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Felipe Monroy Felipe Monroy

Felipe Monroy

Quema de templos y efigies: indignación sin respuesta

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Felipe de J. Monroy*

Las imágenes y relatos de los acontecimientos que están cimbrando a la sociedad canadiense en estos días dejarían estupefactos a nuestros antecesores: La quema de templos y el derribamiento de efigies de las reinas de Inglaterra en varias localidades de Canadá serían comparables con signos del fin de una época.

Sin embargo, en nuestra vida oceánica de información apenas conviven con algunas noticias cotidianas y varios memes de moda; una mala noticia para aquellos que verdaderamente desean atemperar, comprender y ofrecer una mirada futura de convivencia sin menospreciar la gravedad de los terribles hechos del pasado.

Todo recomenzó en mayo pasado con el descubrimiento 215 cadáveres de niños indígenas en indignas fosas en los patios de antiguas escuelas residenciales para nativos que el gobierno canadiense patrocinó desde 1874 y que varias fueron operadas por instituciones misioneras cristianas. Más tarde se hallarían otros cadáveres en otras de estas instituciones con las que el gobierno buscaba ‘asimilar’ a los niños indígenas en la cultura occidental.

Hay que recordar que la última de estas escuelas cerró apenas en 1996 y, tras varias denuncias de abusos, en 2006 el gobierno canadiense y las iglesias acordaron destinar dos mil millones de dólares a un paquete de medidas orientadas a indemnizar a 8 mil sobrevivientes de estos centros.

Sin embargo, en 2008 se abrió una Comisión de Verdad y Reconciliación para esclarecer los tipos de agresiones que se cometieron contra los niños y contra su cultura. La primera etapa de los trabajos de la Comisión concluyó en 2015 y los trabajos se institucionalizaron en un Centro Nacional para la Verdad y la Reconciliación.

El descubrimiento de los cuerpos de los niños indígenas volvió a abrir la herida y evidenció al menos un par de cosas: Que el gobierno y las iglesias en Canadá aún no han hecho lo suficiente para auxiliar en el esclarecimiento del pasado reciente de la nación; y, que algunos sectores sociales han expresado la justa y comprensible indignación a través de actos de irracionalidad absoluta.

Hasta el momento se tiene registro de una docena de iglesias católicas vandalizadas, varios templos incendiados; también hay reportes de agresiones y el derribamiento de efigies de personajes ligados a la colonización y construcción de las instituciones canadienses. Los actos congregan a varios cientos de personas que arremeten con rabia contra lo que parecen considerarse los ‘símbolos’ de una opresión. Tras la furia, sólo destrozos. ¿Es esa la respuesta que busca la sociedad canadiense hacia su reconciliación?

En ‘El hombre en busca de sentido’ el psicólogo Víctor Frankl hace una declaración temeraria: “Cada época tiene su propia neurosis colectiva”. A mediados del siglo XX, después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, Frankl aseguraba que la neurosis de su época era provocada por el ‘vacío existencial’. Ya bien adentrados en este siglo transcultural, transmoderno y transcendente, nuestra neurosis colectiva parece ser una verdadera lucha por la identidad: la nuestra y la de nuestro pasado.

Algo es claro, las fosas clandestinas en colegios cristianos de niños indígenas que fueron arrebatados a sus familias y arrancados de su cultura son uno de los muchos ejemplos de los horrores de los que la humanidad es capaz por defender ciertas ideologías políticamente correctas de cada época. La casi siempre perversa alianza de las iglesias y las religiones al poder temporal ha sido despreciable desde -literalmente- tiempos bíblicos y, sin embargo, siempre habrá grupos que busquen la comodidad de sermonear, disciplinar y dogmáticamente, desde el palacio del rey en lugar de andar descalzo en los abismos escarpados de la creación proclamando con voz y vida el amor a la fe.

La pasmosa inacción de las autoridades civiles y religiosas ante el iracundo clamor de la sociedad sólo refleja el frío cálculo político de sus ministros; gobierno e iglesias están urgidas a tomar decisiones y a asumir, con claridad histórica, los diferentes niveles de responsabilidad. También a señalar aquellas de las que no podrían hoy ser responsables (como el nivel de vida del siglo antepasado, el acceso a medicinas y salud o los sistemas de educación que eran comunes en aquella época). E insisto: están urgidos a tomar decisiones pues es bien sabido que siempre hay al acecho oscuros grupos ideológicos que buscan capitalizar a su favor la indignación social.

“En última instancia -recordaba el mismo Frankl-, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la vida plantea, cumpliendo la obligación que nos asigna”.

*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe



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Felipe Monroy

La luna, el cosmos y la fe astronómica

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Con cierta recurrencia, surge entre creyentes y no creyentes la inquietud sobre cómo son definidas las fechas de algunas fiestas religiosas, especialmente la Semana Santa, la Pascua o el Ramadán. Es bien sabido que año con año, estos momentos de profunda religiosidad caen en fechas distintas y, para el orden secularizado occidental al que estamos acostumbrados, no es fácil seguirles la pista.

El cálculo y la forma de vivir estas fiestas religiosas tiene una explicación realmente sencilla pero sus implicaciones son más interesantes de lo que aparentan: están ligadas a la ciencia, a la naturaleza, a la observación del cosmos, al uso de la imaginación y de la conciencia de que la humanidad es apenas un espectador efímero y privilegiado de una danza cíclica y eterna la cual merece ser relatada tanto con el lenguaje de las palabras como con el lenguaje de la fe.

Para el mundo judío, la Pascua es la celebración de la liberación del pueblo hebreo; se festeja el día 14 de Nisán y comienza justo en la noche de luna llena después del equinoccio de primavera. El relato histórico-religioso es por supuesto fascinante: conmemora los auxilios que Yahvé hace para que Moisés y Aarón liberen de la esclavitud a su pueblo y lo conduzcan, no sin arduas tribulaciones, rumbo a la tierra prometida.

En el mundo cristiano, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección son la culminación de un largo itinerario de preparación espiritual. La Pascua cristiana se calcula casi igual que la Pascua judía; sin embargo, la celebración se mueve al primer domingo –día del Señor para los creyentes cristianos– después del primer plenilunio (la luna llena astronómica) después del equinoccio de primavera. A diferencia de la cultura hebrea, el cristianismo se nutrió inmensamente de la cultura astronómica griega y romana durante siglos y por ello el cálculo del Domingo de Resurrección ha convivido largamente con los calendarios lunisolares ancestrales que buscaron comprender los ciclos orbitales del sol y de la luna. Durante siglos fue el calendario alejandrino y hoy, el gregoriano.

Para los cristianos, la Pascua es la celebración de la Resurrección de Cristo; se conmemoran los días previos a su muerte (la Pasión) y también se cuentan hacia atrás los 40 días de preparación espiritual hasta el Miércoles de Ceniza que reflejan la consonancia de la ‘cuadragésima’, un número recurrente en la historia salvífica judeo-cristiana (cuarenta días de diluvio universal, cuarenta años del peregrinar hebreo en el desierto, cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto y un largo etcétera).

Finalmente, el mundo islámico también observa a la luna y define sus celebraciones junto a sus fases. El primer día del Ramadán -noveno mes del calendario islámico- comienza al día siguiente del avistamiento directo de la luna nueva y sigue el curso de la luna creciente (que incluso está en el símbolo nuclear del islamismo). Aunque en nuestros días hay esfuerzos por unificar el calendario islámico y así anticipar cíclicamente cuándo será Ramadán en los próximos años, aún hoy, la única manera de conocer el inicio de este mes sagrado musulmán es con la observación directa de la bóveda celeste y asentarlo en el calendario lunar Hijri, que tiene 12 meses lunares en un año de 354 o 355 días. Los musulmanes conmemoran todo este mes sosteniendo el ayuno mientras el sol está en el cielo para celebrar las revelaciones que Alá, a través del ángel Gabriel, hizo al profeta Mahoma para escribir el libro sagrado del Corán.

En nuestros días es importante recordar que prácticamente las tradiciones religiosas primitivas y trascendentales no son exclusivamente relatos arbitrarios de símbolos surgidos de la imaginación. Aquellos que comparan los relatos religiosos con meras ‘fantasías’ pecan de ignorancia y soberbia; y aún más: es probable que el hiperconsumismo capitalista esté sustentado en más ficciones que los relatos monoteístas ancestrales. En fechas recientes, por ejemplo, han sido publicados estudios sobre por qué las generaciones urbanizadas piensan que los envases de leche chocolatada proviene de vacas cafés y los empaques de leche natural, de las vacas blancas; y es famoso aquel relato de una joven que, teniendo un sano y fecundo limonero en casa, seguía comprando limones en el supermercado “porque creía que los limones venían de una fábrica o necesitaban algún proceso industrial para hacerlos consumibles al ser humano”. Es decir, el consumismo capitalista nos distancia de la naturaleza de formas jamás vistas bajo las concepciones religiosas ancestrales.

De esto también tienen algo de responsabilidad las instituciones religiosas que, en el afán de unificar criterios (como ahora lo están intentando en el mundo islámico), olvidan quizá una de las principales fuentes de la espiritualidad y la religiosidad humana: la contemplación de la naturaleza. El asombro que produce en el corazón humano nuestra capacidad de comprender designios cosmológicos y astronómicos, propios lo infinito y lo eterno, desde nuestra diminuta pequeñez y nuestra efímera existencia.

Pensémoslo de esta forma: Resulta anticlimático preguntar a un sacerdote, a un imán o un rabino cuándo comienzan los días sagrados y que éste responda mirando un calendario sobre su escritorio; imaginemos, por el contrario, que estos hombres –vínculos entre Dios y los hombres– contemplaran el firmamento, nos mostraran la luna y el sol, las constelaciones y los astros, y nos dijeran: “Contempla el día y la noche; el cosmos habla de nuestra historia y en ella estamos viviendo”. O como diría fray Luis de León: “¡Ay!, levantad los ojos / a aquesta celestial eterna esfera: / burlaréis los antojos / de aquesta lisonjera / vida, con cuanto teme y cuanto espera. // ¿Es más que un breve punto / el bajo y torpe suelo, comparado / a aqueste gran trasunto, / donde vive mejorado / lo que es, lo que será, lo que ha pasado?”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Francisco: undécimo año

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Este 13 de marzo, el papa Francisco ha cumplido once años al frente de la Iglesia católica y no es poca noticia. Quizá la expresión papal haya perdido algo de sentido en el mundo secular; sin embargo, en su significado formal, la persona en el papado representa el poder máximo y supremo sobre todo el orden eclesiástico en el mundo. Bajo su autoridad ordinaria, plena y universal ejerce potestad como supremo Maestro, supremo Pontífice y supremo Pastor y Jefe de la Iglesia y, por si fuera poco, en su persona se confirma no sólo la unidad y la obediencia de los católicos sino la certeza de que, sobre la piel del tiempo, el error no prevalece, ni la fe desfallece ni nadie está perdido totalmente.

No cabe duda de que el primer pontífice jesuita y latinoamericano de la historia ya ha dejado una singular impronta en el ejercicio del papado: comenzó sorprendiendo con sus gestos sencillos, humildes y populares; con su misa diaria provocó una renovación al estilo de predicación directa y sin ampulosidades; con creatividad –y no pocas resistencias– logró la difícil reforma del aparato de gobierno bajo la Santa Sede para adaptarla al famoso ‘Cambio de Época’; hizo natural el sacar la investidura del palacio apostólico para arriesgarse entre las heridas contemporáneas e interpelar realidades concretísimas; y, sobre todo, ha puesto en segundo lugar las ritualidades políticas (el cálculo, el protocolo, el pacto) para permitirse la radical audacia de ser cristiano en un mundo descristianizado.

Su estilo ha sido inspiración evidentemente para el mundo católico, pero incluso personas no creyentes o seguidores de otras religiones también reconocen en Francisco un liderazgo espiritual ejemplar en el siglo XXI. Sin embargo, hay que mencionar que también estamos frente al momento de mayor inquina contra un pontífice desde hace ya un par de siglos y sorprende además que buena parte de la malquerencia provenga justamente de liderazgos católicos.

Desde un sitio que no puede ser sino la soberbia, estos grupos de católicos regatean a Papa su calidad doctrinal y teológica; su temperamento y sus audacias en la renovación institucional; su lectura geopolítica y hasta su falta de distinción entre los ‘grados’ de pureza entre ‘mejores’ y ‘peores’ católicos. En recientes días, por ejemplo, fue viral el video donde un pequeño grupo de sacerdotes católicos –que inflaman a su grey e incendian las redes digitales con sus obsesiones políticas– expresamente confesaron rezar a Dios para que le dé muerte temprana al papa Francisco. Pero este no es el único ni el peor ejemplo de falta de respeto y obediencia de los ministros católicos al pontífice argentino: varios sacerdotes, obispos y cardenales atizan permanentemente pequeños infiernitos a través de los medios de comunicación para presionar a su Pastor y para generar caos con desconfianza entre los feligreses.

Este golpeteo, este ‘fuego amigo’ contra Francisco comenzó desde el minuto cero del pontificado; en gran medida derivado del prejuicio –en el fondo discriminatorio– de que los pastores latinoamericanos no tienen ni tendrán las capacidades intelectuales o teológicas de los pastores europeos; de que la historia latinoamericana no tiene mayor cosa qué aportar a la historia universal; y que los organismos estructurales creados para servir al papado en las últimas centurias son más relevantes que el propio pontífice. De hecho, con cierta sorna se ha escuchado con mucha más frecuencia aquella máxima de la jactancia del poder que dice: “Los papas vienen y van, pero la Curia permanece”.

Si algo mantuvo al margen durante todo este tiempo esas voces maliciosas fue la intensa actividad de Bergoglio, su prolífica aportación al magisterio cotidiano a través de su homilética y sus discursos; y, sobre todo, sus audaces incursiones en las realidades y temas más acuciantes del orbe y de la actualidad: la ecología integral, la migración, los pobres y descartados, las mujeres, los conflictos políticos e interreligiosos, la crisis antropológica y educativa, la explotación irracional, el consumismo, la perniciosa adoración del mercado y el capital económico, etcétera.

Pero es evidente que las capacidades del pontífice ya no son las mismas que hace una década; además de la vejez y el agravamiento de varias afecciones de salud, hay que recordar que, a diferencia de sus predecesores, Francisco decidió no apartarse al descanso con regularidad ni a tomar vacaciones para reparar fuerzas de su ajetreada agenda. Año tras año se evidencia la creciente vulnerabilidad de un servidor de la Iglesia que se desgasta sobre la áspera lija de la historia.

Y, sin embargo, es justo el tiempo de su propio pontificado el que marca la renovación de su obra y ejemplo: en la inspiración para quienes están convencidos de que la Iglesia debe ser pobre y para los pobres, que debe preferir arriesgarse al accidente por salir de sus fueros antes que enfermarse de sus propias obsesiones y encierros, que debe ‘primerear’ en misericordia y en ternura, que debe atender con urgencia a quienes más lo necesitan y que debe recobrar la confianza de que la realidad no se agota ni en el espacio ni el conflicto. En fin, que más que calcular en algo debe creer.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Itinerario 2024: Converger y disentir en el diálogo político

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En un hecho inédito, este 11 de marzo, las tres candidaturas a la presidencia de la República aceptaron acudir a la convocatoria realizada por la Iglesia católica mexicana y firmar un Compromiso por la Paz, un documento emanado de un largo proceso en el que, a través de diversas organizaciones, se exploró el panorama de violencia y crimen en México al tiempo de compilar las mejores prácticas ciudadanas en la construcción de paz.

La firma del Compromiso por la Paz se realizó en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, de la Ciudad de México, con la asistencia escalonada de Jorge Álvarez Maynez, Xóchitl Gálvez Ruiz y Claudia Sheinbaum Pardo; presidieron el evento los titulares de la Conferencia del Episcopado Mexicano, de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosas y Religiosos, la Compañía de Jesús y la Dimensión Episcopal de Laicos.

El cariz del documento es tanto iluminador como programático. Realiza una evaluación de las condiciones de violencia persistentes en México durante los últimos tres sexenios (cada uno bajo signo diferente de partido) y propone áreas de atención urgentes desde la política pública.

Sin ninguna sorpresa, tanto el candidato de Movimiento Ciudadano como la representante de la triada partidista PAN-PRI-PRD, firmaron el documento adhiriéndose por entero tanto al diagnóstico del estado de la violencia y el crimen en México como a las propuestas emanadas de los foros y diálogos por la paz liderados por la Iglesia católica. La única que regateó algunos ejes primarios del documento fue la abanderada de Morena-PT-PVEM y enumeró lo que en congruencia dijo no estar de acuerdo ni compartía.

Cualquier lectura superficial de las comparaciones entre los candidatos en esta inédita propuesta cívico-política de la Iglesia católica será casi propaganda; pero, en el fondo, también sería irrespetuoso para todas las organizaciones eclesiales y eclesiásticas que participaron en el arduo itinerario de consulta y diálogo por la paz en México, simplificar groseramente lo acontecido. Así que esto merece una serie de lecturas amplias y diversas; yo sólo propongo la siguiente:

Maynez y Gálvez acudieron al evento con poco qué perder y mucho por ganar. Evidentemente como las opciones opositoras al gobierno, los planteamientos sobre “lo que está mal” pero “podría ir mejor con ellos” les resultan naturales.

Maynez hizo –en una soledad dolorosa– una serie de planteamientos convergentes con el documento de la Iglesia y confirmó una verdad imbatible sobre el estado de descomposición social que acusa el texto: si la crisis es manifiesta ha sido por los errores de los últimos tres sexenios, no sólo del último. Dijo además algo que sus contrincantes no alcanzaron a ver: este ejercicio cívico por parte de la Iglesia es apenas el comienzo. Una Iglesia mexicana proscrita del diálogo público-político durante más de un siglo ha dado un salto inmenso hacia la integración de su voz y sus voces en el espacio político; algo a lo que no pocos sectores herederos del constitucionalismo social revolucionario ven con malos ojos.

En contraste, Gálvez se afianzó en lo que mejor sabe hacer que es criticar la actual administración, por ejemplo, hizo un pase de lista de los ocho sacerdotes asesinados en el sexenio de López Obrador; pero evidentemente eludió la cuarentena de sacerdotes ultimados en los sexenios bajo los signos del PAN y el PRI que ahora abandera. Abundó sobre la idea del laicismo positivo en el cual iglesias y gobiernos pueden coparticipar en búsquedas símiles. Dijo, finalmente, lo que la audiencia quería escuchar y por ello logró el único aplauso que recibieron los políticos en sus disertaciones. Pero además, cameló a sus interlocutores asegurando que se comprometía además a privilegiarlos en su primera reunión como mandataria si llega al poder; con no poca demagogia les dijo a los obispos, religiosos y religiosas que su documento sería “el alma y el faro que guíe su toma de decisiones”.

El único contraste lo puso la candidata Sheinbaum y, aunque era evidente que aun antes del evento era el personaje político con más que perder que ganar (además de aventajar en las encuestas, está obligada a mantener una narrativa de éxito en la administración de López Obrador), su presencia fue un cálculo admisible de riesgo. La asistencia al evento de la candidata que buscaría dar continuidad al proyecto de Nación iniciado en 2018 fue un riesgo que aceptó con tiento: acudía a un sitio en donde el diagnóstico del país incluso bajo la administración lopezobradorista es dramático (la violencia y el crimen han alcanzado una cúspide de impunidad intolerable) y que exige un viraje radical al proyecto de nación que propone el movimiento autodenominado Cuarta Transformación de la vida política de México.

Sin duda, la lectura obvia y simplista es que si la candidata Sheinbaum iba a manifestar desacuerdos con las líneas del Compromiso, ¿por qué firmarlo? Sin embargo, quizá haya que ponerle una mirada distinta: La propuesta de paz liderada por la Iglesia puede ser (como lo es) sumamente importante porque abreva de esos foros realizados en todo el país junto a parroquias, congregaciones y misiones religiosas que invitaron a algunos sectores de la sociedad civil; pero no es, ni puede ser, la voz absoluta de la pluralidad mexicana. Es representativa, sí; pero no absoluta. Acercarse al diálogo y comprometerse a mantenerlo abierto es apenas justo para no cerrar caminos y acuerdos con otros sectores; sectores que no estuvieron involucrados en el gran ejercicio realizado por la Iglesia.

Se puede o no estar de acuerdo en lo planteado por Sheinbaum; de hecho, personalmente considero evidente la militarización del país cuando sus cuadros ejercen funciones cuya naturaleza no pone en riesgo la estabilidad del Estado (construcción, administración) y, a pesar de los datos ofrecidos por la candidata, hay una percepción debatible sobre las cualidades de la violencia y sus fueros desatados desde el gobierno de Calderón y perpetuados en el sexenio de Obrador. Sin embargo, quizá su discurso fue el único que respetó la inteligencia de su audiencia: no se puede estar al cien por cien de acuerdo en asuntos que competen al Estado y que, evidentemente son impopulares y odiosas, como es el ejercicio del monopolio de la violencia legítima en favor de la seguridad y el orden en un país.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Religión, política y construcción de paz

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Mientras a nivel internacional se busca proscribir o limitar formalmente la libertad religiosa y la participación de las identidades religiosas en las sociedades contemporáneas; en México, la menos la Iglesia católica ha dado un paso al frente para participar de lleno en la vida pública del país, no como una organización proselitista o propagandística de un credo sino como una extensa y diversa estructura social que recoge del pueblo sus voces y preocupaciones, y busca colocarlas al frente del debate político del que fueron proscritas hace décadas, ya sea por las cúpulas partidistas o por los poderes fácticos.

Sin duda, habrá sectores que reaccionen negativamente a la convocatoria que hizo esta semana la Iglesia a Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez para a firmar un acuerdo de paz nacional y para comprometerse a asumir en sus políticas públicas –de llegar a la Presidencia– las propuestas emanadas del largo camino del Diálogo Nacional por la Paz, que realizó la Iglesia católica junto con múltiples organizaciones y estructuras intermedias de la sociedad durante los últimos dos años.

Dichas reacciones negativas pueden ser resabios de nuestra historia patria (que no explicaré aquí) pero también parte de lo que hoy se promueve a nivel internacional, especialmente a través de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Organización de Estados Americanos (OEA). Se trata de una “nueva política” frente a la libertad religiosa de los pueblos y los ciudadanos del continente.

En esta redefinición de los estándares interamericanos sobre libertad y creencia formalmente se dan cabida a reflexiones altamente cuestionables como el que la libertad religiosa es una amenaza o un obstáculo a la garantía de ciertos derechos humanos o de ciertos colectivos; por ello, hoy muchos de los debates jurídico-culturales pretenden suprimir el derecho a la objeción de conciencia, el derecho a la libertad de expresión religiosa en el espacio público e incluso condicionar el derecho a la libertad de elección de los padres a la educación religiosa de sus hijos y hasta el derecho a la interacción cultural y solidaria de las instituciones religiosas con comunidades vulnerables o localidades marginadas.

Esto nos retorna a la reciente propuesta que las instancias católicas de México lanzaron para convocar a los aspirantes a puestos de elección popular a asumir un compromiso por la paz (se anunció que el acuerdo no se limitará a las elecciones federales sino a las estatales y municipales). Porque el debate realmente no pasa sobre el derecho que los creyentes y las instituciones religiosas tienen de participar del foro público o cooperar en la incidencia de políticas públicas; sino en lo que dicha participación representa para el orden social, la gobernabilidad y la construcción de paz.

La convocatoria pública y abierta de los obispos, las congregaciones religiosas y la Compañía de Jesús en México a las candidaturas políticas en este proceso electoral no sólo es audaz e inédita, es una propuesta disruptora de las argumentaciones antirreligiosas que, a nivel global, buscan no sólo la separación entre Iglesias y Estado sino que exigen cierta esquizofrenia identitaria al ciudadano creyente (para dividir su psique como ciudadano en el espacio público y como creyente en los espacios restringidos para la práctica de su fe). Porque, en principio, esta convocatoria a las élites políticas (que terminarán gobernando y administrando la función pública) no busca colocar agendas cupulares o de grupo sino poner en la mesa las inmensas diversidades de un pueblo mexicano cuya voz y palabra no suelen estar presentes en el proceso electoral de su propio país.

El Diálogo Nacional por la Paz ha sido un esfuerzo de largo aliento que recogió de diversos foros y conversatorios realizados en el territorio mexicano y en la pluralidad de expresiones socioculturales y económicas del país. Tanto las ‘buenas prácticas’ de construcción de paz como las propuestas de política pública de las y los mexicanos ‘de a pie’ fueron tomadas en cuenta, sistematizadas y organizadas por especialistas de diversas disciplinas; las instancias eclesiásticas, que son referentes diseminados en toda la nación, han sido apenas un vehículo de promoción para que la voz de los pueblos llegue a los oídos de los tomadores de decisiones y, ahora, esperarán que el próximo 11 de marzo los contendientes por la Presidencia firmen y asuman en sus plataformas dichos acuerdos.

Claramente, la necesidad de este Diálogo Nacional por la Paz surgió de una acuciante preocupación compartida sobre el clima de violencia en el país; sin embargo, su mera existencia y ahora su audaz y libre participación en la esfera política y social, evidencia parte de los avances democráticos en México, los cuales no dependen ni están constreñidos a las instituciones electorales sino a la libre organización, la participación, la pluralidad y la diversidad, e incluso la libertad religiosa que no se limita al ejercicio de prácticas rituales sino a la participación transversal de la fe personal y comunitaria en la vida pública.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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