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Migración en México, una app al ras del camino
México.— ¿Una aplicación digital para que, desde Estados Unidos, las iglesias y las familias den seguimiento en tiempo real de sus familiares transitando por México? ¿Un mapa interactivo que muestre a las casas de migrantes las rutas de peligro en territorio mexicano donde sus huéspedes pueden ser secuestrados, extorsionados o sometidos al negocio de la trata de personas? ¿En qué consiste este proyecto que ha lanzado la Iglesia católica mexicana para establecer una verdadera red de cuidado y protección a esta población en extremo vulnerable durante su paso por el país?
Para comprenderlo hay que regresar a la toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y su constante amenaza contra la dignidad humana de los migrantes y sus familias. A partir de ese contexto, la Secretaría General de la Conferencia del Episcopado Mexicano (SEGECEM) emprendió un audaz proyecto para atender a ras de suelo lo que la Dimensión Episcopal de Pastoral de la Movilidad Humana (DEPMH) hacía en las esferas institucionales con el gobierno de México, las organizaciones internacionales y asociaciones migratorias en otros países. El objetivo no sólo es mejorar los protocolos de actuación del gobierno con los migrantes y la defensa legal de sus derechos sino proveer a los migrantes de todo el apoyo necesario en su tránsito para evitar que sean sometidos a injusticias, vejaciones o masacres.
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Desde las organizaciones populares, el fenómeno migratorio ha recibido quizá el mayor apoyo de comprensión y defensa de los derechos humanos; sin embargo, son las diferentes organizaciones religiosas las que han dado un paso adelante en la atención no sólo del fenómeno social, sino del drama humano en los márgenes de la migración.
Son ampliamente reconocidas las labores heroicas que decenas de casas de atención a migrantes realizan a lo largo y ancho del país; no sólo por dar cobijo a los miles de migrantes en tránsito sino por las diversas acciones humanitarias que conlleva el cuidado por el prójimo. Personajes de una trascendencia social incontrovertible como los sacerdotes Pedro Pantoja y Alejandro Solalinde; las religiosas Arlina Barral o Leticia Gutiérrez; o las mujeres de Amatlán, Veracruz, mejor conocidas como ‘Las Patronas’, han dejado literalmente la vida en la ayuda a ras de suelo de millares de migrantes. Lo que la SEGECEM, liderada por el obispo Alfonso Miranda Guardiola, desea implementar ahora es una verdadera red de servicio integral a los migrantes aprovechando toda la infraestructura, experiencia y labor que las casas de migrantes católicas en México ya hacen con cientos de actores anónimos.
“Comenzamos un estudio sobre las casas de migrantes en enero de 2017 cuando por la toma de posesión de Donald Trump se anticipaban una serie de amenazas contra los migrantes: abusos, deportaciones, separaciones, etcétera”, afirma Miranda Guardiola. En este octubre se concluirá la primera fase de exploración de 119 casas de migrantes católicas en el país; se han montado en un mapa digitalizado con su información y, de manera adjunta, se han correlacionado las casas con otros servicios de la comunidad católica cercana al centro de migrantes: comedores, albergues, orfanatos, dispensarios, hospitales, entre otros.
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Sin embargo, uno de los primordiales servicios de este proyecto es lo relativo a la seguridad y salvaguarda de la integridad de los migrantes en su paso por México. Miranda Guardiola explica que en breve se podrá tener una aplicación móvil donde se mantenga en actualización permanente el estatus de origen y destino de los migrantes así como las rutas de peligro: “El sueño es hacer de este mapa un app en contacto con las casas de migrantes del sur de Estados Unidos, donde las familias (a través de una contraseña para evitar abusos) estén en contacto con su gente que viene de Centro o Sudamérica; para que puedan, en tiempo real, saber dónde están sus seres queridos y mantener intercomunicación”.
“Si podemos evitar una muerte, un asesinato, un secuestro o un abuso, este trabajo ya valió la pena”, concluye.
JAHA