Felipe Monroy

Requiem por el carnaval

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Cada año, previo al Miércoles de Ceniza que abre para la Iglesia católica el tiempo de conversión, arrepentimiento, silencio y conversión evangélica, algunos de los pueblos de cosmogonía cristiana celebran singulares ritos que empatan con el momento de transición entre el fin del invierno y el inicio de la primavera. Pero el prolongado año sin nombre ha terminado por cancelar también estos gestos de transición y cambio.

De manera organizada y formal, los pueblos de la región de los volcanes en el Estado de México acordaron tanto con sus autoridades civiles como con las eclesiásticas no celebrar ni los carnavales ni las fiestas patronales verdaderamente esperadas por toda una localidad que comienza a recibir las primeras caricias del aire tibio que finalmente baja por las laderas de la majestuosa cordillera.

A través de un singular comunicado, los párrocos de las iglesias ubicadas a las faldas del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl pertenecientes a la Diócesis de Chalco junto a las mayordomías de las festividades más tradicionales y los presidentes municipales escribieron: “En medio de una crisis profunda, a causa de la pandemia de COVID-19 […] después de varios meses de experiencia, cada día somos testigos de que aumentan los contagios y las muertes […] para evitar que el virus se propague consideramos un deber suspender por este año la celebración de nuestros carnavales y fiestas patronales”.

Sin embargo, este fenómeno no es sólo local. Hay que recordar que la llegada del coronavirus a América Latina y la declaratoria de pandemia por parte de la OMS ocurrió justo en Cuaresma del 2020. Desde entonces, la Iglesia católica ha cancelado la participación masiva de fieles en prácticamente todo un año litúrgico, desde los oficios de Semana Santa hasta la pasada Navidad. Casi no hay espacio religioso que no haya asumido sacrificios con tal de auxiliar en la reducción de la crisis pandémica.

La ausencia de feligreses, peregrinos y turistas nacionales e internacionales que gustan conocer y sentir la fibra cultural de los fenómenos religiosos en Latinoamérica, junto a la suspensión de incontables celebraciones religiosas familiares ha golpeado fuertemente las limosnas, donativos y otros medios de ingresos de decenas de miles de comunidades religiosas, diócesis, parroquias y organizaciones religiosas. Y, sin embargo, resulta aún sorprendente la resiliente capacidad de las instituciones religiosas para echar el hombro y no abonar al colapso.

Para ejemplo, lo realizado por Cáritas Mexicana -de la Iglesia católica- la cual articuló entrega de despensa y medicinas con el programa ‘Familias sin Hambre’ para aquellas comunidades afectadas por la crisis económica derivada de la pandemia y, a pesar de las adversidades económicas, se realizaron esfuerzos concretos en la atención de damnificados por las tormentas en el sureste mexicano (despensas, agua potable, colchonetas, ropa, medicamentos).

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días realizó donaciones diversas: 4 toneladas de insumos contra COVID, recursos para la distribución de 38 mil despensas y, en recientes fechas, entregaron una donación de 140 mil pesos y equipo de cómputo con un costo de 37 mil 200 pesos al primer Centro de Asistencia Social para la Atención de Niñas, Niños y Adolescentes en Situación de Migración. Otras congregaciones religiosas de denominaciones cristianas y no cristianas también han auxiliado en la medida de sus posibilidades a localidades en necesidad.

Y llaman la atención estos gestos pues, en una sociedad secularizada que señala con facilidad a las iglesias como promotoras del rezago cultural o que les cuestiona su ‘indignante riqueza’, parece no tener un pequeño gesto de gratitud con estas organizaciones que, compartiendo la misma crisis, no cejan en su labor humanitaria y solidaria.

Instituciones que, sin asomo de vergüenza son atacadas como promotoras de la ignorancia del pueblo sean las que aceptan con pesar el cierre de sus templos, la suspensión de sus peregrinaciones y actos multitudinarios, para dar ejemplo de prudencia y sensatez a las poblaciones.

Está por llegar el carnaval a la vida social y política de la mayoría de los pueblos; además, están por arrancar con más recursos las campañas políticas. En este panorama, las iglesias siguen llamando a la mesura, a la paciencia y a la prudencia incluso en contra de sus propios intereses.

Así como lo hicieron esta semana los pueblos de los volcanes, acordaron cancelar las festividades, pero ¿los políticos harán lo necesario para cuidar a los ciudadanos? Quizá ese carnaval no se cancele del todo.

Felipe Monroy
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe

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