Opinión
Los dos papas, alegoría en búsqueda de unidad
Ciudad de México.— En estas épocas de hipersensibilidad hay que comenzar remarcando que The two popes (2019) es una comedia ficticia basada en hipotéticos acontecimientos donde dos personajes de la realidad son más bien mal comprendidos. Es decir, para quienes no tienen ningún conocimiento sobre la Iglesia católica (quizá excepto sus perfiles mediatizados), el filme no aporta juicio real sobre la compleja institución en su más alta jerarquía; y, por el otro lado, nadie que realmente participe en ella o la conozca en sus dinámicas podría molestarse por las faltas de veracidad o justicia porque es un filme a todas luces figurativo y no biográfico ni histórico.
En Los dos papas escuchamos más bien la voz de su sensible director Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, 2002) y, principalmente, del laureado guionista Anthony McCarten, quien es conocido por joyas narrativas de reinterpretaciones biográficas como Las horas más oscuras (Winston Churchill), La teoría del todo (Stephen Hawking) y Bohemian Rhapsody (Freddy Mercury).
McCarten compila la investigación de los personajes centrales Joseph Ratzinger/Benedicto XVI y Jorge Mario Bergoglio/Francisco para colocarlos en hipotéticos encuentros tras la muerte del papa Juan Pablo II y en las vísperas de la histórica renuncia del primero. Pero allí donde Meirelles acierta (elegantes secuencias de los cardenales en cónclave o la pequeñez humana en medio de los aparentemente eternos salones, patios y jardines pontificios), McCarten yerra al proporcionarle al director varios diálogos cargados de intencionalidad maniquea y figuraciones prejuiciosas sobre lo que evidentemente desconoce.
Nuevamente, eso no importa porque el filme no pretende reflejar la realidad sino interpretar algo que, desde fuera de la Iglesia católica parece verse como una gran brecha entre el conservadurismo disciplinar y el liberalismo tolerante en la Iglesia católica. Y allí está el verdadero interés de esta producción cuya banda sonora nos insiste en la jocosa morfología de este cuento extraordinario.
Al aprovechar el indudable talento histriónico de Anthony Hopkins como Benedicto XVI y el gran trabajo de Jonathan Pryce al encarnar al cardenal Bergoglio, Meirelles construye una compleja alegoría sobre cómo el mundo contempla a la Iglesia católica mar adentro del siglo que vivimos. Más que intentar responder quiénes son estos dos hombres, explora cuáles son las respuestas que millones de católicos alrededor del mundo esperan de uno y de otro.
Los pontífices Benedicto XVI y Francisco son ya las dos plantas sobre las que el cuerpo de la Iglesia católica ha de asentarse e involucrarse en el siglo XXI y, para el director -como quizá para muchos creyentes y no creyentes- parece inverosímil que haya lecturas tan discordantes entrambos.
Quizá por eso trastoca la historia y crea la oportunidad de un encuentro, de un diálogo en el que se exploren las razones entre la seguridad de la rigidez dogmática y el riesgo de la flexibilidad humanitaria. Los dos papas es una alegoría en búsqueda de unidad -algo difícil de encontrar por estos días incluso en la Iglesia-, y es la apuesta por un encuentro, improbable, pero dolorosamente necesario entre ratzingerianos y bergoglianos.
La sensibilidad de Meirelles y el catolicismo no practicante de McCarten ofrecen -quizá involuntariamente- una peculiar lectura sobre el debate más complejo en la Iglesia católica contemporánea. Se encuentra en el momento resolutivo de este ficticio encuentro, sucede después de que ambos personajes confiesan sus personales errores que cometieron y, tras comprenderse mutuamente, Bergoglio utiliza una frase apócrifa de Caritas in veritate, la encíclica de Benedicto XVI: “La verdad quizás sea vital, pero sin amor es insoportable”. En realidad, el citado documento expresa: “Las exigencias del amor no contradicen las de la razón” (CV, 30), aunque tiene todo el sentido la tensa reinterpretación: porque el filme tiene oportunidad de ser alegoría; pero la realidad, no.
Felipe Monroy @monroyfelipe
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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Felipe Monroy
En pos de las variables ocultas
Cada proceso electoral es único y, sin embargo, cada manual de campañas políticas enumera a detalle las variables que deben ser objeto de atención de los candidatos y su equipo estratégico: Desde la planificación, el financiamiento, el análisis de las localidades y de las necesidades expresadas por sus habitantes hasta la creación de la historia del personaje político, del programa de gobierno o de la imagen personal o del partido que se pretenderá relatar al electorado.
Pero no sólo, hay otros aspectos muy específicos en las variables pertinentes a atender como la publicidad, el marketing, la dispersión de recursos, la estrategia en tierra, la relación con los medios de comunicación, los entrenamientos, el juego de las encuestas, los debates, los actos públicos, las reuniones gremiales, los acuerdos cupulares, la evaluación, el social listening, los protocolos de crisis y un largo etcétera que involucra aspectos gerenciales-administrativos y de pragmatismo político.
Y, entre todo aquello, como un listón que intenta mantener atado cada aspecto, la campaña requiere de un núcleo discursivo y mensajes consecuentes para objetivos sumamente concretos. Contenidos donde caben las estrategias de desprestigio y de diferenciación de los adversarios, de exageración, radicalización, simplificación y toda la retórica de polarización posible.
Es decir, el juego de las campañas políticas es el juego de comprender, administrar y atender las variables que pueden afectar a una población que se encuentra tanto decidida como indecisa en su preferencia electoral; o como diría Andrés Lizarralde: “[Hay que] mimar al voto duro, avanzar hacia el voto blando (elector débil de los contrincantes) y convencer a los indecisos”.
Por lo tanto, saber leer esas variables es una de las mejores cualidades de cualquier estratega político; mientras que, por el contrario, no verlas es básicamente una derrota anunciada y, lo que es peor, no saber siquiera qué fue lo que se pasó por alto. Muchas veces estas variables se encuentran en el sentimiento social, en los rasgos culturales, en las condiciones afectivas o emocionales de las personas, en los significados que le dan a la certeza y a la esperanza, al prejuicio o a la apertura; dichas variables incluso en ocasiones están mutando junto a su uso de lenguaje, a su mirada analítica, a su identidad o su proyecto de vida, al trato que dan y reciben en su hogar, en el trabajo o en el espacio público. Las variables ocultas, por ejemplo, no están en los bienes materiales con los que cuentan sino en el sentimiento que les provoca tenerlos (o carecer de ellos); hay variables tan inasibles como los anhelos y los deseos sean estos puros y trascendentes o primarios y pragmáticos.
En el corazón de las campañas electorales a la gubernatura del Estado de México, por ejemplo, hay núcleos discursivos que enfocan las estrategias de cada candidata para atender estas complejas variables: “capacidad y valentía” para regir y administrar una de las entidades más conflictivas, desafiantes y productivas del país y “lucha de dignidad” como una lección histórica para cambiar al grupo político que ha gobernado el estado hasta ahora.
Como se ve, estos mensajes no están orientados a situaciones concretas de empleo, salud, educación, bienestar social o seguridad pública. Apelan a esas variables ocultas difícilmente evaluables incluso con potentes herramientas de social listening; nacen de una decisión y de una mirada que apuesta a tener la razón. Apelan a ese sentimiento que es incluso difícil de verbalizar, al reflejarse el elector en la candidata, de identificarse más como capaz y valiente para administrar la adversidad o como un auténtico luchador de la transformación cuya dignidad está en juego.
El problema no es que las variables no se puedan ver o que sean propiamente un arcano de la esencia social; en ocasiones simplemente se encuentran ocultas a los ojos de quien está tanto distraído como obnubilado. Como sucede con el ejemplo anterior, depende en gran medida de la mirada sociopolítica de quien busca dirigir, administrar o gobernar una localidad para hacerlas evidentes.
Por ello se torna indispensable hablar sobre estas variables ocultas; su presencia o ausencia depende más de la mirada de los aspirantes y los partidos políticos que de los instrumentos que puedan evaluarlas. Las variables ocultas revelan mucho más que una sensación de continuidad o de alternancia; de adhesión o repulsión política; de lógica o emoción electoral; de leyes, programas o promesas. Hablan de potencialidades y atavismos que no se reconocen, de prejuicios y certezas inconfesables, de eso que la escritora Toni Morrison nos advirtió: “utopías pensadas por gente que no está allí, utopías que creen aquellos que no serían aceptados ahí”.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
¿De dónde nos viene tanto odio?
Ningún atentado debe tomarse a la ligera, ni relativizar a través de una explicación superficial. Las razones que motivaron al varón octogenario a seguir una larga cadena de decisiones para intentar asesinar al arzobispo de Durango, en la catedral y tras la misa dominical, no parecen ser simples y tampoco deben ser instrumentalizadas para ninguna agenda integrista o antirreligiosa.
Quizá más adelante se ofrezca más información que ayude a comprender el relato, pero los datos hasta ahora conocidos refieren que el perpetrador de la agresión planeó larga y concienzudamente cada uno de sus pasos: Incluso antes de salir a la calle, el sujeto ató a sus antebrazos con cinta adhesiva dos cuchillos; entró a la misa dominical de mediodía en la catedral duranguense que ordinariamente es oficiada por el arzobispo Faustino Armendáriz Jiménez; eligió un asiento próximo al pasillo de entrada y salida del ministro; esperó al final de la ceremonia y observó cómo el mitrado ingresó en la sacristía que es el lugar donde los ministros de culto se revisten con la indumentaria litúrgica para los oficios sagrados.
El hombre esperó a que el religioso saludara y bendijera a los fieles y a la gente que había acudido a la celebración la cual era doblemente relevante. Primero porque se trataba del domingo quincuagésimo desde el Domingo de Resurrección con el que se cierra el tiempo pascual y en el que los católicos adoran al Espíritu Santo; y en segundo lugar, porque el 21 de mayo la Iglesia local celebra a los cinco duranguenses mártires de la Guerra Cristera, asesinados por el gobierno mexicano comandado por Plutarco Elías Calles.
El atacante esperó hasta encontrar una oportunidad para levantarse de la banca del templo, acercarse hacia Armendáriz y preguntarle a bocajarro: “¿Es usted el obispo?”. Según el propio arzobispo de Durango, él le respondió afirmativamente mientras observó cómo el anciano sacó uno de los cuchillos que llevaba escondido debajo de la manga de su sudadera y arremetió directamente sobre su persona con furia e insultos.
El pastor reaccionó oportunamente y eludió el filo del cuchillo empuñado por el octogenario; inmediatamente recibió ayuda de un sacerdote y algunos fieles quienes detuvieron y desarmaron al atacante; pronto la policía municipal fue advertida y los uniformados arrestaron al sujeto mientras éste continuaba insultando al obispo y éste le exigía saber por qué lo había atacado. Finalmente, el perpetrador del ataque fue llevado a la fiscalía para intentar comprender y la institución arquidiocesana de Durango asevera que presentará cargos formales contra el agresor.
Por supuesto, no es el primer obispo agredido aparentemente sin motivo en la historia de México.
De hecho hay una larga lista de casos y, para vergüenza de las instituciones de seguridad, la inmensa mayoría de aquellos jamás han encontrado explicación ni justicia. Uno de los más icónicos, por ejemplo, es el asesinato del arzobispo cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993; pero de los más de medio centenar de asesinatos de ministros de culto en los últimos 25 años, poco, muy poco, se ha resuelto y aún menos, se ha aplicado justicia.
Tan sólo en este sexenio, algunos de los casos de asesinatos de los sacerdotes aún esperan justicia: José Martín Guzmán Vega (asesinado a cuchilladas en 2019); José Guadalupe Popoca Soto (ultimado de un balazo en 2021); Gumersindo Cortés González (secuestrado y posteriormente asesinado por arma de fuego en 2021); Juan Antonio Orozco Alvarado (fraile franciscano víctima de un fuego cruzado en 2021); José Guadalupe Rivas (localizado sin vida en un rancho en 2022); y los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora (asesinados en el templo de Cerocahui mientras trataban de mediar la ira de un delincuente local en 2022).
Es claro que la seguridad pública ha sido la tara de los últimos tres sexenios; la descomposición social junto a las dinámicas de poder y privilegio simplemente no apaciguan los detonantes de la violencia y el crimen. Incluso en manos del Ejército y la Guardia Nacional, la inseguridad se mantiene como la condición ordinaria de buena parte del territorio mexicano. Lo peor es que las autoridades de seguridad parecen más interesadas en el espionaje (o ‘tareas de inteligencia’ como ellos las definen) contra defensores de derechos humanos e incluso contra propios funcionarios públicos federales que en entender y atender el problema de la agresividad, violencia y desprecio de la vida humana que ha calado en la sociedad.
De ahí que este malogrado atentado contra la vida del arzobispo Armendáriz no sea un asunto menor puesto que su cabal explicación ayudaría a comprender ciertos detonantes de violencia entre la población y emprender verdaderos caminos hacia la pacificación.
Fue evidente que la estrategia de confrontación frontal al crimen mediante estructuras corrompidas emprendidas en el sexenio de Calderón fue un enorme error; pero ante la ineficacia de la estrategia de seguridad de López Obrador habrá que recordar que para que la máxima de los abrazos antes que los balazos se cumpla, es preciso insistir en que la victoria no debe ganarse sobre el enemigo sino sobre el odio propio. Así que: ¿De dónde nos viene tanto odio?
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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