Columna Invitada
La paradoja Trump
Por Ignacio Anaya
Por más que duela decirlo, la era de Donald Trump todavía sigue, aunque su presidencia haya concluido. La polarización en Estados Unidos se ha intensificado, y un tema reciente ha generado debate y división: la imputación del controvertido expresidente. A pesar del fin de su mandato, Trump enfrenta múltiples acusaciones, como 34 delitos relacionados con falsedad en documentos y pagos para ocultar información perjudicial sobre su relación extramatrimonial con la actriz de contenido para adultos Stormy Daniels durante la campaña presidencial de 2016. Estas imputaciones marcan una nueva etapa política para Trump, involucrando posibles fraudes, infracciones en la financiación de su campaña, intentos de anular los resultados de las elecciones de 2020, obstrucción al traspaso pacífico del poder en 2021 y el manejo indebido de documentación clasificada.
A pesar de la gravedad de estas acusaciones, la paradoja Trump sugiere que un arresto podría ser percibido por sus seguidores como una persecución política en lugar de un intento legítimo de hacerle rendir cuentas ante la justicia, convirtiéndolo en una especie de “mártir” del patriotismo estadounidense. Esta percepción se debe en parte a la retórica de Trump y sus aliados, quienes han intentado afirmar la existencia de movimientos políticos en su contra y repitiendo en varias ocasiones que las denuncias hacia el exmandatario son un ataque a la nación. En este sentido, muchos estadounidenses verían cualquier acción legal como parte de un complot anti-Trump.
Esta situación representa un peligro para el país, ya que podría aumentar aún más la división política existente. Además, un arresto reforzaría la base de seguidores de Trump y serviría de impulso para su candidatura en 2024, si decide postularse nuevamente para la presidencia, algo que parece probable.
No obstante, es innegable la importancia de mantener el imperio de la ley y garantizar que incluso los expresidentes rindan cuentas por sus acciones. Evitar que Trump enfrente a la justicia por temor a las consecuencias políticas sienta un precedente peligroso y podría debilitar aún más la confianza en el sistema legal estadounidense.
Entonces, ¿cómo puede abordarse esta paradoja? La clave podría residir en garantizar la imparcialidad y transparencia en las investigaciones y procesos legales en curso. Hay que asegurar que las pruebas sean presentadas de manera clara y objetiva, sin dar lugar a acusaciones de sesgo político, es fundamental para que el público confíe en la justicia del proceso. Además, es esencial que los medios de comunicación y líderes políticos de ambos partidos eviten caer en la trampa de la polarización y, en cambio, se enfoquen en los hechos y la importancia de mantener la integridad de las instituciones democráticas. Lamentablemente, una solución parece utópica, ya que, por más pruebas o testimonios que existan, el fanatismo pesa sobre estos.
La paradoja Trump plantea la necesidad de reflexionar sobre el deterioro de las relaciones políticas y la confianza en las instituciones en Estados Unidos. La polarización y la retórica divisiva han facilitado el desarrollo de esta situación, lo cual lleva a considerar si es necesario replantear el sistema político que domina al país.
En última instancia, enfrentar la paradoja Trump es una prueba de fuego para la democracia estadounidense y sus instituciones legales. A pesar de los riesgos asociados con el arresto de un expresidente y las posibles consecuencias políticas, es crucial que se haga todo lo posible para garantizar que se aplique la ley de manera justa y equitativa. La alternativa, permitir que un individuo evite la justicia debido a su estatus político o el miedo a sus seguidores, podría tener implicaciones a largo plazo aún más peligrosas para el país.
Estados Unidos se encuentra ante un desafío único y complejo. Mientras Trump enfrenta múltiples acusaciones y cargos penales, su arresto justificaría, en mente de varios de sus seguidores, la idea de una persecución política, lo cual podría exacerbar las divisiones en el país. Para abordar este complejo problema, es fundamental garantizar la imparcialidad y la transparencia en las investigaciones y procesos legales, así como promover un discurso político más constructivo y menos polarizado. El caso de Trump debe, asimismo, servir de referente para otros países donde el populismo sigue siendo una constante.
La resolución de la paradoja Trump requerirá no solo de un enfoque legal sólido, sino también de un cambio en el discurso político y la mentalidad de los ciudadanos. Así entonces, quedará demostrado la relevancia de las instituciones democráticas y legales en Estados Unidos.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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Columna Invitada
Reconciliación nacional
Por Antonio Maza Pereda
Casi por entrar a los debates preelectorales frente a las elecciones del 2024, resulta interesante definir: ¿cuál es el gran tema? Porque se tratan muchos asuntos: la economía y su control por el gobierno, la violencia, la paz, democracia, gobernabilidad y muchos más. Pero, hasta donde me doy cuenta, nadie menciona el tema de la reconciliación nacional.
Probablemente, para que se mencionara ese asunto, algunos deberían de reconocer: ¿qué nos hace falta? La verdad es que todas las tendencias políticas, en mayor o menor medida, han contribuido a una gran polarización que divide a los mexicanos no solo en cuanto a los temas, sino en una auténtica siembra de odio. Y no es que uno espere que la reconciliación sea lo mismo que la unidad. De hecho, no lo es. La reconciliación tampoco es necesariamente la Paz. Porque un país puede tener una paz impuesta, cómo se da en el caso de las dictaduras, perfectas o imperfectas.
La reconciliación no se puede imponer. Esta se logra sobre todo por convencimiento, a nivel de los ciudadanos. Podría darse al nivel de los partidos, pero no es fácil lograrlo: muchas veces los propios partidos tienen profundas divisiones internas y aunque se presentan al público como un grupo con gran armonía, es muy frecuente que se requieran, para cada elección, importantes “operaciones cicatriz”, tratando de sanar las heridas internas.
Deberíamos de empezar por reconocer que todos hemos fallado. Los partidos y sus dirigentes han encontrado mucho más fácil el ataque que el convencimiento. Y como les cuesta mucho trabajo encontrar argumentos sólidos para sustentar sus afirmaciones, es mucho más fácil atacar a sus contrincantes. Hay una regla no escrita en los debates, que dice que el que empieza a insultar es porque se le acabaron los argumentos. Y esto es exactamente lo que nos está pasando.
Pero la ciudadanía también tiene parte de la culpa de este clima de crispación. Al no estar bien enterados de los temas y de la administración pública, también caemos en insultar, cuando se nos acaba la posibilidad de convencer. Porque muchas veces ni siquiera se intenta el convencimiento: lo que se busca es acallar a quien opina distinto y dejarlo silencioso. Un contrincante que sabe argumentar nos resulta extraordinariamente molesto. Y los organismos intermedios, los que están entre el Estado y el ciudadano, no han tenido mejor desempeño.
El punto fundamental para que se empiece a dar una reconciliación, es reconocer nuestras culpas. Como dicen los juristas, nuestras fallas culposas: aquellas que no han sido premeditadas, pero que ocurren por descuido, ignorancia o imprudencia.
Se propone, como parte de este proceso de reconciliación, la creación de comisiones de la verdad. Estas, que han sido establecidas en diversos países, no tienen una trayectoria verdaderamente exitosa. En parte porque, generalmente, se han dado después del triunfo de alguna fuerza política y se ha excluido a quienes opinan diferente. Estrictamente, se les podría llamar comisiones de la vergüenza, porque su propósito es exponer todas las fallas de los derrotados, de tal manera que queden tan apenados que no vuelvan a intentar levantarse y luchar por sus ideas.
Es cierto que sí hay quienes intentan una reconciliación nacional. Desgraciadamente, nos dan gran abundancia de diagnósticos y una gran escasez de propuestas. Y muchas veces dichos planteamientos terminan siendo ideas ciertas, pero poco prácticas, que tardarían mucho tiempo en dar resultados. Por poner un ejemplo, mejorar la educación cívica. Algo ciertamente fundamental, pero es muy difícil esperar resultados en un horizonte menor al de varias décadas.
Para bien o para mal, la solución está en manos de los “sin poder”. Asumir nuestro papel de ciudadanos mandantes, exigiéndole a los mandatarios en todos los niveles que dejen de provocar la división. Necesitamos un plan, pero también debemos estar conscientes de que todo plan para la reconciliación tendrá una larga etapa de acciones provisionales, sujetas a una revisión frecuente y con ajustes permanentes.
También requiere algunos aspectos que, más que de acción, son de actitud. Necesitamos reducir la culpabilización y reconocer hay muy pocos casos donde existe maldad pura. Hay que despersonalizar el diagnóstico, Encontrar las fallas sin buscar necesariamente culpables. Desideologizar el proceso de búsqueda de la Paz. Por supuesto, evitar rencores, venganzas personales o de grupo y otros temas similares.
Y no falta quien propone una amplia amnistía, una especie de “borrón y cuenta nueva”. Un tema sumamente interesante, pero que habrá que tratar en otra ocasión.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
Star Wars: la mezcla entre pasado y futuro
En Star Wars, vemos cómo la saga juega continuamente con conceptos de pasado y futuro.
Por: Ignacio Anaya
Hace poco se estrenó la serie de Ahsoka y, como buen fan de Star Wars, no podía perdérmela, estuviera buena o no. Sin caer en spoilers, en el tercer capítulo ocurre una persecución de naves espaciales y algo peculiar llamó mi atención: los vehículos tenían el diseño de aviones de la Segunda Guerra Mundial, pero, en lugar de volar en el cielo, se encontraban en el espacio. Eso, junto con unos láseres, fue suficiente para brindar al espectador esa dosis de ciencia ficción que espera de la saga.
En Star Wars, vemos cómo la saga juega continuamente con conceptos de pasado y futuro. Aunque la historia se sitúa en “una galaxia muy, muy lejana” y comienza con las palabras “Hace mucho tiempo…”, presenta una visión futurista con tecnologías avanzadas, sistemas políticos complejos y una amplia variedad de especies interconectadas. Desde ese momento, deja claro algo: el tiempo de la saga es mítico, no cronológico. En este sentido, Star Wars muestra un futuro que es al mismo tiempo pasado.
Es aún más interesante el hecho de que la saga comenzó en una historia con un pasado mítico, pero que luego se volvió crucial para comprender la trama posteriormente. ¿Eran necesarias las precuelas? No lo menciono en cuanto a su calidad; me considero parte de la generación que creció con ellas y, personalmente, es mi periodo favorito del universo de Star Wars. Lo que quiero destacar es cómo su existencia reconfiguró, en cierta medida, la manera de entender la saga. En las películas originales había menciones a una guerra de los clones; la Fuerza y los Jedi son un mito y la historia de Anakin Skywalker se encuentra fragmentada. Todo se revela con la aparición de las precuelas, décadas después.
¿Necesitamos saber qué pasó para tener una comprensión profunda? En la medida en que ese universo existe y es comprensible, siempre querremos estar al corriente. Ya sea conscientemente o no, los seguidores de la saga lo saben; por eso, cuando que hay una oportunidad de ver algo nuevo, lo hacemos… y luego llegan las críticas.
Ahora bien, como sucede con muchas narrativas, es difícil escapar del pasado o resistir el impulso de representarlo. Sin esa representación Star Wars no sería el producto final que conocemos. Al principio, mencioné el ejemplo de las naves en la serie de Ahsoka, pero es solo uno de muchos donde se observan elementos similares. En una entrevista con la revista Times el 29 de abril de 2002, un entrevistador preguntó a George Lucas por qué las mujeres en las películas tenían peinados peculiares, haciendo una obvia referencia a la princesa Leia. Lucas respondió: “En la película de 1977 (Una nueva esperanza), trabajé arduamente para crear algo distinto, fuera de la moda. Por eso, opté por un look revolucionario femenino al estilo Pancho Villa, que es lo que es. Los moños básicamente provienen del México de principios de siglo. Luego tuvo tanto éxito que se convirtió en algo icónico. En la nueva trilogía, se aplicó la misma lógica: intentar hacer algo atemporal.”
Además de mostrar la influencia mexicana en la saga, resulta interesante el comentario sobre el uso de estilos del pasado que se sienten atemporales. En una historia con una narrativa situada en un futuro que, al mismo tiempo, es pasado, los juegos temporales propician el anacronismo como estética de ese universo.
Esta combinación entre lo familiar (referencias históricas y culturales) y lo desconocido (tecnologías futuristas) podría interpretarse como nuestra incapacidad para anclarnos por completo en el pasado o proyectarnos plenamente hacia el futuro. Vivimos en un presente perpetuo, donde nuestras percepciones del tiempo y el espacio están en constante cambio. Star Wars, a pesar de su ambientación en “una galaxia muy, muy lejana”, capta este sentimiento al desdibujar las líneas lo que es pasado, presente y futuro.
George Lucas, consciente o inconscientemente, toca una fibra profunda al combinar lo familiar con lo extraño. Al optar por estilos “atemporales”, crea un universo en el que las categorías tradicionales de tiempo se desvanecen. La saga no es solo una obra de ciencia ficción, sino también una reflexión sobre la naturaleza del tiempo, la historia y la identidad. A través de ella, podemos analizar cómo entendemos y nos relacionamos con nuestro pasado y futuro, y de que manera esas percepciones influyen en nuestra experiencia del presente.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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