Opinión
¿Si en sus manos estuviere, qué haría con Javier Duarte? ¿Y si fuere su pariente, haría lo mismo?
Todo indica que Javier Duarte, quien fuera Gobernador del Estado de Veracruz, en unos días estará en México para ser sometido a diversos procesos.
A partir de ese momento, todo quedará en manos de abogados, tanto los que forman parte del Ministerio Público como la defensa del presunto delincuente y por supuesto, los jueces por ser ellos los que se manifestarán acerca de la culpabilidad o inocencia del hoy, repito, presunto.
Voy ahora a otro punto.
Ante el regreso a México de Javier Duarte, ¿qué haría usted con él? ¿Cómo lo trataría, qué castigo le impondría? En pocas palabras, ¿cuál sería, según usted, la pena que merecería?
Una vez que haya contestado usted las preguntas anteriores, le planteo una situación hipotética: ¿Plantearía hacerle lo mismo a Javier Duarte, de ser un pariente suyo? ¿Con la misma dureza que desea le fuere aplicada a este Duarte que no es familiar suyo, la exigiría para el Duarte que sí lo fuere?
¿Qué habría cambiado para usted? ¿El hecho de haber una relación de parentesco, lo llevaría a recomendar un trato benigno para quien es su familiar y para quien no tuviere la suerte de serlo, le haría usted lo inimaginable?
Desconozco cuál sería la reacción de usted, ante este dilema moral por llamarlo de alguna manera; lo que me interesa destacar, es el poco aprecio que tenemos los mexicanos por la aplicación de la ley a quien se le probare su conducta delictiva.
Si es mi pariente o un entrañable amigo, toda la gracia; sin embargo, si nada fuere mío, zquemarlo con leña verde.
¿Usted no es así? ¿No ve la impartición de justicia de esa manera? ¿Está seguro?
En los próximos días veremos un espectáculo grotesco, no de quien será extraditado para que responda por los delitos que presuntamente cometió, sino de muchos mexicanos que dicen ser gente decente, que van a misa los domingos o a los servicios religiosos de otras iglesias.
¡Qué pobre concepto tenemos de la ley y su aplicación, y de la justicia en general!
A los míos, toda consideración y de poderse, el perdón total y la absolución; al ajeno, todo el peso de la ley y aún más y, si fuere posible, que se hunda en la cárcel por siempre.
Eso somos, y así somos. Por más que intentemos negarlo, nos brota el desprecio que hemos aprendido por todo lo que significa una cultura de la legalidad.
¡Pobre país!
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