Mundo
Angustia entre cuerpos calcinados; suman 33 muertos en Tultepec
Ciudad de México.— El secretario general de Gobierno del Estado de México, José Manzur, dio a comover que aumentó a 33 el número de personas fallecidas por las explosiones en el mercado de cohetes de “San Pablito” en Tultepec, Estado de México.
En entrevista radiofónica, José Manzur detalló que en el lugar de las explosiones perdieron la vida 26 personas y que hasta el momento han fallecido otras siete personas en diversos hospitales donde fueron trasladados para su atención médica.
Mientras, en el centro forense y en el mercado de pirotecnia de Tultepec, que se asemeja a un escenario de guerra tras las explosiones del martes, familiares de desaparecidos buscan desesperados algún indicio que les ayude a encontrar a sus allegados.
Una tarea a contra reloj y en el desconsuelo, marcada por el horror que supone rastrear en listas y en morgues, repletas de fallecidos, ajenos o conocidos.
“Están irreconocibles los cadáveres“, dice Helen, antes de quedarse sin palabras, como si todas las imágenes y olores que lleva sintiendo desde la mañana le asaltaran los pensamientos de golpe.
La joven forma parte de una familia dedicada por entero a la pirotecnia y busca a su padre, de 58 años, quien desapareció la tarde del martes cuando estalló el mercado de San Pablito.
En el Servicio Médico Forense (Semefo) de Tlalnepantla, Helen y tantos otros familiares pasan por la tortura de tener que revisar varios cuerpos, completamente calcinados, para poder identificar a sus seres queridos.
Otros familiares siguen todavía en el mercado preguntando por los suyos a las autoridades, que tienen cercado el lugar mientras elaboran los peritajes que ayudarán a entender qué sucedió, y a los voluntarios, vecinos y curiosos que se congregaban alrededor de este gran espacio.
Entre lágrimas, Concepción Hernández busca a su madre y a su hermano, de 65 y 29 años, respectivamente, quienes se encontraban comprando en este mercado, calificado hace apenas nueve días como el más seguro de América Latina por el Instituto Mexiquense de la Pirotecnia (Imepi).
“Mi mamá tenía mucho miedo, siempre me decía que era horrible que fuera a morir quemada, siempre platicábamos”, relata descarnada.
A un lado de este enorme recinto al descubierto, Sandy Martínez se apega a una de las vallas. Ha perdido a su tía, y busca a sus dos primos, de 15 y 9 años.
“Estamos impotentes de no saber nada. Mi tía ya sabemos dónde está, cómo terminó, pero los niños no. No sabemos nada, nada”, lamenta con una frialdad, como en shock, que contrasta con su semblante desencajado.
El secretario de Gobierno del Estado de México, José Manzur, dijo que no prevé que haya más cuerpos en los escombros del mercado, conformado por pequeños locales a ras de suelo y de una sola planta.
No obstante, en la noche todavía se llegaron a percibir gritos en la zona, asegura Beatriz Hernández, una voluntaria que, sin apenas dormir, este miércoles se dedica a hacer acopio de víveres y agua en lo que queda del mercado y, junto a un grupo de vecinos, informar a los allegados sobre la lista de desaparecidos.
“En la noche se escuchaban ruidos, escuchamos a un niño de 2 años que gritaba, pero no se podía entrar en la zona, y cuando se entró, ya no se escuchaba nada”, apunta.
Ante una gran presencia de medios, a la búsqueda de una imagen que representara la desolación causada por la catástrofe o una declaración que resumiera el dolor de la tragedia, trabajadores de los establecimientos aledaños recordaban las deflagraciones.
“Fue algo inesperado, e inmediato explotó como un cuarto de mercado. Y se hizo un hongo e inmediatamente se prendió todo, todo”, recuerda José Morales, propietario de una tapicería ubicada frente a San Pablito.
Con 71 años, a Morales se le quemó gran parte de los muebles que colocaba cada día frente a su establecimiento.
“Si no me movía de aquí, me mataban los pedrones que caían” y la “lluvia de lumbre”, remacha este hombre, que define el mercado como “una bomba de pólvora” y la catástrofe del martes como “una guerra”.
Federico, un vigilante de un almacén de herrajes para la construcción, rememora cómo en apenas cinco minutos la cadena de explosiones arrasó con todo.
“Los proyectiles que saltaban eran como armas letales”, dice apuntando hacia el local que vigila, con una parte del techo metálico abierto por la lluvia de proyectiles.
Sin dormir, describe un escenario dantesco, con decenas de personas, unos 60 según las autoridades, que sobrevivieron con “piernas y brazos fracturados, algunos moribundos, y una señora de edad muy mal herida”.
Mientras, arraiga el dolor y la angustia en decenas de familiares y centenares de damnificados.
EFE
ebv