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Editorial La era Trumpland
EDITORIAL
De 70 años de edad y con el título de ser el número 324 de los hombres más ricos del mundo, Donald John Trump jurará este viernes 20 de enero ante la Biblia como el Presidente 45 de los Estados Unidos de Norteamérica, convirtiéndose así en el hombre más poderoso del planeta.
Inicia, con ello, la era Trump.
Plesbiteriano, dedicado gran parte de su vida al negocio inmobiliario heredado por sus padres y con una fortuna personal estimada entre los 3 mil 900 y 4 mil 500 millones de dólares, Donald Trump será a partir de hoy el Presidente norteamericano con menos nivel de aceptación popular y, sin exageración alguna, uno de los hombres más peligrosos del orbe.
Peligroso, no solo por el poder que detenta a partir de este viernes; en lo político, económico, financiero, social, en el orden internacional, y en todos los rubros que se quiera, sino por su personalidad y talante, más cercano a lo caótico y muy lejano al estadista que le urge al mundo.
Precisamente por su perfil personal, que incluye todo tipo de etiquetas, adjetivos y análisis, desde las que se refieren a él como un hombre sin proyecto, con una carácter arrogante, narcisista, egocéntrico, petulante, orgulloso, vengativo, siniestro y xenófobo, entre muchos más, los analistas más centrados y los periodistas serios a nivel internacional no encuentran una definición concreta, pero todos coinciden en que se trata de un hombre con una gran arrogancia que raya entre lo despótico y lo tirano.
Su historial lo ubica desde su adolescencia y juventud como un rico petulante, pero ya en su fase de empresario y luego como heredero de una gran fortuna de sus padres, lo hicieron aparecer como una persona profundamente egocentrista.
De él se dice que frente a sus adversarios o rivales, no otorga concesión alguna, por el contrario, irrumpe y avasalla, sin importar nada… ni nadie.
Es por ello que muchos en todo el mundo, desde jefes de Estado hasta ciudadanos comunes, dan por hecho que la presidencia de Donald Trump es ya diferente por muchas razones, pero no pocos consideran que este viernes, al mediodía cuando jure como Presidente de EU ante la Biblia como Presidente de los Estados Unidos de América, no sólo inicia la “Era Trump”, sino que comenzaremos a ver la construcción de lo que se ha dado en llamar “Trumpland”, “La Tierra de Trump.
Una peculiar analogía para adelantar que el Presidente creará su mundo propio, con reglas del juego propias, con los actores que él decida, dando juego sólo a los que él, su estado de ánimo y peculiar personalidad, le plazca.
Trumpland no es una definición satírica, por el contrario, para propios y extraños, es decir para una gran parte de los ciudadanos norteamericanos y muchos más fuera de las fronteras de Norteamérica, el adjetivo es apenas un pequeño esbozo de la tragedia mundial que representa la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Trumpland no es el mundo de fantasía de Trump.
No. Trumpland es la realidad más ácida que nadie jamás se imaginó, menos que ello ocurriera en la nación considerada como la más desarrollada del mundo, en pleno siglo XXI, con los mayores avances tecnológicos y, sobre todo, en una época en la que los atavismos históricos de la esclavitud, estatización, antidemocracia, nacionalismo a ultranza y economía proteccionistas y, claro, la tiranía despótica de gobernantes, se creía ya superada.
Mucho tiene que ver la “era de la potsverdad”, entendida ésta como el ejercicio cínico de la política en la que no sólo se miente para obtener, permanecer y avanzar en el ejercicio del poder, ya sea económico o político, sino el resurgimiento de un nacionalismo acendrado que gana terreno rápidamente, en América, Europa, principalmente, todo ello como resultado de una sociedad que llegó al hartazgo.
El ascenso al poder de Donald Trump ahora, pero antes la decisión de los ciudadanos del Reino Unido, así como otras expresiones de decisión ciudadana que a simple vista parecen ridículas e inverosímiles, como la que hoy presenciamos, no es más que el reflejo de que allá afuera hay políticos sin escrúpulos y cinismo de sobra que alimentan vanamente la esperanza de millones de personas que, hastiados del discurso político del cambio y la mejora, se deslumbran con ideas estrambóticas y decisiones aparentemente nacionalistas.
Pero en el fondo todas esas nuevas ideas que deslumbran y suman votos que tarde o temprano se formarán en la lista de espera del arrepentimiento – veamos el caso del Brexit, otro reflejo de la postverdad depredadora- no son más que expresiones de un neopopulismo nacionalista que, de no ser frenado, seguirá cambiando la geopolítica en el mundo y llevando al despeñadero a naciones endebles, sin liderazgo a las que no les queda otra más que enfrentar la tragedia llamada Trumpland… una vez más.
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