Felipe Monroy
Sinodalidad: la radicalidad de un nuevo horizonte
En el décimo segundo año de su pontificado y ante la décima tanda de cardenales creados por él, el papa Francisco puso en el centro de su mensaje su intención de que la Iglesia católica revalore su misión en “el riesgo del camino”. A los purpurados, que en otros tiempos se les consideró “los príncipes de la Iglesia”, ahora les pidió ser “artesanos de comunión y constructores de unidad” pero además “misioneros en el camino” para encontrarse ahí donde están las historias y los rostros de aquellos que necesitan signos de fraternidad, humildad, asombro y alegría.
Ha sido un intenso año para Francisco, entre los viajes apostólicos y la clausura de la segunda sesión del ‘Sínodo de la Sinodalidad’, se dio tiempo de concretar su cuarta encíclica apostólica ‘Dilexit Nos’ y animar los preparativos para el Jubileo Ordinario 2025 que lleva el lema ‘Peregrinos de Esperanza’. Sin embargo, en su mensaje a los cardenales condensa un par de ideas que confirman el nuevo horizonte para la Iglesia universal: que el camino parece ser hoy más importante que el destino; y que la audacia es una actitud que no debe ser proscrita a priori ni prejuzgada por las estructuras eclesiásticas.
No parece mucho, pero en el fondo, la Iglesia Católica está explorando un camino radical de transformación mediante ese proceso sinodal impulsado por el papa Francisco. La sinodalidad, al ser más una ‘invitación’ que una ‘indicación’, ofrece a los miembros de la Iglesia entrar en un movimiento que no es simplemente un ejercicio administrativo o instruccional, sino una profunda reimaginación de cómo la comunidad eclesial comprende su misión y su identidad.
El Sínodo sobre la Sinodalidad hoy representa un giro fundamental en la comprensión tradicional de la estructura eclesial en la que necesariamente haya más escucha y más diálogo; más apertura a la gobernanza colaborativa; y una renovada vitalidad espiritual centrada en la conversión y en la actitud misional. Es decir, ya no se trataría de ser una institución jerárquica cerrada, sino una comunidad dinámica y participativa que busca escuchar todas las voces, incluso aquellas históricamente marginadas.
El proceso sinodal en varias partes del mundo así lo demuestra: El año pasado, la Conferencia de Obispos Católicos de Brasil invitó a una mujer transgénero a que expusiera su historia de resiliencia espiritual y, al final, el diálogo demostró cómo la escucha genuina puede transformar percepciones largamente arraigadas.
O en Filipinas: hoy la Iglesia local abre espacios a jóvenes profesionales y teólogos que están reconfigurando el diálogo eclesial, introduciendo perspectivas sobre justicia social y responsabilidad ecológica en espacios universitarios y laborales. O lo que sucedió en una aldea de Kenia: el proceso sinodal “suavizó los modelos jerárquicos tradicionales” –así lo menciona el documento sobre ‘Caminos Africanos de la Sinodalidad’ publicado en 2023– y ahora son las mujeres mayores y las jóvenes las que participan por primera vez, colectiva y fraternalmente, en decisiones parroquiales relevantes. Finalmente, en el corazón europeo, varias parroquias católicas alemanas construyen puentes interreligiosos sin precedentes. A través del diálogo, sin prédica ni propagandas, la comunidad se siente recibida a compartir de manera auténtica su realidad cultural y espiritual.
Los elementos centrales de esta transformación incluyen una toma de decisiones más descentralizada, mayor participación laical, transparencia sin ambages, un mayor énfasis en el diálogo y reconocimiento de diversas experiencias espirituales. No se trata de una revolución, sino de una evolución orgánica eclesiástica que recupera aspectos fundamentales de la tradición eclesial.
Hoy la sinodalidad está desarrollándose como un ‘modus vivendi et operandi’ que afecta el estilo, las estructuras y los procesos de la Iglesia. Que implica una corresponsabilidad donde la autoridad se ejerce mediante el discernimiento colectivo, escuchando atentamente lo que el Espíritu sugiere a través de la comunidad.
No todos los creyentes católicos –mucho menos sus pastores– han adoptado este estilo de convivencia y servicio. Pero es comprensible que haya resistencias porque la búsqueda de la unidad armónica –en contraposición a la unidad monolítica–; la disposición a la permanente conversión personal –en lugar de sólo juzgar y condenar al prójimo–; la promoción de un profetismo social –que cuestione el pensamiento dominante–; y la actualización del lenguaje eclesial –especialmente para dar reconocimiento a la contribución de las mujeres en la Iglesia– no son actitudes que puedan asumirse por indicación, sino por andar el camino y comprender sus riesgos.
Es por ello, que la implementación de la sinodalidad como actitud eclesial no será uniforme ni inmediata. Dependerá de los contextos culturales y eclesiales de cada país y región, y encontrará resistencias aunque, también por ello, logrará abrir nuevos horizontes para esas dificultades.
Habrá que recorrer esa vereda para ver si el proceso sinodal realmente logra crear metodologías más inclusivas y receptivas mientras atiende los grandes desafíos contemporáneos. Se anticipa que será un camino complejo pero esperanzador; un nuevo horizonte que no teme a los riesgos de andar por las veredas de la inclusión, el diálogo y la corresponsabilidad. Veremos.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe