Felipe Monroy

Todos los cuadros, el cuadro

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La conformación de cuadros políticos es una tarea imprescindible para las organizaciones partidistas cuya necesidad vital es crecer, mantener la disciplina y formar más grupos sociales bajo los principios y valores ideológicos de su movimiento político. Funcionan, además, como una maniobra de pinza porque mientras fortifican las estructuras centrales de operación política del movimiento también gestionan avanzadas a los flancos más periféricos de la sociedad para seducirlos e integrarlos.

Bajo la teoría del Partido-Estado, los cuadros son grupos de intelectuales-actores comprometidos, activos y experimentados, su fidelidad a los principios políticos los convierte en los mejores operadores del desarrollo del movimiento, al tiempo de revestirlos con atributos moralizadores para vigilar, denunciar, premiar o sancionar los comportamientos de los integrantes del movimiento.

Los cuadros políticos sirven además para forjar proyectos transgeneracionales pues en la formación de los mismos, en la fidelidad a las estructuras y a los principios, se encuentran los personajes de recambio, la renovación de los liderazgos que mantengan la esencia aunque los tiempos y los desafíos vayan cambiando. En México, la institución partidista que hizo de la formación y la operación de los cuadros todo un arte y, al mismo tiempo, el andamiaje de la cultura política nacional fue el Partido Revolucionario Institucional.

Todos sabemos que, en el pináculo de su poder comenzó -paradójicamente- el camino hacia su derrota. No hay razones aisladas que expliquen ese fenómeno; sin embargo, la historia nos permitió ver algunos factores. En primer lugar, cada vez fue más difícil encontrar orígenes “saludables” de los cuadros partidistas, esto es: grupos o gremios, locales, comunitarios o incluso vecinales, cuyo reclutamiento no estuviera estigmatizado por el inmenso andamiaje estructural de intereses vulgares de cuotas y cuates, y de una abyecta obediencia aferrada a recompensas cada vez más insustanciales.

Y, en segundo lugar, la ‘elitización’ de los cuadros superiores del partido revelaba un proceso de enfermedad sistémica del propósito de los cuadros (fidelidad y formación). Los cuadros ‘superiores’ no tenían los mismos objetivos de los cuadros ‘inferiores’; pues mientras a los primeros se les privilegió de un abuso de poder bajo una doctrina y principios distintos a los aplicados en cuadros ‘menores’; eran estos últimos los que masivamente quedaban a merced de otras ofertas políticas.

Evidentemente, esto no es lo único que favoreció el viraje político-partidista de grandes porciones de la sociedad mexicana en los últimos veinte años (un largo periodo de cinismo corruptor y pésimas decisiones en materia de administración pública también ayudaron); pero sí quizá explique el veloz crecimiento de los nuevos cuadros políticos del partido hoy en el poder: la formación de la cultura política-partidista ya estaba nutrida por una lógica de participación, interés común y valores compartidos; y, al mismo tiempo, la identificación de la sincronicidad de las fuerzas adversarias era evidente para todos, menos para los partidos que desde nomenclaturas distintas obran idénticamente.

Pero, ¿por qué es relevante reflexionar sobre esto ahora que los nuevos cuadros partidistas en control de las principales estructuras de toma de decisiones experimentan una cúspide de identidad, orden, disciplina y poder? Porque la aceleración de los procesos de gestión, control y dominio también puede afectarles de manera más vertiginosa: nadie puede ocultar la trágica ironía de que los dos nuevos líderes partidistas, hijos sanguíneos de encumbrados líderes del movimiento, conserven la consigna democrática contra el nepotismo y el privilegio estructural de las dinastías familiares.

Sólo quien tiene poca memoria –o poco interés de aprender del pasado– podría hoy valorar las moralizaciones que los viejos líderes de los cuadros encumbrados del poder hacen sobre los cambios políticos que se gestan; pero también un desmemoriado –voluntariamente o no– podría estar repitiendo los mismos errores que llevaron a la debacle a aquellos ideales políticos que soportaron en el pasado a las más sólidas estructuras político-partidistas.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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