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Opinión

Frente a la inseguridad

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A estas alturas es claro que el cambio de régimen en México no contagió de buenismo cívico a los antisociales del país. Además del crimen organizado, la violencia en lo que va del año parece indomable y muy poco parece prometer la Guardia Nacional con los malabares entre los derechos humanos y su cuestionado mando militar. En el fondo, se están agotando las estrategias desde la fuerza pública, hay que comenzar a pensar en acciones desde otros valores sociales y culturales.

Este mes inició con un tenebroso panorama sobre el tamaño de la violencia. No sólo por los 81 asesinatos del primer fin de semana de abril o el promedio aproximado 157 mil delitos comunes por mes que registra el Sistema Nacional de Seguridad Pública; también los efectos económicos ponen en alerta a la administración pública. El Instituto para la Economía y la Paz, por ejemplo, aseguró que el costo de la violencia en México es de 5.16 billones de pesos, es decir: 24% del Producto Interno Bruto Nacional. Un capital que seguro es muy doloroso perder para un régimen que busca remediar los desequilibrios económicos de sus gobernados mediante subsidios universales.

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Es muy difícil pensar las acciones policiales o militares puedan revertir esta tendencia en el corto plazo; que el escenario pueda dar un giro suficientemente positivo. Y, sin embargo, la actitud social frente a este panorama sí es importante en el proceso.

El filósofo Tzvetan Todorov en ‘Insumisos’ plantea la idea de que, a pesar de que la moral y la política se encuentran en las antípodas por su naturaleza y fines, en ocasiones las cualidades morales pueden convertirse en un arma política. Incluso más poderosas que las balas o la cárcel. Las cualidades morales -apuntaría Andrea Riccardi, fundador de la comunidad Sant’Egidio- pueden ser esa fuerza débil que no tiene armas ni recursos pero que es real y, a su modo, poderosa.

El miedo, el victimismo y la autopreservación, por ejemplo, generan más violencia; y, por el contrario, la sana indignación, la compasión y el heroísmo humanitario remedian tensiones, proveen espacios de paz.

Sin embargo, esas actitudes morales no suelen tener espacio en nuestro consumo cotidiano de noticias, de cultura o de diálogo social. No solemos conocerlas y, si no las vemos, es difícil que las aprendamos o las reproduzcamos. Pero, como apuntó el teórico arquitectónico Steven Holl: “Incluso la luz que no se ve con los ojos, se puede sentir”. Hay pequeñas rendijas de luz que iluminan el escenario social de México: a veces en colectivos humanitarios de acciones concretas a favor de los derechos humanos, migrantes o poblaciones vulnerables; a veces en forma de espacios de formación, auxilio, escucha u orientación comunitarios.

Cientos de organizaciones operan diferentes dimensiones de acción política y lo hacen desde sus principios y cualidades morales. En este año, la Conferencia del Episcopado Mexicano -por ejemplo- puso en línea un mapa interactivo con los centros de acción humanitaria que la Iglesia católica ofrece en el país en forma de comedores, centros de escucha, orfanatos, geriátricos, dispensarios médicos, albergues para pacientes con VIH, etcétera; aún no compila toda la información, pero cada punto en ese mapa es una oportunidad para que la luz sea sensible. No es la única institución, cientos de asociaciones religiosas, grupos cívicos, organizaciones no gubernamentales, centros académicos y hasta colectivos vecinales hacen algo en la medida de sus capacidades.

No se malinterprete: frente al crimen organizado, el narcotráfico y la delincuencia siempre será importante la acción directa de la ley y de disuasores de las actitudes antisociales; pero el verdadero cambio, la ruptura de modelo violento pasa invariablemente por la sensibilidad ante estas obras sociales. Obras que, incluso si no las vemos, podemos conmovernos por todo el bien que hacen sin esperar un solo voto o punto de aprobación social.

@monroyfelipe

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Columna Invitada

Políticas públicas para la paz

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Por Antonio Maza Pereda

El pasado 11 de marzo, como se comentó en estas líneas, hubo una reunión de obispos, miembros de la orden jesuita, religiosos y religiosas, así como seglares católicos organizados, junto con la prensa y una gran variedad de invitados. Reunión diseñada para recibir a los candidatos a la presidencia de México. En el evento se le pidió su adhesión a un programa para lograr la mejora de la paz en nuestro país. A los candidatos se les entregó con anticipación un diagnóstico y un amplio documento titulado: Compromiso por la paz, estrategias de políticas públicas para la paz. El diagnóstico se creó por los asistentes a una gran cantidad de foros sobre el tema, con más de veinte mil participantes, y el documento que en este artículo se comenta, fue elaborado por cincuenta expertos. Ahí se presentan ciento diecisiete estrategias de políticas públicas sobre la cuestión.

Es un documento valioso. Para el ciudadano normal, requiere de amplia difusión, debate y, posiblemente, habrá que aceptar que pudiera haber algunas ideas para enriquecer su contenido. Un buen trabajo, ciertamente esperanzador, que habrá que cuidar y vigilarlo, si es que queremos dejar a nuestros hijos una situación de paz sostenible.

De un análisis somero, cómo puede hacer un ciudadano común, se ve que se proponen algunas políticas de corto plazo, entendiendo por ello las que se cumplirían en un plazo de dos años. La mayoría de las propuestas son de mediano plazo, que se cumplirían dentro de un sexenio o de largo plazo, que requieren dos sexenios o más. Y un número interesante de planteamientos son de muy largo plazo, sobre todo aquellos que requieren de un cambio cultural de fondo, por ejemplo: lograr un Estado de derecho, o construir confianza entre ciudadanos y las fuerzas del orden. Cambios que podrían llegar a requerir, en algunos lugares, hasta una generación.

Para esas políticas de largo y mediano plazo deberían diseñarse logros de corto plazo, que puedan mantener el entusiasmo de la población en un asunto tan importante como este. A esta altura del asunto, no hay todavía un programa con tiempos, metas e indicadores de desempeño. Eso debería ser la primera actividad, una vez que se haya definido la sucesión presidencial y estas propuestas, esperamos, se hayan convertido en políticas.

Algo importante y realmente básico es que para varias de las estrategias se recomienda la participación ciudadana y de organizaciones intermedias no gubernamentales. Este es un punto fundamental. Si se pretende tener este tipo de apoyo en los tres niveles de gobierno, es bastante claro que un número muy importante de ciudadanos se requerirán, para hacer una vigilancia efectiva del cumplimiento de estas políticas. Además, habrá que considerar que se requeriría su capacitación, el apoyo para evitar que puedan ser violentados y, de manera considerable, dar soporte a estos organismos ciudadanos, de manera que no puedan ser cooptados por los partidos políticos o por la delincuencia.

Claramente, se necesita discutir y debatir a fondo estos planteamientos. La firma de los documentos no es una garantía suficiente para asegurar su cumplimiento. Y también es cierto que estas propuestas para la reconstrucción de la paz deberían considerarse como una obra en proceso. Tener en cuenta que este ha sido un esfuerzo titánico, pero que requiere todavía mucha clarificación. Sobre todo, establecer con precisión, hasta donde sea posible, cuál es la secuencia para su implementación, cuáles serían los indicadores de gestión que permitan saber si se está avanzando y poder intervenir a tiempo si la ejecución se está estancando. Así como establecer las prioridades que, casi con total certeza, dependerán de la disponibilidad de los recursos que, en este momento del proceso, aún no se han definido. Pero que seguramente serán cuantiosos. Habrá que ver cuál será el origen de estos recursos.

Probablemente, lo más importante de este punto es el hecho de que diferentes miembros de la sociedad civil han dado un paso al frente y se están haciendo responsables de participar activamente en el diseño de soluciones para un problema tan grave como este. Esto es algo único. Generalmente, la ciudadanía se ha limitado a señalar deficiencias, esperando de los políticos que ofrezcan soluciones. Un largo período de inoperancia de la clase política para contener el crecimiento de la violencia ha hecho que la ciudadanía ya no confíe en que ofrecerán diagnósticos y políticas suficientes.

Y no es que la violencia sea algo nuevo. Hay quienes dicen que el problema viene de los tres sexenios anteriores, pero claramente en nuestro país ha habido este problema desde mucho antes. Ya en 1909, se publicó en la prensa de los Estados Unidos una colección de artículos titulada “México Bárbaro”, donde se pintaba crudamente este tema en nuestro país. Ensañamiento que se ha incrementado por el desarrollo de armamento mucho más letal y el crecimiento importante de la venta de este. Ya en los finales del siglo XX, el gobernador de uno de los estados con mayor criminalidad en ese tiempo, dijo públicamente: “El problema no es la delincuencia organizada, sino la delincuencia desorganizada”. Con lo cual estaba haciendo referencia al hecho de que había una relación entre la policía judicial y los delincuentes, con lo cual se les establecían límites y territorios a cambio de no hacerles un combate frontal.

La crudeza del asunto lleva a la sociedad civil a dar un paso al frente. Y no es que sea el único tema. Problemas como la salud, la corrupción y la educación son probablemente tanto o más importantes que el asunto de la violencia y seguramente su solución contribuiría a la reducción de esta. Esos asuntos, siendo tan relevantes, no tienen un efecto tan agudo sobre el ánimo de la población. La solución de estos podría requerir seguir un proceso similar: diagnóstico y propuesta de políticas, así como el seguimiento social a su implementación.

Claramente, la clase política nos queda a deber. Ya no bastan declaraciones, descalificaciones y mecanismos similares para paliar el descontento de partes importantes, probablemente mayoritarias de la ciudadanía. La política es demasiado significativa para que sea el monopolio de los políticos. En esta situación de la paz, la ciudadanía está dando un paso al frente. Ojalá sea el primero en muchos de otros asuntos de los que adolece nuestra sociedad.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Felipe Monroy

La luna, el cosmos y la fe astronómica

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Con cierta recurrencia, surge entre creyentes y no creyentes la inquietud sobre cómo son definidas las fechas de algunas fiestas religiosas, especialmente la Semana Santa, la Pascua o el Ramadán. Es bien sabido que año con año, estos momentos de profunda religiosidad caen en fechas distintas y, para el orden secularizado occidental al que estamos acostumbrados, no es fácil seguirles la pista.

El cálculo y la forma de vivir estas fiestas religiosas tiene una explicación realmente sencilla pero sus implicaciones son más interesantes de lo que aparentan: están ligadas a la ciencia, a la naturaleza, a la observación del cosmos, al uso de la imaginación y de la conciencia de que la humanidad es apenas un espectador efímero y privilegiado de una danza cíclica y eterna la cual merece ser relatada tanto con el lenguaje de las palabras como con el lenguaje de la fe.

Para el mundo judío, la Pascua es la celebración de la liberación del pueblo hebreo; se festeja el día 14 de Nisán y comienza justo en la noche de luna llena después del equinoccio de primavera. El relato histórico-religioso es por supuesto fascinante: conmemora los auxilios que Yahvé hace para que Moisés y Aarón liberen de la esclavitud a su pueblo y lo conduzcan, no sin arduas tribulaciones, rumbo a la tierra prometida.

En el mundo cristiano, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección son la culminación de un largo itinerario de preparación espiritual. La Pascua cristiana se calcula casi igual que la Pascua judía; sin embargo, la celebración se mueve al primer domingo –día del Señor para los creyentes cristianos– después del primer plenilunio (la luna llena astronómica) después del equinoccio de primavera. A diferencia de la cultura hebrea, el cristianismo se nutrió inmensamente de la cultura astronómica griega y romana durante siglos y por ello el cálculo del Domingo de Resurrección ha convivido largamente con los calendarios lunisolares ancestrales que buscaron comprender los ciclos orbitales del sol y de la luna. Durante siglos fue el calendario alejandrino y hoy, el gregoriano.

Para los cristianos, la Pascua es la celebración de la Resurrección de Cristo; se conmemoran los días previos a su muerte (la Pasión) y también se cuentan hacia atrás los 40 días de preparación espiritual hasta el Miércoles de Ceniza que reflejan la consonancia de la ‘cuadragésima’, un número recurrente en la historia salvífica judeo-cristiana (cuarenta días de diluvio universal, cuarenta años del peregrinar hebreo en el desierto, cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto y un largo etcétera).

Finalmente, el mundo islámico también observa a la luna y define sus celebraciones junto a sus fases. El primer día del Ramadán -noveno mes del calendario islámico- comienza al día siguiente del avistamiento directo de la luna nueva y sigue el curso de la luna creciente (que incluso está en el símbolo nuclear del islamismo). Aunque en nuestros días hay esfuerzos por unificar el calendario islámico y así anticipar cíclicamente cuándo será Ramadán en los próximos años, aún hoy, la única manera de conocer el inicio de este mes sagrado musulmán es con la observación directa de la bóveda celeste y asentarlo en el calendario lunar Hijri, que tiene 12 meses lunares en un año de 354 o 355 días. Los musulmanes conmemoran todo este mes sosteniendo el ayuno mientras el sol está en el cielo para celebrar las revelaciones que Alá, a través del ángel Gabriel, hizo al profeta Mahoma para escribir el libro sagrado del Corán.

En nuestros días es importante recordar que prácticamente las tradiciones religiosas primitivas y trascendentales no son exclusivamente relatos arbitrarios de símbolos surgidos de la imaginación. Aquellos que comparan los relatos religiosos con meras ‘fantasías’ pecan de ignorancia y soberbia; y aún más: es probable que el hiperconsumismo capitalista esté sustentado en más ficciones que los relatos monoteístas ancestrales. En fechas recientes, por ejemplo, han sido publicados estudios sobre por qué las generaciones urbanizadas piensan que los envases de leche chocolatada proviene de vacas cafés y los empaques de leche natural, de las vacas blancas; y es famoso aquel relato de una joven que, teniendo un sano y fecundo limonero en casa, seguía comprando limones en el supermercado “porque creía que los limones venían de una fábrica o necesitaban algún proceso industrial para hacerlos consumibles al ser humano”. Es decir, el consumismo capitalista nos distancia de la naturaleza de formas jamás vistas bajo las concepciones religiosas ancestrales.

De esto también tienen algo de responsabilidad las instituciones religiosas que, en el afán de unificar criterios (como ahora lo están intentando en el mundo islámico), olvidan quizá una de las principales fuentes de la espiritualidad y la religiosidad humana: la contemplación de la naturaleza. El asombro que produce en el corazón humano nuestra capacidad de comprender designios cosmológicos y astronómicos, propios lo infinito y lo eterno, desde nuestra diminuta pequeñez y nuestra efímera existencia.

Pensémoslo de esta forma: Resulta anticlimático preguntar a un sacerdote, a un imán o un rabino cuándo comienzan los días sagrados y que éste responda mirando un calendario sobre su escritorio; imaginemos, por el contrario, que estos hombres –vínculos entre Dios y los hombres– contemplaran el firmamento, nos mostraran la luna y el sol, las constelaciones y los astros, y nos dijeran: “Contempla el día y la noche; el cosmos habla de nuestra historia y en ella estamos viviendo”. O como diría fray Luis de León: “¡Ay!, levantad los ojos / a aquesta celestial eterna esfera: / burlaréis los antojos / de aquesta lisonjera / vida, con cuanto teme y cuanto espera. // ¿Es más que un breve punto / el bajo y torpe suelo, comparado / a aqueste gran trasunto, / donde vive mejorado / lo que es, lo que será, lo que ha pasado?”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Columna Invitada

Compromisos por la paz

El evento “Compromiso por la Paz” fue un evento fuera de serie

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Por Antonio Maza Pereda

El pasado 11 de marzo tuvimos un evento fuera de serie.  La Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), que agrupa a los obispos católicos del país, junto con cincuenta asociaciones de la sociedad civil, se reunió por separado con cada uno de los candidatos presidenciales. El evento titulado Compromiso por la Paz, incluye un diagnóstico llevado a cabo por aproximadamente veinte mil personas y la presentación de propuestas sobre este asunto, elaboradas por cincuenta expertos en diferentes temas.

Es muy claro que el punto es la preocupación que la mayor parte de la población tiene, en este momento. De las propuestas de la 4T, probablemente es la que se percibe como una promesa incumplida.  A no ser que se quiera medir la paz exclusivamente por la reducción de los homicidios dolosos en unas cuantas entidades federativas. El lema probablemente mejor recordado en este aspecto, el de “abrazos y no balazos”, claramente no ha dado como resultado una reducción de la criminalidad en general ni de los delitos de alto impacto.

Los obispos católicos, que no han dejado de señalar estos problemas y de actuar de diferentes maneras, incluyendo impulsar negociaciones entre los diferentes grupos de la delincuencia organizada, mencionan como un punto de partida el asesinato de dos sacerdotes jesuitas en Chihuahua, hace más de un año. Evento muy mediático, pero que claramente no ha sido el único caso de asesinatos, extorsiones y otros tipos de violencia hacia el clero.

El evento tiene otro aspecto novedoso. En ocasiones anteriores, la CEM tenía reuniones a puerta cerrada con los candidatos presidenciales, de las cuales salía un boletín de prensa en un tono sumamente diplomático, hablando de la franqueza del intercambio y la buena voluntad para trabajar por el bien del país.  En esta ocasión ha ocurrido algo muy diferente.  Hubo más de un año de reuniones en diferentes ciudades del país, mayormente con asociaciones de víctimas, empresarios y algunos otros tipos de agrupaciones. Los resultados de esas reuniones se consolidan en un evento en Puebla y se genera un documento con propuestas para mejorar la situación del país en este aspecto. El documento se revisa y produce 117 propuestas, que se ponen a consideración de la ciudadanía y de los candidatos a la presidencia.

Seguramente en ocasiones anteriores se han hecho esfuerzos parecidos, pero el modo como se llevaba la interacción entre los obispos y los candidatos conducía a que había poca difusión pública de estos asuntos. Claramente, es una mejora importante, en el aspecto de hacer públicos los planteamientos del episcopado y trabajar conjuntamente con una parte de la sociedad para redactar propuestas.

Al evento se citó a la prensa, los candidatos con sus equipos de campaña, así como una cantidad de invitados, representando a otras religiones, etnias y diferentes asociaciones de la sociedad civil. A los candidatos se les entregó previamente el diagnóstico y las propuestas, así como el formato de compromiso, que se les solicitó que firmaran, documento que establecía la intención de que, de ser elegidos a la presidencia, harían todo lo posible para llevar a cabo esas propuestas.

El primer candidato, el maestro Jorge Álvarez Máynez, del Movimiento Ciudadano, recordó sus relaciones con los jesuitas y firmó el documento después de un discurso de 15 minutos, donde en principio se mostró de acuerdo con el diagnóstico y el compromiso. Siguió la Ingeniera Xóchitl Gálvez Ruiz, que se mostró muy entusiasta en cuanto al contenido del diagnóstico y las propuestas, ofreciendo que su primer acto de gobierno, en caso de ser elegida, sería tener una reunión con los obispos y los grupos que generaron este documento, para definir la manera de implementar esas propuestas.  La doctora Claudia Sheinbaum Pardo, quien fue recibida con mucha cordialidad por los organizadores, dijo que no estaba de acuerdo con una parte del diagnóstico, que llamó pesimista y, en particular, se inconformó con la aseveración sobre la militarización de la seguridad en el país.  Dijo que firmaría el acuerdo, agregándole un documento de varias páginas donde establece las partes del diagnóstico con las que no está de acuerdo.

Durante el evento, el secretario de la CEM dijo, en tono diplomático, que agradecía la franqueza de la candidata Sheinbaum, al dejar muy claro en qué aspectos del diagnóstico no estaba de acuerdo. Al día siguiente, el vocero del episcopado, padre Miguel Ángel Flores, quien fue rector de la Universidad Pontificia de México y es miembro de la Comisión Teológica Internacional, hizo declaraciones a la prensa comentando su reacción a las declaraciones de la doctora Sheinbaum. De lo cual destacó, entre otros temas, que “si no se reconoce una realidad, no podemos cambiar esa realidad”.

Quedan varios puntos por analizar, que son demasiado extensos para este artículo.  Por un lado, la representatividad del documento qué se les presentó a los candidatos y, al menos de manera general, el análisis de las propuestas, en cuanto a la factibilidad de que tengan consecuencias a corto plazo o cuáles, como parece ser el caso, son propuestas que requerirán varios sexenios para tener resultados. Como han sido algunas de las medidas que ha tomado la 4T en este aspecto.

 El punto más importante es que uno de los organismos que forman una parte considerable de la población, como es la Iglesia Católica, que abarca poco menos del 80 % de los ciudadanos que se declaran religiosos en los censos, está incorporando en su actuación a grupos de seglares, no únicamente católicos, pero a quienes los une una problemática común, que urge ser atendida.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Columna Invitada

Para que no se olvide: M8

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Por Antonio Maza Pereda

No celebramos. No felicitamos. No es un día de alegría. El Día Internacional de la Mujer, M8 como se le dice de manera sintética, es una conmemoración fúnebre. Esa fecha recuerda el fallecimiento de 129 mujeres trabajadoras que perdieron la vida en una fábrica de Nueva York en 1911. Las trabajadoras se habían puesto en huelga pidiendo mejoras salariales, los dueños de la empresa las encerraron con llave para que no pudieran abandonar los talleres; ocurrió un incendio, y las trabajadoras no pudieron huir, con el resultado que se comenta. Posteriormente, se definió esta fecha para recordar ese trágico hecho. No, no es una fecha para felicitar a las mujeres. Es una conmemoración. Es un hecho trágico y doloroso. Una fecha que hay que destacar, para que no se olvide. Para que recordemos que la situación de la mujer ha sido terrible por milenios. Y que falta mucho por lograr para que su situación sea, por lo menos, justa.

Después de un largo tiempo de conmemoraciones, claramente hay cambios. Y también es cierto que no todos ellos han sido para bien. Se han logrado avances en leyes y reglamentos, pero también es cierto que la violencia contra la mujer no se ha reducido. Incluso se puede decir que la pandemia trajo un incremento en el registro de reportes de violencia contra las mujeres. Es difícil decir con precisión cuál es la situación real. Una posibilidad es que ahora las mujeres se sienten más facultadas para denunciar los actos de violencia, mientras que todavía hace poco muchas lo veían como algo totalmente inútil e incluso una oportunidad para que las autoridades menores las revictimizaran. Todavía se dice, probablemente sin muchas bases, que solo se denuncia el 10 % de los delitos y de esa proporción denunciada, únicamente el 10 % termina en un dictamen judicial. Los números son demasiado redondos para ser creíbles, pero deben ser una proporción similar a esa. O sea, que el gran problema es la impunidad.

Un cambio importante en nuestra situación es que en las próximas elecciones federales, dos mujeres son las más probables triunfadoras para ser presidentas de la república y una cantidad significativa de mujeres triunfarán en los próximos comicios de nivel estatal y municipal. Y, lo más interesante, el hecho de tener una mujer en la Presidencia ha sido aceptado sin discusión. En los congresos federales y locales muchos puestos serán ocupados por mujeres. Lo cual claramente es un avance considerable. Es de esperarse que haya cada vez mayor proporción de mujeres en puestos de gobierno, y que también haya mayores probabilidades de que exista igualdad de derechos, en la práctica, para las mujeres.

Pero, claramente, eso no es suficiente. Desde hace ya algunas décadas ha aumentado el número de mujeres en puestos de autoridad y no hay una correlación con la disminución de la violencia contra la mujer. Es decir, aunque hay mayor proporción de mujeres en puestos de mando, el aumento de la violencia a las mujeres continua. Y esto es porque el gobierno solo puede actuar de algunos modos muy limitados. Puede establecer cuotas de género en algunas ocupaciones que domina, puede crear nuevas figuras de delito y aumentar sustancialmente las penalidades. Como se ha estado haciendo. Pero ninguna de esas acciones ha permitido reducir sustancialmente la violencia contra las mujeres.

Es muy importante que sigamos pidiendo, tanto hombres como mujeres, más acciones para evitar esta discriminación. Pero también es un hecho que la solución de fondo no viene del gobierno, viene de la Sociedad: de las costumbres, de la cultura, de la educación en la familia y en la escuela. Y es ahí donde se necesita una acción más decidida. Una determinación que debe ser de todos.

Hay muchos pendientes por resolver. La discriminación laboral, expresada en salarios inferiores para las mujeres, cuando tienen trabajos equivalentes a los de los hombres, así como el llamado “techo de cristal”, qué hace que haya una gran desproporción entre los puestos de nivel superior ocupados por hombres comparados con los ocupados por mujeres. Otros aspectos importantes, como pueden ser las guarderías y las escuelas de tiempo completo, que permitan a las mujeres tener trabajos con mejor nivel de remuneración. La conciencia de qué casi un tercio de los hogares son sostenidos por mujeres, lo cual hace insostenible el concepto de qué los hombres tienen que ganar más porque sostienen a los hogares. Hay que considerar los cambios sociales con mayor cantidad de madres solas y solteras, familias abandonadas por el varón y situaciones similares que hacen que las cargas laborales de la mujer sean cada vez mayores.

El tema de fondo, el más difícil: el de la violencia contra la mujer. La situación de 10 muertes por feminicidio al día, y el crecimiento de las violaciones, no se resuelven con cuotas de género y mayor acceso a los altos niveles de gobierno.

El asunto es fundamentalmente uno de convencimiento de la Sociedad, en su conjunto, de que no es posible continuar la situación que denuncian estas mujeres que ya perdieron la paciencia y que se manifiestan el 8 de marzo. Esto debería ser una preocupación fundamental de todos los mexicanos. En buena hora tengamos una mujer presidenta: seguramente ayudará. En buena hora es que haya más mujeres dispuestas a manifestarse públicamente y hacer sentir su disconformidad y su miedo por esta situación que ya ha durado demasiado. Esta tarea es una tarea de todos y los hombres tenemos que tomar conciencia de que no es una necesidad solo para las mujeres, sino para toda la Sociedad.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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