Opinión

Narrativa y memoria, comunicación evolutiva

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Ciudad de México.— Se podría intuir que un buen sistema de almacenamiento de información es suficiente para resguardar lo más importante de los hechos o la historia de los pueblos. La experiencia, sin embargo, nos indica que no: el papel se quema; los datos, se corrompen; los bytes se fragmentan y pierden en el inmenso océano de la red. Los muros se agrietan y los imperios caen. Esos sistemas tienen defectos, pero el principal es que no evolucionan por sí mismos.

Son muchas las organizaciones, empresas e instituciones que, deslumbrados por la velocidad y eficiencia de los sistemas digitales de publicación y almacenamiento, abandonaron la publicación en físico de sus hitos o acontecimientos. Algunas, muy pocas, se han dado cuenta que están por entrar en la segunda década del siglo sin acceso a grandes porciones de sus propias historias.

Inmensas cantidades de documentos, discursos o informes que nacieron y perecieron en versiones obsoletas de programación parecen haberse perdido para siempre; lo mismo sucede con toda la arquitectura de páginas de internet de la primera generación cuyos contenidos y metadatos se diluyen en el intangible abismo de códigos mutantes abandonados.

Y aunque hallásemos el mejor sistema de almacenamiento, tendría el problema intrínseco de la acumulación inexplorable. Explico: En los albores del siglo XVIII, un ávido y dedicado estudiante llegaba a la Universidad de Oxford con el objetivo de leer todos los tomos de la famosa biblioteca Bodleiana; al ver el vasto catálogo de centenas de miles de tomos concluyó que requeriría muchas vidas para poder leer todos los libros.

En los zapatos de aquel lector, el acervo de la biblioteca era desesperanzadoramente abismal; pero para nosotros, el espectro del contenido alojado en la internet global es todavía más angustiante. ¿Cómo nos aproximamos a nuestro contexto entonces? ¿Cómo habremos de recurrir a esos depósitos de información si no es a través del relato o la memoria?

La memoria de los pueblos es mucho más que mero almacenaje, resguarda más riqueza que el soporte en que se plasman los fragmentos de su historia y realidad. Porque la memoria es un acto humano colectivo, dinámico y mutable que busca su lugar en el contexto desde donde se convoca. Tenía razón el estudiante, se requieren muchas vidas para asimilar esa memoria, pero no muchas en una sola persona sino muchas personas y sus vidas para explorar, comprender y transmitir esa memoria.

Si en algo sabemos se destacaron las comunidades tradicionales fue en la transmisión oral de sus historias. En nuestros días no sólo las leyendas o los relatos de moraleja se transmiten con esa intención de preservación; el propio lenguaje, el idioma materno, es un empeño de preservación cotidiano frente a las nuevas expresiones mediatizadas. Incluso los sueños, las esperanzas, los aprendizajes y la identidad se abren camino trabajosamente en este fragmento existente entre nuestro pasado y nuestro futuro.

Por supuesto, distamos mucho de ser una comunidad tradicional, pero continuamos interpretando, asimilando y separando fragmentos de nuestra historia para convertirla en memoria trascendente en nuestras vidas. Al narrar afrontamos esta realidad dinámica de la memoria colectiva para que signifique algo ahora y pueda, con suerte, inquietar al futuro.

Pensemos en México y en el ejercicio de memoria e identidad que las generaciones que nos sucedan habrán de hacer sobre nuestros días: sobre el destino de los desaparecidos, la desidia ante la corrupción, la indiferencia ante los desesperados, el descrédito de las desgracias o la irracionalidad ante la realidad. ¿Cómo confiar en la memoria cuando nuestros relatos se parecen a lo que el historiador Germaine Tillion acusó: “Aquí todo es pasión, y allá sólo razón; en ambos casos es poco”?

Por lo pronto, y en ejercicio de la narrativa consciente de lo que como nación vivimos estos días y los que han pasado, hay que asimilar que los medios de transmisión y almacenamiento de información son sólo herramientas, que sus inconmensurables datos perecerán efímeros si no entran en nuestra propia historia e identidad, que el ejercicio de la escucha abierta, del diálogo compartido y del relato comprometido construye memoria, viva, útil, edificante.

No. La memoria no es un mero repositorio de lo que existió sino también un atisbo hacia los sueños y esperanzas que alguna vez se anhelaron para nuestro tiempo; una elección tomada y una decisión por asumir.

@monroyfelipe

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