clandestina y en sitios fuera de vigilancia, condiciones que con frecuencia causan la muerte a los inocentes por falta de auxilio.
En el viejo continente, también hay un mecanismo semejante al Norteamericano y en Europa hay más de 200 “baby boxes” (o ‘buzones de bebés’) donde se permite abandonar a los bebés de forma anónima en un lugar seguro (de hecho, una vez depositados ahí, las cajas se cierran para ser abiertas únicamente por personal policial y de asistencia hospitalaria). Por supuesto, estas medidas tienen sus detractores; principalmente entre grupos que promueven la legalización de terminar con la vida de los bebés antes de nacer y así “evitar” los cuidados que habrían de requerir.
En México, el fenómeno es semejante aunque el panorama sí es muy distinto. Con recurrente frecuencia se conocen noticias sobre bebés abandonados en cajas de cartón, bolsas de plástico o envueltos en mantas, sobre carreteras, en malezas periféricas, en lotes baldíos, frente a clínicas y hospitales o, como en el caso de Tultitlán, al pie de una indistinta calle popular. Ante a este fenómeno, en algunas ocasiones se han promovido leyes semejantes a las europeas y norteamericanas; y también hay varias organizaciones que, desde la caridad, ofrecen el recibimiento de los recién nacidos de mano de sus progenitores que, por diversas razones, no pueden hacerse cargo de ellos.
Sin embargo, el caso de Tultitlán ha sacudido a la opinión pública por la sordidez del conjunto de circunstancias polémicas que lo integran. El joven del video resultó ser el progenitor de la criatura y que posteriormente –convencido por sus propios padres– se entregó a las autoridades en medio de un linchamiento social y mediático en contra de él y de su familia. Se trata de un joven de apenas 18 años que había abandonado su hogar familiar y sus estudios para emprender una trabajosa vida con su novia de 21 años.
Por declaraciones de terceros, se sabe que la joven madre trabajaba en un pequeño local y que el joven tenía problemas para conservar un trabajo; que la mujer además tiene ya un hijo de una relación anterior y que, ante la noticia de su embarazo, ella habría recurrido a la única opción que parece promoverse en el país: el aborto.
En los últimos años, en el país parece no fomentarse ninguna otra opción ante embarazos inesperados que el aborto: tanto por la promoción de su realización injustificada y legalizada, como por la accesibilidad y publicitación de medicamentos abortivos. El impulso y patrocinio para erigir la terminación de la vida de un ser humano en gestación al nivel de un ‘derecho humano’ cuenta con altos mecanismos jurídicos, legislativos y culturales a su favor. Y esto propicia una riesgosa perspectiva de la cual se habla poco: la deshumanización del drama humano, la normalización de desechar o descartar a un bebé en gestación y de la falta de educación respecto al cuidado con las personas vulnerables.
El caso de Tultitlán no termina allí. La madre del bebé abandonado ha decidido denunciar al joven padre asegurando que ella tuvo a su hijo de manera repentina en el sanitario de su trabajo y que le encomendó a él llevarlo a un hospital mientras ella realizaba otras diligencias; por otra parte, la defensa del joven asegura –sin minimizar su propia responsabilidad– que ambos llegaron al acuerdo de abortar al bebé y deshacerse del cadáver.
En todo caso, hay una invisibilización del bebé en gestación y nacido prematuramente; todas las acciones se realizaron salvaguardando los intereses particulares de sus padres, pero no los del menor. Y esto, por extraño que parezca, es lo que la legislación mexicana y la promoción de la cultura de descarte de los más vulnerables ha venido cabildeando en los últimos años tras la ideologización de este tema debido a una polémica resolución en la élite del Poder Judicial.
Tiene razón la presidenta Claudia Sheinbaum al reconocer que detrás de situaciones como las que ha desvelado el caso de Tultitlán hay “causas muy profundas” que se derivan en estas terribles experiencias de abandono y descarte. La mandataria considera que estos casos dolorosos tienen causas a nivel familiar, en la falta de comunicación, en la ignorancia y la falta de información, en la desatención; y considera que, más que la punición, “es más humano atender esas causas”.
Coincido y agrego: para que se atienda humanitariamente este drama, lo primero es identificar quiénes son esos humanos dignos de nuestro humanitarismo; porque si se excluye a alguna de las partes, quizá no sea auténtica nuestra convicción humanista.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Morelia: una sede, dos arzobispos
Carlos Garfias Merlos, el hombre fuerte de las iniciativas de construcción de paz en la Iglesia en México, está por cumplir medio siglo de servicio sacerdotal. Con este motivo, la Arquidiócesis de Morelia a la que ha servido desde el 2016 ha editado un extraordinario ejemplar biográfico sobre su vida y trayectoria ministerial. El obsequio y reconocimiento diocesano llega en un momento sensible: la Santa Sede ha dispuesto prácticamente a su sucesor y el arzobispo está dispuesto a vivir con plenitud espiritual el Año Jubilar en una dimensión cristiana poco cómoda: la enfermedad y la discapacidad.
Entre los círculos eclesiásticos quizá no fue una sorpresa la decisión del papa Francisco de nombrar a un arzobispo coadjutor para la emblemática Arquidiócesis de Morelia. Desde la pandemia, en 2021, Garfias fue duramente golpeado y afectado por el SARS Cov2, vivió una prolongada y dramática hospitalización; tras la cual, lamentablemente, sobrevinieron una serie de afectaciones de diversa gravedad que el propio arzobispo relata en primera persona con transparencia y perspectiva humanista al final del libro-homenaje.
El singular nombramiento recayó en el también michoacano José Armando Álvarez Cano, de 65 años. Álvarez, quien fue promovido al episcopado por el gran referente de la región eclesiástica de Don Vasco, el cardenal emérito de Morelia, Alberto Suárez Inda, será recibido en plena Cuaresma para coparticipar en el gobierno pastoral con facultades especiales, incluida el derecho a sucesión de Carlos Garfias.
Álvarez Cano cuenta con una positiva trayectoria episcopal; primero en la región mazateca de la sierra oaxaqueña, liderando la ardua misión de la Iglesia en la prelatura de Huautla de Jiménez; y después, trasladado a la costa del Golfo de México en la diócesis de Tampico, Tamaulipas, donde mantuvo la asistencia espiritual a pesar de que, en el máximo pico de la pandemia, más del 40% de los sacerdotes padeció diversas afectaciones del virus.
Su llegada a Morelia evidencia, por otra parte, los oficios e intereses de los obispos mexicanos (en particular del cardenal Suárez) y la Nunciatura apostólica para que esta Iglesia local no se arriesgue a una potencial sede impedida o vacante. Un tema que no es menor puesto que en otros casos no suele haber tanta urgencia; por ejemplo, desde 2022, la sede de la prelatura del Nayar, permanece vacante; o desde el 2023, la arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez tampoco ha recibido noticia del nuevo arzobispo tras la muerte de Fabio Martínez Castilla.
Como sea, a mediados de marzo, la capital michoacana tendrá dos arzobispos: Garfias como diocesano y Álvarez, como coadjutor, que –para favorecer a la diócesis– estarán compelidos a colaborar en “unión de acción e intenciones” y a consultarse en asuntos de importancia. Y, por supuesto, entre los temas centrales, según lo expresan ambos arzobispos, estará la atención a las vocaciones y ministerios (la ‘Pastoral de Pastores’, como la llama Álvarez Cano) y la promoción de proyectos que fortalezcan la educación, la formación y la construcción de la paz.
A pesar de las limitaciones que el conjunto de padecimientos condiciona al arzobispo de las cuatro mitras y dos palios metropolitanos (Carlos Garfias ha sido obispo en Ciudad Altamirano, Nezahualcóyotl, Acapulco y Morelia), ha confiado a sus cercanos su deseo de continuar promoviendo la paz esencialmente en los espacios universitarios y educativos, y a través de uno de los lenguajes más apreciados por los jóvenes: la música.
Y todo parece indicar que ese será uno de los últimos proyectos como titular diocesano pues, como se sabe, Carlos Garfias cumplió 74 años el pasado 1 de enero, lo que sugiere que para el primer día del 2026, éste deberá presentar su renuncia canónica al Santo Padre y, en cuanto sea aceptada, Álvarez Cano pasaría inmediatamente a ser el arzobispo metropolitano. Y a pesar de que se ha sabido de varios casos de obispos coadjutores que fueron trasladados a otra diócesis antes de que se aplicara esta regla sucesoria, parece que en Morelia no será el caso y Álvarez Cano será pleno sucesor del venerable Vasco de Quiroga.
Finalmente, y a propósito del ‘Tata’ Vasco, el egregio primer obispo de Michoacán que aguarda el proceso de su beatificación a 460 años de su muerte. En 2020, el cardenal Suárez Inda recibió del papa Francisco una misiva que, entre otras cosas le aseguraba: “Trataré de acelerar la causa de Vasco de Quiroga”; y es probable que en este año, en el contexto del Jubileo, el Papa reciba del arzobispo Garfias su testimonio personal sobre el drama de su salud y su recuperación encomendada tanto a la patrona moreliana, la Virgen de la Salud, y al venerable Tata Vasco de Quiroga.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Pueblos, tributos e invasiones
De pronto, como si estuviéramos en la época de los imperios, escuchamos a distintos líderes anunciar invasiones, exigir tributaciones draconianas o prometer la disolución de pueblos, etnias o comunidades “indeseables”. Pareciera que la política internacional se ha vuelto a simplificar en juegos de poder y sumisión; que los acuerdos y las negociaciones entre naciones dejaron de apoyarse en el mutuo reconocimiento de sus valores histórico-culturales y se reducen al mero intercambio de intereses crematísticos inmediatos, donde no importa “quién eres” sino “qué tienes”.
En este contexto quizá sea pertinente reflexionar sobre la naturaleza y finalidad de los pueblos; de su identidad y el sentido que dan a su tierra y a su patria; o recordar las crudas enseñanzas que nos han dejado las invasiones y las imposiciones comerciales entre naciones. Porque, como humanidad, hemos aprendido mucho de cada ocasión en que las fuerzas pretenden apropiarse de la tierra ajena, exterminando o expulsando a los pueblos que ahí residen; o cuando las arrogancias desprecian las identidades culturales de otros pueblos mientras ambicionan la riqueza de sus suelos.
Hay una fábula china atribuida a Lie Zi de hace 25 siglos en la que se cuenta cómo un anciano convocó a su familia para desmontar las inmensas montañas Taihang y Wangwu para abrir un camino sin rodeos hacia el río Hanshui. Casi todos sus parientes estuvieron de acuerdo; los hijos y nietos comenzaron a remover la montaña una palada de tierra a la vez.
No todos fueron tan optimistas; los más críticos cuestionaron la idea del anciano. Le preguntaron sobre si había hecho cálculos de la fuerza que era necesaria para remover ambas montañas, también le pidieron que explicara cómo iba a ser el proceso de quitar las piedras o dónde tenía pensado vaciar la tierra y los peñascos. La fábula cuenta que mientras la familia hacía largos viajes entre las montañas y el mar para tirar la tierra removida, los sabios de la región se burlaban de ellos; pero el anciano les respondía: “Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?”
En esta pequeña historia se incluyen dos de las características más importantes de un pueblo. La primera, su apertura al futuro, su esperanza en que con trabajo se puede transformar una visión en realidad; la segunda, la potestad sobre la tierra, el suelo firme que realmente puede ser transformado.
Sin embargo, cuando se pierde, se pervierte o se comercia esa visión o si la comunidad abandona su trabajo y servicio hacia ese futuro, entonces se acaba el pueblo. Se muere de inanición, se asfixia de tedio, envejece su mirada tanto como sus fuerzas. Claro, también hay otra forma en que muere un pueblo: es por medio de la invasión de otro pueblo más poderoso. Y en este siglo, quizá estemos alcanzado el pináculo en ambas estrategias.
Hay pueblos que mueren directamente por envejecimiento, porque pierden por vergüenza o conveniencia su lengua materna o porque no conservan el sentido de la relación que tienen con la tierra bajo sus pies. En la fábula sería como si hijos y nietos no sólo abandonaran la visión del abuelo para encontrar un camino directo al río; sino que abandonaran la misma confianza que el anciano puso en ellos en el futuro, en “los hijos de los hijos”.
Hoy mismo, muchas naciones desarrolladas o en vías de desarrollo viven crisis profundas de identidad por el envejecimiento demográfico, por la falta de hijos en las familias, por el miedo que se ha inoculado en jóvenes a la maternidad y la paternidad, por la romantización del ‘nomadismo’ y la autosuficiencia egoísta, por el utilitarismo lingüístico del mundo económico y mercantil. Porque los han convencido de abandonar toda idea de soberanía y heredad de la tierra, de patrimonio y responsabilidad del otro.
Pero también, es preocupante que las intenciones de dominación, exterminio o expulsión de los pueblos haya retornado al discurso político de manera cínica. Durante siglos, la lógica de dominación residía en la potestad del territorio; así, un rey sólo era rey en tanto tuviera tierras que administrar, y la libertad consistía en que la tributación al poder terrenal para vivir de la tierra no fuera la vida misma. Así, el ideal de la “cantidad” de tierra y de la “calidad” del pueblo se resume en lo que planteaba Kautylia a príncipes y reyes: “Al conquistar, prefiere la vasta tierra estéril en lugar de la pequeña porción de riqueza; todo desierto se vuelve fértil bajo el espíritu del hombre”. El problema, como sabemos, es que esto sólo lleva a una consecución lógica: la guerra.
Ya desde la plenitud de los tiempos, como resultado de la guerra, los pueblos sojuzgados han debido de tributar a los imperios. Dominados por las armas, el lenguaje o el comercio, los pueblos sometidos quedan obligados de “dar al César lo que es del César” hasta casi diluirse; y, sin embargo, siempre habrá algo que les quede como pueblo y que los hará trascender incluso bajo el yugo de los poderosos: es la suma de su lenguaje, su historia, su cultura y sus tradiciones; sus miedos, desafíos y esperanzas; sus creencias y convicciones; y sí, también esa relación mítica e inasible con la porción de suelo a la que sensiblemente le llaman ‘patria’.
Y dicha patria –nos recuerda José Emilio Pacheco– es incomprensible en “su fulgor abstracto”; sólo nos dan sentido sus “diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / -y tres o cuatro ríos”. Por ello, en tiempo de renovadas amenazas de tributaciones e invasiones por parte de los grandes poderes bélicos y económicos del orbe, quizá sea oportuno repensar en los pueblos que somos, en los sueños trascendentes que –como el anciano de la fábula– tenemos, en la esperanza que depositamos en las generaciones venideras y en que, en el fondo, no podemos ser dueños de ninguna tierra sino sólo de la relación que creamos con ella.
Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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