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Los análisis son tan superficiales, suavecitos y por encimita

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¿Por qué así nos gustan?

Hay una expresión muy común entre los mexicanos, la cual seguramente usted conoce, que dice que a partir de cierta edad (¿60 o 70 años), ya nada nos sorprende. ¿La comparte usted? ¿La considera objetiva, y refleja lo que somos y cómo somos?

En mi caso, debo decir que suelo utilizarla de cuando en cuando; sin embargo, con una frecuencia que ya empieza a preocuparme, debo reconocer y aceptar, a pesar de mis más de 70 y casi 71 años, hay muchas cosas que me sorprenden en los tiempos que corren.

Lo digo hoy, por los análisis que he leído y escuchado acerca de la renuncia del doctor Luis Videgaray, a la posición que todavía anteayer ocupaba: Secretario de Hacienda.

Si bien los cambios han generado una avalancha de interpretaciones de nuestros más sesudos analistas, en todos los casos pienso, espero no estar equivocado, que los analistas eluden -desconozco si esta elusión es voluntaria o no, honrada o no-, la que considero causa fundamental de su salida.

Antes de otra cosa, sin negar la razón que ha sido hecha pública –Él renunció-, no dudaría que hubiera sido el Presidente mismo quien le pidió la renuncia.

Hoy, todos los que analizan públicamente los procesos y fenómenos políticos y económicos en México, insisten en que la causa única de su salida y renuncia, tiene que ver con la invitación y posterior visita del candidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos.

Difiero total y rotundamente de esa posición. Para mí, la causa fundamental de su renuencia o su despido, es muy otra; ésta, tiene que ver con aspectos trascendentes y decisivos para la economía y política del país, y no como nos quieren hacer ver, con la frivolidad y desparpajo de Trump.

Es la economía, estúpido (It´s the economy, stupid!) le recordaba James Carville a Bill Clinton, en su primera campaña por la Presidencia de Estados Unidos. Hoy, pienso que es eso lo que explica la salida de Videgaray: La economía mexicana, y el desastre que con sus decisiones él provocó.

Además, por la consecuente debilidad en la que colocó las finanzas públicas al haber apostado a seis años de expansión económica en Estados Unidos, y en los países que son nuestros principales socios. Con base en esa apuesta, decidió que no habría problema en endeudarse a lo loco porque, repito, ésa era la apuesta: la economía crecería los seis años de este gobierno y, en consecuencia, al crecer la economía, la deuda, como porcentaje del PIB, no sería un problema.

También, para evidenciar la superficialidad del que algunos ingenuos consideran un genio, jamás tomó en cuenta variables volátiles por definición: el precio del petróleo.

Pocos meses después del principio de este gobierno, ya las variables se habían empezado a descomponer y, en vez de ajustar proyecciones y tomar medidas para adecuarse a la nueva realidad que el genio jamás imaginó, dobló la apuesta porque, ya para esas fechas le había entrado el aire que corrompe todo, ser el próximo Presidente de la República.

Para los primeros meses del año 2015, el horizonte se había complicado de tal forma, que la única salida era su despido, y nombrar a alguien capaz y sensato. Nada de eso hizo el Presidente y las consecuencias, hoy las tenemos frente a nosotros.

En este panorama, ¿qué importancia tiene la llegada de éste o aquél? Ninguna, porque lo importante y urgente, es qué hará el que llegó. Es más, ¿qué puede hacer dentro de lo que debe hacer?

Por eso le pido, no haga casos de esas explicaciones frívolas y superficiales; recuerde lo que James Carville decía a Bill Clinton: It´s the economy, stupid!

Nosotros, muy dados a adaptar lo externo a lo interno, en vez de estúpido usaríamos otro adjetivo; más eufónico sin duda, pero irrespetuoso dirían los oídos castos. Por eso le pido que recuerde que, en lo que se refiere a la salida de Videgaray, fuera renuncia o despido, piense que en éste como en muchos otros casos y decisiones, ¡Es la economía, estúpido!

Lo otro sería, simplemente, buscarles glándulas mamarias a los ofidios.

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