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‘Oppenheimer’: el hombre que atrapó el fuego del cielo

Para Christopher Nolan fue irresistible contar la historia de Oppenheimer.

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Por Mario P. Székely

En el principio y al final está el fuego. J. Robert Oppenheimer con su cabeza hacia el cielo viendo las estrellas, abriendo espacios con su imaginación y descubriendo los átomos en reacción en cadena que provocan el existir del universo.

No hay duda que para el cineasta Christopher Nolan fue irresistible contar la historia de Oppenheimer. Ahora tenemos su filme de 3 horas que intenta sacudir, destripar y sacarle su verdad al hombre que atrapó el fuego del cielo y lo hizo bomba atómica.

Nolan, quien basó su guion de ‘Oppenheimer’ en la biografía American Prometheus escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, decide en su narrativa cercar al mismo al protagonista científico, profesor, inventor y luego activista.

Al igual que el cosmos, existen fuerzas alrededor de la vida de un hombre o mujer que lo ponen en curso de su destino.

Así que Nolan desde el inicio de ‘Oppenheimer’ nos apunta a lo que él quiere definir como horizonte: la construcción de la bomba nuclear antes que la Alemania nazi pueda tenerla y terminar la guerra a su favor.

La causa es noble para Oppenheimer. Incluso se menciona la urgencia del alto al combate en el frente para que no mueran millones de soldados y al hacerlo también detener el genocidio judío.

Escena por escena, la película se va ensamblando cual la bomba. Cada parte será producto de una mente, de un aliado científico o incluso de imitar algún hallazgo del enemigo. Cada acierto será amasar conocimiento y construir lo que antes nadie ha hecho. Y eso nos emociona.

Pero no estamos aquí para un “¡boom!” por más espectacular que sea o por más alta que crezca esa nube roja que decenas de generaciones después la colocaríamos como día final de nuestros días.

¿Por qué se construyó la bomba? Porque habría que construirse, apunta Oppenheimer. Es el momento de frotar la lámpara y que salga el genio.

Mas Nolan no quiere que seamos presos de la fascinación tecnológica. Después de todo él sabe que sabemos cómo terminó todo.

La implosión. El clímax.

La gran lección no está en los kilotones de la bomba. Está en lo que hicieron los hombres con matemáticas, desarmador y plutonio en mano alrededor del llamado Artefacto por Oppenheimer.

Si bien al llegar el momento de esa mañana de julio en que el mundo cambiaría sin saberlo con la detonación del artefacto, los dados de la suerte de Oppenheimer estaban en las manos de la gente del gobierno y de la milicia. Todos aquellos que vieron la osadía de Robert al tiempo que afilaban su guillotina.

‘Oppenheimer’ es sobre esos juicios no oficiales. Es sobre ese beso de Judas que hace mítica la vida de a quien se lo dan. Es sobre esa mediocridad y envidia de la gente pequeña que piensa el sol es el foco de su barrio y nada más.

Llegado el momento, Nolan soltará la bomba donde menos pensábamos. Una bomba sin TNT. Un artefacto diseñado por la envidia. Una zona cero levantada al creer que los demás acuden a su cita con la historia con la misma frivolidad que algunos de nosotros podríamos tener.

Nolan tampoco podrá librarse del poder de sus decisiones. La efectividad de ‘Oppenheimer’ depende de cómo le compre cada espectador al director su idea de saltar entre el armado de la bomba y los cuestionamientos a Robert.

Mientras ensamblar a Fat Man y Little Boy (nombres de las bombas), energiza a los actores y escenarios, volviéndonos cómplices e incluso cuestionándonos si debemos sentirnos emocionados, los segmentos hablados, llenos de interrogatorios para Oppenheimer con el fin de saber si es comunista, traerán posiblemente un desgaste no deseado al espectador.

Cillian Murphy como Oppenheimer, Emily Blunt como su esposa Kitty, Matt Damon como el oficial que lo recluta y ayuda a ensamblar a su equipo. Florence Pugh como la amante. Robert Downey Jr filántropo, militar y político que gusta presumir hallar las mentes que cambiarán al mañana.

Cada uno en el tablero con actuaciones memorables. Todos tratando de saber lo que pasó por la mente de Oppenheimer no solamente al decir su memorable “¡Ahora!” que iluminó al desierto de Nuevo México, sino al enterarse que sus dos máquinas habían detonado semanas después en Japón, con 100 mil muertes en el acto y otro tanto los años por venir.

En más de un momento vemos perplejo a Murphy, quien no juzga a su personaje. Sólo trata de darle vida a lo que lo cimbra o deja de hacerlo. Las contradicciones son el alimento puro para este actor.

Incluso Nolan usa segmentos enteros de la película en blanco y negro, acechando el resto en color. Su triunfo es que nos hace sentir en paleta intensa y colorida en IMAX el latido de Oppenheimer como humano, sin saber viene el zarpazo con la frialdad de la guerra fría próxima: blanco o negro, americano o comunista. La magnífica música de Ludwig Göransson también está ahí para sentir cómo el protagonista gira entre eventos sin saber más qué puede controlar y no.

Así, los mejores momentos de ‘Oppenheimer’ son contrastar las preguntas de los hombres banales del gobierno, con lo que podemos suponer Robert estaba cuestionando en su interior.

Nolan así nos lleva a la implosión de su Oppenheimer. Sin grito alguno qué pegar. Lejos del fuego. Con sus matemáticas indicándole que es cuestión de tiempo que el mundo se arme hasta los dientes con su invento.

Al final la inevitabilidad es la que gana. El llamado fuego amigo es lo que despedaza. El golpe seco en la butaca se da. La bomba no es metáfora más… es real.

*Mario P. Székely es crítico de cine, periodista acreditado en Hollywood y miembro de la HFPA.

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