Felipe Monroy

Señales vaticanas al episcopado mexicano

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Dice el refrán de la diplomacia vaticana que “de Roma viene lo que a Roma va”; que en el fondo sólo explica que la Santa Sede no se involucra en asuntos locales sino hasta que éstos piden consejo o apoyo al Vaticano. Es decir, es sumamente raro que de Roma surjan instrucciones u orientaciones inmotivadas, dirigidas a las Iglesias nacionales o locales; sin embargo, sí hay un instrumento de influencia y comunicación que tiene su propia naturaleza y su propio mensaje: se trata de los imprevistos nombramientos episcopales.

Desde hace décadas, la maquinaria eclesiástica mexicana ha pulido con mucha eficiencia los procesos de promoción episcopal. Gracias a una buena relación burocrática con la Santa Sede y a una sistematización en la evaluación, valoración y seguimiento de los candidatos al colegio episcopal, los obispos mexicanos han sido el principal estructurador de su propio episcopado. Cumplen la máxima: Los informes que van a Roma de sus sacerdotes candidatos a obispo (con dos evidentes aduanas: la Conferencia del Episcopado Mexicano y la Nunciatura Apostólica en México) casi siempre retornan en forma de nombramiento episcopal. Sucede igual con las promociones de obispos auxiliares a obispos diocesanos y de éstos a arzobispos metropolitanos; la carrera eclesiástica mantiene cierta disciplina en los escalafones jerárquicos.

Este mecanismo funciona, pero de vez en cuando es Roma la que sorprende con intuiciones que en ocasiones rebasan los mecanismos ya probados. El 21 de junio pasado, la Santa Sede liberó el anuncio del nombramiento del sacerdote yucateco, Luis Alfonso Tut Tún como obispo auxiliar para la Arquidiócesis de Antequera-Oaxaca. El nombramiento no es necesariamente inesperado pero sí repentino y quizá ligeramente anticipado cuyo objetivo no parece ser otro que el de apoyar en un momento clave a la Iglesia mexicana, especialmente en lo que respecta a las relaciones tanto políticas como comunicativas que el episcopado nacional estará obligado a atender con las autoridades civiles en el país.

Tut Tún es un sacerdote yucateco de 46 años, originario de Acanceh (apenas a 30 kilómetros de Mérida), recibió el orden presbiteral a los 28 años e inmediatamente fue enviado a Roma a estudiar en el Pontificio Ateneo de San Anselmo; regresó a la Arquidiócesis de Mérida y realizó un intenso trabajo como vicario parroquial, capellán, asesor de movimientos laicales y profesor de seminario. Sólo estuvo cortos meses en su patria para ser enviado nuevamente a Roma como oficial de la poderosa Congregación para los Obispos de la Santa Sede.

Durante 13 años, Tut Tún trabajó en las entrañas del Vaticano primero para el legendario cardenal Giovanni Battista Re (hoy, decano del Colegio de Cardenales) y después para uno de los más activos funcionarios vaticanos, el cardenal canadiense Marc Ouellet, quien retuvo al sacerdote mexicano durante toda una década y hasta que la reforma de la Curia Romana y su constitución apostólica Praedicate Evangelium entraron en vigor en junio del 2022. Al finalizar ese verano, Tut Tún volvió a México para ser atinadamente enviado a labores parroquiales por el arzobispo de Mérida, Gustavo Rodríguez Vega; una designación que cumplía con la preparación episcopal actual puesto que los candidatos al solideo idealmente deben cumplir con experiencia como formadores, como funcionarios y como pastores. Sin embargo, nuevamente con gran celeridad, Tut Tún es promovido por la Santa Sede como obispo auxiliar en Oaxaca.

El perfil y las altas cartas credenciales romanas del sacerdote Tut Tún como obispo auxiliar para la arquidiócesis comandada por Pedro Vázquez Villalobos (quien debe presentar su renuncia en un par de años) incluso confundieron a la prensa local creyendo que el papa Francisco marcaba la sucesión anticipada del jaliciense. Nada más lejos de la verdad y, sin embargo, el vertiginoso nombramiento de Tut Tún quizá sí conlleva un mensaje desde el Vaticano a la Iglesia mexicana.

En el último lustro, la Iglesia en México ha mostrado interés de participar en el debate público en muchos temas; y no siempre en su agenda prioritaria (dignidad humana, construcción de paz, evangelización, misión, caridad comunitaria) sino en asuntos limítrofes de lo político-partidista e incluso en lo técnico-administrativo del Estado mexicano. Ha pasado una década desde aquel discurso del papa Francisco dado el 19 de mayo del 2014 a los obispos mexicanos en visita Ad limina (“A los Pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral”) y no se deja de caer en la misma tentación: si la agenda política mexicana es caótica, por ello parece una obligación de la jerarquía eclesiástica querer explicarla o arreglarla a fuerza de comunicados o intervenciones mediáticas. Perseguir los desenfrenados carruajes faraónicos (las agendas de poder fáctico-comunicativo) hace perder con frecuencia la perspectiva de las urgencias reales e inmediatas del pueblo creyente y de la ciudadanía.

La distancia emocional con la política mexicana y la probada experiencia del obispo electo Tut Tún en las más arduas esferas pontificias son una señal inequívoca desde la Santa Sede para que la Iglesia nacional comience a reflexionar en los perfiles de servicio y representación que requerirán las próximas elecciones en la Conferencia del Episcopado Mexicano.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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