México
Los fantasmas, muertos y santos de la frontera norte
Tijuana. – Los más de 3 mil 300 kilómetros de la frontera entre México y Estados Unidos son un gran cementerio que alberga miles de cruces, de historias, de tragedias de mexicanos o centroamericanos que buscaban el “sueño americano” y que terminaron a unos metros del muro de metal, ahogados en un canal, atropellados en freeway o perdidos en el desierto.
La frontera norte mexicana es tierra de nadie y de todos. Donde la religión, los santos y hasta los fantasmas son venerados e invocados con tal de burlar a la “Border” o de encontrar el atajo sin vigilancia o encontrarse con un pollero que no los engañe, los extorsione o los venda a los cárteles de la droga.
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“Llévelos para la suerte, así no los detiene la Border mi amigo”, ofrece un vendedor ambulante en la Garita Otay-San Isidro. Lo mismo ofrece estampas e imágenes de la Virgen de Guadalupe o de San Judas Tadeo, que de Malverde, de la Santa Muerte y del Santo de los Polleros.
Es la frontera de la legendaria “Tía Juana” sembrada de cruces que recuerdan a los migrantes que se quedaron en el camino y que por estos días son pintadas de cal o de colores morado y rosa, como un homenaje a quienes fueron abatidos por las balas de la Border Patrol o simplemente murieron ahogados o deshidratados en el desierto que separa a los dos países.
Aquí donde dicen los tijuanenses “inicia la patria”, en las Playas de Tijuana, con su gran barda metálica separa dos realidades, dos países y que nace en las aguas del mar y que recorre los 3 mil 326 kilómetros hasta llegar a Tamaulipas, también se narran historias, leyendas, crónicas de aparecidos, de almas en pena, de santos y también de nuevas modas y creencias como la llamada Santa Muerte o Malverde.
Decenas de vendedores lo mismo cambian pesos por dólares, que te ofrecen una estampa de la Virgen de Guadalupe, San Toribio, el Santo de los Polleros, de Malverde, el llamado “Santo de los Narcos”, de Juan Soldado o de la “Santa Muerte”. Todo se vale en esta mezcla de creencias y religiones que pasan de lo espiritual a lo macabro, con tal de lograr cruzar hacia el sueño americano.
“Gracias Santo Toribio Romo por habernos hecho el milagro de encontrar el cuerpo de nuestra hija Maribel, de 18 años, que murió en el desierto el día 2 de junio de 2007. Con tu valiosa ayuda la encontramos tres días después y le dimos cristiana sepultura el 27 del mismo mes. Familia Gutiérrez Jiménez. Lagos de Moreno, Jalisco”.
Este es sólo uno de los cientos de retablos pintados al oleo donde los migrantes y sus familias narran los milagros del Padre Toribio Romo, conocido en Los Altos de Jalisco, pero también del otro lado del Rio Bravo como el “Santo Pollero”.
“A mí me ayudó a cruzar el Santo de los Polleros, San Toribio. Ahora ya estoy trabajando aquí en San Ysidro en una mall encargado de limpieza. Logré pasar la garita con unos papeles de un primo y no me detuvieron. Ya tengo siete años acá y cuando vuelva a México voy a hacer una manda a su santuario en Jalisco”, señala Cupertino Hernández, migrante indocumentado, oriundo de Guanajuato.
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El santuario de San Toribio se ubica en Santa Ana de Guadalupe, municipio de Jalostotitlán y a este pequeño pueblo llegan migrantes de todo el país e incluso paisanos que ya viven legalmente en Estados Unidos y que agradecen a Toribio sus gestiones, sus milagros y apariciones.
Lo mismo por haber dado unos dólares a unos migrantes en Estados Unidos, que por haber ayudado a cruzar el desierto a un adolescente, por ayudar a encontrar el cadáver de una joven migrante, la protección para no ser localizado por la Border Patrol e incluso haber ayudado a obtener una visa o la residencia estadunidense.
En los retablos destacan fotografías de niñas como Claudia, quien agradece los favores recibidos por San Toribio para obtener la visa estadunidense y hay decenas de testimonios de jóvenes migrantes, lo mismo jaliscienses, zacatecanos o michoacanos, que dan cuenta que el santo se les apareció en su periplo por el desierto, cruzando el Río Bravo o en las montañas para cruzar la línea.
Una de esas historias es la de Pablo y Javier, hermanos oriundos de Lagos de Moreno, quienes se fue “pal norte” y fueron robados por el pollero, quedando a la deriva, perdidos en el desierto entre Mexicali y San Diego.
Un hombre de origen mexicano, muy educado, los encontró vagando por una carretera y les dio algunos dólares para comer y regresar en un autobús a México, antes de ser atrapados por la migra.
Cuando regresaron a su pueblo, sus padres los llevaron al santuario del Padre Toribio y ahí lo reconocieron en la fotografía como el hombre que les dio dinero para comer y regresar a México. Los hermanos comenzaron a llorar y se volvieron devotos del llamado “Santo de los Polleros”.
Es la frontera norte en tiempos de Donald Trump y su proyecto de fortalecer el muro fronterizo. Es la frontera del lado mexicano con sus cruces de madera que por estos días son pintadas, rebozadas de flores, otras siguen olivadas en medio del desierto a o las orilla del Río Bravo. También sus historias de aparecidos, de santos y no tan santos a los que los migrantes recurren para solicitar ayuda divina.
agch