Opinión
Los retos de la post-democracia
Se realizó en Madrid, la XIV edición de la Cumbre Mundial de Comunicación Política, encuentro que reúne a los especialistas de las diferentes disciplinas que construyen las campañas de comunicación electoral, marketing político, de administración pública y contienda del escenario del debate social.
El encuentro convoca a un amplio espectro de profesionales que van desde la mera audacia creativa hasta la más sofisticada implementación de herramientas tecnológicas para comprender y modificar los patrones de conducta de electores o ciudadanos. Sin embargo, sólo muy pocos consultores -que ven más allá de la vorágine de creación o promoción de personajes- se han enfocado en la reflexión del modelo cultural, social y económico que supone esta tarea en este muy avanzado siglo XXI.
No es un tema menor. Mientras los políticos, sus partidos y grupos de poder siguen extasiados en las posibilidades que dan las tecnologías para la manipulación de las masas o decreciente ética o moral de los mercadólogos que hacen campañas de odio, miedo y fantasía, sólo un puñado de expertos visualiza con preocupación el futuro de la construcción del Estado, la ciudadanía, la democracia y la participación social.
La tesis es radical: Las democracias se han pervertido a tal grado que no sólo ya no representan la posibilidad de auténtico gobierno de los pueblos sino que adormecen la conciencia de los potenciadores sociales y simulan la cooperación entre grupos y naciones. Los indistintos ciclos de triunfo y derrota, de transiciones y alternancias, nada parecen representar para el verdadero desarrollo o bienestar de las estructuras y poblaciones. Por algún motivo aún complejo de explicar, la ciudadanía elige decididamente la mentira y la ignominia: el fanatismo pararreligioso, el anticientificismo radical, el egomesianismo político y la autopreservación onanista. Y el horizonte de este panorama es espeluznante: Entre el poder y la naturaleza humana se crea una distancia tan absoluta que la realidad se hace insoportable.
Paul Virilio (1932-2018), el filósofo de la velocidad y el poder, ya alertaba desde los años setenta que la sociedad tecnificada se encaminaba hacia “el accidente integral”, una colisión tan violenta que la realidad queda desgarrada. Y hoy en día, con las herramientas de comprensión y manipulación mental de la percepción, consumo y obediencia de los usuarios y audiencias, la política se aproxima hacia su horizonte de sucesos, hacia su ‘meteorito fractal’ que engulle de oscuridad todas las futuras confrontaciones entre lo real y lo ficticio, entre la verdad y la mentira.
Sin duda, la velocidad trae consigo la colisión y, en política, ese choque comienza a desgajar conceptos que ya no significan lo mismo como servicio, bienestar, seguridad, control, administración, confrontación, elección o participación. En la post-democracia, como en un agujero negro, la velocidad y masividad informática de los procesos superan al proceso en sí, el simulacro del poder vence a la política y la idea de la democracia somete a la democracia.
Como en una superautopista, el paisaje se torna borroso mientras se incrementa la velocidad; la comunicación política experimenta esa falta de visión si continúa en el torbellino caótico de sus ambiciones. Bajar la velocidad, detenerse un poco y mirar con amplitud el ambiente basta para optar por caminos que reencuentren las necesidades originales del hombre político, sus búsquedas legítimas, la verdad de su naturaleza y la dignidad de su servicio.
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