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¿Aprovecharemos a cabalidad, la oportunidad que nos brinda la llegada de Trump a la Presidencia de EU?

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Una de las grandes ventajas que tienen las crisis para un país, sean económicas o políticas, es la posibilidad de llevar a cabo cambios que, en condiciones normales, sería imposible concretar. Esto último porque, el precio a pagar por el gobierno en turno le parece increíblemente alto, o porque grupos numerosos de la sociedad los consideran innecesarios, o negativos para sus intereses.

Lo último, no necesariamente tiene que ser verdad; sin embargo, la normalidad vigente genera un cierto confort con el cual, la sociedad, o grupos numerosos de ella, consideran que están bien sin importar las dificultades que enfrentan en su vida diaria. Es decir, el precio que deberán pagar, de concretarse los cambios proyectados, lo consideran mayor al que hoy pagan con el statu quo que sufren, y enfrentan cotidianamente.

De ahí las ventajas de las crisis porque, al perder la sociedad el confort en el cual vivían, el precio a pagar como consecuencia de los cambios a concretar, no compite con precio político alguno porque, la vieja normalidad ha desaparecido.

Doy un ejemplo de los años ochenta.

La apertura económica de 1987: Para los primeros meses del año 1982, la economía mexicana evidenció el agotamiento de un modelo de desarrollo que había dado de sí, y agotado toda posibilidad de mejoría lo cual hacía imperativa su sustitución por otro.

Sin embargo, dado que la quiebra o la debacle total pudo ser evitada, seguimos cinco años más con un modelo que era, prácticamente, un cadáver insepulto.

Si en los años previos a ese deterioro profundo del modelo de desarrollo, allá por los años 1970 a 1980, el gobierno y el partido en el gobierno hubiesen planteado a los mexicanos que había que abrir la economía, el rechazo y las protestas habrían significado un precio a pagar altísimo, cuyas dimensiones nadie se atrevió a cuantificar.

De ahí que el partido en el poder decidiera, que era preferible continuar a la espera de un milagro el cual, como bien sabemos, jamás se presentan en períodos de crisis económicas o políticas (y tampoco en épocas de normalidad económica o política).

Por ello, cinco años después, allá por la segunda mitad del año 1987, ante el agravamiento de la situación económica, se hizo imperativa y urgente la necesidad de concretar la única salida a una crisis de las dimensiones a las cuales, para ese entonces, había llegado ya la economía mexicana.

Es ahí donde el gobierno toma la decisión de abrir la economía y la población, ante el deterioro de las condiciones materiales de vida y la desaparición del viejo confort, aceptó la apertura de la economía. Dicho de otra manera, en esas condiciones de crisis severa, el gobierno pudo -con ligeras protestas-, imponer el modelo de economía abierta que era, para ese entonces ya, la única salida posible.

Hoy, la llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, nos brinda -guardando las debidas proporciones de tiempo, y de la clase de país y economía que hoy somos-, una oportunidad similar o, muy pero muy parecida.

Las políticas que todo indica aplicará el Presidente Electo Trump una vez en funciones, nos debería llevar a realizar cambios que, en otras condiciones, parecerían imposibles por el alto precio político a pagar.

Por ejemplo, ¿por qué no aprovechar los cambios que propondrá y seguramente el Congreso le aprobará al Presidente Trump en materia fiscal, para poner al día nuestro sistema tributario? Al mismo tiempo, ¿por qué no aprovechar el obligado impulso y profundización del libre comercio y nuestra incorporación a la globalidad, para proponer e impulsar modificaciones constitucionales al basamento jurídico del campo mexicano y del Artículo 123?

En las condiciones que ha creado la llegada de Donald Trump, una buena parte de la zona de confort que grupos numerosos dicen tener, han empezado a desaparecer o al menos, ponerse en tela de duda.

¿Por qué pues, no aprovechar la recta como decimos en el baseball?

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